La despedida

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Décima y última entrega de esta novela de fantasía de Gandalf

Docan Adwond y Rand habían llegado al pueblo, e inmediatamente contaron a sus vecinos lo que había ocurrido. Al principio, los habitantes de Mallowley no daban crédito a lo que les decían. ¿Cómo iban a creerse que Rufus, aquel viejo chamán que tanto velaba por la ciudad, no era más que un monstruo? ¿Y que el dragón no era malvado? Poco a poco, Docan y Rand les fueron convenciendo de que sus palabras eran ciertas, y empezó a nacer un atisbo de esperanza en el corazón de la gente de la aldea. La posibilidad de volver a ver a sus hijas les llenaba de una deliciosa alegría, solo enturbiada por el temor a un fracaso de Elvián. Si el príncipe caía en combate, seguro que Rufus acababa por destruir la ciudad.

Fue entonces cuando empezaron a oír los pasos. Sonaban como los de varia gente caminando al unísono, y por encima de ellos había otros que retumbaban. Procedían de la montaña, y hasta allí corrieron los habitantes de Mallowley. Se quedaron de piedra cuando vieron la escena.

Abriendo la marcha estaban Elvián y Steff, y detrás de ellos les seguían seis muchachas. Todavía más rezagado, Golganth avanzaba despacio mientras transportaba el cadáver de Rufusmaug. Después de la impresión inicial, los padres reconocieron a sus hijas y llenos de emoción corrieron hacia ellas y las cubrieron de besos y abrazos, mientras que un hombre regordete y una mujer menuda salían disparados hacia Elvián y Steff. Hicieron caso omiso del príncipe y abrazaron a Steff. Todos lloraba de alegría, y el infante se sintió inmensamente conmovido.

Los otros ciudadanos miraban con temor al dragón, a pesar de que les habían dicho que no era malvado. Tanta atención parecía incomodar al reptil, que no sabía dónde posar los ojos. Elvián sonrió divertido a la vez que seguía la marcha hacia la plaza del pueblo, donde se reunieron todos. Docan y Rand se reunieron de nuevo con ellos.

—Te estamos eternamente agradecidos —dijo el posadero acercándose al príncipe—. Has salvado nuestro pueblo, a pesar de nuestro egoísmo al entregar a nuestras hijas al dragón.

—Y a mí me gustaría disculparme con todos —dijo Rand—. Yo era el que viajaba con Rufus, y el que os convenció de que era digno de confianza.

—Ninguno de vosotros tiene la culpa —respondió Elvián—. El único culpable era Rufusmaug. Quiero decir, Rufus. Él jugó con vuestras mentes, haciéndoos creer que hacíais lo correcto. Además, las mayores víctimas de todo esto sois tú y Golganth. Vosotros dos habéis perdido a vuestros seres queridos para siempre.

Rand gimió y bajó la mirada.

—Tienes razón —dijo—. No me queda nada, estoy solo…

—Eso no es verdad —replicó Steff tras liberarse de los brazos de su madre—. Nos tienes a todos nosotros. No vamos a dejarte solo.

—Tiene razón —dijo Docan—. Además, hiciste más por el pueblo que muchos de sus habitantes. Ayudaste a construir casas, y siempre ofreciste tu ayuda a las familias de las muchachas desaparecidas.

Rand miró un momento al posadero y le dio un abrazo. Entonces, Elvián se giró hacia Golganth y le preguntó:

—¿Y tú qué vas a hacer?

—He decidido que me voy a quedar permanentemente en la cueva de la montaña —dijo el dragón—. A partir de este momento, me convierto en el dragón protector de Mallowley. Y sí, Steff, puedes venir a visitarme siempre que quieras. Y más ahora que Elvián destruyó mi golem vigilante —miró al príncipe y sonrió irónicamente—. ¿Cuáles son tus planes?

—Por hoy, nada —contestó Elvián—, pero mañana cogeré mi caballo y seguiré mi camino. Todavía me espera un largo camino.

—¿Puedo preguntar a dónde te diriges?

—No estoy muy seguro. Se supone que hacia el oeste hay una ciudad perdida, y allí tengo que encontrar un objeto muy importante para mí.

Golganth arqueó la rugosidad sobre sus ojos y se rascó la cabeza, pensativamente.

—¿Una ciudad perdida? —murmuró—. Escucha, hace muchos años, antes de que hubiera llegado a Mallowley, sobrevolé lo que parecía un reino en ruinas. Puede ser eso lo que buscas.

—Sí, es posible que sea lo que busco —dijo Elvián mientras se acariciaba el mentón—. ¿Está muy lejos el reino devastado por el paso inexorable del tiempo del que hablas?

—Bueno, si cuentas con un caballo rápido y te paras poco, tal vez llegues en dos meses —dijo Golganth, y se estremeció. Otra vez el príncipe hablaba de ese modo tan raro—. Aunque tampoco te lo puedo decir con exactitud. No es lo mismo viajar volando que hacerlo con los pies en la tierra.

—Perfecto, te lo agradezco mucho, Golganth. Mañana mismo partiré.

—Entonces es posible que quieras acudir a la cena —dijo Docan—. He decidido organizar una cena en tu honor. La haremos al aire libre, porque también queremos que venga Golganth. Venga, Elvián, di que vienes. Seguro que estás hambriento.

En respuesta a la afirmación, las tripas del príncipe rugieron con fuerza. Al principio, el infanta se sintió absolutamente avergonzado, pero las carcajadas de loa aldeanos le contagiaron y acabó por reír él también. Aceptó de buen grado, así como el dragón.

Antes de ir al merendero improvisado que se había levantado en la plaza mayor, Elvián fue a las caballerizas para visitar a Trueno. El caballo relinchó de alegría al verle aparecer, y el príncipe le acarició el hocico, también contento. Al menos parecía que le habían cuidado bien, y eso fue todo un alivio. Había empezado a tener un poco de miedo cuando se descubrió que Rufus era un ser tan perverso y sanguinario. También se enteró de camino a la plaza de que habían enterrado el cadáver de Rufusmaug en el cementerio, en una tumba sin nombre.

La cena resultó de lo más amena. Todo el pueblo estaba presente, y la conversación era incesante. En general, se respiraba un ambiente de paz y felicidad. Elvián, Steff y Rand se sentaban juntos, y Golganth estaba en medio de las mesas. Le habían servido una vaca entera, y el dragón disfrutaba de la carne con entusiasmo. El príncipe rió y comió mucho, y al final de la cena le convencieron para dar un discurso. Usó palabras y expresiones tan rebuscadas (ya sabéis cómo era) que no tuvo más remedio que repetirlo de otra forma, digamos más normal. Cuando se retiraron a dormir, el príncipe atesoró en su corazón esos momentos. Sabía que no se lo iba a pasar tan bien en mucho tiempo.

Al día siguiente le fueron a buscar Rand y Steff. Después de asearse y tomar un desayuno rápido fue con ellos a las caballerizas a recoger a Trueno. Docan Adwond también quiso ir con ellos, así que dejó la posada en manos de una de sus hijas, no sin antes cargar con un gran fajo. Después de que el caballo se encontró fuera del establo, se dirigieron todos a la salida oeste del pueblo, donde Golganth esperaba.

—Saludos, Elvián —dijo el dragón—. Quería despedirme de ti personalmente. Has hecho mucho por mí, ¿sabes?

—No fue nada —respondió Elvián—. No me parecía correcto abandonaros en una situación tan sumamente delicada como en la que os encontrabais.

—Eso te honra —dijo Golganth—. Cualquiera en tu situación habría huido. En fin, te deseo todo lo mejor. Espero que tengas un buen viaje, y cuida tu forma de hablar.

—¿Qué cuide mi..? —repitió Elvián, confuso.

—Te quería dar esto —dijo Docan, entregándole el fajo—. No es gran cosa, solo un pequeño regalo por todo lo que has hecho por nosotros. Te será útil en un viaje tan largo.

Elvián abrió el paquete y descubrió que estaba lleno de víveres. Había fruta, carne y cebada para el caballo. Dio un abrazo al posadero y se giró hacia Steff y Rand.

—Fue un gran honor conoceros —dijo—. No nos conocemos de mucho tiempo, pero ya os considero mis amigos. Os prometo que os visitaré siempre que me sea posible.

—El honor es nuestro —dijo Steff—. No podemos agradecerte como te mereces todo lo que has hecho por nosotros. Te deseamos lo mejor.

Elvián sonrió y le dio un beso en la mejilla a Steff y un abrazo a Rand. Luego se montó de un salto sobre el lomo de Trueno y empezaron a traspasar la frontera. Antes de salir trotando por el camino, el príncipe miró por última vez a sus nuevos amigos y se despidió con la mano. Estos le devolvieron el saludo y observaron cómo la silueta del príncipe se recortaba contra el sol de la mañana antes de desaparecer en el horizonte.

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Patapalo
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Está simpática la novelilla y consigues bien el tono infantil. No obstante, a veces tengo la impresión de que escribes sobre la marcha, sin releer demasiado ni plantearte muy bien cómo vas a encajar la trama. ¿Te planificas un poco en estos proyectos largos?

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Gandalf
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Bueno, antes de ponerme a escribir una historia larga, pues pienso primero el argumento, planifico el desarrollo y tengo claro el desenlace, pero los capítulos los escribo sobre la marcha, y añado cosas que me vienen a la mente y que quizás queden incoherentes.

Gracias por comentar.

Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

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