El Necronomicón

Imagen de Biblioteca Fosca

Algunas reflexiones sobre la creación de H.P. Lovecraft

Si hay un grimorio que ha calado en la imaginación de miles de lectores por encima de los demás, este es sin duda el Necronomicón de H.P. Lovecraft. Es por ello que en la Biblioteca Fosca hemos considerado oportuno dedicarle un artículo aunque su ámbito inicial ya fuese el literario. Después de todo, el tiempo ha hecho que transgrediera esa frontera a pesar de la advertencia específica de su creador, que dejó escrito: «Si alguien intentara escribir el Necronomicon, decepcionaría a todos aquellos que se han estremecido ante las crípticas referencias al mismo».

H.P. LovecraftEsta es precisamente la clave que ha hecho grande y popular a este grimorio de ficción: su intangibilidad, el misterio que lo rodea. Ya el propio Lovecraft, cuando por fin se decidió a escribir directamente sobre el mismo en Historia del Necronomicón (1927), cinco años después de que lo mencionara en el relato El sabueso, se mantuvo deliberadamente vago. No hay una descripción física ni de las ediciones ni de los contenidos, y la naturaleza de estos resta también indeterminada, limitándose el autor solo a advertir sobre sus peligros.

Por supuesto, se adivina que el contenido es mágico y que permite desatar fuerzas de gran poder y naturaleza obscena, antinatural, pero es sobre todo gracias a su aparición en otras historias. En ningún momento se especifica el funcionamiento de la obra o cómo es posible estudiarla. Este carácter inasible se acentúa adjudicando la autoría a un personaje demente (el árabe loco Abdul Alhazred), que más allá del juego fonético incluye elementos inquietantes, dado que Abdul significaría esclavo o siervo de. El juego continúa con la génesis de las ediciones. Estas, sobre todo las que han sobrevivido, se cuentan con los dedos, pero se aventura que deben de existir muchas más copias ocultas (y probablemente en malas manos). Hasta cierto punto, da la impresión de que solo la locura que afecta a sus lectores ha impedido que sus poderes sean liberados... de momento.

La elección de copistas y garantes de la existencia del Necronomicón es elegida también con cuidado: Theodorus Philetas, Olaus Wormius (personaje histórico que Lovecraft no duda en cambiar de época para aprovechar la sonoridad de su nombre y su cercanía con worm, gusano), el conocido mago John Dee, un vecino de Salem cuya biblioteca es pasto de las llamas... La gracia es ir dejando pistas no excesivamente consistentes que, más que cuerpo, aporten ecos a la historia principal. De ahí, también, que la mayor parte de las ediciones del Necronomicón estén en lenguas exóticas o muertas y las pocas que han llegado hasta el inglés se muestren incompletas. Todo el encanto del grimorio se derrumba, como apunta Lovecraft, si fijamos demasiado su contenido, si lo hacemos, simple y llanamente, accesible.

Por eso, también, los pocos fragmentos que se citan son crípticos y alambicados, como el famoso: That is not dead which can eternal lie. / And with strange aeons even death may die. (Algo así, por conservar la rima, como “Que no está muerto aquello que puede eternamente yacer. / Y con extraños eones incluso la muerte puede fenecer). Un grimorio que funcionase como un recetario puede resultar práctico, pero incoherente con la idea de que es una llave para acceder a conocimientos incongruentes con la realidad cotidiana y oscuros en su naturaleza misma. De ahí que en numerosas representaciones del uso de sus contenidos se recurra a los cánticos y las salmodias, como si la mera palabra no fuera suficiente y se hiciese necesario una entonación o ritmo que, por supuesto, no resulta fácil de reproducir: Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn.

Necronomicón - H.P. LovecraftOtro de los aspectos claves en la creación de H.P. Lovecraft es el entusiasmo con el que el autor dotó de profundas raíces a su obra. Recurrir a la filología griega (aunque sea de un modo libre y discutible), inspirarse en escritos reales (como El libro de los muertos), valerse de ecos mitológicos y legendarios (ciudades perdidas del desierto, la revelación de los textos trascendentes, etc.) e imbricarlo todo con realidades históricas (los subterráneos de Menfis, la quema de libros por la Inquisición, el uso de personajes reales, etc.) permite crear un entramado que dota de sabor al texto ahí donde la suspensión de la incredulidad, evidentemente, no puede ser auténtica. En esto juega un papel clave el factor estético, que es manejado con maestría: El Necronomicón, nombre ya de por sí sugerente, se titularía originalmente Al Azif, una palabra para designar un fenómeno extraño y real propio de los desiertos, ese ruido que genera la arena en determinadas ocasiones que parece provenir de insectos nocturnos que suenan como demonios aullantes, algo que se termina relacionando con Belcebú, el Señor de las Moscas.

Ante todos estos detalles, ¿quién necesita precisar que la encuadernación sea en piel humana o que las tapas están selladas por cerrojos metálicos para evitar que los curiosos se hundan en sus páginas... o que lo que encierra escape al mundo? El pozo del que H.P. Lovecraft extrajo su obra es tan profundo y lo deja tan mal iluminado que nuestra propia imaginación se encarga de crear los ecos necesarios para dar al Necronomicón toda la capacidad de suscitar escalofríos que, sin duda, merece.

 OcioZero · Condiciones de uso