Porcelana

Imagen de Julián Castro

Cuando llegó a la mansión, el anciano que la trajo contó que había sido una hermosa princesa, y una hechicera, envidiosa de su belleza, acaparadora de todas las miradas, la había transformado en lo que ahora era. Ella no le encontraba el sentido a esa historia: siempre había sido así, ¿qué se supone que era ahora, que antes no era de aquella manera?

Al principio no pasaba desapercibida. Pasaba horas y horas en el salón, conversando con el resto de la familia. Todos admiraban su belleza y su parecido. Ella no sabía a qué se referían con eso. ¿Parecido a qué? ¿Acaso no era ella, sino alguien parecido? Pero se lo planteaba pocas veces; por aquella época era feliz. No se podía mover mucho, la verdad, pero aun así le bastaba la admiración de la familia para sentirse totalmente plena.

 

 

Un día fue presentada en una fiesta. El padre, orgulloso, le confesó que sólo la había organizado por ella, por mostrarla y que la alta sociedad se muriera de envidia. Como podéis imaginar, no caía en sí de júbilo y orgullo. La fiesta, de hecho, fue un éxito. Uno tras otro, los invitados pasaban delante de ella para conocer aquella “belleza que era el orgullo de la familia”, y halagaban una y otra vez sus facciones, sus curvas, sus ropas de vivos colores… su dichoso parecido con la Realidad. Le gustaría conocer a aquella Realidad que estaba en boca de todos y a quien tanto parecía asemejarse. Pero aquella noche no pensó más en ella, ya que era el centro de atención y estuve entretenida toda la velada. Era su noche. A la mañana siguiente, el padre no dejaba de comentar a su mujer el éxito que había obtenido la celebración. Había que repetirlo, y pronto: su reputación subiría como la espuma en poco tiempo si seguían así.

 

Así que a las tres noches el gran salón volvió a acumular a un montón de gente elegantemente vestida, aunque ella sabía que ella era la más elegante, la más bella de todas las mujeres que había en aquella sala.

 

Pero esta vez fue diferente. Ya nadie se detenía a mirarla, ni halagaba sus facciones, ni su vestido, ni siguiera mencionaron ni una sola vez a aquella famosa Realidad. La única atención que recibió fueron las distraídas miradas que, de vez en cuando, le echaba alguna pareja que pasaba por su lado.

 

Estaba muy deprimida, y más aún cuando en la siguiente ocasión las únicas miradas que recibió fueron las del servicio, que no dejaba de quejarse de que les obstaculizaba el paso.

 

 

Ahí fue cuando todo empezó a cambiar. Ya no hubo más fiestas para ella. Cada vez pasaba menos tiempo en el salón con la familia, y se sentía muy triste. Parecía que todo lo que había hecho por ellos, la reputación, su belleza, lo habían olvidado; su parecido con Realidad no significaba nada. Quizás la hubieran encontrado, a la tal Realidad, y por eso no necesitaron a una burda imitación como era ella. Pasaron un par de años, y la madre decidió que estaría mejor en la biblioteca; ella estaba emocionada al principio, porque no sabía lo que significaría ese traslado: en la biblioteca no había espacio suficiente. Así que le quitaron el vestido, su precioso vestido de vivos colores, y mandaron a un escultor que le separaran las piernas del resto del cuerpo.

 

Después de aquel tormento, la colocaron en la biblioteca. Así que allí estaba, sin piernas y desnuda, con sus hermosos y perfectos pechos totalmente al descubierto. Sentía vergüenza. Vergüenza, y una profunda tristeza; no comprendía nada. ¿Cómo había pasado aquello? ¿Cómo había pasado de ser el orgullo de la familia, la envidia de toda la alta sociedad a ser una muchacha desnuda en medio de una biblioteca, sin más compañía que unos libros que le hablaban en un lenguaje que ella no comprendía? Sentía unas inmensas ganas de llorar, pero había algo que hacía que las lágrimas se detuvieran en la cuenca de sus ojos y no terminaran de derramarse por su rostro.

 

Al menos, así pasaba un poco más de tiempo con la familia, sobre todo con el padre y la pequeña, a quien todas las tardes llevaba hasta ahí para leerle algún cuento. Así pasaron los años, y terminó por acostumbrarse a no tener piernas y por olvidar su precioso vestido y su desnudez. Los cuentos le ayudaban, pues que de alguna manera la liberaban hacia mundos lejanos, pero al mismo tiempo le hacían añorar otros tiempos, una libertad que realmente no sabía si alguna vez había tenido.

 

 

A lo largo de los años la niña se fue haciendo mayor, y su padre ya no venía a leerle a la biblioteca. Ya sabía hacerlo ella sola, y le hacía silenciosa compañía durante horas, arrellanada en el sofá de terciopelo. Ella le envidiaba, puesto que nunca aprendió a leer, aun estando rodeada de palabras, y ansiaba poder sumergirse como la chica en otros mundos y escapar de la monotonía de horas y horas sobre una mesa de mármol.

 

Entonces fue cuando se volvió transparente. Sí, llevaba siendo transparente para todo el mundo muchos años ya, pero esta vez no era de manera metafórica. Se volvió transparente. Miraba sus manos, su pecho, su vientre y lo único que veía era el mármol de la mesa deformado por sus curvas femeninas. A pesar de aquel espectacular acontecimiento, siguió pasando desapercibido para todo el mundo excepto para la chica, que se quedó cautivada por el reflejo de la luz que entraba por la claraboya del techo, que al pasar a través de su cuerpo transparente se descomponía en una gama de intensos, que le recordaban a su antiguo vestido.

 

La chica, que poco a poco se iba convirtiendo en una mujer, pasaba horas mirando aquel bello espectáculo. Ella le hablaba sin parar, y aunque la muchacha no parecía entender nada; hablaba y hablaba de lo que sentía, de su tristeza, de su nostalgia por los tiempos pasados en los que tenía piernas y un precioso vestido de vivos colores, de Realidad, de los cuentos… Aunque la muchacha no llegó a saberlo nunca, se convirtió en su única amiga.

 

 

La muchacha volvía todos los días a contemplarla. Y un día apareció con su prometido. Años después, llevó a su hijo, y luego a su hija, todos los días mientras fueron niños. Siguió viniendo después de que muriera su padre, el que le leía cuentos cuando era pequeña, vino incluso cuando las arrugas marcaban su piel, aunque la mujer transparente siguiera siendo igual de bella, y llegó a conocer a sus nietos.

 

Un día dejó de visitarla: había muerto. Días más tarde, vaciaron la casa, las estanterías: los hijos de su amiga no querían vivir allí. Cubrieron todo con sábanas blancas, incluida ella. Lo último que vio fue el rostro de la hija de la única amiga que tuvo en su longeva vida. Ya no estaría desnuda nunca más, ni reflejaría la luz del Sol que entraba por la claraboya.

 

 

Pasaron años. Muchos más que los que pasó en el salón, y que los que pasó escuchando cuentos, y aún más que los que pasó en compañía de su amiga. Ya no tenía brazos; se deshicieron cuando se olvidó de que los tenía. Poco a poco se fue volviendo menos transparente, y su piel fue transformándose en una superficie dura, lisa y blanca.

 

Lo único que podía hacer era rememorar los cuentos que escuchó del padre, y cuando se hartó de ellos, inventárselos ella misma. Imaginaba historias de campos verdes, donde las muchachas corrían desnudas o con preciosos vestidos de vivos colores.

 

 

Pasaron dos siglos. Ya no tenía más cuentos que inventar y sólo le quedaba sentir una vaga melancolía. Fue por esa época que alguien volvió a ocupar la casa. Los oyó llegar, hablar a voces. Primero en el vestíbulo, luego en el salón, después subieron las escaleras y finalmente acabaron en la biblioteca. Los oía comentando lo bonita que era la casa, y tal o cual cuadro, y mira estas estanterías qué acabado más bonito tienen. Entonces alguien retiró la sábana que la cubría, y se encontró cara a cara con una muchacha de ojos claros que la miró fijamente. Ella ansiaba que admirara sus preciosos reflejos de colores, que la admirara y se quedara con ella y fuera su amiga, pero ahora era de una blancura opaca.

 

-Sólo es una vieja estatua -dijo la mujer, y después se fue a seguir recorriendo la habitación.

 

Aquello le partió el corazón. Ni los dos siglos le dolieron tanto. La mujer hablaba con su acompañante, un hombre apuesto que sería su marido, pero no hacía caso a la conversación. Sólo quería que se fueran, que la dejaran sola. No quería ver a nadie nunca más, ni aunque viviera mil años en la más profunda y opaca soledad.

 

Finalmente se fueron, y ella irrumpió en un vago y desconsolado, un patético llanto entrecortado. Nunca había llorado, y no sabía cómo hacerlo. Todas esas lágrimas que había acumulado durante tres siglos salían como un manantial por sus ojos sin pupila ni iris, acompañadas por desgarradoras convulsiones leves. Las lágrimas mojaron todo su cuerpo y la mesa de mármol, goteando hasta el suelo. Rompió a llorar mucho más fuerte, y a la vez consciente e inconscientemente, se retorcía con más fuerza sobre la mesa mojada. El mármol empapado de melancolía le hizo resbalar y cayó al suelo. Allí, entre trescientos años de lágrimas, su vida se rompió como la más fina porcelana.

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Patapalo
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Puntos: 208859

Una historia entretenida que no me ha terminado de cuajar. Me parece un concepto muy hermoso, y un punto de partida interesante para desarrollar ese sentimiento de la estatua, pero creo que un relato de este tipo está forzado a reposar sobre una prosa muy cuidada, y me da la impresión de que no es el caso. Hay muchas repeticiones de pronombres, muchos cambios de perspectiva que se hacen reiterativos y un enfoque muy narrativo cuando no es una historia de narración. No sé si me explico. Creo que le hubiera venido muy bien un repaso a fondo al texto, y no sólo por las erratas.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Ayrim
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A mi me ha parecido un texto muy hermoso, si que es verdad, que le falta un poco de reposo, pero aun asi, me ha encantado...

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jane eyre
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Me ha costado mucho imaginarme a una estatua vestida con un traje que se pudiera "quitar", por la falta de costumbre, y hubiera estado bien una explicación del porqué la despojaron de él y lo que significó para ella. Creo que le podías haber sacado mayor partido a la idea de cómo los humanos ponemos algo de moda para abandonarlo después.

El conjunto me gusta, está lleno de sentimientos descolocados y eso me parece original. La última frase, sencillamente genial:

Allí, entre trescientos años de lágrimas, su vida se rompió como la más fina porcelana.

 

 

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Julián Castro
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Poblador desde: 26/01/2009
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Hombre, la idea es que es un vestido normal de tela que los dueños le quitaban y ponían, pero la verdad es que queda un poco confuso. Y sí, la verdad es que le podría haber sacado más partido a muchísimas cosas, en cuanto tenga un buen rato le hare un estudio a fondo.

Gracias por comentar.

"La mayor locura del hombre es pretender estar cuerdo..." www.loslibrosgrises.blogspot.com

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Mauro Alexis
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   Hola Castro, te hago una pregunta, ¿estos relatos forman parte de qué foro? ¿Cualquiera puee publicar aquí?

 

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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Julián Castro
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No sé muy bien a qué te refieres, pero intentaré responderte. Estos relatos forman parte de la sección de Literatura. Si quieres publicar alguno, sólo tienes que mandarle un correo a Patapalo o su hermano.

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Mauro Alexis
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Poblador desde: 14/02/2009
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   Muchas gracias Julián. Saludos.

 

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