La muerte imita al arte

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Un relato de xulio_eston

El sudor que me inunda el rostro y empaña los ojos no hace más que otorgar al escenario que me rodea una atmósfera aún más irreal de lo que ya es de por sí. Siento en las sienes el latido de mi corazón, que parece machacar mi cerebro como un mazo devastador. Observo alrededor y solo veo la sangre y los miembros seccionados. Sé que las fuerzas ya me han abandonado, pero tengo que hacer un último esfuerzo para completar mi obra.

***

Dos semanas atrás había descubierto, curioseando en Internet, al escultor que cambiaría mi forma de ver el arte. Su nombre es Gunther von Hagens. Para el que no esté familiarizado con la obra de este virtuoso, explicaré que ha dedicado gran parte de su vida a idear un modo de mantener cadáveres humanos en perfectas condiciones para, posteriormente, manipularlos hasta alcanzar un efecto visual que solo he acertado a describir como sobrecogedor. Esto lo consigue, según leí en un artículo, utilizando un método que han denominado “plastinado”, y que consiste principalmente en someter el cuerpo del difunto a un proceso que consta de cuatro pasos básicos: fijación, deshidratación, impregnación forzada y curado. No puedo explicar en qué radican tales pasos más allá de lo que de por sí evidencian estas palabras.

Tendrían que admirar el gran impacto visual de las que son mis obras favoritas de entre todas las que ha expuesto: en una de ellas un hombre desollado sostiene en su mano derecha su propia piel. ¡Es sencillamente magnífica! El poder de esta imagen me atrapó por completo de forma instantánea. En la otra, una mujer embarazada de ocho meses muestra al descubierto el feto que porta. Puedo garantizar que sublime es un adjetivo que no le hace justicia.

Nunca me he considerado un experto en ninguna clase de arte, pero la belleza de mi descubrimiento me llevó a indagar, durante la siguiente semana, hasta descubrir métodos para realizar creaciones similares de forma más “rudimentaria”, si se me permite la expresión. No se equivoquen, no me considero un loco ni un visionario. No soy la clase de persona que lucubra actividades sórdidas o morbosas para suplir las carencias de su propia alma. Puedo ser algo apático y soñador, no lo negaré, pero si me conociesen admitirían que están ante una persona perfectamente cuerda. Tampoco creo ser un vulgar imitador. Digamos que los logros de von Hagens me inspiraron, me guiaron en mi propio camino hacia una idea innovadora de maestría propia que superaría la del genio alemán. O eso creí en aquel momento. Quizás ahora he descubierto de golpe mis limitaciones, pero ya no hay marcha atrás. Supongo que todo artista visualiza en la imaginación su obra de forma totalmente idealizada, y cuando por fin la ha completado descubre que dista enormemente de aquella grandiosa imagen que su cerebro forjó.

Gracias a Internet, no fue difícil descubrir métodos de embalsamamiento que podía llevar a cabo en la intimidad de mi propio sótano. Tengo la suerte de no haber formado nunca una familia, lo cual me ha librado de tener que dar insulsas explicaciones acerca del uso que le iba a conceder a todos los productos que fui acumulando durante los tres días posteriores. Lo más complicado fue hacerme con cantidad suficiente de una sustancia denominada complucad aeternum; un preparado químico infalible para conservar cadáveres en perfecto estado, e indefinidamente. Pero lo conseguí, ya que todo se vuelve mucho más simple cuando dispones de una cantidad de dinero generosa para invertir. Infinitamente más sencillo fue agenciarme las anestesias, que adquirí con el fin de que mi cometido se llevase a cabo con el menor daño posible. Ya he dicho que no estoy loco, y el dolor no es algo que me entusiasme o satisfaga en modo alguno. Esto es algo que tuve claro desde que la idea comenzó a tomar su forma definitiva.

Ahora me doy cuenta de cuán descuidado fui, cuantos cabos he dejado sueltos, mostrando con claridad que soy un burdo novicio en estas tareas, y que mi ingenio es altamente limitado. Pero no pienso desistir. A lo largo de mi vida jamás he dejado nada a medias. Por muy difícil o absurda que fuese la meta que me hubiese auto impuesto, con mayor o menor fortuna, siempre he logrado mis objetivos. Cuando esta mañana decidí que sería el día perfecto debí pensarlo todo con más detenimiento, pero me traicionó mi propio entusiasmo y me dejé llevar por el momento, olvidando muchos factores importantes que habrían de determinar la resolución de mi cometido.

Tras mi habitual aseo me brindé un copioso y nutritivo desayuno. Iba a necesitar toda la energía posible. A media mañana saqué a Morella, mi pastor alemán, a dar su paseo matinal. Tras mi regreso me dispuse a llamar, según lo planeado, a la prostituta que habitualmente contrataba para satisfacer mis necesidades masculinas. Ya he aclarado anteriormente que no tengo familia, aunque he de reconocer que, como hombre de costumbres que soy, me gusta estar siempre con la misma mujer, aunque implique que tenga que pagar por ello.

La muchacha llegó casi a mediodía. Para entonces ya tenía todo dispuesto en el sótano y me había sobrado tiempo para tomar un almuerzo ligero. En esto no he sido descuidado, sabía lo importante que iba a ser mantener las fuerzas. Ella estuvo especialmente aplicada cuando la llevé al dormitorio para que justificase su sueldo. Mucho mejor, ya que esta sería la última vez.

***

Ahora me limpio el sudor de la cara y vuelvo a echar un vistazo. Las piernas están metidas en el cubo que había dispuesto con antelación. A mi lado veo el brazo, todavía chorreando sangre, pero no me siento capaz de realizar el torniquete que he aplicado en los otros miembros. El cadáver de Morella está en medio de la estancia, y compruebo que mi puta predilecta se ha desmayado, seguramente al poco rato de amordazarla y empezar. Siento unas náuseas que jamás creí que se podrían experimentar, y cuando el vómito llega no puedo más que liberarlo en una arcada salvaje que me deja el esófago ardiendo. Los vértigos no me permiten pensar con claridad. Creo que no voy a poder conseguirlo. Tanto trabajo, tanta investigación y minuciosidad, para acabar vencido por mis propias limitaciones físicas. El llanto se ha hecho presa de mí y no puedo detenerlo. Descubro que tengo miedo, y la visión de mi perra muerta, sin las patas, aguardando en medio del sótano a que la una en macabro colage con las otras extremidades cortadas, me provoca un dolor indescriptible. Las emociones y sentimientos humanos afloran en el momento más inoportuno. Intento sosegarme, recuperar el equilibrio, pero ya es demasiado tarde. He consumido toda la anestesia y no ha sido suficiente. Creo que he calculado mal las cantidades.

La chica no se despierta, a pesar de que he empezado a proferir alaridos. Al fin y al cabo, no ha sido la testigo ejemplar que necesitaba para dar fe de mi grandiosa, e inconclusa, obra. Ahora también siento lástima por ella y por mí mismo, que jamás podré volver a gozar de esta mujer que tantas noches de placer me ofreció a cambio, tan solo, de mi miserable dinero.

Consigo, con esfuerzo sobrehumano, alcanzar un estado cercano a la tranquilidad. Lo necesito. Comienzo a darme cuenta de que tal vez no esté totalmente en mis cabales, y desde luego, toda la cordura de la que me he jactado desaparecerá desde hoy y para siempre.

Finalmente tomo una decisión drástica en un último alarde de juicio. Compruebo que el ácido de batería continúa encima de la mesa. No creí que llegase a necesitarlo más que para deshacer aquello que no me sirviese, y por eso cometí otra imprudencia al dejarlo en ese lugar tan alejado de mi improvisado escenario. No importa, creo que todavía puedo remediarlo, ahora que los vértigos han remitido y no tengo nada en el estómago que pueda provocarme más náuseas. Por última vez observo a Morella y a la chica; los dos seres a los que más he apreciado en mi vida y a los que más daño he causado. Empapado nuevamente en lágrimas, y despojado de todo mi afán de gloria, comienzo a arrastrarme con el único miembro que no me he amputado.

Mi obra maestra ya no verá la luz, pero me juro a mí mismo que conseguiré llegar hasta el ácido para no acabar convertido en el material de la nueva escultura de Gunther von Hagens.

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Patapalo
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Tengo la impresión, casi la certeza, de haber leído ya este relato en algún libro, pero no recuerdo dónde (al principio, creía que fue en Paura, pero lo he comprobado y no es el caso).

Es una historia estremecedora, que por lo que veo está inspirada en el trabajo de un artista real (del cual he visto en persona una obra, la del caballo). Me ha resultado impactante el final, y muy bien llevado el personaje central. Creo que transmite mucho.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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xulio_eston
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Pues no está en ninguna antología. Lo incluí en un libro que había subido a Bubok, pero lo retiré al poco tiempo. Quizás llegase hasta tus manos, porque se vendieron algunos ejemplares en papel y algún otro en descarga. Pero sería una vuelta impresionante, porque esto fue hace más de un año.

La primera versión que hice estuvo unos días colgado en tusrelatos.com, y dio lugar a una polémica bastante absurda. Tal vez lo leyeras por entonces.

En todo caso, gracias por tus comentarios.

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Nachob
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Un relato realmente espeluznante, con un buen giro final, aunque no me queda claro el papel de la prostituta y del perro. SPOILER, NO LEER ANTES DEL RELATO Si formaban parte de la obra de arte ¿cÓmo es que no empieza con ellos?.

Un relato muy conseguido, con una buena prospección psicológica del protagonista.

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