Carla

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Una historia sobre una niña, un monstruo y una madre.

Esta mañana he encontrado más pastillas en el cuarto de baño. Creo que Carla ha estado acumulándolas poco a poco. Y eso sólo puede significar una cosa. Se ha rendido. No aguanta más. Esta situación la ha superado y quiere dejarlo, aunque sea por la puerta falsa. Aunque en el fondo la entiendo (ella tan dulce, tan ingenua y encantadora, en manos de un degenerado como Juan), no puedo permitírselo. No es la solución. No sé cuál puede ser pero, desde luego, no es ésa.

Ayer le dejé una nota sobre el aparador. Nunca consigo coincidir con ella, me evita, y eso hace difícil la comunicación. Me gustaría poder hablar con ella, animarla. Explicarle que las cosas son como son y no se puede hacer nada. Que incluso a veces es peor el remedio que la enfermedad. Así que escribí una carta y la puse donde pudiera encontrarla. Quería que supiera que no estaba sola, y que siempre nos tendría a todos a su lado. Que soy su madre, que la quiero y que nunca la abandonaría, pasara lo que pasara. Pero cuando regresé, el papel estaba arrugado y tirado en la papelera. Tenía marcas de sangre, así que imagino que Juan la encontró primero, y que por tanto no le ha llegado a ella. Seguro que se enojó mucho al leerla. Animal. Por su culpa estamos como estamos. Está haciendo de nuestra vida un infierno. Si al menos tuviera un poco de cabeza, se refrenase un poquito de vez en cuando. Pero él no. Él es todo pasión, puro instinto. Lo que piensa hace. Lo que desea lo toma. No se sujeta a ninguna norma ni humana ni divina. Es cruel, y hace daño por diversión, sin importarle los sentimientos ni las consecuencias. Y eso está acabando con Carla. La está destruyendo por dentro y por fuera. Como si fuera una muñeca rota.

Antonio me ha contado que ayer tuvo que sujetar a Carla para que no acudiera a la policía. Que ya estaba en la puerta de la comisaría cuando se la encontró, y prácticamente tuvo que arrastrarla para impedir que entrara. Dice que luego se pasó toda la noche llorando, sin que pudiera consolarla. Que a mí no quiere ni verme. Cree que todo es culpa mía, que debería hacer algo y no adoptar una actitud tan pasiva y condescendiente con él. No comprende. No comprende, y yo no sé como hacérselo entender.

Somos una familia. Para bien o para mal, lo somos. E igual que no puedes deshacerte de un brazo porque no te gusta lo que ha hecho, no puedo entregar a Juan. No puedo. Discuto con él y trato de mantenerle quieto y sosegado, pero es imposible estar constantemente encima de él y en ocasiones se me escabulle. Ahora pienso que, a lo mejor si la primera vez, cuando sólo fue una chiquillada, hubiésemos pedido ayuda, la cosa no se habría desmandado tanto. Pero ahora ya es tarde. Lo recluirían, y eso no lo podría soportar. Me moriría viéndole languidecer encerrado como un perro. No sé cómo lo llevarían los demás, pero yo creo que enloquecería de dolor si ese estigma cayera sobre nosotros. No, no puedo permitirlo. Es mi obligación cuidarlos y protegerlos a todos por igual. No puedo hacer distinciones. No puedo.

Me he deshecho de las pastillas y le he pedido a los demás que estén muy atentos, que les vigilen a ambos. Todos comprenden la gravedad de lo que está pasando, y, con sus matices, están de acuerdo en que hay que controlar tanto a Juan como a Carla. Aunque reconozco que a él es más difícil, porque es fuerte, muy fuerte. Casi el más fuerte de todos. Y, cuando quiere, muy convincente. No puedo negar que tanta energía, tanta vitalidad, resulta atractiva. Es como una montaña rusa, llena de emociones. Les fascina y le temen a partes iguales. Creo que, en su interior, sienten envidia y desearían ser tan libres y licenciosos como él.

Ella les preocupa menos; en el fondo consideran que es débil y pusilánime, y que sus buenas intenciones únicamente nos pueden acarrear problemas. Es como si la perversa influencia de Juan se fuera imponiendo poco a poco en nuestras mentes, arrastrándonos a su iniquidad. Por eso es tan importante para nuestro pequeño grupo el equilibrio que supone la bondad de Carla. La necesitamos para que no nos consuma el odio y la depravación. Porque una familia es lo que son sus miembros. Sólo si estamos unidos podremos salir adelante.

 

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Juan está fuera de control. Ayer salió de nuevo, y ha regresado con el cuerpo deshecho de un niño. Lo había reventado a golpes. Todos están muy asustados, creen que van a venir a detenernos y que nos echaran la culpa por no haberlo evitado cuando pudimos. Quieren que haga algo, y pronto. He notado cómo Carla me observaba con los ojos llenos de ira y rencor. No me lo perdonará nunca. No nos lo perdonará a ninguno. Es tan difícil que entienda...

Yo les he tratado de tranquilizar y me he ocupado de esconder el cadáver y eliminar las huellas. Lo he limpiado todo a conciencia, y creo no ha quedado ningún cabo suelto. Luego me he sentado a recapacitar. Le he dado muchas vueltas y no veo otra salida posible. Le mantendré encerrado día y noche, y le supervisaré con cuidado. Jamás le volveré a permitir salir, aunque sus gritos y suplicas me desgarren el corazón. Ha traspasado la línea, y debe ser mantenido a raya, prisionero en su propio hogar. Será difícil, pero no volveré a bajar la guardia. Por el bien de todos.

 

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Me he despertado sobre un gran charco de sangre. Lo primero que he pensado es que Juan había logrado escapar y que había traído consigo otra víctima inocente. Pero no, a pesar de que me he quedado dormida, él no se ha movido de su escondrijo. Sigue allí, rumiando su maldad. Así que me he puesto a buscar la explicación para semejante desbarajuste. Y entonces, como una revelación, he recordado la triste mirada de Carla la última vez que la vi. Tras su odio, había también sufrimiento y desconsuelo. Sobrecogida, no tardo en comprobar que, efectivamente, la chiquilla ha aprovechado mi estado de inconsciencia para hacer una barbaridad. Ha cogido una cuchilla de afeitar, y se ha seccionado las venas casi hasta el hueso. Pobre. Lo que le ha debido doler. Seguro que ha chillado, y por eso he podido recuperar el conocimiento. Aunque creo que no voy a poder hacer nada. El corte es muy profundo, y no consigo cortar la hemorragia. Sigue manchándolo todo, y me empiezo a marear. No puedo evitar que una lágrima resbale por mi mejilla. Sé cual es mi obligación. Debo mantenernos unidos.

Pobre niña, se ha debido ver totalmente desesperada para tomar una decisión tan dura. Sigue llorando asustada, pero intuye que de algún modo ha conseguido lo que quería. También escucho a Antonio y Dulce lamentándose. Juan en cambio está furioso y ruge de impotencia. No quiere morir. Ninguno queremos. Pero saben que somos una familia. Lo que hacemos, lo hacemos juntos.

 

FIN

 

 

Este relato forma parte de un experimento formal que hice hace un par de años, donde una historia en principio similar tenía sin embargo resoluciones totalmente distintas.

Los otros dos podéis leerlos en:

http://www.aullidos.com/leermensaje.asp?id_Mensaje=226747&id_Foro=6

http://www.sedice.com/portada/index.php?q=node/3013

 

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Félix Royo
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Muy crudo, me gusta mucho la frialdad que lanza el texto con la puntuación más la narradora y, con ello, el contrapunto que hace la trama, con lo que la sensación es de atracción y repulsión a la vez, un vibrato sostenuto que remarca muy bien la tensión que carga el relato.

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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Siltriz
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Excelente e intricado relato.

Silvia Beatriz

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Léolo
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Un relato descarnado y sin concesiones. No obstante, creo que eres un narrador nato, y en este caso la corta extensión pasa factura. Un buen relato de cualquier forma.

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Mauro Alexis
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   Un lindo relato Nachob, no termino de comprender bien los pormenores de la trama, pero la info que aportas creo que es lo suficientemente aclaratoria al respecto de esta.

   Saludos.

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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PedroEscudero
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Pues experimento bien conseguido. Una historia bien contada con un estilo que encaja a la perfección con ella. Yo que tú insistiría y no dejaría este camino. Muy bueno.

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