Veraspada V

Imagen de Capitán Canalla

Quinto capítulo de la novela de fantasía de Capitán Canalla

—¡Un gardu brujo! Ur’el De se llevó las manos a la cabeza—. Lo que nos faltaba, ahora nuestras almas servirán de mecha para sus rupturas.

—Eh, soy mago, no brujo; hay diferencias. —Parecía estar molesto—. Y yo también estoy encantado de conocerte. ¿Alguien más tiene que decirme otra cosa desagradable o ya es cuando toca la bienvenida, los apretones de mano y las presentaciones?

Helar le acercó la mano y el recién llegado se la estrechó con fuerza. El tacto de su piel no era desagradable, de hecho olía a aceites aromáticos e incienso.

—Soy Helar.

—Sgrunt, mis compañeros en la magia me llaman “El aplicado”. Sgrunt El Aplicado, ese soy yo. Encantado.

“Vaya un nombre extraño”

—¿Y quién eres tú? se dirigió hacia el jenkiren—. Tengo mi jenkafa algo oxidado pero por probar... ¿Nakreta verru trek?

—Ergotrek. —Las respuestas cortas parecían ser lo habitual en el enano.

Sgrunt asintió. Su voz de pronto tenía un tono entre extraño y fascinado.

—Entiendo; oye ¿vas a seguir mirándome como si fuese un demonio yeegu o…?

Ur’el De no le quitaba el ojo de encima, tenía las manos cerradas y temblaba de rabia.

—No te voy a dar mi nombre, rompe palabras.

—Muy bien; y no deberías temer mis artes mágicas… soy mago, pero no uno muy bueno. De hecho, soy un desastre, pero me esfuerzo. —Hinchó su enorme pecho con orgullo—. Me aplico.

Helar sabía poco de magia, aunque durante su formación como praesor le habían dicho algunas cosas importantes. Una de ellas, la principal, era que todos los magos pagaban un precio por su magia. Y que ninguno elegía serlo.

Estaba claro que el precio de Sgrunt era ser un tipo monstruoso y feo.

—¿Y cómo has acabado aquí? El chico sabía que los guardias dejaban en paz a los magos, nadie quería ver como el fruto de sus pelotas nacía convertido en sal o en una serpiente gigante.

—El consejo de Maestros del gremio me vendió al señor Polep Krin. Sacaban tajada y se libraban de mí, el mago más feo y torpe de todo el continente. Y ese estirado delgaducho conseguía el ¿Cómo lo ha llamado? “Elemento cómico para rematar la magnífica función de hoy”. Cabrones.

Aquello hizo sonreír a Helar, y Ur’el De parecía más relajada; ya no miraba a Sgrunt con odio. Solo con algo de asco, y de desconfianza.

—Entonces ¿eres un mago al que se le da mal la magia?

—Algo así.

—¿De qué nos vas a servir en la fosa cuando estemos luchando por nuestras vidas?

—Eh, con mi bastón puedo romperle la crisma a cualquier mamón que se ponga a mi alcance ¿te sirve?

Entonces Ergotrek comenzó a reírse. Era una risa que no le pegaba, juvenil y fresca. Genuina.

—Si voy a morir hoy y la Justicia queda sin estar satisfecha, al menos lo haré riéndome. Espero que seas tan peligroso como divertido.

—No lo dudes. Cuando tienes mi jeta, mi nulo talento para la magia y mi afición a las tabernas aprendes a romper caras con eficacia. Por cierto se giró para mirar a los ojos de la mujerno me has dicho aún tu nombre.

—Ur’el.

—Seguro que acabamos siendo buenos amigos. Si vivimos lo suficiente, claro.

 

Con un ojo puesto en su catalejo, Aer Talan maldecía a todos los dioses, a todos los oficiales y guerreros a sus órdenes. De alguna forma aquella chusma de la Escombrera había conseguido abrir las puertas de la muralla. Aún no habían conseguido entrar en el barrio noble: docenas de cadáveres se enfriaban a pocos metros del umbral con saetas clavadas en el cuerpo; pese a los esfuerzos de los mercenarios aquellas ratas no se retiraban, sino que redoblaban su ataque y aplastaban a sus compañeros muertos o heridos. Lanzaban toscas lanzas, con las que unos pocos hombres ya habían sido derribados; aquellos palos afilados tenían extraños gravados. Desde su posición, bastante alejada del centro de la acción, podía ver que llevaban armas blancas de dudosa manufactura.

Eran muchos, centenares, y el resto de los generales que defendían el barrio no le habían respondido. Tenía a todas sus fuerzas preparándose para defender la posición, y dudaba que, si aquello no perdía intensidad, lo lograsen.

—Mañana me van a colgar.

Aunque se metiesen en el barrio, aún podían defenderlo desde las murallas que rodeaban el palacio. Aunque iba a ser complicado.

 

Un guardia especialmente feo les gritó que saliesen a la fosa. Con resignación lo hicieron, armados y preparados para derramar sangre. Helar había cogido un pequeño escudo redondo y una espada curva para luchar, llevaba puesto un peto de bronce con dos mantícoras enfrentadas y unas grebas con pinchos. No era lo más cómodo del mundo, pero serviría.

Ur’el llevaba tres jabalinas, una en la mano diestra y dos en la espalda, y una aguja de feo aspecto. Le había asegurado que llevaba oculta una daga; cuando se lo dijo Helar este casi le dijo que no le importaría buscarla.

A Sgrunt le habían devuelto su bastón, que era más bien una clava de aspecto brutal, cuyas runas brillaban débilmente. Parecía de todo menos un mago. No se había puesto protección alguna, ni siquiera un simple casco de cuero. Había dicho que prefería morir guapo y sin despeinar.

La fosa de lucha era un recinto amplio, con amplias gradas a seis metros de la arena que ocupaban unas pocas decenas de nobles y notables de Veraspada… y alrededor de un centenar de guardias. La fosa en sí era un amplísimo recinto circular, con enormes pinchos en las paredes y donde se pisaba una arena enrojecida por cientos de carnicerías. Al otro lado esperaban los luchadores de sangre que iban a intentar sacarles los higadillos; a Helar le parecían los cinco hijosputa de puerto más siniestros que había visto en sus dos meses de correrías. Llevaban petos de acero gris a juego con sus ropajes negros y espadones y hachas de gran tamaño. Ocultaban sus rostros con yelmos de hierro negro que imitaban cabezas de lobo.

—Qué siniestros, ¿no? Sgrunt parecía disfrutar de aquello. O quizás hiciese el payaso para ocultar lo asustado que estaba.

Polep Krin estaba de pie en las gradas que estaban a su izquierda; les miraba con orgullo desde una plataforma acompañado por dos leones de obsidiana.

—Mi reina, nobles señores de Veraspada y humildes séquitos ¡esta noche asistiréis a una velada de sangre y espectáculo sin igual! Todos conocéis a nuestros hasta ahora invencibles Lobos Oscuros: Caerron, Jervals, Ip’Al, Noxer y Mellir… pero no a cuatro de los más pintorescos aventureros de nuestra ciudad.

—¿Me ha llamado pintoresco aventurero? Ergotrek escupió al suelo. Dos veces.

—Venida de las aullantes selvas llenas de dragones y caníbales de las Islas del océano del Coral ¡la princesa Ur’el De de la dinastía I’xa!

—Oh, por favor la hermosa mujer parecía estar realmente avergonzada—, si soy hija de un alfarero.

Krin seguía gritando sus sandeces.

—Nació y se crió en una aldea en los Valles Profundos, y aún manchado con la sangre del parto se aferró con fuerza al mango de la espada con la que su padre le cortó cordón umbilical. Llegó aquí buscando vender la fuerza de su brazo para ganarse la vida, y desgraciadamente mató a quien no debía y acabó en nuestras celdas. ¡Saludad a Helar!

—En eso último casi tiene razón.

Con un huesudo dedo el exaltado orador señaló al jenkiren.

—¡Fascinaos con las misteriosas artes mortales del asesino enano sin nombre!

“¿Sin nombre? Pero si se llama Ergotrek…”

—Ahora viene lo bueno, a ver que se inventa sobre mí.

Al mago le brillaban los ojos de pura emoción, era como un niño monstruoso.

—Acompañando a estas tres máquinas de matar tenemos a Sgrunt, esa horrible criatura que insiste en ser un mago y que apenas controla los más sencillos conjuros.

—Eh, ¿alguien quiere decirme por qué no ha mentido sobre mi?

La decepción que envenenaba su voz era terrible.

 

“Los tengo en mis manos”. Desde su posición Polep Krin podía ver como había captado la atención de su audiencia, incluso la reina parecía estar interesada; puede que sus palabras no hubiesen sido las más adecuadas pero el cuarteto de sujetos que había escogido las había reforzado.

Empezó a bajar hasta su posición a la diestra de la señora, ese era su privilegio como anfitrión, pero no pudo reprimir un mal gesto en la boca cuando se encontró a dos capitanes de la guardia hablando con ella ¡y uno de aquellos brutos le había impedido el paso a empujones!

“Inaceptable” anotó mentalmente una meticulosa descripción de aquel energúmeno. Quizás un día se despertase y se encontrase en una de las minas de mercurio.

Esperaba que la señora no tardase demasiado en acabar con sus apuntes, pues la gente quería sangre y sin su consentimiento la lucha no podía empezar.

La reina parecía furiosa, su piel de alabastro estaba roja, sus ojos grises parecían centellear y su pequeña boca temblaba cuando no hablaba. Con un gesto despachó a los capitanes; Krin creyó oír que la reinaba ordenaba que su hijo dirigiese una carga de caballería.

¿Pero contra quién?

Cuando aquel majadero montón de musculosos le dejó pasar el señor de la Roca de los Piadosos se inclinó ante la soberana de doscientas mil almas.

—Mi señora, ¿sucede algo?

—La basura de la Escombrera está atacando las defensas del barrio, de alguna forma han conseguido abrir las puertas. He ordenado que Seete dirija a sus meradad; mi hijo necesita ejercitarse. ¡Te juro que un día haré que los magos esterilicen ese montón de escoria!

—Quizás la lucha le ayude a relajarse.

—Tienes razón.

La reina se acomodó en su sitió, alzó la mano y dijo casi con un ronroneo que se amplificó junto a un gritito de dolor de un esclavo.

—Que empiecen.

 

Inmediatamente después de recibir la orden de empezar, De lanzó su jabalina y atravesó el cuello de uno de los Lobos Oscuros. La precisión no le asombró tanto como la fuerza de su compañera.

Con pesimismo pensó que aquello equilibraba un poco las cosas al ser un cuatro contra cuatro; de todos modos sus adversarios llevaban luchando juntos los dioses sabían cuanto, y ellos acababan de conocerse.

De todos modos se reprendió, una vez más, por ser tan pesimista. Era un buen comienzo, pero estaba tan cansado que le costaba verlo… casi tanto como le costó esquivar la embestida de uno de los Lobos, el cual hacía girar sobre su cabeza un hacha de mango largo.

El filo pasó peligrosamente cerca de su cara, de modo que el joven respondió golpeando con el borde de su escudo el casco lobuno de su agresor. Este no pareció inmutarse y redobló su ataque, en silencio.

Por el rabillo del ojo podía ver como Ergotrek esquivaba el preciso y letal balanceo de un espadón sin posibilidad de hacer nada más. Cerca de él se oían los brutales golpes del bastón de mago de Sgrunt contra alguna pieza de metal; esperaba que fuese el casco de alguno de los Lobos y que tuviese dentro un cráneo a punto de romperse.

“Eso sería genial”.

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