Encendiéndome, que es gerundio

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Disquisición sobre esta forma verbal que tanto me ha llegado a irritar

Uno de los primeros consejos de escritura que me dio mi madre —sí, la cosa viene de lejos— fue que no empezara los textos con gerundios, por mucho que me pareciera que quedaban muy bien, como de gran erudición. Yo no entendía a qué podía deberse esa reticencia hacia una forma verbal que, personalmente, me resultaba muy cómoda y socorrida. Después de todo, pensaba yo, basta con utilizarlos correctamente. No puede haber exceso en un marco así.

Y, si nos remitimos a la RAE, en efecto no parece que haya mucho problema:

gerundio1.

(Del lat. gerundĭum).

1. m. Gram. Forma invariable no personal del verbo, cuya terminación regular, en español, es -ando en los verbos de la primera conjugación, -iendo o -yendo en los de la segunda y tercera. Amando, temiendo, partiendo. Suele denotar acción o estado durativos. Estoy leyendo. Seguiré trabajando. Tiene más generalmente carácter adverbial, y puede expresar modo, condición, tiempo, motivo, concesión y otras circunstancias. Vino corriendo. Hablando se entiende la gente. Se emplea a veces en construcciones absolutas. Consultando el diccionario, descubrí esa palabra.

Y, en realidad, no lo hay más que con cualquier otro uso de la lengua. Solo que, en el caso de los gerundios, por esa manía que tienen de rimar y por ser, generalmente, elementos centrales de las frases —como cualquier forma verbal—, tienden a cantar sobremanera si metemos la pata. De hecho, es uno de los principales defectos de estilo, o quizás simplemente de los más llamativos, que se encuentran en escritores y traductores. Y la cosa va a peor. Por eso he decidido meterme en el berenjenal de este artículo sin ser filólogo ni nada parecido. Ya perdonaréis la osadía.

El primer desliz que se suele ver con los gerundios tiene que ver con el sujeto de la frase. No es raro encontrar frases como “le golpeó en la cabeza cayendo como un fardo”. Tengo la impresión de que este mal uso viene de las traducciones hechas en “modo automático”. Y nos lleva a la primera regla: con el gerundio, como con cualquier otro tiempo verbal, no hay que perder de vista el sujeto. Eso, de paso, permite dar un orden lógico a las frases. Da una imagen deplorable que un autor no sepa cuál es el sujeto de sus frases: es como si no supiera qué nos está diciendo, porque se carga toda la cadena lógica.

El segundo desliz generalizado viene de la significación. Como dice la RAE, “suele denotar acción o estado durativos”. Hay que tener cuidado con la cantidad de “estados durativos” que acumula un personaje en sus acciones. De nuevo, la lógica. No es lo mismo “entró en el coche arrancando” (¿qué? ¿La puerta?) que “entró en el coche y arrancó”. Sí que es posible la primera opción, por lo que si el autor opta por ella es inevitable imaginarnos al personaje accionando el contacto del motor antes de tener el culo en el asiento, quizás con un pie en el acelerador y el otro todavía fuera el coche. Imágenes de este calado por culpa de un gerundio mal usado me temo que se encuentran a paladas, y pueden llegar a amargar una lectura.

Hay que tener cuidado con estos matices, sobre todo porque el gerundio tiene, en muchas ocasiones, el citado carácter adverbial: observemos cómo en el caso anterior “arrancando” puede indicar el modo en el que entra en el coche o la acción que hace mientras entra en el coche. Ambas alternativas son correctas desde un punto de vista gramatical, pero no son equivalentes, ni mucho menos, desde uno narrativo.

En definitiva, los gerundios pueden ser muy útiles, pero pueden dejarnos en evidencia rápidamente. Hay que vigilarlos en dos vertientes: su sonoridad —su capacidad de generar cacofonías es más que evidente— y su significado. Y, sobre todo, no olvidarse de una cosa: no es lo mismo lo que estamos diciendo que lo que queremos decir. Al menos, y por desgracia, no lo es en muchos casos.

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Aldous Jander
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Si es que no es lo mismo estar dormido que durmiendo, ni tampoco estar jodido...

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