El lugar de la narrativa
¿Cuál será el ámbito reservado, al final, para la narrativa literaria?
En un principio había pensado titular este artículo Competencia a la lectura, pero creo que ya está bastante claro que el mito de que ahora se lee menos no se sostiene de ninguna manera. A todas luces, se lee más: periódicos gratuitos, mensajes de móvil, correos electrónicos, páginas web, textos de videojuegos... No hay color, en ningún ámbito. Cada vez se escribe más y se lee más. Los soportes, por muy audiovisuales que sean, dejan su espacio a la palabra.
La cuestión que surge, naturalmente, es qué se escribe y qué se lee. Y lo que está claro es que literatura pura y dura no es lo que más abunda. Está anegada entre un mar de otras variantes de escritura: textos periodísticos, divulgativos, simples mensajes, apuntes, explicaciones, manuales... No tengo estadísticas al respecto pero sí que es muy posible que en cifras absolutas la escritura literaria, incluso la narrativa, esté perdiendo terreno. De todas formas, tampoco parece un tema preocupante per se, dado que están surgiendo canales alternativos que están dando una nueva vida a esta expresión artística.
Por un lado, tenemos las sendas marcadas por el propio formato, donde podemos encuadrar el auge del microrrelato o de la poesía breve. En este sentido, las servilletas donde Quevedo podía escribir sus ingeniosas improvisaciones se han vuelto omnipresentes y, sobre todo, han adquirido una gran capacidad de difusión.
Por otro lado, tenemos la posibilidad de acompañamiento de muchos otros modo expresivos y artísticos que antes no existían, desde páginas web que son ficciones en sí mismas a manuales de complejos juegos de sociedad pasando, cómo no, por una expresión artística particularmente floreciente, como son los videojuegos.
Es decir, que el panorama es convulso pero no está, ni mucho menos, para echarse las manos a la cabeza.
O quizás sí.
A mí lo que me preocupa particularmente es que en paralelo a este aumento de los ámbitos y marcos en los que se está desarrollando la literatura en general y la narrativa en particular, tenemos que la narrativa “clásica” parece estar más y más encorsetada y no precisamente por las exigencias editoriales —en contra de lo que se podría pensar—. Si bien hay sellos que se esfuerzan por buscar vías alternativas, entre los autores reina en general cierto fatalismo y la obsesión con una búsqueda de un grial que poco tiene que ver con la excelencia artística y mucho más con la receta de cocina.
De repente me encuentro con que se hacen muchas apreciaciones sobre lo ágil que ha de ser la prosa, lo adecuado de tal o cual vocabulario, la necesidad de tal o cual extensión o del uso de ciertas estructuras narrativas. Como en las puertas de Dante, parece que grabemos un Abandonad toda esperanza cuando se trata de literatura pensada para... libros. Se imagina a un lector tiránico incapaz de aceptar ningún cambio, un lector inmutable y genérico que solo se emociona con arquetipos y tramas ligeras, que contrasta con ese otro consumidor de ocio dispuesto a sumergirse en la complejidad de juegos que son mundos o del mare magno insondable de Internet.
Resulta paradójico cuando, por ejemplo, en un videojuego vamos a aceptar un estilo arcaizante porque encaja con la ambientación, mientras que somos capaces de mutilar un Edgar Allan Poe para hacer una versión “juvenil” porque la prosa va a resultar demodé. Es como, si hasta cierto punto, como autores y como lectores consideráramos que el libro, la novela, la antología son solo un ámbito, un marco, y no la cuna de la literatura en sí. Y un marco, para más inri, que en sus pretensiones de universalidad ha de ser el menos ambicioso y el más simplón.
Al final, lo que me preocupa —dentro de lo peregrinas que son estas preocupaciones— no es si se lee mucho o si se lee poco, o incluso qué se lee, sino esta plaga que asola a las raíces propias de la escritura porque ya no es que se vaya a conseguir poner coto a los productores de cine frustrados en el ámbito de la novela —una batalla perdida de antemano—, sino que los narradores literarios van a acabar por abandonar sus páramos originarios hartos de ver que no se les permite salirse de unos marcos que ni como lectores ni como autores deberíamos aceptar.
Cuando el mundo del libro se convierte en una fábrica a granel, la literatura ha de buscar un nuevo lugar en el que desarrollarse. Y nosotros, me temo, tendremos que encontrarlo para poder disfrutar de ella.
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