En familia

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Anónimo 8
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González descargó un buen montón de papeles en mi bandeja —es urgente, añadió—, y me vi obligado a dejar lo que estaba haciendo. Eché un vistazo a la faena y fui separando tareas para irme organizando. En mal momento comenzó a vibrar el teléfono en mi bolsillo. Lo dejé sobre la mesa sin molestarme en ver el número; pero la llamada insistía, y resultó que era mi hermano. Como nunca hablábamos entre semana, aquello apestaba a problemas.

Me fui al baño a por un poco de intimidad. Extrañamente, José Manuel fue breve. Insistió en vernos esa misma noche. No quiso dar más detalles y solo repetía que era importante y que vistiera cómodo.

Organicé el resto del día teniendo en cuenta esa molestia. A mediodía compré comida para llevar y me quedé en la oficina para adelantar faena. Alargué también la tarde porque no podría ir a casa a cambiarme antes de ver a mi hermano.

Llegué puntual a la cita. Esperaba verle aparecer por el paseo y me sorprendió bajando de una furgoneta aparcada justo al lado. José Manuel iba en chándal, con el nombre del taller escrito a la espalda.

—Te dije que fueras cómodo —fue su forma de saludarme.

—El traje lo es.

—Me refería a ropa de trabajo, vamos a sudar y mancharnos las manos. Por cierto, ¿aún las tienes de niña?

—Son de abogado.

—Mañana las tendrás de currante.

Para José Manuel yo tenía manos de mujer porque no las llevaba a casa, no solo ennegrecidas, sino presumiendo de callos y durezas, y a ser posible con cortes y heridas. En su mentalidad cavernícola solo el trabajo manual podía llamarse trabajo. Lo que yo hacía era otra cosa, entretenerme tal vez.

—¿Qué era tan urgente?

—¿Has cenado?

—Aún no.

—Te lo cuento mientras comemos, conozco un sitio de lujo aquí cerca. Te llevaría a un buffet libre a ponernos morados de gambas pero será mejor comer ligero, luego me lo agradecerás.

El sitio de lujo solo era un típico bar de barrio. Olía a fritanga y a desinfectante, y no había más clientela que un par de hombres acodados en la barra. Nos sentamos en una de las dos únicas mesas del bar, pegados a la pared y bajo el televisor. José Manuel saludó al camarero; el hombre no tardó en aparecer junto a nosotros con la libreta en la mano. Cantó el menú y mi hermano pidió por los dos: huevos fritos con chistorra y unas cervezas, eso era lo que mi hermano entendía por comida ligera.

—¿Para qué querías verme? —pregunté.

—La familia bien, gracias por interesarte —respondió y comenzó a explicarme su vida—. Laura se ha apuntado a un curso por Internet y está todo el día enganchada al ordenador, ahora me toca a mí hacer la cena. Aún no consigo que me salga un huevo frito a derechas, imagina lo que agradezco este momento; y Martita se me está haciendo mujer, Luis. Nos ha obligado a comprarle un sujetador. Yo no veo que lo necesite, pero la niña insiste tanto que... Me tiene preocupado. ¿Y tú? ¿Qué me cuentas?

—Mucho trabajo, como siempre.

—Sí, mucho trabajo, ¿y la vida? ¿No hay nadie por ahí? ¿Nadie que quieras presentarme?

La eterna cruz del soltero. Negué con la cabeza y busqué con desespero a que el camarero me tirara un salvavidas en forma de huevos fritos para llenarle la boca.

—Pues si no estás con nadie tiempo no te falta. Deberías pasar más por casa, que no te vemos nunca.

—Estoy muy liado. El trabajo, ya sabes.

—Vente un fin de semana, entonces.

—La oficina, también voy los sábados.

—Y los domingos a misa, no te jode. Domingo paella en mi casa. Este domingo, Luis. Este domingo. Se lo digo ya a Laura para que luego no te rajes.

Tomó el móvil y tecleó en él. Luego lo apagó.

—Apágalo tú también. No quiero que nos distraiga.

El camarero llegó con los platos y José Manuel fue directo a mojar el pan en la yema.

—Esto es gloria bendita. Los que intento en casa comienzan siendo fritos y acaban revueltos y en la basura.

—Déjate de historias y dime qué quieres.

—Está bien —se olvidó del plato y me miró muy serio—. Vamos a llevarnos a papá.

—Papá está muerto.

—Y sigue muerto, no te preocupes. Igual ya lo sabes pero el tío Jacinto acaba de palmar. Lo entierran mañana en el nicho familiar. ¿Sabes lo que eso significa? Que papá no cabe. Van a sacar el féretro y van a reducir sus restos. No es lo que papá quería. No, no lo quería. Así que nos lo vamos a llevar antes de que lo estropeen, para eso he traído la furgoneta.

—Es una broma, ¿no? —pregunté incrédulo.

José Manuel ignoró la pregunta y volvió a la cena; pinchó una chistorra y se la metió entera en la boca. Mientras masticaba, echó un vistazo al televisor rehuyendo mi mirada.

—Estás loco si crees que voy a ayudarte a robar un cadáver —dije.

—Un cadáver no, a papá —respondió enfadado—. Y vendrás porque también es tu padre.

—¿Y luego qué?

—Luego ya veremos.

Tuve el impulso de levantarme e irme —¡desenterrar a papá!—, pero no lo hice. José Manuel era capaz de hablar en serio y, he de confesarlo, sentía curiosidad por ver hasta dónde llegaba su locura.

El camarero regresó a la mesa y nos cambió los platos por un café y dos chupitos. José Manuel se quedó uno de los licores y empujó el resto hacia mí.

—Tómatelos. Te quiero despierto y con cojones, que ya nos conocemos.

Y, por supuesto, acabamos en el cementerio. Llegamos pasadas las once, con noche cerrada y una tranquilidad nada agradable. Apoyado contra el muro, un hombre se entretenía con el móvil. Mi hermano hizo sonar el claxon y el hombre empujó la verja hasta abrirla. Luego se montó en la furgoneta con nosotros.

—¿Todo bien? —preguntó José Manuel.

—Todo bien —respondió el hombre—. Nos esperan dentro.

Avanzamos a oscuras, mal iluminados por farolas, siguiendo un camino empedrado hacia la zona de los nichos. Junto a la tumba familiar aguardaban dos hombres más. Ya habían quitado la lápida, que reposaba en otra tumba, y mataban el tiempo charlando entre ellos y fumando.

Mi hermano bajó primero, sin apagar el motor. Abrió el portón y los enterradores sacaron el féretro de mi padre y cargaron con él hasta el vehículo. Mientras José Manuel se ocupaba de fijarlo con cuerdas, los hombres volvían a colocar la lápida y a sellarla. Y trabajaban con tanta naturalidad que busqué alrededor otras cuadrillas de enterradores exhumando más cadáveres para entregarlos a unos familiares tan locos como nosotros, pero éramos los únicos locos.

José Manuel se aseguró de que papá no se moviera en la furgoneta. Para cuando acabamos el trabajo y cerramos el portón, estábamos solos en el cementerio.

—Anda, sube —dijo.

—¿Qué vas a hacer con papá?

—Lo llevamos a casa de la abuela.

Así llamábamos a una vivienda familiar situada en un pequeño pueblo de provincias. La casa no era de mi abuela —ni de la abuela de mi padre y, tal vez, tampoco la de mi abuelo—, pero todo el mundo la conocía por ese nombre.

Cuando era niño, en los veranos, nos reuníamos en la casa buena parte de la familia. Llegamos a amontonarnos más de veinte personas entre tíos, primos, abuelos y cualquier familiar —cercano, lejano o imaginario— que quisiera pasar unos días de vacaciones en el pueblo. Además tenía jardín y era tan grande como para enterrar a toda la familia. Quizás era eso lo que José Manuel pretendía, pensé, que papá descansara en el pueblo, bajo el olivo sería un buen lugar.

—Venga, sube de una vez si no quieres pasar aquí la noche.

Monté rápido, tiritando, porque en el cementerio hacía mucho frío. José Manuel se había vuelto a poner la chaqueta del chándal. Antes de arrancar, trasteó en la guantera y sacó una radio portátil.

—¿Sabes usar una de estas? Me la ha prestado un amigo; dice que pilla las emisoras de la policía. Así podremos evitar los controles. Mejor estar prevenido.

—¿Es legal?

—No seas tiquismiquis. Si no quieres usarla invéntate una historia para contársela a la Guardia Civil.

—Ni siquiera sé qué estamos haciendo.

—Ahora mismo pasear el cadáver de papá. Puedes adornarlo con lenguaje de abogado, si te apetece, pero si nos paran estamos jodidos.

Tomamos la carretera nacional en completo silencio. Concentrado en las luces y las interferencias de la radio no me di cuenta lo sorprendentemente callado que estaba mi hermano. Conducía con prudencia, pendiente de cada cruce y semáforo, respetando las normas de tráfico con la escrupulosidad de un alumno de autoescuela. Solo de vez en cuando, una palabra distorsionada y jocosa de camionero interrumpía el trance del viaje.

Cuando cambiamos la nacional por una carretera más solitaria, el ambiente se relajó y mi hermano se volvió más locuaz. José Manuel me puso al día con asuntos del trabajo e incluso fue indiscreto contándome cosas de Laura que no tenía por qué saber. Él llevó el peso de la conversación, como siempre, porque su vida, más caótica que la mía, era también más interesante.

José Manuel volvió al silencio al llegar al pueblo de la abuela. El pueblo era pequeño y mal dibujado. Tenía ayuntamiento, iglesia y bar, todo alrededor de la plaza mayor, pero carecía de otras calles porque las casas se habían desperdigado por los alrededores sin mucho sentido. Una de las casas, la más alejadas de la iglesia, era la de la abuela.

En la plaza, tomamos el desvío hacia la casa y llegamos en cinco minutos por un camino de tierra. Las luces estaban apagadas, las persianas bajadas y no había ningún coche aparcado alrededor; fuera del verano se convertía en una casa fantasma. José Manuel acercó la furgoneta al porche, apagó el motor y bajamos.

—Si pretendes enterrarlo en el olivo has aparcado demasiado lejos —dije.

José Manuel negó con la cabeza y señaló hacia la casa. Cargamos el féretro y subimos los escalones a oscuras, procurando no tropezar, hasta llegar al vestíbulo. Allí nos tomamos un descanso. Me sequé las manos en el pantalón. José Manuel estaría contento, ya tenía los primeros arañazos.

—Ahora a la bodega —dijo.

La bodega era en realidad el sótano, porque no había más vino que alguna botella suelta o una garrafa a medio vaciar. No era mi lugar favorito de la casa. De niño me aterraba, y no solo a mí, también a mis primos. Nadie bajaba allí excepto los mayores... o mi hermano. Él sí que le sacó partido a la bodega.

Cuando éramos críos y jugábamos al escondite, José Manuel aprovechaba el sótano para ocultarse. Todos sabíamos dónde estaba pero nadie se atrevía a ir a buscarle; así que ganaba siempre y mi hermano tenía mal ganar.

Harto de su fanfarronería, un día me armé de valor y decidí ir a por mi hermano a la bodega. Llegué corriendo a la casa, abrí la puerta y fui hasta las escaleras del sótano. Ahí comenzaron a temblarme las piernas. Encendí la luz porque no me atrevía a bajar a oscuras; la bodega siempre estaba mal iluminada y las sombras bailaban en las esquinas como fantasmas. Caminé de puntillas hacia las primeras cajas y miré detrás, pero él no estaba allí. Miré en todas las cajas. José Manuel no aparecía. Solo quedaba el cuartucho.

El cuartucho lo formaban dos paredes y una puerta en la esquina de la bodega más alejada a las escaleras. Nunca había entrado, no porque estuviera prohibido sino porque allí el miedo era más denso y olía raro, a tierra y cuero.

Me volví hacia el cuartucho y dude qué hacer. Avancé un poquito —tres o cuatro pasos—, y me paré. Unos pasitos más hasta que el miedo me ancló al suelo y no pude avanzar más. Estaba a medio camino, temblando de frío, terror y vergüenza.

Grité su nombre. Como no contestaba, mentí diciendo que le había visto y salí corriendo hacia las escaleras. Al llegar al primer peldaño golpeé contra un cuerpo y caí al suelo. Me eché a llorar. Una mano me agarró de la camisa y me sacó de la bodega a tirones.

—No vuelvas a bajar solo —dijo mi padre.

Cuando regresé con todos, José Manuel estaba con los primos, sonriente y triunfante, la mano apoyada en la pared y gritando «salvado» a viva voz.

En la bodega, arrastramos el féretro de papá hasta la puerta del cuartucho. José Manuel resopló y recuperó el aliento, yo estaba en peor forma que él. Las manos me palpitaban enrojecidas y los músculos de los brazos temblaban del esfuerzo. José Manuel no me quitaba la vista de encima.

—¿Qué crees que va a suceder ahí dentro?

—No sé. ¿Vas a invocar a Satanás con los huesos de papá? —bromeé.

José Manuel calló. Me miró largamente y sopesó mi ánimo. Bajó la cabeza. Finalmente abrió la puerta.

—No es tan terrible, pasa.

Dentro estaba mamá, la abuela Enriqueta, los abuelos José y Manuel, los hermanos de mi padre, sus mujeres, el primo Raúl y otros cadáveres que no reconocí.

—Si lo necesitas, ahí hay un cubo. No quiero que lo pongas todo perdido.

José Manuel arrastró el féretro hasta el centro del cuartucho y abrió la tapa. Dentro no habían los huesos que esperaba encontrar sino un cuerpo seco y apergaminado, con la piel tirante y curtida y conservando el cabello. Y a pesar del aspecto monstruoso de la momia reconocí en ella a mi padre.

—¿Qué coño le has hecho?

—No te acalores que yo no he hecho nada —se defendió José Manuel—. Es algo natural, por el nicho. Como es seco y frío parece que se momifican y no se descomponen.

—¿Y esa es una excusa para hacer este —señalé hacia las otras momias—... esta locura?

—Lo llamamos retablo familiar y es una tradición. Sé lo que piensas. Yo puse la misma cara cuando ayudé a papá a traer el cuerpo de mamá. Después lo asumí, esto que ves es también una forma de honrarles.

—Es enfermizo.

—Escucha, Luis. No solo vamos a colocar la momia de papá en su sitio, como él quería, sino que te enseño todo esto para que tú hagas lo mismo por mí cuando muera, como yo quiero. Luego tendrás que buscar a alguien que lo haga por ti. Si no tienes hijos tendrá que ser Martita, aunque siempre puedes engatusar al desgraciado que se case con ella. Aquí está toda la familia y aquí debemos estar —José Manuel caminó hacia la pared y se detuvo entre las momias del tío Ramón y la tía Puri—. Quiero que me coloques aquí. Con un puro en la mano, en plan poderoso. Laura a mi lado, te pediría que me hicieras abrazarla pero no te veo con valor de hacerlo. Quiero una cosa así.

Con una mano rodeó a la momia de la tía Puri y la otra se la llevó a la boca, simulando que fumaba.

—Y si me entierran con corbata quítamela que pareceré un panoli —se acercó a mí—. Vamos, que aún no hemos acabado.

Le ayudé a sacar la momia del féretro. Luego él solo colocó a papá junto a mamá e hizo que se dieran la mano. Apartamos un poco a los abuelos para darles más protagonismo a mis padres. Al terminar, José Manuel dio unos pasos atrás y tomó una fotografía del retablo.

No aguanté más; cogí el cubo y vomité.

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Anónimo 8
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Poblador desde: 16/11/2015
Puntos: 34

Algo ha pasado al subirlo que se lee a mogollón sin respetar los párrafos.
¿Qué hago para arreglarlo?

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Sanbes
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Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Anónimo 8 dijo:
Algo ha pasado al subirlo que se lee a mogollón sin respetar los párrafos.
¿Qué hago para arreglarlo?

Todavía no tienes ni el visto bueno de Pata ni ningún comentario, aprovecha para editarlo y ponerlo bien. No creo que a nadie le parezca mal.

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Anónimo 8 dijo:
Algo ha pasado al subirlo que se lee a mogollón sin respetar los párrafos. ¿Qué hago para arreglarlo?

 

Edítalo. Antes de volver a subirlo al foro, previsualízalo para comprobar que todo esté bien.

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Anónimo 8
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Poblador desde: 16/11/2015
Puntos: 34

Muchas gracias, Sanbes y Hedrigall.

Lo he editado como me habéis aconsejado.

Ahora se puede leer, antes era un dolor de muelas.

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Relato costumbrista, por así decir, perfectamente conseguido y llevado. Solo he visto dos errores ortotipográficos.

Cuatro estrellas: ****

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Stendek
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Poblador desde: 27/05/2020
Puntos: 198

Excelente relato. Es refrescante y da gusto leer un cuento de momias que elude los cliches de los vendajes, los egipcios, las venganzas y las maldiciones.

Solo dos observaciones:

1- "Dentro no habían los huesos": mejor "Dentro no estaban los huesos" (o "no se encontraban").

2- No terminó de convencerme eso de que dos personas pudieran manejar el feretro por las escaleras. O los dos son un prodigio de desarrollo muscular, o el ataud está construido de madera balsa.

Igual, se trata de un detalle muy menor. Este es uno de los cuentos que debería quedar entre los seleccionados sí o sí.

Le doy 4,5.

Un saludillo

Javier

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Bio Jesus
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Poblador desde: 11/07/2014
Puntos: 1514

Un relato bien hilado, original y bien escrito. El conflicto fraterno es el eje central de la historia y funciona perfectamente bien mientra el autor nos va dejando un rastro de detalles para descubrir el secreto familiar.

La única pega que le pongo es lo exageradamente distintos que son. Tan diametralmente  opuestos que no hay un resquicio por el que conectar. Mostrar algo de empatía entre ellos, de complicidad hubiera enriquecido el relato ganando en realismo y  complejidad sin demasiadas alteraciones. El que uno tenga todos los valores positivos y el otro más  que hermano sea el cuñao del chiste no me convence.

Buen relato, le doy un 4'25

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Un relato muy original. Bravo. Pensaba que el final no me iba a convencer, que me iba a encontrar algo excesivo no justificado solo para meter horror por horror y... enhorabuena: no solo me ha sorprendido, sino que me parece que encaja a la perfección con el resto de la historia.

Solo tengo una pega (más allá de las erratas que te han señalado, la prosa está muy limpia y nos transporta a un ritmo envidiable) y es más bien de estructura. Creo que el pasaje del escondite es una pieza clave en la historia, y nos muestra mucho de cómo han considerado al narrador tanto el padre como el hermano, pero que no termina de fluir con el resto de la narrativa. Quizás es porque no he terminado de captar las emociones del narrador, que es un poco frío, muy expositivo. Se entiende la relación con el hermano, su papel en todo esto, pero me hubiera gustado sentir también esa relación. No sé si me explico.

En cualquier caso, muy buen relato. Gracias por compartirlo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Germinal
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Poblador desde: 08/03/2016
Puntos: 1307

Uno de mis relatos favoritos de esta convocatoria, sin duda. Me ha gustado mucho el uso de la momia, el contraste de los hermanos reunidos por el legado familiar, la escena del juego del escondite, el sutil aroma humorístico que acompaña el relato y el “hermoso” final. Todo muy bien llevado.

Voy a puntuar el relato con 4,5 estrellas. Felicidades y gracias por compartirlo.

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Curro
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Poblador desde: 24/09/2015
Puntos: 1048

El penúltimo relato leído y el que más me ha gustado, mira por donde. De hecho, voy a colar el comentario porque llevo largo rato dándole vueltas en la cabeza.

En la categoría de relato corto, tengo claro que una de las bases fundamentales es que la historia ha de ir de menos a más (salvo un posible epílogo para terminar de aclarar acontecimientos). Este parte de esa base, la eleva a la máxima potencia. Me llevo de la nada más absoluta a un final que veo apoteósico, fosco, tétrico, perfecto. Hay muchos cabos sueltos que llevan al lector a pensar que va a ser (perdona si lo digo tal cual, no va a quedar muy profesional) un poco mierda en el sentido argumental. Me preguntaba: ¿por qué la precipitación en el encuentro si luego lo primero que hacen es ir a cenar tranquilamente a un bar de barrio mientras hablan de la familia? ¿No debería estar el hermano (JM) algo más extraño, nervioso? ¿Qué c%#o está pasando? ¡Pero ah!, es que esa introducción que parece a primera vista tan innecesaria y larga luego cobra mucha importancia, porque tiene la importante función de preparar al lector para lo que está por llegar y, a la vez, desarmarlo. Y a también lo va introduciendo de forma inocente a las particularidades de esa excéntrica familia.

Bravo al ritmo del relato, a la manera de narrar. La narración en primera persona, esencial, por supuesto. El relativo colegueo con el lector (en la descripción del restaurante o los modales en la mesa del hermano, por ejemplo) favorece mucho a la historia, la dota de mayor credibilidad. No estás leyendo un relato fosco, sino algo que podría haber escrito un colega de tu oficina o de tu pueblo. Incluso cuando las cosas se empiezan a poner raras de verdad (sí, la excentricidad de las situaciones es también un crescendo), se sigue notando cierta verosimilitud escalofriante. El estilo no es muy enrevesado, es básico, poco pulido, muy poco arriesgado; pero es el que tiene que tener el relato, así que lo veo lícito.

Qué más. Es un relato actual, de nuestros tiempos. Vuelvo un poco a lo de antes: los protagonistas son gente como… yo, gente normal. Mis relatos favoritos son los ambientados en la época contemporánea, son lo que más miedo me dan. Y no es fácil narrar una historia que podría suceder en el s. XXI y lograr que dé miedo sin que parezca subrealista.

La aproximación a la temática, de diez. Quizás se pueda acusar al relato de ser previsible en cierto punto dada la temática, pero estaba gustando tanto que me dejé llevar, no lo pensé demasiado. Puntos adicionales por alejar el relato de lo sobrenatural. Y me repito de nuevo: todo da más miedo si es algo que, técnicamente, podría suceder.

El auténtico protagonista no es el narrador, claro, es su hermano, JM. Genial personaje. Me cae muy simpático (dentro de…, bueno, sus credos un tato… extraños…). Me encanta cuando empieza a plantear las opciones que tendrá su hermano pequeño cuando por fin le llegue la hora (lo de que se ocupe el pringado que tenga su hija por marido, buenísimo).

Como pega en cuanto al argumento, la escena del escondite. Aleja al lector de lo que en realidad sucede, lo aparta de forma para mí innecesaria de la historia. Esperaba que en esa escena se fuera a topar con alguna momia familiar, que fuera a pasar algo sobrenatural. Pero no. Y tiene la pega de que, cuando se alcanza el clímax y el protagonista llega a ese inesperado reencuentro familiar, ya no es una situación del todo inesperada.

Pero vamos, pecata minuta. El resultado, sino redondo, es una elipse casi perfecta.

El texto muy limpio; comento solo un par de cosas para que  no parezca que me han pagado por esta reseña :D

Para José Manuel yo tenía manos de mujer porque no las llevaba a casa, no solo ennegrecidas, sino presumiendo de callos y durezas, y a ser posible con cortes y heridas.

Una frase que tuve que releer porque creía haber entendido lo contrario de lo que pretende decir. Esa doble negación confunde, mejor toda la frase en afirmativo: Para José Manuel yo tenía manos de mujer porque no las llevaba a casa ennegrecidas, sino presumía de callos y durezas y, a ser posible, con cortes y heridas.

Y lo comentado de no habían.

Mi puntuación ha de ser de cinco estrellas. Le quitaría 0,25 por esa escena del escondite que saca algo de la historia, pero ya dije que redondearía al medio punto siempre al alza, así que ea, te llevas una matrícula por mi parte. Mis más sinceras felicitaciones.

Stendek dijo:

 

2- No terminó de convencerme eso de que dos personas pudieran manejar el feretro por las escaleras. O los dos son un prodigio de desarrollo muscular, o el ataud está construido de madera balsa.

Maldito Stendek, tiene toda la razón. Pero reconozco que no caí en ello, así que supongo que no debo tenerlo en cuenta...

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Stendek
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Poblador desde: 27/05/2020
Puntos: 198

Je je. Tampoco es para tanto.

Por cierto, un detalle genial es ese donde el hermano pide que lo coloquen "con un puro en la mano, en plan poderoso". Eso me mató: con una sola pincelada, quedó pintado de cuerpo entero.

Un saludo

Javier

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Mzime
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Poblador desde: 01/02/2016
Puntos: 352

Muy buen relato, de grandes caracteres, pero menos fantástico de lo que pudiera parecer. No digo que sea costumbrista, pero el trasiego de restos... Bueno, pues eso: que me ha gustado bastante. Muy bien escrito y de la manera en que mejor podía escribirse esta divertida historia. Por cierto, el cuartucho, con tanto comensal, bien podría ser un salón de recibir. enlightened

Y yo, personalmente, hubiera agradecido que el autor lo contextualizara o que simplemente ubicara la historia. Me pica mucho la curiosidad. 

Por mi parte, tiene 4,5 estrellas.

"Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado", (proverbio masái)..

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Angelito
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Poblador desde: 25/12/2013
Puntos: 263

Es un poco peli de Alex de la Iglesia, pero de tranquis. Los hechos se van plasmando a fuego lento y con ese misterio construido de forma genial, revelado casi en su totalidad a dos tercios de relato para rematarlo al final. De los mejores personajes confeccionados en este certamen, por lo general identificables sin necesidad de aclaraciones y con un perfil muy bien diseñado en ese juego de personalidades contrapuestas que interactúan y tiran de la trama.

4

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Muy buen relato, sí, señor, del que voy a comentar unas cosillas, no obstante.

Para José Manuel yo tenía manos de mujer porque no las llevaba a casa, no solo ennegrecidas, sino presumiendo de callos y durezas, y a ser posible con cortes y heridas.

Frase rarísima que me hizo releerla porque no le encontraba el sentido y que yo cambiaría por algo así.

«Para José Manuel yo tenía manos de mujer porque no las llevaba a casa ennegrecidas, como él, presumiendo de callos y durezas, y a ser posible con cortes y heridas.»

Me llama la atención que, teniendo una relación bastante distante y sin apenas apego en apariencia, el hermano le cuente de pronto su vida y luego le pida a él lo mismo y hasta que vaya a su casa y todo eso. Yo creo que lo lógico sería que fueran al grano y se dejaran de cosas triviales que sí se hablan entre personas que tienen buena relación.

Hay una cuestión que me plantea una duda: el hermano dice que van a enterrar al tío en el nicho familiar y que su padre no cabe. En primer lugar habría que plantearse por qué habría que sacar al padre de allí y no enterrar al tío en otro sitio, o buscar otra solución. En segundo lugar, si resulta que toda la familia está en el sótano, ¿quién ocupa el nicho familiar para que no quede sitio?

Más cosillas:

Una de las casas, la más alejadas de la iglesia, era la de la abuela.

Le sobra una ese en alejadas.

Todos sabíamos dónde estaba pero nadie se atrevía a ir a buscarle; así que ganaba siempre y mi hermano tenía mal ganar.

Creo que detrás de siempre debería ir una coma.

Suena raro hablar de cuartucho cuando hay dentro un mínimo de nueve o diez personas, ¿no? Aunque tal vez cuartucho no lo sea por las dimensiones, sino por las condiciones.

En fin, a pesar de todo lo que he comentado, el relato me ha parecido muy bueno, he disfrutado mucho leyéndolo y la idea es ciertamente brillante. Los dos hermanos, tan distintos el uno del otro, son dos grandes personajes. Y la escena donde José Manuel le dice que cuando muera lo meta allí dentro con un puro, "en plan poderoso", me parece genial.

Creo que es un relato que debería estar en la antología, y si no le doy un cinco es por esas cosas que he comentado. De esta manera, mi valoración son 4,5 estrellas.

 

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mawser
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Poblador desde: 17/07/2009
Puntos: 253

Muy bueno, me ha cautivado esa mezcla de costumbrismo y surrealismo a lo Berlanga, plagado de humor sutil y macabro. 

Si no le doy las 5 estrellas es por algún diálogo que me ha parecido un tanto de relleno. Pero se queda cerca de la máxima puntuación. Un 4,5 por mi parte. 

https://www.facebook.com/La-Logia-del-Gato-304717446537583

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