El viaje a ninguna parte

Imagen de Kaplan

John Hillcoat realiza una notable adaptación de La Carretera, la dura e inolvidable novela de Cormac McCarthy

 

Leer a Cormac McCarthy es quizás una de los más importantes acontecimientos que pueda proporcionar la literatura contemporánea. Su capacidad evocadora logra llegar a las entrañas del lector y agarrarlas con fuerza. La fuerza de sus descripciones y su profundo conocimiento de la naturaleza humana hacen que esta experiencia tenga siempre una intensidad incomparable. Las novelas de McCarthy transcurren en parajes americanos desolados, en la frontera entre la realidad y el delirio, en los que Dios no se atreve a adentrarse. Sus historias, de reminiscencias faulknerianas, surgen al cruzarse personas hijas de la Gran Nada, como Adán y Eva tras ser expulsados del Edén, y suelen narrar peregrinajes entre la arena del desierto y los rastrojos de sus corazones. Sin nada que perder ni que ganar, los protagonistas, perdidos en la arbitrariedad del mundo que les castiga, son capaces de las mayores crueldades, pero también de las más tiernas virtudes. McCarthy encoge el corazón, pero sus novelas crecen en el interior del lector una vez leídas como ocurre con las experiencias vitales realmente significativas.

A la hora de trasladar sus novelas al cine, es preciso comprender de antemano que será imposible reflejar la fuerza de sus palabras, por lo que habrá que intentar plasmar sólo su esencia argumental. En No es país para viejos, los Coen optaron por una estética áspera, sorda y antipática, resumida en el mal aleatorio que representa el Anton Chigurh de Javier Bardem. John Hillcoat, en cambio, ha abordado su adaptación de La Carretera a partir del vacío.

La Carretera empieza donde acaban las películas de catástrofes. El mundo ha muerto. Por entre sus restos ardientes se arrastran los últimos seres humanos, asustados, egoístas, reducidos a la mínima expresión moral. Dos de ellos, padre e hijo, soberbiamente interpretados por Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, recorren el Este de los Estados Unidos huyendo del frío y de caníbales desesperados, mientras el padre intenta enseñar a su hijo todo aquello que fue bueno tiempo atrás y todo lo necesario para sobrevivir un día más. Es esta idea -esa pequeña muestra de amor en un planeta vacío que es sólo ceniza- la que vertebra toda la película, rodada con un respeto absoluto por el material que adapta, si bien ha tenido que limar algunos de los aspectos más desagradables que aparecían en la novela.

Como en otras obras de McCarthy como Meridiano de Sangre o La Oscuridad Exterior, se identifica el viaje con el recorrido vital. Los encuentros de los protagonistas con otros supervivientes son oasis de significado en un mundo que ha dejado de tenerlo, retratos deformados y amplificados de lo que antes fue cotidiano, que confieren personalidad plena a aquéllos1. A pesar de la radicalidad de los hechos que narra, tanto McCarthy como Hillcoat los construyen siempre desde la sutileza. Cada personaje tiene su razón de ser y nunca son estereotipados. Aunque a primera vista parezca lo contrario, no hay buenos o malos sin más, sino que todos se guían por el brutal darwinismo que dictan las circunstancias: son animales asustados y desesperados que se esfuerzan por sobrevivir como mejor saben.

Además de las ya mencionadas y sobresalientes actuaciones de la pareja protagonista y la corrección de Hillcoat en la dirección, cabe destacar el trabajo de los secundarios (Charlize Theron, el gran Robert Duvall o Guy Pearce), con apariciones breves, pero llenas de emotividad, la estremecedora fotografía del español Javier Aguirresarobe o la delicada música de Nick Cave y Warren Ellis (aunque quizás habría sido más acertado no incluir banda sonora alguna).

Como la novela, ver La Carretera no es algo agradable. De hecho, durante gran parte del metraje se siente el corazón encogido ante tanta desolación. Pero también se descubre el espectador lleno de alegría con cada pequeño destello de esperanza, con cada sonrisa entre padre e hijo. Y entonces cae en la cuenta de que el viaje emprendido por esa desdichada pareja es también el suyo propio.

 

 

1. SPOILER: Es especialmente característica de este hecho la escena en la que un hombre roba todas sus pertenencias a los protagonistas aprovechando que el hijo duerme y el padre ha salido a explorar. Tras perseguirle en una carrera de gran patetismo, el padre obliga al desesperado ladrón no sólo a devolverle todo lo que les había robado, sino también sus propios andrajos, dejándole así expuesto a una muerte segura. Tras abandonar al ladrón a su suerte, desnudo y llorando, el padre intenta explicar a su hijo que lo ha hecho por una buena razón y que, en un mundo tan cruel, no valen los buenos deseos, pero el hijo le recuerda que, a pesar de todo lo que ocurra, ellos deben ser los portadores de la razón y la bondad, tal y como el propio padre le había enseñado tiempo atrás. Finalmente, vuelven sobre sus pasos para devolverle su ropa, pero el ladrón ya no está.

 

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