Hablemos de reseñas y reseñadores y de para qué demonios sirven
La semana pasada, por alguna conjunción cósmica, me vi discutiendo (sí, discutiendo) sobre este tema por varios frentes y de un modo intenso: ¿qué pasa con las reseñas en nuestro mercado editorial, sobre todo con las reseñas de blogs, portales y revistas digitales?
Uno decía que llegaba el fin, que las editoriales estaban decepcionadas con el escaso impacto de estos medios en los lectores y las ventas. Otro, que el problema venía de que todas las reseñas eran positivas, que nadie tenía huevos de decirles cuatro verdades a determinados autores o a determinados sellos, porque, si no, iban a cerrarles el grifo y que eso restaba credibilidad a el conjunto. También me contaron que una web de reseñas advertía a sus colaboradores que no aceptaban reseñas negativas, que o se hablaba bien del libro, o mejor se estaba uno callado, que ellos estaban para apoyar a los autores (nacionales), no para hacer la puñeta a nadie. Otro opinaba que el camino era tener al menos tan mala baba como el blog de La medicina de Tongoy, para romper esta dinámica.
El tema, la verdad, me fue poniendo mal cuerpo, terminó por cabrearme. No ya porque se fuera a poner en duda si mis reseñas en concreto son o no una bailada de agua, uno de estos rituales de cortesía para que me correspondan cuando publico luego mis libros. Este tema, a estas alturas, me da un poco igual: llevo publicados más de cuatrocientos artículos, la mayoría reseñas, y sé perfectamente que se me considera más bien blando, y probablemente lo sea, pero tampoco es que nunca haya echado sapos y culebras; quien quiera comprobarlo, tiene donde elegir. Como también puede comprobar que escribir reseñas no vale para que luego escriban sobre tus libros.
Lo que de verdad me enervó fue que estas cosas generan movimientos pendulares. En un momento dado, tuve la impresión de que se equiparaba mala baba con libertad de opinión, como si aquellos que somos moderados lo fuéramos por tener las manos atadas o miedo de no sé muy bien qué.
Todo esto se concatenaba con ideas varias sobre cómo abordar el problema, porque, eso sí, ahí creo que estamos todos de acuerdo: hay un problema con las reseñas, y es que hay gente que las usa para promoción hasta el punto de que hay quien confunde una sinopsis, una nota de prensa, una reseña, una crítica y la simple y cruda publicidad. Y eso no es sano. Ni para los editores, ni para los lectores, ni para los autores.
El problema es quién le pone el cascabel al gato. Hay quien opina que lo que hace falta es que se corten más cabezas, que se reparta más leña a los autores (nacionales). Incluso que se vaya a por esos libros que disfrutan de reseñas sospechosamente positivas (que haberlos haylos, y no me hagáis citar un par, que me gusta hablar solo de lo que he leído) y se descabalgue a sus autores. Yo creo que no es el camino. No así, sin más, a lo bruto. En primer lugar, por falta de tiempo y recursos: no tengo ganas de ir persiguiendo a nadie. Me conformo, y creo que con esto bastaría si lo hiciéramos todos los reseñadores, con dedicar unas líneas honestas a todo lo que nos leemos.
Otros piensan que las webs que publicamos reseñas deberíamos asociarnos para tener un sello de calidad. Esto, en sí, es una entelequia. ¿Cómo voy a convencer yo a la web que no acepta reseñas negativas de que es su obligación moral hacerlo? ¿Con qué autoridad? Como mucho, puedes trabajar con webs afines (personalmente, colaboro encantado con Cultura Hache porque me gusta la filosofía que lleva su administrador, Darío Vilas). Intentar llegar a un compromiso mayor que ese es irrealizable y, sospecho, hasta cierto punto malsano. Es por ello que creo que ni siquiera los lectores, que podrían ser los encargados de esto, deban ir más allá de la mera información, de la simple búsqueda de transparencia.
Porque, a fin de cuentas, no hay ningún ente objetivo del que podamos echar mano para juzgar los libros, ni las reseñas que estos generan. Me temo que aunque hay aspectos que son impepinables (la ortografía, la riqueza de vocabulario, la coherencia de la trama, la pertinencia de la ambientación, etc.), ni siquiera es impepinable su importancia. No a ojos de todos los lectores. Y, al final, las reseñas van de eso.
No es que me esté volviendo relativista. Simplemente, no creo que las reseñas y la crítica literaria tengan que ir necesariamente por el mismo camino.
A mí, por ejemplo, me gustan las reseñas de Sergio Mars en Rescepto, porque me gusta el modo que tiene de razonar y sé cómo ubicar lo que dice para que me sea de utilidad en mis elecciones. Pero sé que para otros no serán tan eficaces. Del mismo modo que a mí las del mencionado Tongoy no me convencen porque he visto (no mucho, lo confieso, solo un par de artículos) más víscera y fuegos artificiales que elementos de juicio.
¿Son ambos reseñadores independientes? Quiero creer que sí. Al menos, hasta donde dejan las filias y fobias de cada cual, que todos cojeamos, demonios: todos. ¿Son ambos buenos reseñadores? Ahí ya podemos liarnos en una discusión bizantina sin final, y ese es el quid.
Yo creo que un reseñador es útil en función de las afinidades de cada cual. En ese sentido, me gustaría incluir un sistema como el del Filmafinity en OZ, de tal forma que al leer un artículo de tal o cual poblador sepas hasta qué punto los gustos son coincidentes. Es algo que puede ser de cierta utilidad cuando lees por primera vez a un reseñador.
Aun así, al final, creo que lo más importante seguirá siendo la reseña en sí, el cómo se razona lo que se razone, porque esto es importante igualmente: qué es lo que se señala del libro y qué no. Por eso, creo que los lectores deberíamos también tener el reflejo de preguntar en los propios artículos, de señalar los aspectos en los que estamos de acuerdo, en cuáles discrepamos y por qué. Al final, una de las ventajas de las reseñas digitales es que podemos hacerlas derivar a una conversación, a un intercambio. A veces parece que tenemos anclado en el subconsciente el modelo de los periódicos tradicionales en papel y vemos los artículos como un púlpito desde el que nos hablan mientras nosotros estamos condenados a mantener la boca cerrada.
No sé si se puede equiparar la reseña con la crítica literaria, igual voy a sacar los pies del tiesto, así que corregidme si me equivoco. Y no seais blandos, por favor.
Hace un par de años tuve una asignatura que se llamaba precisamente así, Crítica Literaria. En lineas generales me pareció un tostón de dimensiones considerables, pero de todo se aprende. Recuerdo que entre las soporíferas manos de arena de vez en cuando caía alguna de cal, como la clase que dedicamos a un caso que al parecer es muy célebre en el mundillo de la crítica literaria profesional (allí hablábamos de prensa escrita, la Universidad todavía permanecía ajena a la blogosfera). El asunto se venía a resumir de la siguiente manera: A un crítico de prestigio que escribe para un suplemento muuuy importante de un periódico de tirada nacional (doy pistas, no es el ABC ni el Mundo) le llega un libro que publica el mismo grupo editorial de dicho periódico. Al crítico se le atraganta el libro hasta el punto de no poder aguantarse y escribe pestes del mismo (el libro, al parecer, era realmente malo). Entre las lindeces que soltó se me clavó la de "es increible que actualmente alguien pueda escribir tan mal". El periódico publica la crítica sin reparar demasiado en ella, pero cuando se dan cuenta de lo que ha pasado deciden prescindir de los servicios del crítico. Y aquí empieza un baile de artículos cruzados en el que el director del suplemento y el crítico en cuestión se dicen de todo menos bonitos.
Los blogs de momento no tienen tanta repercusión como los suplementos. Todo se andará, digo yo, y cuando esto ocurra, ¿quién se atreverá a rajar el truño de turno a sabiendas de que el descuartizamiento tendrá repercusiones? Lo bueno de los blogs es que muchos de ellos son absolutamente independientes, y eso debería ser una garantía de sinceridad, incluso de objetividad. Lo malo es que a menudo el autor del blog es a su vez escritor, o al menos proyecto de escritor, y eso lo acaba condenando al círculo vicioso del "te doy para que me des". Si se quedara ahí la cosa tampoco me parecería tan grave. El verdadero problema que acarrea el blog es que no siempre el que lo escribe lo hace respaldado por un aura de autoridad.
El mundillo de la crítica especializada está muy jerarquizado y además cuenta con el respaldo de los medios y de los grandes grupos editoriales, y eso tiene sus pros y sus contras. Uno de los pros es precisamente que cuentan con esa pátina de autoridad del que el bloguero de andar por casa carece. De los contras ya he hablado (dependencia, falta de credibilidad). Teniendo todo esto en cuenta la cuestión sería qué se puede hacer para captar la atención del lector potencial que ya ha aborrecido la crítica especializada, la crítica profesional. ¿Qué puede aportar el blog? Especialización, supongo. Honestidad, por ejemplo.
http://ladyovejita.blogspot.com