Dios del sol (Tonatiuhteotl)

Imagen de Manuel Fernando Estévez Goytre

Reseña de la obra de Paqui Herráiz

 

Paqui Herráiz nos presenta una obra que conforma y supera con creces las exigencias de un lector ávido de unas emociones que no se suelen encontrar en otro tipo de novela, digamos, más al uso que la que nos ocupa. Un lector, me atrevería a afirmar, que atraído por lo sensible y lo correcto, intenta incesantemente recrearse con la justicia y el buen decoro que las páginas de este libro encierran y que, a buen seguro, devorará con impaciencia hasta llegar a su fin. La acción, si bien se inicia con una historia que tal vez podría resultar cotidiana e incluso costumbrista, en el momento que rompe con la introducción y se bifurca –a dos bandas, dedicando capítulos distintos a cada uno de los dos protagonistas-, da lugar a un universo paralelo muy estudiado, detallado y conseguido por la autora, barnizado de amplias y sugestivas dosis de realidad; un optimismo y una esperanza que se hacen patentes en cada una de sus páginas, rebosantes de vida y energía; y un afán de aventura y desventura que Paqui Herráiz regala con generosidad a sus lectores. A partir de ahí, la historia deja de ser cotidiana y costumbrista y comienza a tomar cuerpo por sí misma. Personalidad propia. Se trata, por tanto, de una novela de alta calidad, tanto literaria como histórica, a la altura de aquellas más leídas que todos conocemos, que toca temas que, si en algún momento pisan terrenos que podrían parecernos fantásticos, no lo son en su totalidad en la medida que los universos paralelos forman parte del estudio de los científicos más prestigiosos de la actualidad.

En cuanto a los personajes, la autora se muestra muy reflexiva con ellos y los dota de una independencia y un conocimiento que ellos mismos utilizan para salir airosos de ciertas situaciones, por complicadas que puedan parecernos, es decir, no los fuerza a través de descripciones y explicaciones aburridas e innecesarias para que actúen como cabría esperar de ellos después de presentarlos en escena, sino que son su forma de actuar y su carácter lo que hacen que intuyamos tal o cual acción por su parte. Lurdes es una chica que no recibe el cariño que toda persona necesita de sus padres, lo que hace intuir al lector que la valentía, envuelta en las especiales circunstancias que la trama exige, es una de sus virtudes más llamativas. Regenta una tienda de cosméticos que montó con el dinero de sus progenitores y tiene a su cargo a una joven que, aun siendo una espléndida profesional en la materia, no tiene mayor relevancia en la novela. Carlos, su tío escritor, le proporciona todo el afecto y el apego que sus padres le niegan y que, tras perder a su esposa, se quedó con las ganas de dar a unos hijos que nunca pudo tener. Antonio y Lupe son unos amigos mexicanos de Carlos que, si bien no tienen mayor protagonismo en la historia, ayudan con su presencia a pasar de la introducción al nudo con tanta desenvoltura y destreza que apenas se nota. Además, hay una serie de personajes históricos que aparecen en los momentos que la trama lo va pidiendo, como Moctezuma –cacique azteca-, Hernán Cortés, Francisco Hernández de Córdoba o fray Bartolomé de las Casas. Este último pone un contrapunto de humanidad en la novela, y la autora lo presenta como a una buena persona, frente al espíritu malévolo y perverso del resto de religiosos y soldados que van saliendo a colación. En cuanto a este último punto, este comentario no sería completo si no hiciese alusión a la crítica que la autora hace en general a la religión –al aludir al sometimiento que los cristianos hacen a los nativos americanos- y a las tropas españolas de la época.

En cuanto a la trama, Carlos viaja a Collbató a documentarse para la novela que tiene en mente escribir. Allí encuentra una concha que lo introduce en un mundo del que no podrá salir así como así. Se encuentra en México con su amigo Antonio, quien le regala un extraño objeto que le llamó extremadamente la atención –Mecahuitl- y que resultará ser la pieza clave de la novela. A partir de ese momento, los protagonistas –Lurdes y Carlos- se ven envueltos por separado en un conglomerado de situaciones –algunas agradables, otras no tanto- que incluso les hace temer por su propia vida y que les llevará a un desenlace a la altura del resto de la obra. Ambientada entre la España y el México actual, pero sobre todo y durante casi toda la novela en diversos lugares de la Sudamérica precolombina, Paqui Herráiz deja bien claro en cualquier página de su obra que ha invertido un tiempo precioso en documentarse para contar la historia, decorarla bien y no dejar cabos sueltos.

Está estructurada en dos partes correlativas y perfectamente diferenciadas entre sí (“El viaje” y “El regreso”). Escrita en tercera persona en un tono que ni decae ni en absoluto llega a aburrir y que pretende –y consigue sobradamente- ser claro y enérgico, mantiene en suspense al lector desde apenas las primeras líneas hasta el final –algo que en muchas ocasiones no llegan a conseguir ni los autores más consagrados-. Utiliza un lenguaje sencillo pero concreto y a la medida que cada capítulo necesita, que permite mantener una lectura ágil y adentrarse en sus páginas con apetito, pasión y, por qué no decirlo, dedicación absoluta. Los paisajes están descritos con soltura y conocimiento de causa, las escenas a la altura de cada circunstancia –donde cada pieza se encuentra enmarcada en su sitio y en su lugar y donde ni sobra ni falta nada-, y los personajes magníficamente estudiados y definidos. El movimiento –la acción- es continuo, lo que da una idea del trabajo y el derroche de imaginación por parte de Paqui Herráiz. Fiel espejo de la época y su especial enclave geográfico y social, la autora habla de la religión y la sociedad de las diversas tribus precolombinas con una facilidad pasmosa, pónganse como ejemplos más claros los sacrificios que los indígenas dedicaban a sus dioses, la desnudez con que se mostraban entre ellos y que en un principio a Lurdes le causaba cierto rubor, las prendas que le dieron a Carlos para vestir o las tortas que comían. De esas cosas tan sencillas y aparentemente insignificantes, la autora teje a su alrededor una tela de araña que acaba resultando fascinante y conquistando el corazón del lector, que tendría que ser de piedra para no resultar afectado.

Algo que me llamó la atención desde el principio es la cita de Albert Einstein que la autora saca a la luz: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Esta obra resalta, a mi entender, la voluntad humana. Una voluntad que, personificada en Lurdes (más aún, si cabe, que en Carlos, que quizá por su edad ya no la demuestra con tanta fuerza) es una constante a lo largo de toda la historia. Sin ella no sería posible entender la trama de esta novela. No tendría sentido. El continuo intento por parte de la protagonista de volver a su mundo original (más que a su mundo, a su época) y la habilidad con la que lo lleva es algo digno de encomio.

En consecuencia, podemos afirmar con la cabeza bien alta que Dios del Sol es una novela histórica magníficamente escrita y mejor documentada, en la que cada elemento alcanza la magnitud que se merece y que la propia autora pretende –y consigue- darle.

 

Granada, Julio de 2.011

Manuel Fernando Estévez Goytre

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