Arqueóloga

Imagen de Magnus Dagon

El teniente de la Gran Fuerza Humana se levantó de su asiento y miró al horizonte azul y tranquilo que se recortaba desde las ventanas blindadas de su despacho.

 

Por un momento, un vago momento, se permitió el lujo de reflexionar sobre su situación personal, más que privilegiada, concluyó. No sólo era teniente de uno de los ejércitos más poderosos y respetados del Cosmos, había sido destinado, además, al hermoso planeta de Rihyel, de clima suave, agradable, no sólo respirable y habitable, también apacible, la clase de lugar en el que todo ser humano desearía vivir, paradisíaco, perfecto diría él. Sin tormentas solares, eclipses tenebrosos ni vientos huracanados asesinos.

Es por eso que seguía sin comprender qué era lo que podía motivar a su conferenciante a realizar un viaje a un lugar tan repugnante, poco interesante y olvidado como era la Tierra.

Miró a la enorme pantalla frontal, que en cuanto se activara cubriría aquella plácida vista e irritaría aún más al teniente, ya notablemente frustrado por aquella incómoda teleconferencia. Aún no daba señales de funcionamiento, pero no tardaría en hacerlo. Así son los evos, pensó. Pretenden saberlo todo de todas las razas, pero al final resulta que no saben nada de ninguna, ni siquiera de la suya propia.

Aquella evo, de hecho, era peculiar. Susan Spector, se llamaba. Xenoarqueóloga experta en el planeta Tierra. A ella le gustaba llamarse arqueóloga a secas, un término que estaba ya el pleno desuso en los tiempos que corrían. Pero era competente, prestigiosa e influyente, puede que a su propio pesar. Y eso había hecho que aquella entrevista pasara a ser casi un asunto diplomático entre los humanos y los evos.

Un asunto diplomático que no le agradaba en absoluto. No por la posibilidad de un incidente, sino por tener que dialogar con aquellos con los que en el pasado sólo intercambiaba disparos, algo que, en su opinión, siempre debió haber sido así. Las treguas son sólo un símbolo de debilidad, y la de la guerra evohumana no fue muy distinta en ese sentido.

La pantalla se encendió, y apareció un holograma de una mujer en pantalla. A simple vista parecía bastante normal, salvo por esas estúpidas y arcaicas ropas que, al parecer, habían sido la vestimenta habitual del siglo veinte en la Tierra.

—Buenas tardes, teniente. Celebro al fin conocerle.

—Lo mismo digo, señorita Spector —dijo el teniente sin parpadear, con las manos a la espalda y tieso como un palo—. Aunque me gustaría saber a qué se debe que no cuente con su presencia en mi despacho en persona, máxime teniendo en cuenta la importancia del asunto que debemos tratar.

—Espero que pueda disculpar mi falta de protocolo en ese sentido, pero aún no he cambiado del todo desde mis recientes excavaciones en Mormant, donde el extremo calor y la proliferación de ríos de lava me obligaron a tomar un aspecto radicalmente distinto del que tengo ahora.

El teniente expulsó aire por las fosas nasales como si fuera un toro en presencia de un pañuelo rojo. Siempre había recelado de ese fascinante y peligroso poder de los evos consistente en, por medio de un sueño autoinducido, provocar ligeros cambios evolutivos que, con el paso del tiempo y la paciencia, podían dar lugar a auténticas pesadillas en términos visuales y estratégicos, aparte de asustar hasta la médula a sus hombres ante la impresión de bien podían estar enfrentándose a cualquier cosa en el transcurso de la guerra evohumana.

—¿Cuál es el problema? La veo bastante humana, diría yo.

Demasiado, pensó para sus adentros.

—El problema, teniente, es que en estos momentos estoy aún adaptada a una atmósfera eminentemente nitrogenada, por lo que en cuanto respirara el limpio y puro aire de Rihyel tardaría menos de un minuto en asfixiarme sin remedio.

Al menos saben poner buenas excusas, argumentó el teniente en su cabeza.

—Bien, son muchas mis obligaciones administrativas en este puesto, por lo que vayamos inmediatamente al grano. Tengo entendido que tiene interés en realizar excavaciones arqueológicas en la Tierra. ¿Cuál es el fin de las mismas?

—Si ha leído el informe preliminar que le envié digitalmente, habrá visto que soy una experta en lo relativo a la cultura y costumbres del siglo veinte terrestre y posteriores. De esa época datan algunos de los momentos más fascinantes de la historia de su mundo, teniente —dijo con calma, y el militar pudo ver la fascinación brillar en los ojos de su interlocutora—. Imagínese, teniente, una época en la que el ser humano apenas había pisado mundos ajenos al suyo propio, y ya no hablemos de salir de su sistema planetario de origen. Una era de la que apenas nada sabemos y que permanece enclaustrada en el misterio más absoluto, con maravillas increíbles esperando a ser descubiertas por todos sus continentes.

—Sí —interrumpió el teniente de repente—, algo he leído acerca de eso, usted en concreto parece buscar… monumentos.

—Más que monumentos, créame. Huellas fascinantes del pasado de los suyos, de su tremenda fuerza de voluntad y su capacidad de progresar incluso en las más terribles adversidades.

—Imagino que estará al tanto de que la Tierra está en la más absoluta decadencia, tanta que no interesa ni como destino turístico, y menos como emplazamiento para cuarteles de la Gran Fuerza Humana. Que es un mundo poco menos que en ruinas.

—Eso mismo es lo que busco, teniente. Ruinas, y lo que puedan contarme.

—Pero será consciente de que no sólo se trata sólo de que vaya a la periferia de la civilización conocida. Carecerá de las más básicas comodidades en ese planeta perdido y abandonado. Allí no hay vehículos deslizantes, y todavía persisten algunos de esos arcaicos aparatos llamados coches. Muchos edificios son de una horrenda variante de la piedra llamada hormigón, y algunos están fabricados con un tosco material anaranjado conocido como ladrillo. No dispondrá de microclimas artificiales en ningún lugar, y tendrá en ocasiones problemas idiomáticos, pues los habitantes de la Tierra están tan anclados en el pasado que muchos hablan distintos idiomas según la región del planeta que decida visitar. Olvídese de los teleascensores y los biofotones, y muchos otros lujos de nuestra civilización.

—No se preocupe, teniente. Sabré… adaptarme —dijo de manera pausada.

—Sin embargo, tenemos condiciones.

—Le escucho.

—Viajará acompañada de uno de los nuestros. Aún no hemos realizado una asignación, pero será un soldado de la Gran Fuerza Humana que consideremos cualificado. Irá con usted a todas partes, y será, en cierto modo, nuestros ojos y nuestro embajador allá en la Tierra.

—Me parece bien. Considero lógico que deseen comprobar que mis intenciones son las que en efecto he proclamado. Trato hecho.

—¿A qué se refiere?

—Es una vieja expresión terrestre. Quiero decir que acepto sus condiciones.

—Muy bien. Recibirá en breve confirmación de permiso para visitar la Tierra. Supongo que deberá embarcarse en el Leneder-5, es el único crucero que recuerdo que suele patrullar ese sector a menudo.

—Perfecto, teniente. Gracias por todo.

La comunicación se cortó y el teniente volvió a quedarse solo frente al idílico paisaje azulado que le mostraba una vegetación como no había visto antes en ningún otro planeta, y dudaba que viera jamás.

Su mente, sin embargo, divagaba en tinieblas. Spector tenía fama de ser una intelectual que metía las narices en más de lo que podía abarcar, y no esperaba que aquella vez fuera distinta. Abrió una nueva línea de comunicación y tuvo ante sí a un operario de la división de telecomunicaciones.

—A sus órdenes, mi teniente —dijo en cuanto se activó la interfaz.

—Quiero que confirme si la evo 176349, nombre humano Susan Spector, ha estado consultando las bases de datos de alguna de nuestras bibliotecas de planetas cercanos a Mormant.

—Esa acción supondría una violación de los códigos de privacidad acordados con los evos, señor.

—Protocolo de emergencia, situación especial por considerarse una acción preventiva de la seguridad de la raza humana, cabo. Tiene permiso para continuar.

Al cabo de unos pocos minutos, el teniente recibió la respuesta que estaba esperando escuchar.

—En efecto señor, Susan Spector estuvo consultando archivos en los emplazamientos cercanos de Nogad y Sungam.

—¿Contenido de la búsqueda, cabo?

—Arqueología terrestre, señor.

—Sea más concreto, por favor.

—Al parecer estuvo buscando datos relativos a un monumento legendario conocido como las Torres Gemelas, señor.

El teniente calló por un instante. Pareció sumirse en oscuros pensamientos.

—¿Señor?

—Eso es todo, soldado. Ya no le necesito.

—A sus órdenes, señor.

Las Torres Gemelas… no era mucho lo que el teniente sabía acerca de aquella leyenda, sólo lo que le habían enseñado de pequeño y poco más. Que fueron derrumbadas, y con ellas terminó para siempre un episodio de la historia de la Humanidad. ¿Los motivos? No se sabían con seguridad. Una guerra, tal vez un accidente. Pero debió ser algo espectacular, ya que numerosas crónicas de la época hacían referencia, aunque fuera indirectamente, a tal acontecimiento.

En todo caso, seguro que hubo motivos políticos. Tal vez religiosos. Y aquella mujer —no, aquella criatura, pensó— iba a resucitar todo aquello sólo para su gloria personal.

Bien, no podría impedir su entrada en la Tierra, pero había otras maneras de dificultar su misión. Su acompañante, por ejemplo. Elegiría a un sujeto cuyo odio a los evos estuviera más allá de toda duda, alguien que informaría en todo momento, movido por una desconfianza innata e instintiva. De ese modo, no tardaría en encontrar una excusa para expulsarla sin más dilación del planeta.

Claro que siempre podían ocurrir imprevistos. Un accidente, un disparo preventivo. Y en ese caso nadie podría culpar al soldado de lo sucedido. Creí ver una actitud sospechosa, un gesto intimidatorio y amenazador. Sería absuelto, sin dudas.

Al fin y al cabo, la ventaja de los planetas como la Tierra es que resultaban ser tan arcaicos como peligrosos e incivilizados.

 

Continúa en Los Siete Secretos del Mundo Olvidado. Más información en:
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Mauro Alexis
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   Buena trama, está vinculada con Cazadora. Parece que pertenece a un entretejido de dimensiones superiores.

   Ma agrada la manera en que enlazas la narración con el guión.

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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Raelana
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Este lo he pillado un poco más, aunque como la trama se me escapa sólo puedo decir que está bien, crea interés y el personaje que presentas parece muy interesante.

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