Apuntes para disfrutar de la paraonia

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O cómo el cine nos habla de los traumas post 11-S mientras comemos cubos y cubos de palomitas (ATENCIÓN: POSIBLES SPOILERS)

Existen relaciones entre Historia y cine de todo tipo. Por un lado, como concluye Julio Montero en su ensayo Creando la realidad, el cine es muy capaz de reescribir la Historia según los dictados del momento -el Iván el Terrible de Eisenstein, que deviene al zar en un Stalin medieval, o la antisemita El judío Süss auspiciada por el régimen nazi- o incluso distorsionar ese propio momento -es el caso del famoso documental de Riefenstahl El triunfo de la voluntad-. Por otro lado, el cine, como elemento inherente y modo de expresión de la sociedad contemporánea que es, puede ser considerado por el historiador como materia de estudio y, al mismo tiempo, como herramienta de estudio.

 

En cualquier caso, es siempre interesante observar cómo el cine comercial -no digamos ya el cine de autor- explica a su manera el momento en el que se produce. Cómo películas que no tienen, en principio, otro propósito que el de entretener, resultan perfectas parábolas del sentir de la sociedad. Un ejemplo claro es el del cine norteamericano de la América de Nixon, anclada en la paranoia que comenzó con el magnicidio de Kennedy y continuó con el Watergate. Películas como Los tres días del cóndor (Sydney Pollack, 1975), La conversación (Francis Ford Coppola, 1974), El último testigo (Alan J. Pakula, 1974), El mensajero del miedo (John Frankenheimer, 1962) o Siete días de mayo (Sydney Lumet, 1964) ofrecen un panorama de estudio menos cerebral, pero también mucho más emocional, que cualquier tratado que verse sobre ese periodo.

 

No deja de ser curioso que ahora, recién finalizado el mandato de George W. Bush, encontremos, sin necesidad de buscar con lupa, nuevos nexos comunes entre películas que dicen mucho del sentir de una sociedad degenerada, atacada y mal administrada como nunca antes en su Historia. Nexos que se interrelacionan entre sí y, en ocasiones, se manifiestan de forma indivisible.

Paranoia

 

America is under attack. Lo repetían aquel día los presentadores, conmocionados como un niño tras recibir su primera bofetada, tras ver cómo un segundo avión se estrellaba en los pilares de Manhattan. Lo repitieron Bush y sus halcones del PNAC en los meses siguientes. Afirmemos que no les faltaba razón. Que ya no sólo América, sino Occidente entero estaba (y está) amenazado por el terrorismo salafista. Afirmemos también la manipulación de ese hecho para intereses más particulares y no demasiado legítimos. Que se creó el ambiente propicio para que se aprobaran presupuestos militares desproporcionados y ataques que sólo eran estratégicos desde el punto de vista económico. Los medios de comunicación fueron los responsables de la labor de concienciación. Llamémosle también manipulación, sin ambages. El miedo aflora en cada rincón, desde la urbe hipertrofiada hasta el rancho destartalado. El desconocido es, hasta que se demuestre lo contrario, un enemigo. El ideal americano de solidaridad entre vecinos vira al blanco y negro del ataque preventivo por obra y gracia del fanatismo religioso y político. Recordemos al Tim Robbins de La guerra de los mundos (Steven Spielberg, 2005), a la anciana de El incidente (M. Night Shyamalan, 2008), al miedo exacerbado de las protagonistas de La habitación del pánico (David Fincher, 2002) o a la fenomenal Marcia Gay Harden de La niebla (Frank Darabont, 2007).

Enemigo abstracto

 

El agresor, como Ali, se mueve como una mariposa y golpea como una abeja. Salvo el Satán encarnado que es Bin Laden, nadie conoce a nadie. Ni los propios enemigos entre sí. El enemigo es, en realidad, un conjunto de células durmientes distribuidas por todo el mundo y que sólo entran en reacción entre ellas tras una pertinente llamada. Del propio Bin Laden se desconoce si está vivo o muerto. Los malos existen, pero nadie sabe dónde, ni qué forma tienen. Como la mole de Monstruoso (Matt Reeves, 2008), demasiado grande como para ser contemplada, los ladinos alienígenas de Señales (M. Night Shyamalan, 2002) o La guerra de los mundos, la bruma cuajada de monstruosidades heredadas de Lovecraft en La niebla o la amenaza invisible de El incidente.

 

Sentimiento de culpabilidad

 

Con el tiempo las dudas comienzan a aflorar entre los ciudadanos. Nosotros, los civilizados, torturamos en Abu Ghraib, violamos en Mahmudiya, saqueamos en Bagdad y asesinamos civiles a lo largo y ancho de Irak. Todo con nuestra bandera por delante. Mientras, aquí, nuestros propios desheredados mueren ahogados, desprotegidos en una tormenta que se veía venir. No se ha hecho lo que se debería hacer y nos avergonzamos de ello, culpables como somos. Por una decepción semejante los personajes de El bosque (M. Night Shyamalan, 2004) se exilian en lo desconocido. Que la criatura de Monstruoso despierte de su letargo tiene la misma causa que el hecho de que los seres de La niebla entren en nuestra dimensión: que los poderosos quieran ser los amos de la Tierra -por así decir-, justamente como la administración Bush (http://en.wikipedia.org/wiki/Project_for_the_New_American_Century).

 

Proximidad de un cataclismo

 

Que exista un enemigo desconocido cuya importancia crezca gracias a la paranoia y que se deba pagar por los pecados cometidos puede llevar a pensar en un final catastrófico. En efecto, la suma de los factores explicados líneas atrás desemboca en el cataclismo, la hipérbole llevada al extremo, la catarsis que pide a gritos toda epopeya trágica. Que todo acabe y haya un nuevo amanecer -¿alguien ha dicho “Obama” al fondo de la sala?-.

 

Casi todas las películas nombradas anteriormente hablan de apocalipsis más o menos considerables, pero las que quizás evoquen de forma más atinada este concepto de renacimiento tras purgar los males del mundo sean Señales del futuro (Alex Proyas, 2009), con todos los habitantes de Manhattan -casualmente vestidos de negro- retorciéndose ante las llamas como si fueran los personajes de un jardín de las delicias cosmopolita, y la maravillosa Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón 2006).

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Patapalo
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Un artículo muy interesante, francamente. Sí que es curioso cómo la atmósfera del momento se puede respirar en películas que no traten directamente de dicha etapa, o al menos no lo pretendan. Me apunto alguna de las películas mencionadas, que no he visto todas.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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linton
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Muy interesante el artículo, como los que vienes escribiendo. La verdad es que planteas una serie de comparaciones entre el cine actual y la actual situación de paranoia en EEUU, pero también hay que señalar que todo este tema del apocalipsis y los enemigos que destruyen el mundo ya venía de antes incluso que de la Administración Bush. El espaldarazo a este tipo de cine yo creo que vino con la Independence day de Emmerich. Quiza que veamos este tipo de cine se deba a lo que comentas o quizá se deba simplemnete a que en su día esta palícula funcionó a las mil maravillas. De todas formas, algo de lo que comentas está claro que hay, el 11-S hizo pupita en la sociedad yanki.

La imaginación contra el poder

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Kaplan
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Desde luego, el apocalipsis en el cine es algo que tira mucho, no lo vamos a negar. En cambio, sí creo que la corriente de la que hablo en el artículo es nueva y diferente a la que venía haciéndose antes; todas gozan de una segunda lectura crítica común. El caso del que me hablas, el de Independence Day, creo que es distinto, toda vez que resulta difícil encontrar algún espíritu crítico en el film (con ese presidente -grandioso Bill Pullman- destrozando naves nodrizas). Un saludo y gracias por las felicitaciones.

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virgensuicida
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No sé qué tiene Kaplan en contra de Bill Pullman, me gustó mucho su actuación en Scary Movie 4 y también en Mientras dormías. Además, es una especie de Kurt Russell raro.

El artículo está genial.

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