Adán y Eva

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Un relato de Odin

¿Ha muerto, por ventura, la serpiente? Ha comido, y vive, y conoce, y habla, y raciocina, y discierne, cuando hasta aquí era irracional.

John Milton, El paraíso perdido

 

Tengo miedo a llegar a los sesenta y cinco años, y arrepentirme de todo lo que no he hecho a lo largo de mi vida. Esa fue mi respuesta cuando me preguntaron, ayer por la tarde, cuál era mi mayor temor. Y de verdad pensaba así. Nunca he sido una persona miedosa; no he temido a la noche, la oscuridad nunca me ha impresionado. Las cucarachas, arañas y demás insectos no han causado en mí ningún tipo de aversión, mucho menos irracional. Si acaso, asco, repelús, que diría mi madre, pero jamás miedo. El hombre del saco, o el “coco”, jamás pasaron de ser unos meros personajes de cuento, y ni siquiera los vampiros o los hombres lobo han sido capaces de restar un ápice de horas de sueño a mi habitual descanso de aproximadamente siete horas… hasta la noche de ayer. Noche en que entendí la parte física de lo que significa la palabra miedo. No hablo del sentimiento etéreo e irracional que pueda experimentar un niño la primera vez que se queda solo por la noche, temiendo a la nada, a los seres que puedan aparecer al abrigo de la oscuridad esperando a que cierre los ojos para torturarle, a la mano fría que pueda salir de debajo de la cama para agarrarte la pierna cuando estás dormido. Hablo de algo más profundo, indescriptible, algo que no solo es psicológico, sino físico, algo que va más allá del castañeteo de los dientes, o el temblor del cuerpo… hablo del miedo, en toda su expresión. Hablo de Él. El miedo como ente, como ser. El miedo como cuerpo, como piernas, brazos, boca… y, sobre todo, ojos. Unos ojos negros, oscuros, vacíos y sin vida. Simplemente llenos… de nada.

Ojalá pudiese ser más explícito. Ojalá encontrase las palabras adecuadas para explicarlo, pero, lamentablemente, hay sentimientos que ni el escritor más avezado podría describir.

La noche pasada lo achaqué a una simple pesadilla. Sólo un sueño. No valoré —¿cómo iba a hacerlo? que más que un sueño, era un aviso: “Esta noche te he hecho dormir mal… mañana haré que no vuelvas a dormir tranquilo en tu miserable vida.”

Anteayer, como todas las noches, me acosté después de despedirme de mi familia, si bien ahora con más motivo, pues a las seis de la mañana mis padres se iban algo más de una semana, de viaje a celebrar sus veinticinco años. La cosa prometía, pensaba: el fin de semana entre medias, y la casa para mí. Me acosté pensando en Susana durmiendo a mi lado, y por qué no decirlo, haciéndole el amor. Mediada la noche, escuché ruidos en mi habitación: había alguien a mi lado abriendo y cerrando los cajones de mi mesilla. Intenté moverme, pero no podía. Imposible incorporarme. El aire se había espesado, me ahogaba, no podía gritar, no podía hablar, y ni siquiera podía girar el cuello para mirar a mi izquierda, justo hacia donde ese algo estaba enredando en mi mesilla. ¿Qué pasaba? Estaba despierto, veía claramente el techo de mi habitación, la estantería encima de mi cabeza. No era un sueño. O no solo un sueño. Pero me encontraba completamente inmovilizado. Mientras, lo oía arrastrarse por la habitación. Estaba allí, y era real. Mamá, quería gritar. Pero no podía, y Él ya estaba al lado de mi cama. Ese ser, esa cosa, estaba arrastrándose y restregándose contra la pata de mi cama. Mamá, mamá. Resulta curioso cómo recurrimos de forma inconsciente al ser que siempre nos ha protegido. Incluso a mis veintisiete años, tumbado en la cama, y creyéndome en peligro, no pensé en ningún momento en que si esa cosa era real podría hacer daño a mi familia. Simplemente tenía miedo, y reaccioné de forma instintiva. Mamá siempre estaba ahí, mamá lo arreglaría y me protegería, igual que cuando estoy enfermo me cuida como sólo una madre sabe hacer. Pero las palabras no salían de mi garganta. Todo lo que podía hacer era balbucear mirando al techo mientras Él se frotaba más y más contra la pata de la cama, y el sonido era cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más agudo, y más estremecedor. Entonces, por el rabillo del ojo, atisbé una sombra que se acercó a toda prisa a mi cama, y me puso una mano en el brazo. Despierta, me dijo, despierta, estás teniendo una pesadilla. Mamá, como siempre. Qué hora es, pregunté. Las tres de la mañana, cariño, en tres horitas nos vamos tu padre y yo, ¿Estás bien?

Sí, sí lo estaba, su simple contacto en mi cabeza calmó todos mis temblores y me convenció de que estaba todo bien.

—Sí, sólo ha sido una pesadilla contesté—. Venga, acuéstate, que, si no, mañana no vas a estar descansada.

—Tú también, que te levantas una hora después que nosotros. Descansa.

Y conseguí dormir, tan profundamente, que no sólo no me desperté cuando se marcharon, sino que abrí los ojos tres cuartos de hora más tarde de lo habitual. Me levanté, me duché, desayuné a toda prisa, y salí corriendo a la oficina. Por la tarde, me pasé por el curso que impartían en la parroquia para conseguir fondos, “Conócete a ti mismo”, donde, básicamente, el monitor se dedica a lanzarnos “flashes” y ver en qué momento hemos cambiado, cuál es la herida que nos ha convertido en seres con máscara, si ha sido un mal de amor, o la pérdida de un ser querido. Aquí venís, entre otras cosas, a descubrir que no sois el gigante de vuestros sueños, ni el duende de vuestras pesadillas, nos había comentado el monitor el primer día de curso. ¿Cuáles son vuestros miedos? Preguntó al aire. Miedo a la muerte, dijo uno. A la soledad dijo otra. Yo también a la soledad, contribuyó otro. Yo tengo miedo a llegar a los sesenta y cinco años, y arrepentirme de todo lo que no he hecho, fue mi respuesta.

Creo que ninguno de nosotros había experimentado jamás el miedo en sus propias carnes. Hablábamos de miedos etéreos, de suposiciones o de cosas lejanas. La soledad, la muerte… La muerte. No voy a decir, sería mentira, que nunca he pensado en ella. Claro que lo he hecho. Todos hemos perdido seres queridos, y nos hemos planteado la injusticia de todo esto, por qué los buenos se van, y los malos se quedan. Y todos, en algún momento, hemos pensado en Dios y nos hemos planteado su existencia. Jamás he tenido claro si mi fe es fuerte o no. Ni siquiera sé si creo en Dios realmente. No soy una persona piadosa, ni temerosa de Dios, no voy a misa habitualmente, y si me metí en aquel curso, en la parroquia, fue simplemente por acompañar a un amigo mío que sí quería hacerlo, y sí quiere a esa parroquia. En cualquier caso, me pregunté y me pregunto aún, qué podían haber sentido Eva y Adán al ser expulsados del paraíso. ¿Miedo? ¿Sintieron ese miedo irracional a estar solos? ¿O directamente temieron a las calderas del infierno? Evidentemente, si no sé si creo en Dios, no sé si creo en el infierno… aunque tengo la sensación de que anoche estuve en él. ¿Y si el infierno no fuese un lugar con seres malvados, con tridentes, cuernos y cola? ¿Con calderos? ¿Y si, simplemente, fuese la nada, como lugar físico? Un lugar eterno e infinito donde vagar eternamente. ¿Y si ese es el final?

Cuando salí del curso, compré en un chino cerdo agridulce y me fui a cenar a casa. No tenía ganas de cocinar. Estaba cansado, la noche anterior no había dormido bien, y quería acostarme pronto. Descansar. Puse la tele un rato, vi las noticias y una serie familiar que pusieron a continuación, y me acosté. Apagué la luz de mi habitación… y la encendí al momento. La casa estaba demasiado tranquila. Mis padres no estaban, y los vecinos no hacían ruido. Me he quedado mil veces solo en casa, ¿qué me pasaba? Lo de anoche fue solo una pesadilla. Un mal sueño. ¿Y por qué, entonces, temblaba? ¿Era sólo por el frío? De hecho, ¿por qué, de repente, hacía tanto frío? Te estás obsesionando, duérmete. Tardé una eternidad en conciliar el sueño, pero terminé cayendo en un estado de semi inconsciencia… alerta a ese ser irracional que no existía, pero que aun así me aterraba. Si volvía, estaría sólo. ¿Quién me despertaría? Mamá, no.

En algún momento de la noche, escuché un sonido que me era familiar. Allí estaba. De nuevo algo se arrastraba, pero esta vez de forma más escandalosa, como si supiese que estábamos solos, que no tenía que tener cuidado de alertar a nadie. Le oía venir desde el salón. Tenía que levantarme. Pero no podía hacerlo, volvía a estar paralizado. Y el sonido se acercaba, cada vez más, pero despacio, despacio… como si estuviera saboreando el momento. Mamá, balbuceé como pude, pero esta vez mamá no estaba. Y el sonido se acercaba. Quería mover la cabeza, girarla hacia la puerta, para al menos verlo venir, ver la cara de eso que me había elegido para… ¿Para qué? ¿Qué quería? ¿Por qué yo? De soslayo atisbé una forma a mi izquierda, algo que se arrastraba por la puerta, y se enderezaba, se ponía de pie trabajosamente. De alguna forma, conseguí girar la cabeza. ¿Quizás me lo permitió Él? La sombra me miraba, y a pesar de estar totalmente a oscuras, vi sus ojos. No sé cómo, pero los vi. Eran el miedo, el infierno, la noche, la nada, y El Mal. Un frío intenso se apoderó de mí. Quería gritar, quería escaparme. Mierda, quería huir. Pero no podía moverme, apenas respiraba. El aire pesaba, la manta me aplastaba, y las paredes se movían, pero no hacia mí, sino alejándose de mí. De alguna manera, las dimensiones de mi habitación se ensancharon hacia el infinito, y era casi más agobiante que estar encerrado entre cuatro paredes. Estaba tumbado en mi cama, con algo mirándome a un par de metros, y nada ni nadie a mi alrededor. Sólo vacío. Mamá, volví a balbucear. Socorro, continué. Alguien me puso la mano en la cabeza, pero no era mamá. Era Él. Era la nada. Volveré a verte, me dijo. Y me desperté chillando, sudando y asustado. No volví a dormirme. Había sido una pesadilla, intenté autoconvencerme. Intento autoconvencerme.

Ahora mismo son las cuatro de la mañana. En unas horas iré a trabajar, y después vendrá Susana a mi casa. ¿Conseguiré dormirme con ella al lado? ¿Esa cosa vendrá si hay alguien más conmigo? ¿Y si decido no dormir? Por desgracia, la batalla contra el sueño es una guerra perdida de antemano, y sé que tarde o temprano me quedaré dormido.

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Ryuko
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Me encanto todo esto. Punto.

FReeLaND: Viva la Revolución

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Lo peor de todo es que me estoy imaginando en tu habitación, en la parroquia, con el curso al que asistimos (somos viejísimos amigos)... y eso lo hace más real. Miedito...

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Nachob
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Me gustan más los relatos basados en la acción y menos en la descripción, pero es un buen relato. Se parece un poco, sólo en su principio, al relato que estoy escribiendo para el monstruos, lo que me da un poco de rabia (a veces creo que en este pequeño mundo pensamos demasiado alto), donde también trato de explotar ese miedo a la oscuridad en nuestro entorno más familiar y cercano.

El título me ha desconcertado un poquito, no creo que resuma bien ni se ajuste bien al cuerpo del relato, y el final me ha parecido bastante bueno, dado que es un miedo abierto y real, sin esas truculencias tan de moda ultimamente.

 

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Gracias por el comentario, Nachob. Tienes razón en lo de que adolece de falta de ritmo.

Este relato lleva escrito meses, y meses, y meses... De hecho, es de los primeros que escribí cuando decidí tratar de escribir de una manera medianamente continua, y quiero recordar que fue para un certamen específico en el que, por cierto, me comí una de mocos que no son pocos, :-p Desde éste relato, hasta los últimos, si que creo que he evolucionado un poco, aunque me falta todavía, tela, porque además creo que fallo siempre en lo mismo: La falta de ritmo, y el uso excesivo de las comas, :p La sensación que siempre me queda, es que a mis relatos les falta un "algo".

Y la verdad, como tal y como esta escrito no le iba a presentar a ningún lado más, pues pensé en mandarlo aqui a OZ, para al menos apoyar con algo de material, sin más. Vamos, que no esperaba ser relato del mes, precisamente, xD.

PS: Y lo del titulo... es que soy muy malo para ponerlos, y de hecho, creo que a aquel certamen lo mandé llamándolo "Eso". Pero me parecía taaaan cutre...

Aun aprendo...

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