The -impenitente- wrestler

Imagen de Jack Culebra

Una vistazo a la película de Mickey Rourke, que creo que en España apareció como "El luchador"

Igual me equivoco de medio a medio, pero, a mi parecer, esta película encarna a la perfección lo que es una historia crepuscular. El fin ha llegado, proclama desde el primer minuto de metraje: hemos entrado en el callejón sin salida, en la recta final. Y ahora ¿qué vas a hacer?

 

The wrestler no juega con sorpresas. Todo aquél que haya visto el anuncio sabe de qué va la historia y, en gran medida, por qué derroteros va a discurrir. No ocurre como en Million dolar baby, con la que es inevitable establecer algunos paralelismos: aquí no hay giros ni requiebros, sino una determinada sucesión de hechos que nos conducen cuesta abajo hacia el ocaso de nuestro particular luchador.

 

¿Por qué resulta interesante verla, entonces? Simplemente, por paladear una historia bien hecha, que se desarrolla a su ritmo y viene a contar lo que quiere contar. Que emociona en su simple planteamiento -que cualquiera, grosso modo, podría idear- y en los pequeños detalles con los que sólidamente se va entretejiendo.

 

Al principio, sobre todo después de leer algo así, se puede desconfiar. Entramos en harina con una cámara subjetiva pegada al cogote del protagonista, y uno teme que esto vaya a ser un desatino conceptual. Nada más lejos de la realidad. En cierto modo, The wrestler, y salvando las distancias, se apoya en una estructura más bien clásica, aunque se termine desgajando, como una rama marchita, en otro sentido que, hay que reconocerlo, no es del todo inesperado.

 

No, el filme no reposa en fuegos de artificio, sino en detalles que extienden una gran sombra de documental sobre la historia. La música de los años '80, una delicia para todos los amantes del heavy metal más clásico y que propicia momentos absolutamente míticos, la parafernalia de ese deporte - espectáculo que es la lucha libre, la mirada al backstage de ese mismo mundillo, un dominio tan fascinante como la propia lucha libre y que, paradójicamente, al descubrir el "truco" da más valor todavía a lo que se cuece encima del ring... todas esas estampas conforman gran parte del peso y de la magia de la película.

 

Sí, The wrestler es una ventana abierta a un mundo muy concreto a través de los ojos de uno de sus personajes más peculiares -el luchador "patriota", el rubio bronceado californiano con su melena a lo Axl Rose aun en mitad de las nieves continentales, el verdadero americano que decían sus publicistas en un folclórico planteamiento muy propio del medio- y de las miradas que en él se posan. Pero no es sólo esa inspección, ese retrato curioso a un momento de nuestra cultura -y digo nuestra porque en gran medida como tal la hemos adoptado, aun sin darnos cuenta-, sino también una película basada en los sentimientos donde, entre las mallas, la brillantina y los piquetes de ojos tenemos seres humanos de carne y hueso que conmueven.

 

Aquí toca hacer un elogio a Mickey Rourke, que encara valientemente un terrible papel de hombre que ha tocado fondo y llegado al final de su ciclo. Con su interpretación se mete en el bolsillo al espectador, le transmite toda su desesperación al verse varado en un existencia que no le corresponde, no a él, no a la superestrella que hizo vibrar al público y que ahora ha quedado olvidada y lisiada en el batallón de los perdidos. El espectador sufre, sí, y te das cuenta de cuánto cuando, aun a pesar de saber que todo acabará mal irremediablemente, no puedes evitar angustiarte cuando su corazón falla, cuando su cuerpo no responde al orgullo que todavía lleva dentro ese tipo extravagante de melena platino y leotardos horteras.

 

Habrá sin duda en la película excesivas dosis de épica, demasiado melodrama que, terriblemente, resulta muy real, alguna inconsistencia en el ritmo cuando nos perdemos en ese deambular errático al que nos entregamos los hombres. También encontraremos algunos excesos de sangre, de sordidez, de vistazos al famoso arroyo en el que no quiere terminar nadie. Pero no seré yo quien lo censure, porque cuando ese impenitente luchador, ese símbolo ajado de una época que ya se pierde en el olvido y el revanchismo, ese hijo pródigo americano que nunca supo volver al redil emprende la escalada de subirse a las cuerdas, sin fuerzas ya para que el público pueda creerse el espectáculo... Sí, las lágrimas dieron testimonio de la calidad de esta película que no se molesta ni siquiera en fingir un requiebro o ponerse una cresta de gallo para llevarte a donde te quiere llevar.

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