Los intestinos de la Ciudadela

Imagen de Brutal Ball

Ícor VonRack va conociendo a la fauna de la Ciudadela

 

A lo largo de su azarosa, caótica e improbable existencia, Ícor VonRack había contemplado cosas que, lo sabía, no podría olvidar jamás. Incluso si dejaba de lado las extravagantes experiencias vividas en el Inmaterium durante los últimos nueve años, tenía un buen repertorio de instantáneas imborrables que llevarse a la tumba.

Había visto a un troll llorar de desesperación tras ser placado por un halfling, a un snotling ensartarse por la mandíbula inferior en una de las púas de su propia armadura y no por ello cejar en su empeño por recuperar el balón. Había escuchado los gemidos lastimeros de ese mismo snotling a lo largo de la carrera con la que marcó ensayo mientras la miserable criatura rebotaba, arriba y abajo, incapaz de soltarse del pincho. Había visto a un entrenador orco sonreír satisfecho mientras lo despiezaban para devorarlo durante la celebración de la victoria final en la Copa del Caos. Había visto volar un balón directo a sus manos desde más de cuatrocientas yardas de distancia.

Había visto cosas extraordinarias.

Cosas increíbles.

Pero lo que se estaba grabando en aquel preciso instante en su retina con tal fuerza que supo que eclipsaría cualquier otro recuerdo era algo obscenamente banal. Pero terrible al mismo tiempo.

Era un goblin.

Meando desde lo alto de una pila de basura.

Un arco de apestosa orina parduzca que provenía de una colilla tan ridícula como aberrante. Un piel verde sexuado. ¿Qué poderes reinaban en una dimensión como aquella que permitían una abominación semejante?

Durante las horas que se había arrastrado por catacumbas, corredores tapizados de telarañas y cloacas olvidadas en las que burbujeaban lodos negros como su conciencia, había tenido tiempo para vislumbrar pequeñas diferencias con su dimensión de origen. Nada demasiado llamativo, nada que desterrase su primera impresión de haber vuelto al hogar. El Viejo Mundo en el que se había criado era lo suficientemente extravagante para sorprender a cualquiera de sus moradores, por mucho que este hubiera viajado o vivido, pero había cosas inaceptables... ¡un goblin con atributos, por mezquinos que fueran!

Con un gruñido de furia destilada, saltó desde el lecho fangoso de la alcantarilla y aferró al piel verde por su escuálido cuello. La repugnancia pugnaba contra la indignación y las vértebras crujían expectantes frente al desenlace.

Entonces, un nuevo detalle confirmó que se encontraba muy lejos de casa.

—¡Suelta a ese goblin! —le ordenó una voz recia y bronca.

¡Alguien defendiendo a un goblin! Ahora sí que lo había visto todo.

El estupor, no obstante, no era un motivo para perder las formas. Con elegante lentitud, se giró hacia quien le había interpe-lado —y ya iban dos— mientras replicaba con acidez:

—¿Y quién va a obligarme?

La respuesta, metro setenta hipermusculado cubierto de una armadura artesanal de baja estofa: cuernos de vaca por púas, cota de malla desenterrada de alguna tumba, hombreras machacadas a partir de ollas... Mucho aplomo para un postulante, por mucho que viniera acompañado por dos docenas de colegas orcos de todo pelaje y condición. En conjunto, no hubieran valido ni de limpiabotas para los Arrancaojos... pero seguían siendo un conjunto bastante grande.

Por las carcajadas troglodíticas que le sirvieron como respuesta, eran bastante conscientes de la ventaja numérica, supieran o no contar. Tocaba cambio de estrategia. La psicología, ni inversa ni directa, tampoco parecía tener el más mínimo interés con un grupo como aquel, así que optó por lo tribal.

Ícor dejó caer al goblin con manifiesto desprecio y avanzó varios pasos hacia los orcos, los suficientes para dejar bien claro que los miraba desde arriba, desde muy arriba. No pesaría ni la mitad que muchos de ellos, pero la altura no se la iba a discutir nadie.

—¿Quién es vuestro líder?

VonRack percibió algunos conatos de descontento y sedición —nada de particular en un grupo de orcos— pero el mismo que le había ordenado dejar el goblin en primer lugar avanzó un paso para zanjar la cuestión antes de que fuera a mayores.

—Necesitas que te digan cosas muy evidentes —se burló.

Oh, un orco letrado. Aquello tenía más enjundia de lo que esperaba. De lo que cabía esperar viendo el inmundo descampado de escombros, deyecciones y basura en el que se encontraban.

—El desafío no es decir las cosas, sino demostrarlas —intentó picarle; de momento, solo consiguió una ceja alzada: quizás no había entendido la frase. Un vistazo rápido le permitió ver por dónde seguir: el goblin, todavía jadeante, había corrido a buscar un balón; casi todos los orcos llevaban algún tipo de casco, hombrera o rodillera, pero ningún arma visible; y entre los escombros había dos grandes barriles de lo que podía ser cerveza—. Yo puedo decir que os gusta la competición —al unísono, los orcos se pusieron a lanzar gritos de desafío y euforia, a golpearse el pecho y la cabeza—, pero lo importante es que seáis capaces de demostrarlo. ¿Qué te atreverías a jugarte?

El orco dio un paso más para quedarse pegado al intruso.

—Cualquier cosa.

Ícor se sonrió bajo la máscara.

—Me conformaré con tu equipo... aunque no sea gran cosa.

Los pieles verdes estallaron en gritos indignados e improperios y cerraron filas hacia él, agitando los puños y babeando rabia, pero su capitán los detuvo extendiendo sus amplios brazos de gorila.

—Es mío gruñó —entre dientes.

Había mordido el anzuelo, así que no se lo pensó más y tiró directamente del sedal.

—¿Dónde está la zona de ensayo?

El orco frunció su denso entrecejo y señaló hacia una especie de pórtico levantado con vigas carcomidas situado a sus espaldas.

—Ahí tienes la puerta.

—No tengo intención de irme a ninguna parte —replicó.

—Ni falta que hace: ya me encargaré yo de mandarte de vuelta a la cloaca con una patada en el culo —bufó. Entonces, el goblin se situó corriendo entre ellos y plantó el balón en el suelo. Su propietario dejó al descubierto una brutal hilera de dientes mellados—. El primero que marque. No tengo más tiempo para perder contigo.

Apenas terminó de hablar, sin más preámbulos, el goblin se apartó como una culebra y el orco se lanzó abalanzó a por el balón. Su propia masa era su mejor baza; aunque Ícor fuera más rápido y atrapara el cuero, le pasaría por encima. Lo hubiera hecho... si hubiera estado ahí, pero el intruso no se precipitó a por el balón, y no porque lo hubiera pillado por sorpresa: había retrocedido apenas un paso para dejar que el orco se precipitase por sí solo hacia el barro. Aprovechó su desequilibrio y, apenas rozó la pelota, le pisó la cabeza, tomó impulso y dio una voltereta hacia atrás en el aire. Antes de aterrizar ya tenía la posesión y todos los presentes babeaban boquiabiertos.

Sin molestarse en correr, pasó junto a su oponente para paladear su humillación. Esta fue máxima cuando de una patada en el brazo le hizo caer al fango antes de que consiguiera ponerse en pie de nuevo. Hasta ahí pudieron llegar. Destronado por el intruso, sus secuaces se vieron divididos entre los ofendidos en el honor piel verde y los que jaleaban al extraño para que hundiera una vez más el rostro de su ex-capitán en el barro. En menos de un minuto, el descampado albergaba una batalla campal en la que Ícor no tenía ninguna intención de mezclarse.

Se sentía cansado. Había jugado un intenso partido, pasado nueve años sumido en el Caos, esquivado unos cuantos esqueletos, deambulado por las alcantarillas de un mundo desconocido y jugado con un orco. Era un buen momento para tomarse un respiro.

Con el balón en las manos, se alejó paseando hacia los edificios que parecían más sólidos, tan absorto en aquel trozo ovalado de cuero, tan familiar y tan extraño al mismo tiempo, que no reparó en el goblin que trotaba tras él intentando pasar desapercibido.

 

¿Sabías que...

...aun viviendo en una sociedad compleja, los orcos siguen organizándose por tribus, clanes y familias?

No es que sean ajenos a los poderes de las satrapías, pero siguen en una dinámica de los míos y los tuyos que desemboca periódicamente en encontronazos violentos, ¡sobre todo si hay partido de Brutal Ball de por medio!

Comixininos

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