Destripando a Hamlet

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Ser o no ser o dejar de ser lo que se era. Más o menos ésta es la cuestión que me plantean ciertas adaptaciones con las que, desgraciadamente, me he topado no hace mucho.

En realidad, y por no faltar a la verdad, es una adaptación en concreto la que me suscita este artículo, aunque creo que no será difícil encontrar otras similares o, a una mala, extrapolar ciertas conclusiones. Diciendo el pecador, en contra de lo que marca la tradición, aclararé que me refiero a la adaptación teatral de Hamlet realizada por Hubert Colas y representada en la Salle Jean Vilar de París. Viendo el presupuesto y las instituciones implicadas, es posible que incluso la exporten a lugares distantes, por lo que no sobra poner nombres y apellidos como aviso a navegantes.

 

Por terminar de concretar antecedentes, diré que ha sido la única vez en la que me he ido de una función teatral a mitad. Para más INRI, no llegamos siquiera al intermedio, y, curiosamente, no sentí excesivos remordimientos por la posible perturbación a la trouppe, tal era el despellejamiento gratuito que estaba sufriendo la obra de Shakespeare.

 

¿Se trata de un rasgar de vestiduras por haber tocado a un genio de la literatura? Creo que no, sobre todo porque no soy de ésos que gustan referirse con mayúsculas a dicho arte. Es más bien la indignación ante un despropósito multitudinario que boicotea, a mi parecer, la cultura en general.

 

Imaginaros el plantel: contra todo pronóstico –y gracias a una publicidad que estas manifestaciones artísticas normalmente no tienen- la platea está a rebosar. Hay familias enteras, niños que van por primera vez al teatro porque sus confiados padres se dicen que Hamlet, quieras que no, es un tiro seguro. Los medios invertidos, las instituciones que lo respaldan y todo el santo monario así lo avalan. Y, entonces, la obra arranca y, poco a poco, las mandíbulas se dislocan por la sorpresa.

 

Viejas glorias de la televisión francesa batallan con imberbes muchachos con menos talento que años como preludio de la gran sorpresa: en uno de los papeles principales tenemos a un actor extranjero (¿danés?) cuya pronunciación es tan barroca que la mitad del público no sabe si es versión original inglesa o traducción al francés, quizá a patois.

 

Las sobreactuaciones, un escenario que pretende ser innovador y que termina de quitarle toda la dignidad a la obra, y una lamentable reinterpretación de la obra de Shakespeare terminan de dinamitar la representación. Los que se baten en retirada captan en su huida la mirada perpleja de esos padres voluntariosos que no saben si largarse también, si explicar a sus hijos qué está pasando o si fingir que todas las obras de teatro discurren de este modo, desbandada incluida.

 

Y yo me pregunto: ¿era necesario? Quiero decir, ¿no había sufrido ya lo suficiente Hamlet que había que someterlo a tal escarnio?

 

Que ciertas instituciones, con su estulticia o desatino, no paren de asestar puñaladas traperas a esa literatura cara a cara que es el teatro es lamentable, cierto, pero que pasen cosas como éstas no nos debería extrañar.

 

Seamos francos: da miedo apostar en un circo como el teatral. Da tanto miedo que nos empeñamos en buscar caballos que ya ganaron en su día creyendo que eso da la victoria. Y lo hacemos con la desvergüenza de remozarlos con la pretensión de mejorarlos. El cine, algunos lo estaréis pensando, se está contagiando de esto también.

 

Así, las instituciones que se baten, o se tienen que batir, por mantener la cultura viva se ven entre la espada y la pared, y es entonces cuando se percibe su falta de fe. ¿Por qué nos presentan una y otra vez los mismos clásicos? Porque no tienen criterio o valor para apostar por los nuevos autores. Y esto es menos censurable de lo que parece dada su delicada situación.

 

Pero, ¿por qué se empeñan en no presentarlos como realmente son? Trozos cortados, readaptaciones de los textos, escenarios reconvertidos en una pretensión de juego de manos que distraiga al espectador –como si la obra original no pudiera hacerlo-, son síntomas de un mismo delirio: por mucho que se empeñen en hacer pasar a los “grandes” por delante de todo y a costa de lo que sea, en el fondo no los aprecian.

 

La necedad es tal que se amparan en conceptos como actualizar el lenguaje, ayudar a lo que ha envejecido mal, aprovechar los nuevos adelantos… pero en el fondo no ocultan la triste realidad: que ellos mismos no son capaces de disfrutar con el clásico, con la obra maestra.

 

¿Tienen su parte de razón? Por supuesto: ninguna obra es eterna. Algunas se quedan obsoletas simplemente porque su idioma original desaparece. Otras se vuelven incomprensibles por los giros y las referencias que contienen. Qué duda cabe. Pero las que devienen clásicos, ésas que se mantienen vivas por el sencillo motivo de que la gente sigue disfrutándolas, ¿¡por qué demonios iban a necesitar del nuevo retocador iluminado que no es capaz de innovar sin apoyarse en el nombre de un muerto!?

 

No, no necesitamos que se abrevien las versiones, ni que se infantilicen las obras, ni que se incluya un número circense para que podamos disfrutar de un clásico, ni que nos deslumbren con decorados y fuegos de artificio. No. Lo que necesitamos es que no se hagan payasadas con obras que funcionan porque ellas mismas son grandes, porque luego se escalda al nuevo público y ya ni vuelven a mirarlas.

 

En definitiva, lo que necesitamos es que se respete lo ya escrito, y se intente apreciar lo que llega nuevo. Al menos, personalmente, prefiero desilusionarme con un nuevo proyecto que ver destripado uno que ya me gustaba. Desde luego, no hay comparación en cuanto a amargura.

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Hambleto
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No seré objetivo en mi comentario debido a que no vi la obra, pero por lo que has dicho Akhul me parece que más que una obra de teatro digna era un acto circense, un vil espectáculo pueril y vacío...

Pero si debo decir que hay una actuación que me ha llevado al asco es el terrible acento y la pésima actuación de Mel Gibson como Hamlet.

Como habrás adivinado, a mí me fascina Hamlet. Es tan bello, incluso alguna vez leí un artículo llamado "La importancia de adaptar a Shakespeare", un escritor que había empeñado mucho de su tiempo en descifrar los oscuros secretos de cada frase de Shakespeare...mi memoria ya no es como antes, pero el pobre escritor mostraba (evidentemente) que intentarlo era una pesadilla.

Como dato anecdótico la primera versión que se hace en España que fue traducida del francés, se llamó "Hamleto".

Como otro dato anecdótico me recuerda una vez que asistí a cierto centro universitario por la propaganda que decía "Los Hermanos Karamazov" de Dostoievsky...al llegar había mucha gente y para mi sorpresa y horror, dos sujetos empezaron a hacer piruetas, a intercambiar pinos y pelotas en el aire...con gente aplaudiendo divertida.

Lo que me pareció más insulso fue que realmente algunas personas creían que de eso se trataba la magnanima obra de Fiodor. Por supuesto yo salí de ahí molesto y hecho una furia escuchando comentarios como "pero que locos son los rusos", "estos rusos, ya no saben que inventar"

Mucha indignación y supongo que fue algo parecido a lo que usted padeció esta ocasión.

Ps bueno, muchos saludos y propicias lecturas. Muy buen artículo.

"El mundo se ha desquiciado, ¡vaya faena, haber nacido yo para remediarlo!"

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