La maldición de los tipos guays

Imagen de Jack Culebra

O por qué Alien: Resurrection no funciona ni a tiros

 

Aun siendo fan irredento de Alien: el octavo pasajero y Aliens, y habiendo disfrutado con Alien3, no he podido evitar posponer durante años el visionado de Alien: Resurrection. No me habían llegado buenas referencias sobre el filme y, aunque la queja de que Sigourney Weaver chupaba demasiada cámara no me parecía tan pertinente, no dejaba de preguntarme por qué no había funcionado aquella cuarta entrega. Tras verla se me ocurren unas cuantas razones, pero me voy a centrar en una: el reparto de personajes.

No, ni siquiera voy a entrar en disquisiciones sobre si las actuaciones son adecuadas o no, sobre que el guión parezca calcado de ideas precedentes, sobre si los escenarios aportan algo nuevo o se quedan en una mera recreación sin chispa de los anteriores ni sobre si se les fue la mano con el tono oscuro teniendo en cuenta que, en teoría, estamos en una base militar científica de alto nivel. No lo voy a hacer porque si tenemos en cuenta que la película mantiene un buen ritmo y los efectos especiales son manifiestamente mejores que los de entregas precedentes (sobre todo si los comparamos con el tipo en pijama de la primera), dado que Alien: Resurrection se apoya en un esquema de sota, caballo y rey que, para más inri, había funcionado bien en Aliens y Alien3, tendríamos que tener, por lo menos, una película pasable, entretenida. ¿De dónde viene pues esa sensación de frustración? De los personajes, estoy convencido.

¿Por qué se cargan la película de tal manera? Porque atentan directamente contra la idea básica de la saga: el ser humano se confronta a una máquina de matar que le da sopas con honda. Al principio, esta era tan misteriosa como letal. Luego, aun conociéndola, seguía siendo apabullante e implacable. ¿En la cuarta entrega? Ni siquiera sentimos una mínima conmoción cuando masacra (ridículamente) a todo el personal militar de la base porque, en el fondo, sabemos que es un preludio para el enfrentamiento real, el que implicará a esos protagonistas tan peripuestos que nos han presentado con especial cuidado.

El mensaje que llega al espectador es el equivocado. Nos hemos metido en un absurdo Alien vs Predator o quizás en algo peor, porque, de algún modo, se está banalizando todo el terror de la saga. Por eso asistimos al espectáculo con un cierto temor: el de que los protagonistas se pulan a los aliens sin despeinarse, que nos muestren que, en el fondo, no estos son solo tan peligrosos como un grupo de mercenarios hollywoodienses, o quizás menos. No hay tensión en la lucha, solo desconfianza. La épica de esos marines desbordados y al borde de una crisis de nervios que veíamos en la segunda entrega parece pertenecer a un universo totalmente distinto al de Alien: Resurrection, donde los soldados mueren sin pena ni gloria y los mercenarios ni pestañean frente a la bestia sanguinaria definitiva. Incluso la propia Ripley no es más que una imagen distorsionada de sí misma: ya no es una mujer determinada y cabreada con el universo, sino un ente frío con el que es difícil conectar. Su superyo podrá tener elementos fascinantes sobre el papel, pero no han sabido meterlo dentro del drama que ha sido el mundo de alien.

Así, al final casi se agradece el desmedido protagonismo que el monstruo híbrido toma al final. Al menos, podemos anclar el recuerdo de todo lo visto a un engendro que, igualmente, poco tiene de la misteriosa y cruel elegancia de los viejos aliens.

En conclusión, que más no siempre es mejor, e incluso de los protagonistas guays lo más interesante es su lado humano (cuando lo tienen). Si no, que se lo digan a los marines de Depredador. No hay color.

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