Diario encontrado

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Tienda oscura de noche. No gusta noche. Pone muy nervioso.  Dueño grita siempre si yo equivoco. Esfuerzo en cosas bien, pero cuesta mucho. Soy muy tonto. Dueño dice. Cuesta leer. Cuesta escribir. Cuesta contar números. Usar máquina con números. Lápiz aguanta ahora en mano. Aprendido a esconder libreta. Debajo caja chicles. Pienso pienso cada palabra cada frase. Tardo mucho. Horas. Escribir gusta. Así no aburro.

Los humanos tienen todos misma cara. A mí parece. A veces gritan mucho y retumba todo cuerpo. Enfado y salen corriendo. Algunos dejan dinero. Guardo. Hucha llena. Algunos humanos simpáticos. Más simpáticos tienen muchas arrugas andan muy despacio. Algunos tercera pierna de palo. Mucha gracia. Sonríen sin dientes. No entiendo pero seguro cosas bonitas. Yo no bonito. Dueño dice cada día. Haz esto. Haz eso. También eres feo. Gente no hablar contigo. Coge dinero. Devuelve sobra. Todavía aburrido. Leo muchos libros. Intento aprender idioma. Escribir poco mejor. Recojo de basura noches. Muchos tesoros. Hacen sentir contento. Tiempo vuela.

Creo que tengo un amigo. Viene cada día a la tienda. Me observa un rato. Siempre está escondido detrás de la misma estantería. La verdad es que me da risa al verle. Tendría que ser muy tonto para no verle. Luego se acerca y compra algo. Lista de cosas que ha comprado: una Coca-Cola, unos Donuts, un Dipper XL de les que pintan la lengua, una bolsa de nubes, una barra de pan, una caja de cereales pequeña. Yo le cobro muy serio. Hago que no sé le que ocurre. En realidad me estoy aguantando las ganas de reír. Ojalá pudiera decirle algo. No soy capaz de hablar. Algunas mañanas le intento. Mientras dueño levanta la persiana y enciende todas las luces. Intento decir palabras. Les tengo en mi cabeza. Me trabo antes de empezar a hablar. Buscar en el diccionario si se escribe trabo. Ahora tengo diccionario. Le encontré el otro día en la basura. Una noche me puso a mirar palabrotas. Me reí mucho. Mi armario temblaba. Encontré algunos de los insultos que me dice mi dueño. Eso no me hizo tanta gracia. Me dieron ganas de llorar. No sé cómo se hace.

Cuando sale del colegio, Dídac se trae su Switch Lite para que pueda verle jugar. No es que no me deje tocar la consola, que en realidad me deja. Pero es que mis dedos son tan grandes que no puedo tocar esos botones para humanos. Son diminutos. Como mi dueño viene siempre a la misma hora, minuto más, minuto menos, lo que hace es esconderse debajo del mostrador y esperar a que se vaya para que podamos seguir estando juntos. La verdad es que nos entendemos muy bien sin que yo tenga que hablar. De hecho, dice que es un alivio porque sus amigos del colegio no se callan y le ponen la cabeza como un bombo. Me hace mucha gracia esa expresión. Yo creo que es mentira eso que dice, porque siempre que le he visto venir, lo ha hecho solo. Me gustaría poder decírselo yo mismo, pero sigo sin ser capaz de separar los labios. Me da un poco de rabia, pero en esos momentos en los que nos lo pasamos tan bien, no me importa. Nunca pensé que llegaría a divertirme tanto en la tienda.

Es horrible. He hecho huir a Dídac. Esta tarde vinieron con él unos niños de su colegio. Desde el principio me dieron mala espina, porque lo cogían del cuello de forma rara y se reían demasiado. No era una risa normal. Era la risa que le he escuchado a las malas personas. Vinieron al mostrador y empujaron a Dídac, que empezó a decirme cosas feas con lágrimas en los ojos, mientras ellos se carcajeaban. Entendí enseguida que le estaban obligando. Después empezaron a tirar cosas al suelo, a romperlas, a derramar botellas… Incluso a escupir encima de las barras de pan recién horneadas. Perdí el control. No podía soportar la idea de que mi dueño volviera a insultarme por culpa de aquellos malcriados. Así que me levanté. Lo hice con tanta fuerza que volqué el mostrador, y el cristal se hizo añicos al tocar el suelo. Sin pensarlo, lancé un puñetazo con todas mis fuerzas al que tenía más cerca. Salió volando hasta el otro extremo de la tienda, y se estampó contra la pared, dejando una mancha de sangre. Todos pararon de golpe, y la cara se les puso blanca como el papel. Ni siquiera tuve que gritar: en cuando levanté el brazo de forma amenazante, todos salieron corriendo sin mirar atrás. Sólo se quedó Dídac, que me miraba tembloroso. Un círculo oscuro apareció en sus pantalones, a la altura de la entrepierna, y empezó a dar pasos atrás, por más que intenté explicarle, a través de gestos, que ya había pasado todo, que no tenía por qué tener miedo de mí. Pero también se fue de allí, tan deprisa que casi se cae por el camino hacia la puerta.

Llevo días metido en mi armario. Oí a mi dueño diciéndole a alguien que las cosas habían salido mal, que no era normal que yo leyera y pensar… Que tenía miedo de que le hiciera daño. Así que puso un candado en la puerta y colocó cajas y más cajas delante, hasta el punto de que no entre más que una tímida raya de luz. No me importaría si no fuera porque es una tortura leer así. Imaginad lo que supone escribir estas líneas. Lo más fácil de hacer aquí dentro es pensar. Y cuando lo hago, de forma inevitable recuerdo las tardes con Dídac. Las risas, la complicidad, la sensación de que existía una vida más allá de seguir órdenes de forma ciega. Tengo claro que, después de lo que hice, no me van a usar más. Y como me tienen miedo, lo que van a hacer es olvidarse de mí. Quien sabe si incluso tapiarán la puerta. Pero sé lo que debo hacer. Recuerdo perfectamente en qué parte de mi frente está escrito mi nombre, y cuál es la letra que debo borrar para que se acabe todo. Para poder descansar aquí dentro.

E-M-E-T