La vida antes de marzo

Imagen de Óscar Bribián

Reseña de la obra de Manuel Gutiérrez Aragón publicada por Anagrama

 

Dos personajes, Martín, el de la voz ronca, y Ángel, cara de bronce, se encuentran en el mismo vagón de un moderno tren de alta velocidad que no tiene cabecera ni estación terminal, el cual recorre sin detenerse jamás el itinerario Bagdad-Lisboa y viceversa. Los pasajeros embarcan y desembarcan en trenes satélite que acompañan al enorme ferrocarril y adaptan su velocidad al vehículo principal. Es el año 2024. Un panorama de ciencia ficción poco convencional. Durante la travesía ambos personajes charlarán y congeniarán hasta tal punto que llegan a confesar las oscuras intimidades de sus vidas. Son conversaciones acompañadas de los vinos de las regiones por las que transcurren a medida que pasan las horas, y por una pareja de extraños policías futuristas que requieren a uno de ellos, aunque deciden ser oyentes hasta que el tren pase por el punto donde deben desembarcar.

El comienzo de la novela es prometedor: el autor describe someramente el paisaje que rodea al ferrocarril, las circunstancias excepcionales del vehículo y la actitud de los pasajeros. A medida que el lector avanza por las páginas del libro, los personajes cobran vida, y gracias a las conversaciones el viaje pasa de ser geográfico a memorístico, un viaje a pasados difíciles, en los días anteriores a un fatídico mes de marzo en Madrid, que todos conocemos.

Martín narra su infancia rural en una familia asturiana. Su padre, un veterinario muy reputado en la región, tiene una amante y un hijo que desequilibraran la estabilidad familiar. En este punto son interesantes algunas anécdotas rurales y los encuentros furtivos que tiene Martín con una joven magrebí de la que se enamora locamente.

Ángel, en cambio, vive en otro pueblo asturiano. Su madre decide largarse de casa, harta de los escarceos de su marido. Ángel la acompaña a Fuenlabrada, donde les golpeará la dureza de una vida sin un trabajo digno ni Seguridad Social. Allí las circunstancias harán que Ángel se integre en un grupo extremista, a la vez que se adentra en el mundo de la drogadicción y el tráfico de drogas. Paulatinamente el lector irá descubriendo las conexiones entre las historias y cómo el personaje de Ángel se esboza como el álter ego de Trashorras, el suministrador de la dinamita a los terroristas islámicos del 11M.

Manuel Gutiérrez Aragón, con multitud de licencias históricas y personajes ficticios en su mayoría, reconstruye un pasado trágico que podía haber tenido un final distinto de no ser por las casualidades. El autor intenta hilvanar una novela con múltiples caminos, que podría haber sido compleja, pero quizá su empeño en dotarla de cierto aire monologuista y bucólico-campestre, rompe la intriga. La descripción de las vidas pasadas de los personajes me parece bastante lograda, emplea buena prosa, sin muchos artificios y amena. Por sí solas constituyen historias con cierto poso que podrían desembocar en desenlaces propios. Pero no son historias independientes, sino todo lo contrario. Son dos monólogos, más que conversaciones realistas, y las conexiones entre ellos acaban siendo tantos y de tal forma a lo largo de la novela que resultan bastante forzados y eso es lo que la hace enflaquecer. Hay nexos demasiado postizos y se pierde con ello la credibilidad. Además, hay dos puntos que dañan a la ambientación de forma muy palpable e insistente, siempre cuando los personajes regresan a su realidad y dejan de lado los recuerdos: nunca entenderé qué hacen dos personas del ámbito rural, una de ellas mezclada con la peor ralea social, manteniendo una conversación cordial mientras beben y hablan sobre vinos como expertos catadores snob, lo que fomenta la inverosimilitud. Los personajes que describe el autor en su historia difícilmente son creíbles con esos modales, aunque hayan pasado dos décadas de los acontecimientos relatados. En cambio, son verosímiles cuando se relatan sus experiencias pasadas. Por otro lado, la pareja de policías que acompaña a los dos protagonistas, aunque el autor intente justificar su presencia, es increíblemente surrealista, tanto por su descripción como por sus intervenciones.

Cosas como esas son las que fomentan el entorno artificial cuando los personajes regresan al presente. En estos dos aspectos que laten durante toda la historia, y en el exceso de simpleza en relacionar las historias narradas, reside la debilidad de la novela. Por este motivo la obra culmina, pese al tema que trata y la naturaleza de los personajes, en un final muy frío. Será difícil que llegue al corazón del lector, aunque sea sin duda el máximo propósito de su autor. Pese a todo, en mi opinión, la novela puede ser leída para ser testigo de unas narraciones que, por sí solas y especialmente durante la primera mitad de la obra, sí me parecen acertadas.

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