Calabazas en el Trastero: Entierros

Imagen de Carrie

Reseña de la primera antología de la emblemática colección de Saco de huesos

Este año se ha celebrado el décimo aniversario del lanzamiento de esta colección dedicada a la literatura de terror creada por el colectivo La Biblioteca Fosca. Ha sido el momento elegido por la editorial Saco de huesos para reeditar su primera publicación, Calabazas en el Trastero: Entierros. El libro se compone de trece historias seleccionadas en convocatoria abierta que se presentan con un prólogo de Juan José Castillo, que busca poner al lector en situación con anécdotas y un toque de simpatía, y una sobrecogedora cubierta, algo pulp, de David M. Rus.

Examinemos brevemente relato por relato:

Calabazas en el Trastero Entierros - Biblioteca Fosca - Saco de huesosEl tratado de Michael Ranft (Miguel Puente Molins): Es una historia de tensión creciente que se va tejiendo en torno a apuntes históricos y mitológicos propios del folclore del terror, algo que se repite en la obra del autor y que funciona a la perfección como preludio. Breve e intenso, es capaz de arrancar un escalofrío con las imágenes que invoca.

Certificado de defunción (Manuel Osuna): Un relato que tiene profundas raíces en la literatura decimonónica, algo patente en su ambientación y la época elegida, pero se desarrolla con una prosa muy contemporánea, sencilla y eficaz.

De como el señor alcalde acude al debate nocturno de Buddy, el enterrador (Juan de Dios Garduño): Un relato que recurre al humor macabro para presentarnos una curiosa velada. Quizás resulte complicado conectar con él si no se entienden las referencias, pero es sin duda una de las apuestas más curiosas y arriesgadas de la antología.

Todo es empezar (Pedro Escudero Zumel): Ganador del Premio Nosferatu de la convocatoria, este relato se desarrolla a ritmo pausado, entre el suspense y un humor socarrón. Es particularmente distintivo del llamado género fosco: sin ser propiamente de terror, ahonda en los resortes de este género para explorarlo de otra manera. Muy bien construido.

La procesión de las plañideras (Jorge Mulero Solano): Otra apuesta arriesgada, tanto por la composición poética de la prosa, que recurre a la sonoridad y la cadencia de la lectura para dar solemnidad y un punto escalofriante al texto, como de viaje junto a la Santa Compaña, como por el trasfondo mitológico que se adivina. Original y valiente, es un relato que deja huella.

El cruce de la música (Francisco Jesús Franco): Un cambio de registro brutal frente al anterior. El narrador utiliza la segunda persona para interpelar directamente al lector e introducirlo en una historia sencilla, cruel y con referencias a ese gótico sureño que tanto se ha puesto de moda años después. Blues, pactos diabólicos y cruces de caminos.

Cosecha de huesos (José María Tamparillas): Aquí entramos en el terreno del terror rural, con un ambiente opresivo, melancólico y rudo, que remite a autores como Miguel Delibes, pero declinado en torno a lo macabro. A destacar los diálogos punzantes y la fabulosa atmósfera creada con la puesta en escena. Sin duda, un relato de gran calado.

No somos nada (Laura Luna Sánchez): Para aligerar la presión, una historia ligera, descarada, que al mismo tiempo resulta descarnada. En una primera lectura puede parecer algo banal, pero los resortes y el tempo están muy bien medidos para llegar al lector.

Moroaică (Juan José Hidalgo Díaz): En este relato volvemos a un imaginario más clásico y mitológico, también más próximo al terror decimonónico. A destacar los escenarios creados y las referencias al folclore de la Europa del Este, la que suscitó la llama para crear a Drácula.

...Y evitar los malos pensamientos (Manuel Mije): Cerebral es el adjetivo que más adecuado me resulta para esta narración atípica. Aunque un aura inquietante rodea a los protagonistas desde el comienzo, unos sordomudos que recuerdan a los misteriosos jorobados de Emilio Carrere, es al final cuando el lector se sumerge en la desazón por completo por la extraña lógica quebrada de lo que ha leído. Muy original.

Una tumba vacía (Juan Ángel Laguna Edroso): Se trata de un guiño al terror efectista desarrollado en cómics como Creepy o Eerie. Breve, más atmosférico que terrorífico, juega con las palabras en busca de la complicidad con el lector.

Y llorarán por ti (José Ignacio Becerril Polo): Era inevitable que, en una antología sobre entierros, hubiera un relato dedicado al despertar dentro del ataúd. José Ignacio Becerril Polo ha sido el encargado de trabajar con este material insoslayable y hace reposar su eficacia, cómo no, en el cierre.

Es mi trabajo (Sergio Mars): Solemne como un réquiem, el broche final de la antología es una obra bien meditada e interesante, que nos presenta una realidad alternativa donde el trato a los difuntos es bien distinto al que conocemos. Mediante ese particular espejo, el autor nos lleva a reflexionar sobre lo que significa la muerte y la despedida en nuestro propio mucho. Un relato sobresaliente.

Revisitar Calabazas en el Trastero: Entierros diez años después de su publicación original es un ejercicio interesante. Lo primero que salta a la vista es la consistencia del volumen. Hay una armonía definitoria en los relatos que afianza lo que se ha reivindicado como el género fosco por parte de la asociación La Biblioteca Fosca. Para ser un proyecto primerizo, el conjunto era más que prometedor tanto como concepto como en la realización.

Lo segundo, hay que encontrarlo entre líneas: las biografías de los autores (en la reedición se han conservado las originales) muestran cómo la mayoría de ellos daba apenas sus primeros pasos en el mundo editorial. Pocos tenían un libro en solitario. Actualmente, es lo contrario: raro es el que no ha conseguido publicar obra propia. En muchos casos, además, se puede percibir en estos relatos el germen de lo que serían sus antologías en solitario: El círculo de Krisky de Miguel Puente Molins con su terror mitológico, las reflexiones sociales de Carne de mi carne de José María Tamparillas, el modo de jugar con el lector de Un año de palabras de José Ignacio Becerril Polo, los niños y los escenarios oníricos de Pesadillas de un niño que no duerme de Juan Ángel Laguna Edroso, la revisitación lírica del terror de Sepia de escarlata mancillado de Juan José Hidalgo Díaz, etc.

En perspectiva, una pieza interesante y en parte determinante de la literatura de terror en el panorama del fandom español.

 OcioZero · Condiciones de uso