La momia

Imagen de La Biblioteca Fosca

Sobre esta encarnación de uno de los miedos más profundos de nuestra época.

 

La momia representa el temor ancestral al Oriente desconocido, a lo que está más allá de nuestro territorio, físico o temporal. Encarna el saber perdido, sepultado por las arenas del desierto en tiempos inmemoriales, y también a la misma muerte, pues la momificación no es otra cosa que un pasaje para volver del más allá.

Esta doble vertiente se conjuga con particular fuerza en todo lo referente al Antiguo Egipto, que es capaz de hacernos soñar como pocas civilizaciones clásicas: sus grandes monumentos funerarios, las pirámides, que todavía encierran misterios técnicos, su declive y posterior desaparición, que es un recordatorio de la fragilidad humana, sus misteriosos jeroglíficos, cuya interpretación tardía y cuya iconografía les ha permitido fijarse en el imaginario popular como auténticos símbolos arcanos, la misma idea del Libro de los Muertos... Todo lo que en otras culturas resulta mundano o incluso banal, en el Egipto de los faraones parece revestido de una solemnidad trascendental.

La momia en sí misma reviste un carisma especial, porque a su relación privilegiada con la muerte se une la fascinación de su saber arcano, de su poder intrínseco y misterioso. Parcialmente corrompida —horrible recordatorio de que somos pasto de gusanos— o velada por sus vendas, la momia es todo un icono y ocupa una posición privilegiada dentro del panteón de monstruos de nuestra cultura, y de algunas otras. No es de extrañar su frecuente aparición en distintos medios artísticos, como la literatura, el cine o los cómics, ni tampoco que su sombra haya acompañado, discreta, la memoria de los hombres. Desde antes de que Bonaparte ocupara Egipto, cuando los mercaderes venecianos importaban polvo de momia como cosmético para las damas más pudientes, el hombre ha vuelto su mirada hacia las pirámides para averiguar en qué quedó ese viaje de los faraones.

Curiosamente, los poderes que se le atribuyen no resultan tan temibles como pudieran resultar los de otros monstruos de idéntica popularidad. Si dejamos de lado las posibles maldiciones que protegen la propia pirámide o la mastaba donde el sueño de la momia resulta perturbado, a cuyos influjos el morador parece tan sujeto como los propios profanadores, vemos que apenas le resta su fuerza sobre humana y su inmortalidad, que a veces queda truncada por cosas tan aparentemente banales como el fuego. Si no fuera, de hecho, por su aspecto de ultratumba y por esa determinación férrea que solo los muertos vivientes son capaces de desplegar, su peligrosidad sería más que relativa.

Es quizás por ello que la momia ha quedado como un monstruo romántico, de difícil adaptación a los tiempos modernos. Gran parte de su encanto reside, de hecho, en que en cierto sentido él mismo es una víctima de la llamada magia negra, pues su inmortalidad no deja de ser una esclavitud, el precio demasiado elevado, por horrible, que hay que pagar por luchar contra el ciclo natural de las cosas.

Imagen de Daniel Leuzzi
Daniel Leuzzi
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Muy buena nota, lamentablemente el mito no ha sido bien explotado por el cine o la literatura, siempre queda un lugarcito para la esperanza.

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