Bufón, o el valor de los olvidados (F)

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Nachob
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Nada he encontrado respecto a estos hechos ni en las Crónicas de la Insurrección, ni en los poemas de Eleazar ni en los numerosos manuscritos y canciones que sobre la gesta de la toma de la ciudad se realizaron. Sólo he conseguido alguna referencia del viejo soldado que me la contó y de una anciana que al parecer fue testigo, aunque ya su memoria está llena de agujeros. Y, sin embargo, el Oráculo confirma que es absolutamente cierta.
 
Gris Eleabozor, historiador del III Reino.
 
 
 
 
—¡Mirad allí!
—¿Qué pasa?
— Allí, sobre el tejado del Palacio. Esa figura vestida de rojo bailando ¡Está loco, se va a matar!
—¿Dónde? ¿Dónde?
— Mirad cómo salta arriba y abajo. Desde luego ese hombre ha perdido el juicio.
— No es un hombre. Es Belzar, el bufón.
 
 
Belzar no siempre había sido bufón. Aunque llevaba muchos años siéndolo, y su cuerpo deforme parecía hecho para tal oficio, Belzar había nacido para convertirse en un guerrero.
 
Antes de que las huestes del Rey Usurpador conquistaran todos los territorios del norte, en lo más profundo de sus montañas habitaba un pueblo valiente, famoso por su habilidad para cobijarse en ellas: los Durigain.
 
Precisamente en una de sus principales familias nació el hoy bufón, y su llegada fue muy celebrada, pues era un niño fuerte y hermoso. Creció junto a sus hermanos y como ellos fue criado para ser un bravo combatiente. Desde su más tierna infancia aprendió a trepar por paredes casi rectas, y a escalar las más altas cimas.
 
Sin embargo la suerte no le acompañó, y durante uno de los ejercicios la piedra donde se apoyaba cedió y se precipitó al vacío. No emitió ni el más leve sonido mientras caía y se golpeaba una y otra vez contra las rocas. Los Durigain aprenden pronto a aguantar el miedo y el dolor para no descubrir su posición. Milagrosamente sobrevivió, aunque quedó lisiado para siempre.
 
Nunca nadie en su poblado consideró su desgracia como motivo de burla o escarnio, ni dejaron de tratarle como a un igual. ‘La nobleza no se hereda, se demuestra’, decía su padre. Sin embargo comprendió que en aquel estado nunca podría cumplir su sueño: convertirse en miembro de la guardia de honor de su Pueblo, los Briazar, las ‘águilas’, cómo les llamaban comúnmente.
 
 
—¡Qué gracioso, como salta de torre en torre!
— Jajaja, ahora se enreda con las banderas, parece una damisela.
— Es el más tonto de todos los tontos, pero qué risa da. Es increíble que ese tullido aún no se haya despeñado. Mirad, nos saluda...
—¡Eh, bufón, no temas romperte la cabeza, para lo que te sirve! Jajaja.
 
  
Pero no se conformó con su suerte. Sabía que su estado físico le suponía una gran traba, y que nadie confiaba ni esperaba que fuera capaz de superar las terribles pruebas que se exigían para entrar en el selecto grupo, pero, a escondidas, para no avergonzar a los suyos si fracasaba, siguió entrenando para alcanzar la habilidad y fortaleza que se requería de un elegido.
 
Únicamente su padre, antiguo jefe de la insigne guardia, conocía su propósito y le apoyaba. ‘No se es un Briazar por la fuerza de los brazos o la agilidad de las piernas, sino por el coraje del corazón’, le repetía cuando el agotamiento o el dolor le hacía tambalearse y desesperar. Para él, ver el orgullo reflejado en su mirada al comprobar como se esforzaba cada día era suficiente acicate para continuar. Eso, y el regazo calido de su madre que le curaba las heridas cada noche.
 
Hasta que un día, por fin, se vio preparado para enfrentarse con el reto que demostraría su valía. Partió en busca del nido de la gran águila albina, aquella que mora desde tiempos inmemoriales en la más alta cumbre de la cordillera, más allá de las nubes y el valor de los hombres mortales. Si conseguía subir hasta allí y traer como prueba una de sus blancas plumas, nadie cuestionaría su derecho a estar entre los mejores.
 
 
—¡Es el Virrey, allí, en el balcón!
— Ha salido a ver que era todo este alboroto
— Es vuestro bufón. Se ha vuelto majareta, y salta como un mono por los tejados, vestido de rojo para que le veamos más.
— También el bufón le ha visto, le hace ostentosas reverencias con su famosa pluma blanca.
— Ríe el Virrey, riamos nosotros. Si a él no le importa perder a su payaso, que nos ha de importar a nosotros.
 
 
Belzar escaló día y noche entre nieve y tormentas los parajes más inhóspitos y arduos imaginables. Mil veces estuvo al borde de la muerte y ninguna al del abandono. Tras penurias inenarrables y sacrificios inhumanos, consiguió su objetivo y regresó al poblado portando orgulloso una enorme pluma nacarada.
 
Exhausto por el esfuerzo pero feliz por su victoria, estaba deseoso por reunirse con sus padres y mostrarles su trofeo. Pero cuando llegó, sólo encontró ruinas y llanto. Las tropas del Usurpador lo habían atacado a traición, pasando a sangre y fuego a sus habitantes. Los que sobrevivieron habían huido, y el resto eran prisioneros o pasto de buitres.
 
Sobrepasado por la tragedia y la sorpresa, el joven entró en lo que quedaba de su amado pueblo, incapaz de reaccionar y contener las lagrimas. Allí se topó con el Virrey y su séquito, que llegaba a inspeccionar el lugar. Cualquiera en su lugar hubiera sido abatido en el acto, pero al aristócrata le hizo gracia aquel mozalbete contrahecho que andaba de un modo rocambolesco, y portaba como un estúpido una pluma en su mano. Le hizo capturar y encerrar en una jaula que colgó de un árbol, como si fuera un bicho curioso.
 
Desde allí pudo contemplar como juzgaban y ejecutaban a los escasos prisioneros, entre los que distinguió la altiva figura de su padre. Le llamó desesperado hasta que consiguió que el anciano le viese. Una tierna sonrisa apareció entonces cansado y marchito rostro de este, y se despidió a su querido hijo, alzando tres dedos como un último mensaje.
 
Belzar le comprendió enseguida. La tercera ley de los Briazar: ‘sólo los que permanecen vivos pueden luchar’. Cuando el hacha decapitó a su padre, su filo también cortó en dos el corazón del muchacho.
 
Acabadas las cruentas ejecuciones, el Virrey, aburrido de tanta carnicería, mandó traer al engendro cuya aparición había conseguido hacerle sonreír antes. Sus soldados le descolgaron y a empujones lo arrojaron a los pies del asesino de su familia, que lo miró intrigado.
 
—¿Qué cosa eres tú? No pareces un arrogante y esbelto Durigain ¡Más bien un sapo contrahecho y sucio!
 
Estalló en una sonora carcajada a la que se unieron las de sus crueles tropas. Belzar, todavía aturdido por lo que acababa de presenciar, no sabía qué hacer. De buena gana habría cogido una espada y partido en dos a aquel gañan perverso, pero era consciente que no tenía la más mínima oportunidad. Le dirigió una mirada de odio infinito que cortó en seco la risa del Virrey, que continuó despectivo.
 
— No pareces hacer muchas cosas, no sé si he hecho bien perdonándote la vida. Ya no me pareces divertido. Puede que lo mejor sea que te reúnas con los tuyos.
 
Belzar recordó el gesto de su padre, y, decidido, improvisó un ridículo salto, se puso teatralmente la pluma sobre la cabeza y declaró con voz afectada:
 
— Sé bailar como un pollo.
 
Y ante la mirada primero atónita y luego encantada de su nuevo amo, el joven que quiso ser guerrero empezó a dar grotescos botes y emitir cómicos graznidos.
 
 
— Es increíble, no se cansa, y todavía sube más arriba.
— Ya está en la torre más alta, y con fuerzas aún para hacer malabarismos.
— Ha arrancado las tejas y juega con ellas. Uy, se le caen y le golpean, va a caer...
— No mirad, era un truco, sigue haciendo cabriolas.
— Es el mejor, pero creo que de esta no sale, jajaja.  
 
 
Hacía ya diez años que se había convertido en el bufón del Virrey, y vivía en el palacio de la Ciudad de las Torres, el baluarte del Usurpador en esos territorios. Una fortaleza inexpugnable escarbada en la roca, donde vegetaba su milicia.
 
Muchas veces pensó en aprovechar su situación y atravesar con un cuchillo el negro pecho del Virrey, pero pronto se convenció de que tal hazaña sería inútil, pues sólo serviría para que le sustituyeran por otro aún peor. Así que decidió ser paciente y esperar que llegara el momento de su venganza.
 
Lamentablemente una década después, aquella vida fingida le había convertido en un despojo que casi había olvidado de donde provenía, y a quien sólo el alcohol y el cinismo mantenían en pie. Nadie diría que aquella piltrafa humana alguna vez pudo ser algo más que un pobre bufón.
 
Esa misma mañana dormía la mona bajo la mesa de la gran Sala de reuniones, cuando la llegada de dos personas le sobresaltó. Se escondió como pudo, temeroso de recibir algún puntapié si era descubierto allí.
 
Reconoció la voz del Senescal que entraba acompañado de un desconocido, al parecer un espía. Lo que escuchó allí le dejo helado.
 
—¿Estas seguro?
— Completamente. Los pueblos del valle y de la montaña se han aliado, y preparan el asalto a esta fortaleza como primer paso de la rebelión contra el poder del tirano. De hecho, sus ejércitos ya se hallan apostados en la ladera, prestos a acudir al combate. Me temo que vuestras tropas y vigías se han relajado mucho estos últimos años, y que si no ser remedia, la propia ciudad será asaltada en unas horas.
— Que lo intenten. Esta fortaleza es invulnerable.
— Conocen la fama de este lugar, y lo tienen previsto. En estos momentos un destacamento de guerreros están escalando la cara oeste de la montaña, para tomar por sorpresa a los centinelas y facilitar la entrada al resto.
—¡Ese precipicio! ¡Quiénes serían  tan arriesgados! Bastaría que uno de los guardas echará un vistazo para descubrirles y aniquilarles ¡Quiénes tan hábiles! Es prácticamente un muro vertical largo como una condena.
—¿Lo dudáis? Los Durigain, quién si no. Han escalado toda la noche y parte del día, y no les debe quedar mucho. Y si es cierta su fama, si alguno ha caído, no habrá gritado, seguro.
— Pues se han equivocado, pues acabo de reforzar la guardia en ese punto. Pero basta, toma tu recompensa y vete, tengo muchas cosas que hacer.
 
Cuando el Senescal se giró con la bolsa de monedas se topó con la mirada vacía del confidente, que se desplomó a sus pies con el cuello rajado de parte a parte. Tras él, un decidido bufón le observaba daga en mano.
 
—¿Pero qué...? - No pudo articular más palabras antes de que su filo le penetrase una y otra vez por las costuras del peto.
 
 
— Ya ha llegado a lo más alto. Miradlo, subido al último mástil.
— Balancea los brazos, como si quisiera volar
— ¡Se cree un pájaro!
— Un cuervo, jaja, un gallo ¡kikirikiiiiii!
 
 
Belzar los observaba desde arriba, con las ropas empapadas de la sangre de sus enemigos. Había comprendido enseguida que si no conseguía distraer a los centinelas, sus compatriotas no tendrían ninguna oportunidad. Y la mejor manera de hacerlo era la que tan bien conocía. ¿Acaso no era un bufón...?, pues les haría reír hasta morir.
 
Observó el cielo abierto, azul sin nubes. Abajo, como hormigas, se arremolinaban sus odiados captores, con sus bocas abiertas en sádicas muecas. También podía contemplar los primeros Briazar, a apenas unos metros de conseguir alcanzar la muralla, y con ella, la ansiada victoria. Sólo necesitaban unos segundos más de distracción. Sólo un poco más.
 
Recordó las palabras de su padre ‘Pese a lo que luego digan los poetas, las batallas no las ganan los grandes héroes, ni los emplumados generales. Las batallas las ganan los invisibles, los insignificantes, los olvidados que tienen el valor de luchar, de no retroceder’
 
Elevó sus brazos y saltó al espacio infinito.
 
Dicen que mientras caía se le oía susurrar:
 
— Mira, Padre, lo conseguí, soy un águila...

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Tormenta
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Poblador desde: 03/08/2009
Puntos: 89

Un relato  redondo. Me ha dejado un buen sabor de boca, lo lei anoche y Belzar todavia continua haciendo cabriolas en mi cabeza :)

Un saludo.

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Victor Mancha
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 1798

Bienvenido, Nachob

Participas en la categoría de FANTASIA.

Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).

En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.

Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de FAQ´S y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.

¡Suerte!

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FAGLAND
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Poblador desde: 10/08/2009
Puntos: 1575

Un relato muy bueno, bien construido. el único pero que le pondría es la falta de elemento fantástico. Aun así, felicidades.

 

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FAGLAND
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Poblador desde: 10/08/2009
Puntos: 1575

Un relato muy bueno, bien construido. el único pero que le pondría es la falta de elemento fantástico. Aun así, felicidades.

 

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Nachob
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2197

Muchas gracias Fagland por tu comentario. Me alegro que te haya gustado, aunque hubieses preferido mayor elemento mágico en la historia.

Yo he optado por ir anotando mis comentarios a medida que leo relatos, para subirlos cuando acabe el certamen. No me siento comodo personalmente haciéndolo antes, aunque valoro realmente a quien toma dicha opción.  

Suerte con tu relato

 

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Aun con algunas erratas, un relato redondo, compañero. Me ha gustado mucho cómo engarzas los elementos del trasfondo y el escenario con la propia historia: muy bien llevado. Al final, me has emocionado. Muy buen trabajo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Nachob
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2197

Si no pusiera erratas no sería yo, la verdad ¡Me salen tan naturales!

Gracias por tu comentario. Soy ante todo contador de historias, y tratar de meter tanto y que quede coherente resulta a veces harto díficil. La verdad es que a veces me parece que darían para una novela (corta).

Y tu me has emocionado al emocionarte, porque esa era mi intención. Conseguir transmitir un poquito ese halo trágico que tiene la épica. Curiosamente, me resulta más complicado que la simple sorpresa o la repulsión ante lo desagradable o infame (aunque menos que el humor o el puro terror).

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Norma Bates
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Poblador desde: 22/07/2009
Puntos: 30

 Un personaje muy bien construido, con sus luces y sus sombras. Felicidades por tu relato. 

Norma

 La hora más oscura es la que precede al amanecer. 

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Gilles de Blaise
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 272

Trágico y sencillo.

Lástima de los errores ortográficos y algunos detalles poco pulidos. Los primeros me han chocado bastante y desmerecen un poco el texto.

Enhorabuena, no obstante.

La mentira puede recorrer el mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.

http://historiasdeiramar.blogspot.com/

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