La Revolución inconclusa (I)

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Giliath Luin
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http://lacamadepiedra.wordpress.com/2009/11/20/la-revolucion-inconclusa-i/

 

El café da vuelta dentro de la taza, meneándose con el movimiento de la cuchara. Ambas son de barro mugroso, negreadas de tanto reposar al lado de la lumbrera. En la taza, Jacinto se sirve los frijoles, la sopa de verdolaga, las lentejas y el café de la mañana. Tiene que estar pendiente para cuando lleguen los demás trabajadores para la pizca. Son los últimos días de junio y hace un calor endiablado. Bebe el café caliente a las cuatro de la madrugada todos los días. Dice que para “alivianarse”. La camisa de manta la viste sin amarrar en el cuello, y con el enorme sombrero se espanta los mosquitos. Acaba de apretar los guaraches y de ajustarse el sincho a la cintura, preparándose para la larga jornada diaria que les espera en la Hacienda de Romelinos, en Jojutla.

-Menos peor que Pancho Araujo nos redujo la jornada -pensaba Jacinto.

Y así pensaban la mayoría de jornaleros agrícolas de los latifundios ubicados en la depresión del Río Balsas. Un buen número de terratenientes se quejaba de la falta de movimiento en la industria agrícola del Centro de México, por lo que, a falta de maquinaria reducían el jornal de los campesinos y les regalaban el azucar, el café y el chocolate. Según algunos hacendados esto los haría trabajar con mayor júbilo y siempre con energía. De cualquier manera, las jornadas de catorce horas en los tiempos de extremo calor eran devastadoras.


Debió haber sido bastante difícil la situación para los campesinos del sur en el año de 1906. Los tecnócratas que rondaban por donde estuviera el Presidente Díaz tenían acaparados los ministerios de Finanzas, Desarrollo Económico y Comercio. Estaban más interesados en construir vías de ferrocarril y máquinas de vapor que les permitiera exportar las materias primas a los países europeos y a Estados Unidos. Eran adictos a Francia y Alemania. En esos años, México solo conocía dos sectores de producción: la extracción de materias primas y su venta. Apenas existía la transformación de recursos, que se limitaba a negocios locales de procesamiento de carne, cereales y alcoholes. Las armas se importaban de Alemania, en el mercado legal, y de Estados Unidos, en el contrabando ilegal. Los aceites y resinas se importaban de Francia. Los fármacos, de Suiza y Holanda. La maquinaria de trabajo, también de los Estados Unidos.

La cercanía con Estados Unidos aumentaba un poco más la calidad de vida en el Norte de México, permitiendo que los peones, campesinos y mineros fueran apoyados con el uso de maquinaria de trabajo pesado. Reichton Mechanichs vendía carretas y remolques en los estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila. Las herramientas eran proveídas por agentes de venta norteamericanos de Deere & Company. El norte gozaba de un nivel un poco más elevado de industria y comercio, sin embargo esto se limitaba a los pequeños productores independientes y los medianos hacendados, quienes representaban una minoría. La mayoría de campesinos y obreros que dependían de los grandes terratenientes gozaban, tal vez, del mismo nivel de vida que sus hermanos del sur, y en ocasiones vivían y trabajaban en peores condiciones. Los mineros eran caso aparte; desempeñaban sus funciones con una estrecha vigilancia de los medios de comunicación norteamericanos y pululaban por entre sus filas organizadores laborales enviados por los sindicatos del norte. Esta situación permitió a los mineros organizarse e instruirse en la política, y ejecutar con un poco de coordinación la primera huelga laboral en México: la Huelga de Cananea de 1906.

Jacinto era capataz de jornaleros en la Hacienda de Romelinos. Era la temporada de la pizca del frijol y el garbanzo, y las condiciones de trabajo eran duras. Los campesinos debían llegar al campo de la hacienda ya desayunados y aprovechar el fresco de la mañana; el comienzo del jornal era a las seis, a veces más temprano. Filas de campesinos se veían pasar por entre los zurcos del campo, cientos y cientos como si se tratase de un hormiguero, siempre con sus cestas y sus colchas en la espalda encorvada, y caminando paso a pasito mientras se cortaba y se crujía la mata. Hacía mucho tiempo ya que Jacinto notaba las “caras de palo” de sus subordinados. La rutina hacía mella de manera cruel en los morenos campesinos sureños, y a Jacinto le preocupaba que peones de 30 años de edad, pareciesen de 50.

-Ayer estaba escuchando en el radio que en Sonora los mineros hicieron un paro -le comentaba Jacinto a su compadre Florencio. Jacinto hablaba de la huelga que organizaron los liberales Esteban Baca Calderón y Enrique Bermúdez por medio del Club Liberal Cananea en dicha ciudad, el 1 de Junio de 1906.

-No te pagan para escuchar el radio, cabrón -Florencio, como la mayoría de los campesinos del sur, era completamente indiferente a la situación que se vivía en el norte, donde la mayoría de los revoltosos eran instigados por grupos de movilización que perseguían principios como la democracia, igualdad y economía abierta. -Y a nosotros, ¿de qué chingados nos sirve? No señor, ¡Tierra, Agua y Libertad! -exclamaba Florencio con la mano en alto.

Hacía un par de meses que los campesinos de las faldas del Ajusco se habían reunido en Cuautla para organizarse contra los hacendados que amenazaban con incluir sus tierras en el latifundio federal y el Sistema de Ejidos de Morelos. Conformaron una organización de campesinos representada por Pablo Torres Burgos cuyos objetivos habían quedado fijados por la máxima declamada por Florencio. Esta junta fue considerada ilegal y la represión por parte del Gobierno Federal no se hizo esperar.

-Deja de decir pendejadas, Lencho. A los serranos los está matando Munguía por andar diciendo eso -le contestó Jacinto. El sol estaba despuntando y comenzaba a hacer calor. Se puso el ancho sombrero sobre la cabeza para hacer sombra y se amarró el cinto y los huaraches. Se unió a la carga del grano con voces de mando, su cara de cuero reflejando el sol y su chicote para convencer a los que no quisieran trabajar. -Apura a la gente, cabrón -fue lo último que dijo Jacinto a Florencio antes de perderse de vista entre los zurcos, agachado como una hormiga más, buscando el grano vertido entre la tierra que iban tirando los jornaleros.


Faltan unas cuantas horas para que se cumplan 100 años del inicio de la Revolución Mexicana. Hace un par de días estuve hablando con un amigo de Guerrero. -¿Qué se siente, amigo, vivir en un estado que mantuvo con mucha vida al espíritu revolucionario? -le pregunto a Paco. -Hermano, en Guerrero esas cosas apenas y se recuerdan -me contesta.

-Es pesado vivir con una atmósfera que emana resentimiento. La gente en Guerrero, Morelos y Oaxaca se siente traicionada por el Gobierno Federal, por el PRI, por la democracia y por los mexicanos del norte. La gente va a la tumba de Zapata el 10 de Abril, y le llevan flores, licor y música. El 20 se lo dejan a los clasemedieros que organizan, conjuntamente con el gobierno del estado, los festejos de la Revolución. La Revolución que nos deben.

-Uno puede andar por los barrios de Tetelcingo o Palo Verde, y ver a indígenas harapientos buscando entre la basura que arrojan de Residencial Diamante. Esto sucede en el municipio que se vanagloria de ser la tierra natal de Zapata. El municipio cuya gente escupe sobre el EZLN con frases como “Pinches copiones, Zapata es de Morelos”. La gente de Morelos tiene mucha necesidad, y no es precisamente un estado desarrollado. Aún le deben a Don Emiliano, le deben mucho, y los desposeídos así lo creen. ¡Chingado!, si hay quienes creen que Zapata regresará algún día para comandar a los sureños y terminar con la Revolución que Carranza y Obregón truncaron.

Paco me da mucho qué pensar. En mi ciudad, Culiacán, Sinaloa, se hacen festejos por el 20 de Noviembre también. Y este año se engalanarán con tremenda pompa. -¿Para qué? -me pregunto continuamente. Hago castillos en el aire imaginando que el dinero destinado a los festejos, remodelaciones y propaganda se destina a la creación de infraestructura para las comunidades que se quedaron esperando el Reparto Agrario. No sé si festejar el 20 de Noviembre como un día de fervor patrio, de sublimación sentimental o de cambio en la continuidad política del país. Porque lo que supuestamente se festeja en estas fechas es una quimera: la dictadura plutócrata persiste, el reparto de tierras es una epifanía, la igualdad se evapora con gran facilidad y la libertad va en función de tu rol en la sociedad. Se tienen salarios bajos e impuestos altos, un presidente títere de intereses comerciales y un congreso déspota y tiránico que nos oprime. Opio y clavos, que nos desangran diariamente pero evita que sintamos dolor. Estamos destinados a ganar dos o tres salarios mínimos pero somos libres… libres de gastarlos en el cine o en el futbol.

Estamos a unas cuantas horas de que se cumplan 100 años del inicio de la Revolución y aún no sabemos por qué festejamos.

 

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