Pasión por las abuelillas detectives

No sé hasta qué punto es inconfesable este asunto, pero en mi caso es innegable: me gustan las series de viejecitas detectives.

Quizás se deba a que mi primera serie policíaca (o detectivesca), o al menos la primera que recuerdo, fue Se ha escrito un crimen. Estas cosas, quieras que no, marcan. Marcan hasta tal punto que fui capaz de disfrutar revisionando la primera temporada en una de estas ediciones nostálgicas que sacan a pesar del lastre del paso de los años. Vale, el ritmo no era el que yo creía recordar, y la tensión no dejaba de tener un lado naif bastante gracioso. Pero también estaba ahí ese toque de distinción que creo que da brillo a la serie.

Distinción que también encontramos en Miss Murple, quien también sabría apreciar el epíteto con esa calma y elegancia que la caracteriza (a pesar de las mutaciones de actrices que han pasado por el papel de representar esta creación de Agatha Christie). Y es que ése es un punto muy importante de las abuelillas detectives: que tienen mucha clase. Incluso en la algo paródica Miss Endicott encontramos este elemento primordial y característico.

¿Pero es el elemento indispensable? Seguramente, no. Aunque soy un fan absoluto del Cluedo y todo lo que huela a misterio en mansión victoriana, soy plenamente consciente de que la gracia de las abuelillas detectives no es simplemente una cuestión de elegancia y distinción que nos obligaría a incluir al irritante Hercules Poirot en el conjunto. Es algo más, algo que han buscado rescatar en series como Rosemary & Thyme, donde en vez de abuelillas tenemos jardineras.

¿Y qué demonios es? Indefensión, supongo. Pero indefensión con aplomo. Siempre resulta chocante e inquietante ver cómo estas elegantes señoras se meten en ratoneras o conflictos que, físicamente, les van grandes, pero que moralmente dominan. Es como si el lado bueno de la civilización (bueno y algo vetusto, confesémoslo) se impusiera allí donde sólo parecen reinar sombras, donde normalmente se recurre a la violencia y la acción. No necesitan pistolas, pero no porque vayan a repartir puñetazos como el Inspector Dan, sino porque con la razón les sobra y les basta.

En las series de abuelillas detectives el ingenio y la perspicacia retoman un protagonismo que no deberían haber perdido en este tipo de creaciones. ¿No era ése el punto fuerte? ¿No era con lo que nos deslumbró Arthur Conan Doyle? Un detective, más allá de la eventual proeza aventurera, es, sobre todo, alguien que nos desborda con su ingenio, que con su mente afilada desbroza la confusión de los crímenes y los delitos. Y en eso son especialistas las abuelillas detectives.

Seguramente hay algo más, quizás lo asequibles y cercanas que resultan. ¿Quién no ha conocido a alguna anciana perspicaz? Como soy topo de biblioteca, estoy convencido de que el ambiente de estas series me subyuga por sí sólo, y con él bastaría. Pero creo que también tiene su gran parte de fascinación esa inteligencia que transmiten con la mirada algunas damas de cierta edad cuando desentrañan algo y ven más allá de los que le rodean. ¿Algún regalo de la edad? No sabría decirlo, pero mi madre ha empezado a ganarnos al Cluedo, y ni siquiera hace anotaciones en las hojas. Simplemente nos mira con la misma intensidad que Miss Murple a sus sospechosos mientras se toma tranquilamente un té. Quizás devenga con el tiempo una abuelilla detective...