Haxtur

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Un artículo sobre Víctor de la Fuente y el fatalismo

 

ctor de la Fuente (1927-2010) está reconocido como el mejor dibujante que ha dado nuestro país y uno de los cuatro o cinco artistas realistas más dotados que jamás hayan perfilado una viñeta. Trabajó para editoriales de todo el mundo con los guionistas más importantes del panorama internacional y recibió premios en varios salones europeos. Su Haxtur, como Ché, Muhamed Alí vs Superman, Binky Brown conoce a la virgen María, o Lone Sloan es uno de esos cómics pioneros, publicados entre los últimos sesenta y primeros setenta, que mostraron nuevos caminos narrativos y abrieron vías para obras posteriores aún más sólidas y ambiciosas. Haxtur es, también y en honor a este personaje, el nombre del premio que se otorga cada año en el Principado de Asturias a los cómics más destacados. Después de décadas en el limbo, su autor vio en sus últimos años cómo Glénat lo reeditaba con todo lujo, y recibió muy merecidos homenajes en los salones de Madrid y Barcelona.

Haxtur es un delirio psicodélico setentero hipnótico, un manifiesto estético, narrativo e ideológico, un himno y una de las obras más desaforadas e influyentes que se hayan producido nunca en España, independientemente del medio utilizado. Compuesto de doce capítulos, sigue las peripecias de un personaje que, espada en ristre, busca el sentido de la vida centrándose en la pregunta de por qué la muerte se impone en ocasiones a la razón, mientras se enfrenta a brujos, robots, y dragones en un ambiente fantasmagórico transformándose a sí mismo. La obra, además, está ligada al mundo real del momento, pues el protagonista es, en parte, un guerrillero claramente inspirado en las revoluciones sudamericanas. La búsqueda de la dignidad, de motivos para luchar, la narración elíptica, algunas escenas montadas en paralelo, el hecho de que el autor prescinda de textos explicativos, el atrevido final, hicieron de este relato una obra adelantada a su época. Llamó la atención en todo el mundo y cosechó varios premios, abriendo las puertas de los mercados internacionales al creador, hasta el punto de que hubo un momento en que el triunvirato de indiscutible del dibujo realista estaba formado por Jean «Moebius» Giraud, Milo Manara y Víctor de la Fuente.

Sin embargo, mientras que no hay nadie, aficionado o no a la historieta, que no conozca las chicas del italiano, o los mundos fantásticos del francés, Víctor de la Fuente no es tan sumamente popular. Podría achacarse a que España no reconoce el talento o tópico similar. Sin embargo, en este caso, la causa no es esa. De hecho, los aficionados y editores españoles nunca han dejado de mostrar admiración por su trabajo y se han publicado docenas de textos teóricos mucho más inteligentes y elaborados que este sobre sus páginas.

El problema, de haberlo, es que el autor nunca realizó una gran saga con cientos de páginas, ni creó personajes lo bastante populares para vender cientos de miles de ejemplares, interesar a la industria audiovisual y generar montones de productos derivados. Ello se debió a varias razones, entre las cuales no es la menos importante el hecho innegable de que no tuvo toda la suerte necesaria.

Víctor de la Fuente, en el momento de su mayor éxito, entre los setenta y los ochenta, era un dibujante curtido en las agencias que empezó a ser reconocido como autor y no solo como profesional infalible. Tenía más de cuarenta años, y su mayor preocupación, probablemente, no era que su obra fuera a trascender al tiempo, sino la recompensa inmediata de verla publicada ––y cobrar por ello–– en cuantas revistas periódicas internacionales fuera posible. En ese sentido consiguió su objetivo, pues sus páginas eran sindicadas por ––literalmente–– docenas de publicaciones. Después de Haxtur realizó el western Amargo y dos sagas cercanas a la fantasía heroica: Muthai-Dor y Haggarth.

Haggarth fue su primer trabajo hecho directamente para el mercado francés, concretamente para la revista (A suivré...). Este mismo año ha sido recuperada en un tomo al otro lado de los Pirineos y, muy probablemente, pronto termine publicándose también en España. Es, visualmente, una obra maestra. Sigue impresionando por el talento visual de su autor. Víctor de la Fuente era un superdotado, con una coordinación entre los ojos, las manos y el sistema nervioso sobrehumana. Eso hacía que su dibujo fuera ágil, dinámico, con un trazo flexible, inmediato como el de un boceto y, sin embargo, realista, de acabados perfectos y detallados. Sin embargo, la saga quedó suspendida, y él nunca vio motivo para rehacer el guión del último capítulo y rotularlo, así que, en el libro donde se ha recogido, este capítulo final ha sido publicado sin textos, tal y como el dibujante lo dejó.

En los mismos primeros números de la revista (A suivré...), el entonces muy joven Jacques Tardí, con un estilo muchísimo más tosco que el genio español, serió sobre textos de J.C. Forest su popular Aquí Même, un relato intimista, extravagante e innovador, que ha sido profusamente reeditado con éxito en todo el mundo mientras que Haggarth , quizá por resultar más convencional dentro de los estándares de la historieta, permanecía en el limbo editorial, hasta el punto de no haber sido siquiera terminada por el autor para su recopilación. Tras aquello, Víctor de la Fuente decidió dejar de escribir sus propios guiones y ceder la parte literaria a las capaces manos de gente como J.M. Charlier (en Los gringos) o Víctor Mora (en Los ángeles de acero). Pero, ya en aquel entonces, nuevas sagas sin fin de aventuras para todos los públicos como las dos propuestas, por muy bien escritas y dibujadas que estuvieran, no era lo que pedían los aficionados, alucinados con las nuevas propuestas que en los ochenta hacían los autores jóvenes y vanguardistas, como la del citado Jacques Tardí. Ninguna de las series de nuestro autor más internacional terminó de cuajar y pasó los años siguientes dibujando encargos institucionales, sobre la historia de Francia o similares, y personajes establecidos ajenos, como el italiano Tex.

Mientras los aficionados y profesionales seguían fascinados por sus páginas de una riqueza inusitada, el gran público no conocía su trabajo. Ya en los noventa, colaboró con dos de esos guionistas revolucionarios, que habían ayudado a cambiar los esquemas de la historieta con los nuevos temas y tratamientos que ofrecían a los lectores. Los conocidos Alejandro Jodorowsky (con Arlot) primero y Patrick Cothias (con Josué) después, quisieron ver sus argumentos plasmados por el gran dibujante español. Parecía que, así, iba a llegar finalmente el reconocimiento que tanto merecía, pero la fatalidad a veces se burla de los mejores planes. Jodorowsky fue acusado de autoplagiarse y la saga Arlot, llamada a convertirse en un nuevo y grandioso éxito de los muchos escritos por el chileno, fue cancelada; Josué no corrió mejor suerte: los problemas de salud del artista genial, ya con casi setenta años, le impidieron continuar el trabajo y la obra quedó inconclusa.

Se suele pensar que con talento, esfuerzo y las oportunidades adecuadas, si se aprovechan, termina por alcanzarse la cima. Todo el que escribe, dibuja, toca un instrumento... pretende llegar a lo más alto. Sin embargo, a veces, nada es suficiente para enfrentar la fatalidad de este universo que, según los físicos, tiende a la nada y el caos.

No puede decirse, sin embargo, que nuestro mejor autor encaje en la categoría de «maldito», puesto que se ganó muy bien la vida haciendo lo que más le gustaba del mundo, fue y sigue siendo apreciado por quienes disfrutamos leyendo cómics y abrió nuevos caminos, tanto comerciales a los autores españoles como creativos a los de todo el mundo. Sin embargo, nunca llegó a ser tan popular como habría merecido y son muy pocos los títulos que pudo terminar como quiso.

Victor de la Fuente es, más bien, un gran clásico de culto. Haxtur, su título más emblemático, finalmente, puede ser disfrutada por cualquiera que se acerque a una librería y es una de las obras más enigmáticas, imaginativas y sugerentes que se han producido nunca dentro de nuestras fronteras. Ayudó a cambiar los temas y formas de enfocar el medio y a dar mayor complejidad a sus propuestas. Fue pionera de un nuevo panorama en el que, paradójicamente, su autor, no terminó de encajar.

El protagonista del álbum empieza y termina haciéndose la gran pregunta: «¿Por qué? ¿Por qué?...»

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Patapalo
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Un artículo genial y emotivo. Me he quedado con muchas ganas de ponerme con esta asignatura pendiente. Muchas gracias por la información.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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