El otoño de las cenizas escarlata (F)

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Trigodon
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Todo comenzó con oscuridad, plena y narcótica negrura. El ébano etéreo
que me rodeaba no me asustaba, por el contrario, me daba paz. Sentía el suelo
bajo mis pies, era blando y agradable. Pero con el paso del tiempo las cosas
cambiaron. La opresión que generó esa oscuridad sepultó la pasajera paz que
sentí en un comienzo. Comencé a percibir espacios vastos, fríos y amenazantes,
donde me encontraba sumergido. La esperanza de encontrar algún resto de luz, de
poder ver qué era lo que me rodeaba me movilizó, comencé a centrar mi mente en
los ojos. Pero pronto comprendí que nada había, solo oscuridad que entumecía mi
alma y desesperaba mi corazón. Claro, yo te buscaba, y no estabas allí.

            El llanto apareció
naturalmente al darme cuenta que estaba solo, nada más que el suelo cespitoso
bajo mis pies. Mi dolor no era porque yo fuese el desafortunado, sino que me
preocupaba que estuvieses en un lugar parecido, rodeada por una triste y
opresiva oscuridad, sin saber hacia donde correr.

En pleno sollozo, algo rozó mi oreja, y luego mi brazo y mi cabello.
Extendí las manos con las palmas hacia arriba y no tardé mucho tiempo en sentir
que algo también tocó mis dedos. Estaban cayendo del invisible cielo algún tipo
de hojas o cenizas. Traté de tomar algunas para sentir su textura, y lo
conseguí enseguida. Parecían pequeñas hojas aterciopeladas, tan suaves cómo
pétalos, y quizás eso eran. Caminé unos pasos hacia adelante para confirmar si
caían más allá. Y así era.
            Un otoño de terciopelo estaba
cayendo sobre mí, un otoño súbito y sorpresivo que, sin saber por que, me hizo
llorar más. Sentía un dolor tan profundo por no tenerte conmigo, por haberte
quizás abandonado en algún lugar oscuro como este y que estés sufriendo.
¿Comprenderías que no sé que es lo que pasó? ¿Que no es mi culpa? ¿Que daría
todo por tenerte conmigo? Caí de rodillas, quebrado en llanto y penurias,
cerrando los puños, tal vez con la ilusión que tengo tu mano en ellos.
Lloré, lloré y lloré, hasta que algo llamó mi atención. En la lejanía, y con
mucho esfuerzo, logré percibir un pequeño brote de luz. Como si toda la
oscuridad estuviese pariendo un vástago luminoso, así como un demonio da a luz
a un ángel. Cada momento que pasaba, ese alba crecía un poco más y le daba forma
a un horizonte irregular, como formado por cerros. La lluvia de cenizas se hizo
más abundante, caían sobre mí vacilantes y me daban sosiego. El cielo tomó el
color naranja más hermoso que jamás haya visto, pero la luz no la emanaba el
sol, la fuente luz viajaba, volaba como un ave desde los cerros. Cada vez que
se acercaba más, el cielo se hacía más celeste y sin nubes. La claridad era
suficiente para notar que lo que caía del cielo eran pétalos de Rosa roja, tu
flor favorita. La luz era como la de un mediodía de primavera, y observé
atónito que la fuente lumínica que volaba hacia mí tenía alas gigantes.   Luego, su brillo disminuyó, pero no así la luz
que ya había creado, y logré verlo por completo: era un gran dragón,
majestuoso, que se posó a unos treinta metros de mí, sobre la pradera verde
bañada en pétalos carmesí. Te pude ver bajando de él, mirándome y sonriendo,
corriste hacia mí y nos fundimos en un abrazo tan esperado que exploté en lágrimas.
Cerré los párpados con fuerza y llegó a mis pupilas un destello súbito, que
tardó en despejarse, y cuando abrí los ojos pude comprenderlo: todo se veía de
lado, estábamos tirados en la calle, rodeados de gente que gritaba cosas que no
pude escuchar. Las lágrimas escarlata que caían y teñían la pradera lo hacían
de la misma forma que tu sangre, que pintaba el asfalto donde estabas tirada,
como yo, a algunos metros de distancia, muriendo.
            Cerré los ojos con fuerza de
nuevo, el destello castigó mis pupilas, y volví a verte en la pradera, tan
radiante luego de ese abrazo, tan feliz de tenerme a tu lado y disfrutando de
una lluvia escarlata de pétalos de tu flor favorita, que dejé de pensar en la
tragedia que observé y me dediqué a disfrutarte. En la vida o en la muerte,
siempre fuiste el sol que me iluminó, la luz que me guía y me abraza...siempre
fuiste el alba de mis días.

 

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jane eyre
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Bienvenido/a, Trigodon

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L. G. Morgan
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Me ha encantado. Llegué al relato por el título, tan sugerente, y el resto no decepciona, al contrario, es pura emoción. La primera frase: "Todo comenzó con oscuridad, plena y narcótica negrura." gloriosa.

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Trigodon
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Muchas gracias por tu comentario. Me alegro por haberte dado un momento de lectura agradable, es lo que me gusta lograr.

Saludos!

 

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