Especial OcioCiencia: Sistema Solar I

Imagen de Luc Hamill

¡Celebramos nuestro primer aniversario! ¿Y esas caras? ¡Poned música! ¡Traed panchitos!

“¡Estábamos en la UVI! ¡Nadie daba un duro por nosotros!”. Esas palabras tan emotivas para los béticos son aplicables en nuestro caso. En los primeros Ociociencia la cosa parecía más cerca del fracaso que del éxito. Hemos presentado diez entregas y hemos recibido escasísimas preguntas. Si esta empresa hubiese dependido de ello, dudo seriamente que se hubiese mantenido. Sin embargo, aquí estamos, con más fuerza que nunca y trayendo el conocimiento más recóndito de la ciencia a quien se pase por aquí.

 

¿Pero por qué seguir? Esa pregunta me la he planteado en alguna ocasión. ¿Por qué seguir? Ciertamente, aparte del apoyo de algún compañero, no hay nada demandándome (ni siquiera incitándome) que en próximos días me prepare otro artículo. Pero es algo que, si puedo, haré. Esa determinación está motivada por un pensamiento. En el primer artículo de divulgación que puse en la web un niño me envió una serie de preguntas. Tan pronto como pude (en un par de días) se las respondí. Luego la desdicha quiso que el artículo desapareciese de la web, ¡y es el único que me han perdido, cachis! Bueno, da igual, no ha desaparecido el recuerdo. Es más, creo que me ha marcado. Voy a intentar explicarlo.

 

Por un lado, ante esta empresa están los científicos. No todos, pero sí muchos, no ven con buenos ojos la divulgación. Una gran cantidad de ellos cree que a los “profanos” no se les puede acercar la “miel”. No la entenderían, no la saborearían. Sería desperdiciar tiempo, energías y miel. Pero al igual que otros muchos científicos, no estoy de acuerdo con esa idea. No se puede ser tan egoísta, no al menos en esto. Quienes se oponen a la divulgación deberían pararse a pensar por un momento en la suerte que han tenido para estudiar y aprender. No todo el mundo tiene las mismas oportunidades, ni tampoco la culpa de que su vida, por una causa u otra, no les haya permitido acercarse más a la ciencia. Y para eso tenéis esta sección. Si lo que se sabe no se comparte, se pierde. ¡Y no me gusta la miel!

 

Por otro lado, naturalmente está el amplio público, que se muestra reacio, temeroso o desinteresado con estos temas. La mayoría aparta la vista alegando que la ciencia es muy aburrida. Ni mucho menos, en todo caso difícil. Pero en general, sus ideas básicas son simples. Considero la ciencia como un partido de fútbol. Los jugadores mueven el balón, y luego hay alguien retransmitiendo cada jugada. Aunque sea la final de un Mundial, si el comentarista no sabe motivar a los espectadores, más de uno dejará de seguir la soporífera retransmisión, ¡aun siendo una final histórica! Por otro lado, incluso el partido más soso puede ser seguido si hay un interlocutor de nivel que sabe transmitir emoción y exprimir cada suceso. Yo nunca he retransmitido un partido (ni creo que lo haga), pero he visto muchos por la tele. Sé lo que es querer disfrutar aprendiendo, y lo que se siente al conseguirlo. Sé lo que es el deseo de dejar algo por percibirlo tedioso o complicado. Muchas veces deseé tener un interlocutor que me explicase cada jugada y me ayudase a comprenderla con repeticiones.

 

No fue así, no pasa nada. Eso no ha sido obstáculo para que finalmente me haya metido en cantidad de berenjenales. Y en más que me meteré con tal de que a una sola persona le sirva todo esto. Ignoro si esa persona me sigue desde la entrega 0.4, está aún por llegar o quizás nunca aparezca, pero yo estoy aprendiendo y repasando cada vez que preparo un artículo. Me siento realizado con esto, así que a mí ya me vale. Para los demás, gustosamente me sigo ofreciendo a acompañaros en vuestros primeros pasos (porque esto es sólo el comienzo) a la aventura de saber.

 

Dicho eso, que me he quedado a gusto, vamos a resolver la última pregunta que me han dejado, que hasta ahora es la más fácil de responder. Decía ¿cuál es tu libro favorito? No tengo uno que destaque por encima del resto. Los que más me han influído son Historia del tiempo de Stephen Hawking y Momentos estelares de la ciencia de Isaac Asimov. A nivel más filosófico, El héroe de las mil caras de Joseph Campbell. En general no acostumbro a leer narrativa fantástica, novelas de suspense, etcétera, sino divulgación porque prefiero aprender puramente que soñar con otros mundos y aventuras (eso se lo dejo al cine y los comics). Si la pregunta era por curiosidad, ahí está la respuesta, pero si era por tomar un referente, amig@, yo no soy el ejemplo a seguir. Bueno, modestia aparte, soy un buen modelo a seguir, pero no sería lo idóneo quedarse en mí, lo mismo que yo no me quedé en Sidney Poitier. Y muchas gracias por la pregunta, cualquier otra que tengas, no te cortes.

 

Ahora empezaremos otro viaje por el saber con el tema elegido para este primer aniversario: el Sistema Solar. ¡Guau! Ya que lo tenemos ahí, vamos a aprovecharlo. Es hora de meternos en materia de la, y no es una palabra inventada por mí, Planetología.

¡Inquietante!, ¿¡verdad!? No por lo que se ve precisamente. La Planetología es una disciplina científica surgida del aluvión de datos recogidos con el envío de sondas y el uso de telescopios y demás parafernalia apuntando a los distintos planetas. No obstante, la Planetología en sí no se limita a nuestros planetas vecinos sino que abarca el estudio de planetas más allá de nuestro Sistema Solar, los llamados exoplanetas. Desde 1988 se han descubierto unos 300, la mayoría más grandes que Júpiter, es decir, los que yo llamo IBM: Inmensas Bolas Mantecosas (jo, jo). Esta rama científica tiene su importancia, ya que en los planetas, aparte de lo redondos que sean o el color que tengan, se pueden estudiar las masas y tamaños, las gravedades, velocidades de rotación, estructuras, atmósferas... hasta la búsqueda de vida, así que nadie se tome a pitorreo esto porque me chivo a uno que trabaja en el Jet Propulsion Lab, que es quien me ha suministrado muchos datos. ¡Gracias, Rafa, ahora soy yo quien te debe una!

 

En esta primera entrega nos limitaremos a visitar al Sol y los planetas terrestres (Mercurio, Venus, Tierra y Marte), que no es moco de pavo. En la segunda y última nos pasearemos por los planetas jovianos (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), llamados así no porque tengan hobbits, sino porque son gigantescos. A ello le sumaremos Plutón, que también tiene derecho. Sí, reparto salomónico en cada parte: 5 y 5 (cuidao con la rima). Además le daremos un repaso a los satélites y cinturones de asteroides que tienen por ahí. Vamos, retrato de familia al completo. ¿Listos?

Como ya todos deberíamos saber, ni estamos en el centro del universo, ni en el de nuestra galaxia, ni mucho menos en el del Sistema Solar. Nuestro planeta es uno más girando en uno de los muchos sistemas planetarios que hay en la Vía Láctea. En vista a eso, imaginemos que somos extraterrestres. Supongamos que somos púrpuras, tenemos tres ojos rojos y nuestro punto débil es ingerir salami. Imaginemos además que durante miles de años hemos estudiado a la humanidad salvo a Bush y Rappel, y que no podemos resistirnos más a saber qué se siente al montar en esa cosa llamada bicicleta, por lo que hemos decidido visitar la Tierra. Si tenemos una nota como:

únicamente tendríamos que seguir esa ruta para llegar a nuestro Sistema Solar. Nada más llegar nos atraería una cosa:

 

EL SOL

 

Empezamos con la estrella del show. Nuestro Sol es una estrella corriente que tiene más del 99% de la masa del sistema (como para negar que sea la estrella). Es joven, muy joven (todas las mañanas sale a pasear y hasta que cae la noche no se va) y además es enorme, tanto que si lo redujésemos a un balón de fútbol, nuestra Tierra debería ser la cabeza de un tornillito. Sé que estoy demostrando poseer una extraordinaria habilidad para exponer lo obvio, y puedo seguir: el Sol está caliente. De hecho, está a unos 14.000.000ºC. Tal temperatura viene de su núcleo, en donde hay una reacción termonuclear que transforma el hidrógeno en helio. En la superficie hace “menos” calor, sólo está a 6.000ºC. Por ella se pueden ver las llamadas manchas solares, que son como los restos de una barbacoa bestial que ha ocupado miles de kilómetros cuadrados. También debo decir que, por si se os ocurre, mirar al Sol con un telescopio es una locura. NUNCA debe hacerse a no ser que uno le haya perdido el sentido a la vida.

 

Por encima de la superficie también pasan cosas raras. No se le ocurra abrir esa ventana, señora, la descompresión nos mataría instantáneamente. Está ahora muy lejos de Nueva Orleans, ¿sabe? Tiene suerte de que yo sea el guía. Serán bonitas, pero esas nubes de fuego (de hasta 200.000 km de largo) pueden durar semanas, y a su paso liberan grandes cantidades de energía que llegan a la Tierra en forma de auroras boreales, unas luces que dejan a la altura del betún las discotecas de Ibiza. Junto a esas auroras nos llegan los efectos de las tormentas solares (el Sol también tiene sus tormentas), que es lo que realmente está provocando el cambio climático y no nuestro nimio envío de CO2 (si no lo decía una vez más, reventaba).

 

Vamos ya con los planetas. Etimológicamente, planeta viene del griego planaö (vagabundo), por el movimiento que percibimos de ellos, que parece que estén como un borracho volviendo a su casa pero sin decir que la farola es su mujer. Eso la palabra planeta, pero el concepto requiere tres requisitos:

 

- Debe orbitar alrededor del Sol.

- Tiene suficiente masa para que su gravedad le dé forma redonda.

- Ha limpiado las cercanías de su órbita de planetillas.

 

Dicho esto, os pregunto, ¿Doreamon podría ser un planeta? Es un “cuerpo celeste” (basta ver su piel) y gira alrededor del Sol, porque va con la Tierra que ya lo hace. Que su masa le da forma esférica, no hay más que ver su cabeza-bolo. ¿Pero ha limpiado sus cercanías de planetillas? Pues no, el gato cósmico tiene a la Tierra muy cerquita (vive en ella). Luego no, Doraemon no es un planeta. Lo lamento.

Saltamos de la estrella del sistema para irnos al primer planeta. Antes de acercarnos a su órbita, como curiosidad os adelanto que todos los planetas que veremos tienen nombres de deidades griegas o romanas. Exactamente, en los romanos tenemos a Mercurio (mensajero de los dioses), Venus (diosa del amor), Marte (dios de la guerra), Júpiter (dios supremo), Saturno (padre de Júpiter) y Neptuno (dios del mar). En los griegos están la Tierra (Gea, madre de todos los dioses) y Urano (dios del cielo). Además, todos tienen sus simbolitos muy majos (Mercurio es una diablilla). Ahí os los dejo por si os animáis a haceros un tatoo:

Y sin más dilación, vamos a:

 

MERCURIO (Mercury para los amigos)

 

Éste es al que le ha tocado estar más cerca del Sol (nuestro repaso irá de más próximo a más lejano del astro rey). De entre todos los planetas, Mercury es el peor parado. Ni tiene satélites ni es grande, y desde que se creó sólo ha conocido disgustos en forma de impactos. En uno de ellos el castañazo fue tan grande que perdió la mayor parte de su superficie dejando a su núcleo como componente principal de su estructura (por ello tiene el contenido de hierro más alto del vecindario). Además, al ser el hierro un material de gran densidad, posee la segunda densidad más alta de todo el sistema, casi ganando a la que ocupa el primer puesto: la Tierra (¡ganamos!).

 

En la superficie se ven las heridas de unos bombardeos que se vieron facilitados con el hecho de que Mercurio, como la Luna, es una diana que no tiene ninguna atmósfera que detenga o desintegre las cosas que se le acercan. Entre tantos cráteres destaca la Cuenca de Caloris, con un diámetro de unos 1.500 km.

 

Si viviésemos en Mercurio nuestro año tendría 88 días, ya que hace una órbita muy ovalada. Tal trayectoria es tan variable que provoca que su temperatura pase de los 350 ºC por el día a los –170 ºC por la noche. Otra consecuencia son los amaneceres dobles: en un mismo día el Sol sale, se esconde y luego vuelve a salir. Qué pillín.

 

Para allá va la MESSENGER (MErcury Surface, Space ENvironment, GEochemistry and Ranging), que además de ser un programa para dar zumbidos es una sonda. Para el 2011 se espera que esté dando vueltas por Mercurio y a ver qué nos cuenta.

 

VENUS (el hermanito de la Tierra)

 

Es el “hermano” por las similitudes que tiene con nuestro planeta. También es conocido, supongo que entre los elfos, como la “estrella de la mañana” o la “estrella de la tarde” (este planeta inspiró pasajes de El Silmarillion de Tolkien). Es más, Venus es el objeto más brillante en la noche después de la Luna. Yo sé encontrarla en el cielo, es preciosa ^^

 

De todas las órbitas, la de Venus es la más redondita, y si nos fijamos en los giros que hace sobre sí, es el único con Urano que va en sentido horario. Aunque hemos dicho que se parece mucho a la Tierra, no es muy propicio para la vida. El aire que tiene es venenoso. Contiene tanto dióxido de carbono (ya de por sí tóxico) que provoca un efecto invernadero con el que la temperatura sube a más de 400ºC. La consecuencia es que, aunque Venus está más lejos del Sol que Mercurio, está más caliente que el pico de una plancha. De hecho, es el planeta más caliente. Venus es el infierno. Otro detalle que haría difícil habitarlo es su presión superficial, idéntica a la que tendríamos a 1 kilómetro bajo el nivel del mar.

 

Y hablando de mares, en Venus no hay océanos, aunque se cree que antes tenía tanta agua como nuestro planeta, pero luego pasó lo que cantaba Belén Dreik: en lugares desiertos si no estás despierto tu imagen se vuelve vapor... Es decir, al estar más caliente que el palo de un churrero se evaporó su agua. No obstante, tiene continentes en forma de mesetas elevadas. Concretamente hay dos. El que está al norte tiene el tamaño de Australia y se llama Ishtar Terra, que suena místico. Allí encontramos la montaña Maxwell Montes, dos kilómetros más alta que nuestro Everest. En el sur está la meseta Aphrodite Terra, con un tamaño equivalente al de Sudamérica.

 

Todos estos datos han sido obtenidos con sondas. Igual son falsos y las sondas, dotadas de inteligencia artificial e inmensa mala leche, nos la están jugando. El primer cacharro enviado a otro planeta (en concreto a Venus) fue la sonda soviética Venera 1, a principios de los 60. Después vino la americana Mariner 2. Los soviéticos se picaron y enviaron la Venera 3, la primera nave que alcanzaba la superficie de otro mundo. De hecho, se envió con tanto ímpetu que no alcanzó otra cosa: el impacto la dejó hecha trizas. La que le siguió, la Venera 4, tuvo mejor aterrizaje y fue la primera en transmitir datos.

 

Durante un tiempo se creyó que Venus poseía un satélite que llamaron Neith, en honor a una diosa egipcia, pero finalmente se descubrió que se trataba de estrellas que estaban en el momento menos oportuno. Je, esto me recuerda a una visita al médico. El tío me puso el fonendoscopio en la espalda y empecé a respirar hondo. Entonces soltó un “uf, esto está fatal”. Seguí respirando y añadió “pero mal, mal, casi muerto”. Me giré y le vi intentando encender el móvil. Pa’ matarlo. Pero es que además, y ya sí en referencia a lo del satélite de Venus, cuando me puse en la pantalla de rayos X gritó “¡esa mancha qué es!”. Dio tres pasos y empezó a limpiar la pantalla. Qué personaje. El que yo siga vivo con médicos así es un éxito de mi sistema inmunológico. Bueno, como decía, fijarse la de complicaciones que puede dar una imagen mal vista. Así que con Venus nada, ni un satélite para la acalorada nena.

 

LA TIERRA (hogar, dulce hogar)

 

¡Llegamos a casa! Ciertamente, este planeta es el menos atrayente. En casa de palo cuchara de herrero. Es verdad, lo tenemos muy visto, así que haré un repasillo rápido. Que se sepa, el único sitio del cosmos donde hay vida inteligente (no incluiremos a Paris Hilton) es este puto planeta. Y perdón por lo de planeta, pero ya era hora de que alguien lo dijera. La vida surgió a partir del agua, y casi el 70% de la superficie que tenemos son mares; por este motivo se le llama Planeta Azul. Por eso también para hallar vida extraterrestre los científicos buscan agua en los exoplanetas. A diferencia de lo que la gente piensa, no se tiene en cuenta el oxígeno. El que tengamos oxígeno aquí es porque aquí hay vida (vegetal), y no al revés. Dicho matemáticamente: el oxígeno es suficiente pero no necesario para la vida (los seres anaerobios viven sin oxígeno).

Nuestro único satélite natural es la Luna, porque artificiales hay una pechá. Hay tanta bazofia espacial arriba que algún astronauta está pensando meterse a chatarrero. Sí, es sólo un satélite, pero es tan grande que provoca las mareas y en él se hace coincidir el periodo de rotación y traslación, resultando en que siempre nos ofrece la misma cara.

 

Sobre el origen de la Luna, la hipótesis más novedosa es que se formó por la colisión de un protoplaneta, llamado Theia, en los albores del Sistema Solar. Otra hipótesis más poética y típica (vaya sucesión sonante: hipótesis-poética-típica) supone que es hija de la Tierra, saliendo de su mami por su movimiento acelerado. Os aviso: en la superficie de la Luna se dice que hay mares, pero no soñéis con daros un chapuzón, no es más que una forma de designar sus zonas más oscuras. En vista a eso, el Mar de la Tranquilidad ciertamente está tranquilo: tiene un oleaje nulo.

 

Y que no se me olvide comentar la noticia más reciente. Hace poco los entusiastas de turno dijeron que se han visto sombras sobre la Luna y no se trataba de las antenas del Meteosat. No tienen ni idea de lo que es, pero han pedido ayuda a cualquier matemático que pueda explicar dicho fenómeno. Uf, ¡han pedido ayuda a los matemáticos, esos tipos deben estar desesperados! Les voy a echar una mano:

 

MARTE (casi pongo MARTA xD)

 

El llamado Planeta Rojo es en muchas cosas el más parecido a la Tierra. Por ejemplo, allí los días duran casi lo mismo. Además, aunque sea mucho más pequeño, como carece de mares y aquí hay muchos, la superficie terráquea en ambos sitios es casi idéntica. Donde notaríamos una diferencia es si nos pesamos allí. Como su densidad es inferior, nuestro peso se reduciría a 1/3 de lo que pesamos aquí. ¡Irse a vivir a Marte es una buena alternativa a seguir una dieta! Respecto al clima, por hallarse más lejos del Sol, la temperatura diurna puede ser de 20ºC mientras que de noche -80ºC.

 

Por lo demás, en nuestra ligera visita (por el peso) veríamos en el paisaje cosas tan familiares como cráteres, volcanes, cauces de ríos secos y dunas de arena. Si fuéramos al hemisferio norte pronto veríamos el mayor volcán del Sistema Solar: el Monte Olimpo, con una altura que supera en el triple la del Everest. Y hay otros récords. La Cuenca Borealis, que ocupa casi la mitad de la superficie, es la mayor cuenca de impacto conocida. Si en cambio nos dirigimos al ecuador, tenemos el Valles Marineris, que deja en un arañazo a nuestro Cañón del Colorado.

Estas estructuras dignas de los Guinness nos sugieren que hace unos 4.000 millones de años Marte experimentó un período catastrófico lleno de inundaciones de agua. Y si hubo abundante agua fue porque tuvo una atmósfera que subía las temperaturas. Cuando se disipó esa atmósfera, el agua pasó a ser vapor (otra vez Belén Dreik) o bien pasó a aglutinarse en masas de hielos por los polos (en el polo superior hay la mitad del hielo de Groenlandia). Eso en cuanto a la atmósfera del pasado, en la atmósfera de ahora lo que abunda es el CO2. Aunque ya es más ténue, sigue siendo lo bastante densa como para albergar grandes tormentas que pueden abarcar el planeta entero durante meses.

 

Otra diferencia con la Tierra es que Marte no posee un satélite sino dos: Fobos y Deimos. Son tan pequeños que se cree que son asteroides capturados: pasaban por allí y Marte se los quedó. Ambos fueron descubiertos de una forma muy deprimente que, para no entretenernos, os explicaré detalladamente en un futuro OcioCiencia (tranquilos que no me olvidaré). Fobos da una vuelta a Marte al cabo de unas 8 horas, mientras que Deimos tarda poco más de 30. Se ha observado que Fobos sufre una nimia atracción a Marte que hará que en unos millones de años se dé el paellazo. A mí me gustaría quedarme en Fobos y estar unas 9 horitas (para dar una vuelta a Marte), lo digo por si alguien me lleva a un reality show para cumplir esa deseo, por mi guay.

 

¿Suelto una frikada? Una más, quiero decir. Venga, va. En 1877 el astrónomo Schiaparelli se puso a examinar el Planeta Rojo creyendo ver unas líneas finas que bautizó como canali. La gracia es que esa palabra se tradujo como canals, que hace alusión a algo artificial. Esto despertó la imaginación de mucha gente aburrida que empezó a especular con que había vida en Marte. Entre otros, el rico apasionado Percival Lowell se construyó un observatorio. El tío se convenció de que, no sólo había vida en Marte, sino que era vida inteligente. Según Lowell, Marte se estaba secando (cierto). Para evitar la extinción, la sabia civilización marciana (?) había construido esos canales con el fin de llevar el agua de los casquetes polares a las ciudades (totalmente falso). Ingenioso. Como el tiempo todo lo cura, la moda de los canales se fue disipando hasta que sólo quedó un defensor de esa teoría. ¿Lo adivinan? Sí, Lowell. Después se retractó, pero le quedó la espinita clavada y se puso a buscar el Planeta X que acabaría siendo Plutón. Los canales no eran más que una ilusión óptica, y deberían decírselo ya a Bush. El tío usó por una vez las neuronas correctamente, al menos a trozos en esta frase: “tenemos fotos donde existen canales, creemos, de agua. Si hay agua, hay oxígeno. Si hay oxígeno, podemos respirar”.

 

Recipientemente (ji, ji) se ha calculado que si hay vida en Marte debería subsistir como mínimo a 7,5 metros bajo tierra, aunque en clase la calculamos a 4 metros, cachis. Si hay marcianos deben ser como los morlocks de El tiempo en sus manos, ya que más arriba la radiación cósmica haría mucha pupa en el ADN de cualquier criatura. A lo mejor en clase hicimos los cálculos para la cucaracha de Men In Black. Otra razón por la cual se especula que la vida ha de ser subterránea es que en 2004 la NASA mandó una navecita que emitía Stand, la canción de REM, y por aquello de evitar escucharla, los marcianos se escondieron prometiendo venganza gorda ante esa afrenta. Si hubiésemos mandado algo de Beethoven habríamos quedado como unos señores, pero no pudo ser.

 

Vamos dejando la tóxica atmósfera marciana, pero antes de poner el punto y final quiero comentaros un último dato en este primer especial. Je, es el “toque Hitchock” del artículo. Pasó que en diciembre de 1984 unos investigadores que buscaban a Santa Claus hallaron una roca espacial en la Antártida. El meteorito en cuestión, llamado ALH84001, parecía provenir de Marte y a bordo traía unas formas que se aprecian como... ¡Chan, chan! ¡Aliens! Bueno, eran microorganismos. Y además fosilizados y chamuscados. No nos deja con mucho suspense, pero había que vender la moto... No sé de nada tan desconcertante desde que jugué al ajedrez con el ordenador y a la vez hablaba con un amigo. Sin querer hice un movimiento estúpido (regalé una torre), pero el PC no se fio y se tiró unos 2 minutos calculando el movimiento obvio. Seguro pensó “pero, eh... je, qué idiota...”.

 

¡Mirad allí! ¡Júpiter! En la siguiente entrega empezaremos visitando al más grande de los planetas, ¡que nadie se me quede atrás! ¡Hasta entonces!

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Kivan13
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muy bueno el articulo. Espero con ansia el siguiente.

por cierto un hombre que vino a dar una charla a mi instituto, cuando todavia estaba alli, me hablo de la teoria gravitacional, al leer tus articulos encontre similitudes con lo que este hombre nos dijo y queria compartir el ejemplo q nos puso contigo, para q sigas difundiendo y eso.

para explicar la teoria gravitacional el señor puso una colchoneta en el suelo y puso encima una silla, obligo a sentarse en la silla a un compañero y deslizo unas canicas que fueron atraidas hasta la pata de la silla. Con este sencillo ejemplo nos demostro como funciona esa teoria en la que los planetas crean una disrupccion en el espacio.

nose igual estas diciendo q para q te cuento esto pero esq yo siempre aprendo mejor la ciencia con ejemplos tan...simples

no existe la inocencia solo diferentes grados de culpabilidad...

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