Fantasmagoria

Imagen de Hada Verde

Reseña de la antología coordinada por Darío Vilas y publicada por Tombooktu

Fantasmagoria es una antología de relatos breves que gira en torno a los fantasmas. Como ya se apunta en la presentación de Darío Vilas, el coordinador, —la cual aparece inesperadamente tras un breve prólogo de Javier Quevedo Puchal— las visiones van a ser tan variadas como los autores. A pesar de que el fantasma es uno de los personajes del terror más clásicos y longevos, su naturaleza proteica e indefinida hace que se preste a muchas interpretaciones. La calidad, por el contrario, se mantiene en cotas muy altas durante prácticamente toda la antología, lo que convierte el libro en una buena elección si se tiene interés por el tema.

Los relatos recopilados son los siguientes:

Fantasmagoria - Tombooktoo - ReseñaEl columpio (José Luis Cantos): Ambientación contemporánea en un entorno relativamente aislado y con niño inquietante sirven de base para una historia que gana complejidad y calado a medida que se introduce en las aguas revueltas del mundo familiar. Espeluznante y con muy buen ritmo. Muy buena apertura.

Aliud (Elena Montagud): Una idea muy interesante que gira sobre la injerencia de los fantasmas en el mundo de los vivos. La estructura dislocada del relato encaja con la propuesta. Un relato atrevido y original, que busca más sugerir que contar.

Caramelitos de fresa (Ignacio Cid Hermoso): Un relato que se desarrolla a varios niveles, con un ritmo pausado, haciendo énfasis en los aspectos psicológicos de los personajes. Más melancólico que aterrador, consigue una buena sensación de angustia. Al cierre revela un fondo muy original.

Chamberí (Francisco Miguel Espinosa): Una de las narraciones más canónicas tanto en prosa como en ambientación y planteamiento. Es una incursión a los túneles que conectan la famosa estación fantasma de Madrid. Cumple con sus objetivos.

Desahucio (Darío Vilas): Con una prosa que interpela al lector, se nos arrastra por una historia directa y sencilla pero que deja eco. Se podría cuestionar hasta qué punto encaja dentro de la temática fantasmal.

El más solitario de los números (Jesús Cañadas): Una historia muy potente, que mezcla con acierto retrato social y la angustia psicológica de los personajes. El terror no viene propiamente de las apariciones espectrales, lo que acentúa la sensación de desasosiego.

El recipiente (Miguel Aguerralde): Una propuesta clásica cuyo encanto reside en el desarrollo. Sin grandes sorpresas, conduce al final esperado pero apretando las clavijas lo suficiente para que la historia funcione.

Flores suicidas (Javier Cosnava): Una historia tan intrigante como original. Sin apartarse demasiado de la premisa clásica de los aparecidos, se construye toda una mitología familiar propia que converge con acierto al cierre. Muy interesante.

Incoloro (Javier Pellicer): Guerra Civil y aparecidos. El cóctel tiene todos los ingredientes que cabe imaginar, pero el modo en el que se sirve da pie a matices inesperados. Eso sí, el vello erizado y el regusto amargo que tienen que acompañar un trago así están más que presentes.

Juego de niños (Ivan Mourin): El relato más devastador de la antología. Si buscas horror y terror, que no son lo mismo, y en buenas dosis, aquí tienes tu ración, y es una generosa. Una revisitación de las casas encantadas y los niños imprudentes ejecutada de un modo magistral.

Lo que Swedenborg no dijo (Daniel P. Espinosa): Terror existencial y angustia hórrida se dan cita en un desarrollo melancólico salpicado de imágenes que se graban en la retina del lector y lo perturban. Un acercamiento muy peculiar al tema y con fondo filosófico.

Ludimila (Juan Ángel Laguna Edroso): De nuevo niños imprudentes y casas encantadas, pero en este caso con una deriva hacia lo lírico y lo costumbrista – rural. Mezcla historias de campamentos y algo de la fosquería de La lluvia amarilla de Llamazares pero con el regusto dulzón del anhelo.

Ojos de muñeca (Javier Trescuadras): Un relato basado en la imagen. El planteamiento y la ejecución son en apariencia sencillas, pero la impresión generada cuando despliega a los personajes conmociona. Tan efectivo como efectista.

Sabe nuestros nombres (David Marugán): Una historia que se adivina urdida sobre vivencias propias, lo que da mucho calado a la narración y ayuda al escalofrío final. El terror se conjuga bien con cierta melancolía.

Una vieja canción de blues (Luisa Fernández): Como cierre, horror oriental y ambientación hollywoodiense. La prosa es muy asertiva y el ritmo sostenido, lo que da más protagonismo a la acción que al trasfondo que motiva la misma.

Conclusión: Fantasmagoria esconde tras sus dos introducciones una notable colección de relatos de terror que abordan desde perspectivas variadas la figura del fantasma. Aunque el nivel es bastante homogéneo, hay relatos que sobresalen tanto por calidad como por enfoque y no hay tropiezos que cuestionen la selección más allá de los gustos personales.

Espacio patrocinado por

Nocte - Asociación Española de Escritores de Terror

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