El cementerio de los reflejos

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Reseña de la obra de Silvia Ibáñez Cambra publicada por Grupo Ajec

 

La obra que Silvia Ibáñez nos ofrece absorbe todos los elementos básicos que debe cumplir una gran novela: estilo claro, fresco y ágil lo que hace que el lector galope por sus páginas engullendo capítulo a capítulo con voracidad y agradeciendo a cada instante los matices que el texto le va descubriendo en todos sus aspectos, escenas muy elaboradas y profundas que encajan en tiempo y espacio con el desarrollo de la trama y personajes perfectamente definidos y muy en su papel, capaces de seducir al lector desde las primeras líneas.

La autora se desenvuelve en un mundo de muerte, cementerios y grandes caserones como pez en el agua. Es precisamente esa atmósfera, además de la época en la que sitúa la acción años treinta y primeros cuarenta, si bien Silvia recurre numerosas veces al flashback a través de algunos de sus personajes, que relatan historias acaecidas años atrás, la que impregna a la novela de esa tonalidad de enigma y misterio que la trama en sí requiere. Las mansiones cobran una importancia tal que casi llegan a adquirir la categoría de personajes, de igual manera que ocurre con los libros, a los que la autora trata con una delicadeza que llega a conmover.

En cuanto a los personajes, Miguel Campos protagonista y narrador de la novela, es un niño de diez años, enfermizo y mal estudiante, cuyos horizontes de felicidad se centran en la tienda que su padre regenta en Zaragoza y el amor que siente por los libros. Compensa con creces la falta de cariño de su madre con la complicidad que mantiene con su padre y su afán por convertirse en un escritor de pro. Adelaida, si bien es un personaje que aparece y desaparece a lo largo de la novela, es pieza clave en la vida del protagonista desde su infancia. Hugo Montoya y Enrique Cristo representan la iniquidad a la que puede llegar la alta sociedad en determinadas circunstancias y la humillación a la que someten a las personas que no pertenecen a su clase, especialmente a sus criados. Bruno Sanpedro, por el contrario, aun perteneciendo como los anteriores a la alta sociedad, equilibra la balanza, tarea que remata Andrés Sandoval, que si bien en un principio muestra cierto desprecio por el pueblo llano, sus particulares circunstancias le hacen recapacitar para convertirse en un personaje al que el lector acaba apreciando. Emilio y Susana, desde su condición de vecinos del protagonista y dueños del bar situado en uno de los bajos del edificio, adornan la historia con una dosis de humanidad que a otros personajes les falta. Adriana Cristo, eje central de la obra, es una chica de dieciocho años cuya muerte en extrañas circunstancias se hace patente a lo largo de toda la historia. Tatiana, hermana de la anterior, absorbe buena parte de la segunda parte con su relato y Carolina, criada de los Cristo, la tercera. Samuel Sandoval viene a personificar al eterno muchacho que se rebela contra su familia por amor. Por último, citar el destacado papel que le toca desempeñar al extraño personaje que es Arthur Kleim, un ser solitario y hundido en su propia miseria por el dolor y el desamor.

La autora juega con una triple situación geográfica: Zaragoza, París y un pueblo indeterminado de la provincia de Gerona situado en pleno bosque, lo que lleva a que el desarrollo de la novela resulte tan ameno que resulta prácticamente imposible dejar la lectura para otro momento.

A modo de introducción, Silvia nos explica en las primeras páginas cómo una historia puede elegir libremente a un determinado escritor para que la desarrolle y la plasme en el papel, y las consecuencias positivas o negativas que puede tener sobre él. Este pequeño preámbulo es una auténtica bomba de relojería que persuade al lector a introducirse sin dilaciones en una lectura atropellada del resto del libro.

Miguel Campos es testigo de un entierro digamos no demasiado ortodoxo que, a petición de Adelaida, decide investigar para posteriormente inmortalizar la historia en un libro. Las distintas pesquisas y gestiones que realiza lo van atrapando poco a poco hasta el punto de convertirse en algo personal para él.

Si la historia empieza atrapando al lector, en cuanto Bruno Sanpedro aparece en escena lo envuelve totalmente en sus redes. El aura de misterio con que la autora dota en un principio a este personaje llevan al lector a abrir bien los ojos para no perder detalle de la acción que está aún por desarrollarse.

En cuanto a la estructura de la obra, para nada lineal, me gustaría resaltar que sus tres partes “Cementerios”, “Muerte” y “Reflejos” están claramente diferenciadas. La recurrencia a la retrospección o flashback es una constante a lo largo de toda la novela, algo que le da una pincelada de vivacidad y suspense que necesariamente abre el apetito del lector para devorar sus páginas. En la primera parte, Silvia se encarga de presentar una serie de hechos que darán mil y una vueltas sin que para nada lleguen a aburrir, sino todo lo contrario, se van convirtiendo en un hervidero de emociones que hacen que el lector se identifique con alguno de sus personajes por la vía rápida a lo largo de las cuatrocientas cincuenta páginas de la novela. Es un primer plato que hay que saborear con placer y digerir sin prisas para poder introducirnos en la segunda, que centrándose en la adolescencia de Miguel, se hace especialmente densa a medida que va tocando fin, llegando a su punto álgido en el relato retrospectivo que Tatiana nos ofrece. Grandiosa. La tercera parte se ve protagonizada por la historia que Carolina nos cuenta, densísima y trepidante, que viene a desenlazar totalmente la trama. Apoteósica y sin desperdicio. Ni qué decir tiene que la acción y el movimiento llegan en esta parte a su máxima expresión.

En definitiva, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que El cementerio de los reflejos es una novela de una autora sin complejos, que no tiene nada que envidiar a las de primera línea, esas que todos conocemos y llenan los escaparates de las mejores librerías del país. Magníficamente planteada y mejor escrita, se presta a amplios comentarios entre lectores de todo tipo de novela. Buena suerte, Silvia, te mereces lo mejor.

 

Manuel Estévez Goytre

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Patapalo
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A juzgar por el título, la reseña y la portada, creo que este libro me va a gustar mucho. Espero con impaciencia ponerme con él.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Manuel Fernando...
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No dudes que te gustará. Es una magnífica obra, entretenida y bien planteada. Léelo, no te arrepentirás

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