Elvián en la Ciudad Perdida: La Ciudad Perdida

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Segundo capítulo de esta nueva novela de Gandalf

 

Elvián cabalgaba a lomos de Trueno por una extensa llanura. Hacía un tiempo que había abandonado el último lugar habitado, y desde entonces no había encontrado atisbos de actividad humana. Además, cuanto más se adentraba en el camino que iba hacia el oeste, más yermo se volvía el paraje. Unos buitres sobrevolaban en círculos la llanura, y en algún lugar graznó un cuervo. Por fortuna, se había aprovisionado de agua y comida en abundancia. Aún así, prefería racionalizar los víveres por si les ocurría algo inesperado.

Unos kilómetros más adelante, el caminó empezó a endurecerse, y ante él se presentó lo que parecía una especie de calzada, desgastada por el paso del tiempo. Miró al frente y descubrió el contorno de una gran ciudad. Hizo detenerse a su montura y entornó los ojos para ver mejor. Fue inútil. La ciudad estaba demasiado lejos como para percibir los detalles. Tendría que acercarse para confirmarlo, pero sospechaba que era el lugar que buscaba.

El príncipe acarició la cabeza de Trueno y este empezó a trotar hacia la ciudad. Gracias a la gran velocidad del caballo no tardaron mucho en llegar. Ante ellos se levantaban las agrietadas murallas de la urbe. Los portones de la entrada habían sido arrancados de sus goznes, y un cartel informaba del nombre de la ciudad, pero el tiempo lo había borrado. Traspasaron el umbral mientras Elvián estudiaba los edificios de los alrededores. Avanzaron con calma por la carretera principal a la vez que se fijaba en los detalles. En otro tiempo parecía haber sido una urbe bulliciosa. Las construcciones que todavía soportaban el paso de los años eran ricos en matices. Desvió la mirada hacia una elevada montaña. En la cima podía divisar un castillo. Curiosamente semejaba en mejor estado que el resto de edificaciones.

Definitivamente allí no había nadie, pero aún así Elvián sentía una presencia. Esta sensación incomodaba al infante, así que alentó a Trueno a caminar más aprisa. Había algo que no le gustaba de aquel lugar, pero no podía concretar el qué. Miró a un edificio, inquieto. No veía a nadie, pero le daba la impresión de que le vigilaban. Pensó durante un momento, y al final decidió ir al castillo. Estaba seguro de que lo que buscaba se encontraba allí.

Cuando dejó atrás el edificio, algo salió por la ventana. El primero en sentirlo fue Trueno, y Elvián, al ver la reacción del caballo, miró hacia atrás justo a tiempo para ver una oscura silueta que aterrizaba con suavidad en el suelo. Instintivamente llevó una mano a la empuñadura de su espada y con la otra asió el escudo que le había regalado Golganth, aquel dragón de buen corazón que había conocido en Mallowley. Elvián hizo dar la vuelta a Trueno para ver mejor al extraño.

Ante él se mostró lo que parecía un humano vestido con una túnica negra. Ocultaba el rostro con una capucha, de modo que no podía discernir sus facciones. Estaba de pie, con los brazos cruzados, y un aura fantasmal lo envolvía.

–Tú no eres un explorador –dijo con voz clara.

–No, no lo soy –respondió Elvián–. No esperaba encontrar signos de actividad humana en un lugar ignoto como este. ¿Quién eres?

–Mi nombre no importa –dijo el desconocido–. Hacía mucho tiempo que nadie se pasaba por aquí. Si no eres un explorador, ¿a qué has venido a un lugar como este?

–Estoy buscando un objeto de mucho valor para mí –dijo Elvián–. Mis sospechas apuntan a que se encuentra en el castillo, y allí me dirigía.

–¡Ja! ¿Ir al castillo? Yo de ti no lo haría, jovencito. Allí mora “Eso”, y a estas horas seguro que está en casa.

–¿”Eso”? ¿A qué o a quién te refieres?

El desconocido descruzó los brazos y empezó a levitar. Elvián apretó más la empuñadura mientras miraba con desconfianza al hombre de la túnica, que se acercaba lentamente, como si nadase en el aire.

–“Eso” es un monstruo terrible. Un engendro espantoso que supera con creces a la más horrible de tus pesadillas. Yo lo he visto, ¿sabes? Y por poco no lo cuento. Tiene cuerpo de gusano y cabeza de reptil, y su tamaño hace parecer simples lombrices de tierra a los gusanos de arena gigantes. Es lo único que me da miedo de verdad, y la razón por la que evito estar mucho tiempo en la calle.

–Si tanto miedo te da, ¿por qué no abandonas la ciudad?

–No puedo, por desgracia. Estoy ligado a este lugar. Porque no estoy enteramente vivo, así como no estoy completamente muerto.

El extraño tendió sus manos azuladas al príncipe para que este las viese con claridad.

–Eres un zombi –murmuró Elvián.

–¡Muy bien, has acertado! –replicó el extraño–. Ahora trata de adivinar de qué se alimentan los zombis.

Adivinando las intenciones del misterioso personaje, Elvián desenvainó la espada y le cercenó las manos cuando este intentó agarrarle. El extraño gruñó, pero un instante después se echó a reír mientras sus manos eran reemplazadas por otras.

–Necesitarás más que eso si quieres deshacerte de mí –dijo el extraño.

–Es cierto, se me olvidaba –replicó el príncipe–. A los zombis hay que cortarles la cabeza para matarlos.

–Muy bien, inténtalo.

El zombi se alejó flotando varios metros, y Elvián indicó a Trueno que corriese hacia él y el príncipe blandió la espada al trote. El extraño no opuso ninguna resistencia cuando el filo alcanzó la garganta. Lo que sucedió a continuación dejó atónito al muchacho.

Cuando la cabeza fue cercenada, esta continuó flotando, y el cuerpo se desvaneció. Inmediatamente fue sustituido por otro cuerpo con la misma túnica que antes. El extraño soltó una carcajada.

–Como ves, no soy un zombi normal —dijo–. Aún hay más. Observa.

Juntó las manos y de ellas brotó un torrente de energía morada que se disparó hacia Elvián. Este se protegió con el escudo, y ante la sorpresa del desconocido el ataque fue rechazado.

–No contaba con que tuvieras un escudo mágico. Pero tanto da, al final devoraré tu carne, porque yo soy el gran S… –se interrumpió y miró al cielo, como si olisqueara el aire–. ¿Qué es esto? Huele a magia, alguien viene. ¿Será esto lo que ponía nervioso a “Eso”? –se dirigió de nuevo a Elvián–. Por esta vez te has salvado, pero no lo dudes, al final me alimentaré de ti. Ya nos veremos.

El zombi se alejó levitando y entró en el edificio del que había salido, dejando solos a Elvián y a Trueno. El príncipe miró hacia la entrada. Él también sentía que alguien se acercaba. No había esperado mucho rato cuando empezó a oír los pasos. No era un sola persona, sino que un buen número de gente se acercaba. El primero en atravesar la entrada fue un enano que portaba una enorme hacha plateada. Sus cabellos y sus barbas aún eran castaños, lo que significaba que aún era joven. Apenas tendría cien años, una edad escasa para un enano. Se detuvo y clavó los ojos en el príncipe, si poder disimular la sorpresa. Detrás de él llegaron un numeroso número de ancianos, todos de largas y canosas barbas y cabelleras, excepto un hombre joven y una anciana. Los viejos eran tan parecidos entre sí que era difícil diferenciar uno del otro. Solo el color de sus túnicas y sombreros picudos era diferente. El joven que les acompañaba llevaba el cabello negro corto y una perilla adornaba su rostro orgulloso, en el que destaca una mirada maliciosa. La mujer era vieja y arrugada, pero de porte amable.

Elvián buscó con la mirada entre el gentío y por fin encontró la túnica azul y el sombrero picudo con una pluma clavada que había estado buscando desde que había visto el grupo. Entre la muchedumbre, sir Astral caminaba con paso firme.

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