El nombre que viste un héroe

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Un relato mitológico de Cruz Diablo para la disección de Máscaras

Dejad de pelear y revolcaros por el fango, chiquillos. Entrad ahora mismo en la cueva o los espíritus de la lluvia se meterán en vuestros cuerpos y los calentarán por dentro, sin que podáis echarlos por mucho que tosáis para intentarlo. Venid junto al fuego, el humo azul del abedul los espantará de vuelta al cielo, aspiradlo con fuerza. Afuera la tormenta ruge, la gente nube está enfadada y golpea a Mamá Montaña con sus rayos, pero ella nos protegerá en su vientre. Acercaos todos, también los que ya vistieron su nombre y los ancianos, sentaos alrededor de vuestra madre de cueva. Es tiempo de contar historias.

Mirad las pinturas que cubren las paredes, ellas nos hablan de nuestro pasado. Allí está Unnangagaha, el gran agujero, la sima eterna que parió todas las cosas, útero del Tiempo y pozo de tinieblas. A su lado, Mamá Montaña y sus doce hermanas someten al Oso-trueno-cola-de-serpiente, y se asientan sobre su espinazo para formar el mundo, la Cordillera de Trece Picos; tan solo la sangre ritual que entregamos a la gran Bestia escamada impide que ésta se agite, creando aludes y haciendo temblar el suelo. Y en lo más alto, arriba en la cueva, está el de la espalda astada, aquel que desafió a los dioses y recuperó el sol que nos habían robado, nuestro mayor héroe. Calma, pequeños, silenciad vuestro alborozo; si así lo queréis, contaré una de sus historias, pero ya hemos oído esa muchas veces. Hoy toca una diferente, hoy hablaré de cómo se hizo un hombre, de cómo vistió su nombre.

Atrás en aquellos días, mandaba en las cuevas un cacique duro y cruel. Su nombre era Roca Fría y su mezquindad era tal, que había relegado el rito de madurez del niño por haber nacido de una esclava de guerra. Hasta que un día se fijó en su recia musculatura mientras despellejaba una cabra y se dio cuenta de que su tamaño ya era mayor que el de cualquier otro en su cueva. Todavía no había acabado de desarrollarse, y Roca Fría tuvo miedo de la clase de nombre que podía encontrar si seguía postergando su búsqueda. Quizá incluso uno que pudiera desafiar el suyo propio. Así que habló con su madre de cueva y le ordenó que lo enviara a las profundidades para reunirse con la bruja.

Escama-Huecovacío-Árbol no era como las brujas de ahora. Se trataba de un ser mítico de los primeros días, una mujer con tres cuerpos tan vieja como el Tiempo, que según se decía había brotado de la mismísima Unnangagaha. Por eso el niño temblaba mientras descendía en la oscuridad, desnudo y sin portar luz ninguna como manda la tradición. No, pequeños, dejad de protestar; hasta él sintió las garras heladas del miedo clavándose en sus huesos, porque dominarlo es una parte esencial de lo que significa convertirse en hombre y mujer, como algún día descubriréis.

Así, el niño se guiaba por el tacto mientras bajaba por la sima, empapándose con la humedad de las paredes, el sudor de Mamá Montaña. La nada que te rodea es diferente ahí dentro, casi se puede tocar, y la respiración y el calor de tu cuerpo cambian al adentrarte en un ser viviente. Cuando por fin llegó a la tienda de piel de armiño, sus ojos tardaron un rato en acostumbrarse a la luz de las hogueras que la rodeaban. Más allá, un precipicio sin final comunicaba la estancia de piedra viva con la sima eterna, el pozo de tinieblas.

El niño observó los tres cuerpos arrugados y desnudos de la vieja bruja. Como en cada gran ritual que marca la vida de todo hombre y mujer, sus caras vestían sus nombres. Una estaba cubierta por piel de serpiente: era Escama. Otra por corteza, con hilos de enredadera mezclándose entre los cabellos grises: era Árbol. La última, de negro carbón, tapaba el rostro entero ocultando sus rasgos: era Huecovacío.

—Hola pequeño… —siseó Escama.

—Ya era hora de que llegaras… —dijo Árbol con una sonrisa.

—Llevamos mucho tiempo esperándote —se oyó la voz apagada de Huecovacío, mientras hacía a un lado la piel de armiño.

El niño tragó saliva con el rostro demudado por la impresión. Incapaz de decir palabra, se internó en el círculo de fuego y entró en la tienda llena de humo.

La Gran Calavera colgaba de su arnés en el centro. Era todavía mayor de lo que había esperado, casi tanto como él mismo, y sus dos colmillos eran impresionantes, incluso más grandes. Debajo, la pira ceremonial quemaba las hierbas y musgos que solo las brujas conocen. Al respirarlas dejamos atrás nuestros cuerpos para acceder al mundo de los espíritus. Las piernas del niño flojearon, pero Árbol salió de la nada y le entregó las setas del corazón, que nos dan el valor necesario para traspasar la frontera hacia el más allá.

El niño las devoró rápidamente, y casi al instante se sintió tranquilo y confiado en ese vasto espacio de niebla y remolinos marchitos. Los tres cuerpos le rodeaban, aunque no era consciente de que ella le hubiera acompañado en su viaje; y es que una buena bruja cohabita en ambos mundos al mismo tiempo.

—Gran Calavera, tótem supremo de nuestro pueblo, ¿guiarás a este muchacho en la búsqueda de su nombre? —gritó Escama.

—¿Nos revelarás su futuro? —preguntó Árbol con respeto.

—¿Apaciguarás a los espíritus para que cumpla su propósito? —se escuchó decir a Huecovacío.

La Gran Calavera flotó hacia el niño y lo revisó de arriba abajo. Cuando por fin se dignó a hablar, su idioma ajeno de chasquidos y lamentos resultó incomprensible para el chiquillo.

—¿Qué… qué ha dicho? —tartamudeó desconcertado.

Los tres cuerpos se miraron unos a otros antes de contestar. Por primera vez en su larga existencia, la incertidumbre acosaba a la vieja bruja.

—Dice que tu futuro es incierto, que está plagado de claroscuros… —dijo Árbol con tristeza.

—Que tienes el potencial para traer tanto un gran mal como un gran bien a nuestro pueblo… —dijo Escama con fiereza

—Y que, probablemente, lo mejor para todos sería que murieras antes de vestir tu nombre —remató Huecovacío en tono fúnebre.

El niño sintió un escalofrío y sus músculos espirituales se tensaron, preparándose para evitar la muerte a toda costa. Pero entonces sucedió algo extraño: los tres cuerpos asintieron a un tiempo y se cambiaron sus nombres. La piel de serpiente voló de un rostro a otro, al igual que la corteza y las enredaderas, y la máscara de carbón. La bruja ladeó sus tres caras, dispuesta a escuchar a la Gran Calavera con oídos nuevos. Una larga retahíla de suspiros y crujidos volvió a llenar el silencio.

—¡Todavía hay esperanza! —Exclamó Árbol con alegría, cuando el tótem supremo acabó su discurso—. Nuestros nombres nos definen, marcan quienes somos. Así pues, deberás encontrar un nombre digno antes de que acabe el ciclo ritual de trece días, uno por cada montaña que compone el mundo…

—Un nombre elevado que guíe tus acciones a lo largo de tu madurez, que imprima carácter a tus elecciones para que tus luces predominen sobre tus sombras. Y, si no lo logras… —explicó la voz opaca de Huecovacío.

—Si tu nombre no merece la aprobación de la Gran Calavera, o si tardas más de un ciclo en encontrarlo —continuó Escama con suspicacia—, que no se te ocurra volver, porque aquí solo te esperará la muerte.

El niño apretó la mandíbula y asintió con resolución, seguro de su victoria gracias a la insensatez de la juventud y el efecto de las setas del corazón.

Si caminas durante demasiado tiempo por el más allá, corres el riesgo de quedar atrapado para siempre entre mundos, así que Escama mordió las hojas del despertar y escupió su jugo en la boca del chiquillo. Los tres cuerpos de la bruja lo recostaron en el suelo y le aplicaron la sangría de escarificación con sus hojas de piedra, extraídas de las entrañas de Mamá Montaña. Después, bebieron su sangre mientras le aplicaban arcillas secretas y practicaban el ritual de sexo iniciático con él; como todos vosotros, pequeños míos, haréis cuando os llegue la hora. Vuestra semilla se derramará sobre el gran agujero, la sima eterna que parió todas las cosas, para que el ciclo de la vida continúe.

El joven que salió a la superficie ya no era el niño temeroso que había descendido a las profundidades, pero todavía no era un hombre. Debía bajar al valle solo y desarmado, sin permiso para unas palabras, o acaso una mirada de despedida, para sus hermanas y hermanos de cueva.

Allá abajo es otro mundo, chiquillos, que ni creeréis hasta que no veáis por vuestros propios ojos. Se necesita casi un día entero de caminata para llegar, y cada vez hace más calor y la nada que te rodea está más mojada. El suelo se vuelve plano, y las plantas más y más grandes y abundantes hasta cubrir el cielo, como una cueva verde y móvil que se extiende en todas direcciones. Pero lo peor son los ruidos: animales y espíritus extraños de todas clases y tamaños llenan cada pequeño espacio. Por eso las partidas de caza y recolección que viajan en tiempos de carestía regresan siempre con las manos llenas de ricos manjares. Aunque hay que tener cuidado, porque algunos son peligrosos y Mamá Montaña no está ahí para protegernos.

En eso iba pensando el joven, mientras bajaba al trote y las arcillas secretas de las brujas penetraban en su cuerpo a través de las heridas, calentándolo para incrementar su sensibilidad espiritual. Para cuando llegó al valle, su cuerpo ardía de energía y la hija Luna ya brillaba en el cielo.

Esa primera noche siempre es dura, pero él supo mantener la cabeza fría y cobijarse entre las ramas de un viejo árbol. Pasó las horas de tumulto y oscuridad en vela, acosado por presagios y pesadillas de la más misteriosa naturaleza, familiarizándose con su nuevo entorno, atento a lo que los espíritus tuvieran a bien revelarle.

Los siguientes días no tuvo mucho tiempo para buscar su nombre, puesto que antes debía ocuparse de conseguir comida y un refugio apropiado. Pero había aprendido bien sus lecciones, y enseguida obtuvo suficientes presas y frutos silvestres para subsistir durante el ciclo. Además encontró una madriguera junto al río, que tapaba con pieles de animales para dormir por la noche.

Una vez hubo establecido buenas relaciones con los espíritus y dominado los peligros del valle, fue descubriendo muchos nombres. Los había simples y compuestos; de animales, plantas, piedras, aguas y el resto de cosas vivas; de partes y sustancias; de formas vagas e inciertas; de emociones y pensamientos; y muchos, muchos otros. Todos eran adecuados para vestirlos, pero ninguno era lo suficientemente digno para pasar el juicio de la bruja y la Gran Calavera.

El séptimo día del ciclo amaneció, y el joven estaba igual de lejos de hallar su nombre que al principio. Para entonces ya recorría el valle libre y sin miedo, como su dueño y señor, pero comenzaba a desesperarse. Y fue así que, mientras investigaba los secretos que escondía el tronco nudoso de un gran roble, se fijó en que el viejo Miracielos se encontraba junto a él, acuclillado entre unos arbustos en silencio.

—¡¿Pero qué haces ahí?! —exclamó el muchacho, olvidando en su desconcierto el trato de respeto que merece un anciano.

—Pobre de mí, hijito —suspiró—. Hace tiempo que los espíritus se divierten a mi costa, secándome el estómago. Ahora debo pasar varias horas al día pidiéndoles permiso para echar una cagadita, y solo raramente me lo conceden. Tampoco es que pueda reprochárselo, durante demasiadas estaciones me he aprovechado de sus favores como para que no me lo cobraran de algún modo. En fin, supongo que hoy no es el día – y se incorporó, subiéndose el taparrabos con resignación.

Miracielos era un chamán tan sabio que vivía más en el mundo de los espíritus que en el nuestro. Mantenían una relación franca y directa, y pasaba más tiempo con ellos que con las personas. Sin embargo, ese continuo caminar a un lado y otro de la frontera no está exento de consecuencias, y a menudo su cabeza erraba al regresar. No encontraba el trozo de Tiempo adecuado y olvidaba cosas, o confundía nombres, o creía estar en otro lugar. La gente toleraba sus excentricidades porque respetaba su ciencia, e incluso buscaba su consejo y ayuda muchas veces, pero era difícil de localizar. Iba y venía por la falda de Mamá Montaña a su antojo, del valle a las cuevas o la necrópolis de la cumbre, parloteando sin cesar con los espíritus. En ocasiones, cuando hablaba con alguien, era capaz de descubrir en él a una persona que había muerto tiempo atrás.

—¿Y tú qué haces con la nariz pegada a ese tronco, muchacho? —preguntó con curiosidad.

—Estoy buscando mi nombre, venerable anciano —respondió el joven, recuperado de la sorpresa.

—Pues no creo que vayas a encontrarlo en la corteza de ese árbol. El sol ya casi ha escalado el cielo y todavía no he almorzado. Ven, encenderé un fuego y tú puedes compartir esas ricas viandas que llevas colgadas a la cintura.

El joven aceptó con agrado el ofrecimiento. Después de tantos días solo, agradecía la compañía, y más de alguien tan insigne como el viejo Miracielos. Le ofreció la ardilla que había cazado aquella mañana y un puñado de moras, pero el anciano solo aceptó estas últimas. Según le explicó, con los años había descubierto que los espíritus de las plantas eran más amables con su problema de vientre seco que los de los animales, que le exigían más a cambio de comer su carne.

Tras darles las gracias por los alimentos, los disfrutaron al calor de la hoguera que había encendido el chamán. Después, éste sacó un pellejo de conejo relleno de zumo de baya fermentado que ambos compartieron.

—Bebe sin miedo, te ayudará en tu búsqueda —dijo el anciano—. Y dime, ¿qué hace un grandullón como tú todavía sin nombre? ¿No deberías haberlo vestido muchas estaciones atrás?

—No es para tanto —protestó el joven—. Tengo un hermano de cueva que nació antes que yo y aún no ha pasado el rito.

—Apuesto a que no te llega al pecho, ¿me equivoco?

El muchacho no estaba acostumbrado a tomar zumo de baya fermentado fuera de las ceremonias correspondientes, y se le escapó un fuerte hipido. Pero el viejo chamán sabía lo que hacía: ese líquido sagrado está tocado por las fuerzas del más allá, te desnuda el corazón, y hace que tu lengua vierta las dudas y secretos que guarda.

—Bueno… —dijo vacilante—. A lo mejor es porque mi madre de cueva no me consideraba digno. Creo que, como fui parido por una esclava de guerra, no me quiere tanto como al resto de mis hermanas y hermanos.

—No digas tonterías, hijito. Todas las madres quieren a sus hijos.

Esta simple verdad hizo que el calor que sentía en el estómago se le fuera extendiendo hasta la nariz y la punta de los dedos, iluminando su cara con una sonrisa. El anciano también sonrió, al descubrir en su gesto alegre a un viejo amigo que llevaba muchas estaciones esperándole en la necrópolis megalítica de la cumbre.

—Estoy tan contento de hablar contigo —exclamó, riendo mientras se cogía las puntas de los pies, y se balanceaba adelante y atrás—. Pero cuéntame, ¿qué tal te van las cosas?

El joven dio un largo trago, y le habló de la tarea que le habían encomendado la bruja y la Gran Calavera. Al quitarse ese enorme peso de sobre los hombros, sintió sueño y se acostó en el fresco musgo a descansar.

—¿Otra vez buscando un nombre? —preguntó el viejo chamán, confundido—. Así que vas a cambiártelo… Tú no te preocupes, amigo mío, puedo usar mi influencia sobre los espíritus para ayudarte a encontrarlo.

—¿Y eso está permitido? —se extrañó el joven con un bostezo.

—Las reglas las imponen los espíritus y los dioses, o sea que si acceden a cooperar, significará que han querido cambiarlas. O mejor, que se trata de trampas permitidas —explicó, guiñándole un ojo.

—Supongo… —respondió el muchacho, encogiéndose de hombros.

—Además, seguro que ellos me pusieron en tu camino por una razón. Ahora descansa tranquilo durante un rato, recupera fuerzas, las vas a necesitar. Yo iré a por los ingredientes mágicos que me hacen falta para la ceremonia —dijo, sacando su nombre del morral.

—Sí, creo que una siestecita me vendría bien —y el joven cayó sumido en un profundo sopor, a causa del influjo del más allá con que el zumo de baya fermentado había llenado su cuerpo.

Un fuerte aullido lo despertó sobresaltado. Al viejo chamán no se le veía por ningún lado, de la hoguera solo quedaban rescoldos, y el sol había descendido por el cielo y se acostaba ya tras el horizonte. El joven volvió a escuchar esa especie de alarido inarticulado y se dirigió velozmente a su encuentro. Al traspasar unos matojos, llegó a una planicie en la que descansaba un pequeño lago, rodeado por una manada de uros.

Miracielos estaba entre ellos, brincando y chillando sus invocaciones, con una máscara de madera que tenía una cara de ojos enormes en la coronilla. El joven observó estupefacto cómo giraba y danzaba entre las imponentes bestias, pinchando sus sombras alargadas con un palo quemado y arrojándoles misteriosos polvos que brillaban con la luz del atardecer. De alguna manera inconcebible, se había colado en mitad de la manada sin que se dieran cuenta y ahora los hostigaba para despertar sus espíritus.

Las hembras que tenía cerca comenzaron a revolverse, amenazando con pisotearlo. Pero él las esquivó ágilmente pese a su elevada edad, sin abandonar ni por un momento el ritual.

El joven se lanzó a la carrera, justo a tiempo de ver cómo hincaba su palo quemado en el ojo de un confuso macho al pasar junto a él. El poderoso uro se encabritó y arremetió contra al anciano, dispuesto a destriparlo con su cornamenta. Miracielos consiguió apartarse por un pelo, pero resbaló en el barró de la orilla quedando a merced de una segunda embestida.

La muerte se cernía sobre el viejo chamán, ya nada parecía capaz de salvarlo, cuando el joven saltó a lomos del enorme macho. El uro corcoveó y empezó a sacudirse para intentar derribar al muchacho, que se agarró a sus astas para no caer. La bestia galopó a la espesura y se restregó contra las ramas, pero el joven plantó las piernas entre las quijadas del animal y tiró con brío de sus grandes cuernos. Las fuerzas del más allá todavía calentaban sus músculos, y la lucha trascendió el plano físico: ya no era solo del hombre contra el uro, sino de espíritu a espíritu.

Mientras sus fuerzas espirituales se tensaban, chocaban y entremezclaban en sutil batalla, Miracielos aplaudía, saltaba y reía cada vez que reaparecían en el claro, con el resto de la manada alborotándose en todas direcciones. El valle entero contemplaba expectante, a la espera de saber quién sería el vencedor, su nuevo señor.

El mundo sobre la espalda de un uro enfurecido era un caos vertiginoso de imágenes sin significado. La cabeza del joven estaba por encima del pensamiento, su cuerpo más allá del dolor, su espíritu en una brecha continua entre la victoria y la muerte. Pero se aferraba y tiraba, más de lo que debería haber sido posible, hasta que su misma esencia se redujo a eso. Sus sentidos se hallaban saturados por los roncos mugidos, el áspero pelaje y el olor rancio de la bestia, que poco a poco se fueron filtrando en él, hasta fundirse en un solo ser.

El uro-hombre cayó, y un espantoso crujido retumbó en el valle. Los insectos chirriaron, las plantas se sacudieron, las piedras se cerraron en banda, los predadores se refugiaron en sus madrigueras, las aguas fluyeron de nuevo y las cotorras aves volaron para dar la buena nueva. Como en una deslumbrante revelación, la Cordillera de Trece Picos volvió a cobrar significado.

Entretanto, los días iban pasando en las cuevas y Roca Fría ya se frotaba las manos de autocomplacencia. Gracias a esa manera misteriosa en que se propagan las noticias de las reuniones secretas, todos estaban enterados de la difícil tarea que la Gran Calavera había impuesto al niño.

Al decimotercer amanecer, el ruin cacique estaba convencido de que el rito de madurez le había librado del que se adivinaba como un duro competidor en el futuro, sin que tuviera que mover un dedo. Eso solo podía significar que los espíritus estaban con él y refrendaban su mandato.

—¡Un uro está escalando la montaña! —gritó alguien en el exterior con sorpresa. Y el tuétano de cabra que estaba desayunando se le agrió en la boca, dejándole un regusto a presagio aciago.

Sin saber muy bien qué esperar, pero convencido de que debía ser algo importante, se puso su nombre labrado en piedra y salió a la falda de Mamá Montaña. La bruja estaba ahí, vistiendo sus tres nombres, y todo el mundo acudió a reunirse con ellos, mientras murmuraban extrañados.

El insólito uro, que caminaba sobre dos piernas, llegó hasta donde se encontraban y se quitó la piel para arrojarla a los pies de la bruja. Se trataba del joven que, tras romper el cuello de la bestia, había agradecido a su espíritu, que ahora formaba parte de él, su sacrificio. Le había prometido que nada de lo que generosamente había entregado se desperdiciaría, y había pasado los siguientes días haciéndose una máscara de cuerpo entero con los largos cuernos asomando por su espalda. También había ahumado la carne para que se conservara, y la había guardado en su madriguera junto al río para volver a recogerla con una partida de caza más adelante. Además había festejado su victoria con el viejo Miracielos; no solo para agradecerle su ayuda, sino porque comprendía el valor del Tiempo y del efecto de triunfar justo en el último momento.

Roca Fría observó a la bruja con el estómago encogido, esperando su veredicto con la misma expectación que los demás, pero más consciente de lo que significaría para su futuro que cualquiera. Sus tres rostros se miraron unos a otros y asintieron.

—La Gran Calavera…

—Está…

—Complacida.

Dijo simplemente, y todos prorrumpieron en carcajadas y se acercaron a palmear la espalda del hombre; porque Uro ya vestía un nombre y se había hecho un hombre. Tras su máscara de Roca Fría, el calculador cacique apretó la mandíbula, comenzando a planear su próximo movimiento.

Aquella noche se celebraron los festejos del nombre, y hubo peleas y amores como suele suceder en estas situaciones. Y también nuevos augurios que vaticinarían la importancia que habría de tener para nuestro pueblo el gran Uro, el de la espalda astada, aquel que desafió a los dioses y recuperó el sol que nos habían robado, nuestro mayor héroe. Pero eso ya es alimento para otra historia cuando caiga la nieve, o la calima nos abrase, o durante otro día de tormenta.

Lo importante ahora es que hayáis entendido la relevancia de elegir un nombre. Como el animal que donó su carne ahumada para nutrir a nuestro pueblo, Uro fue generoso y buscó el bien de los suyos. Pero su nombre también le llevó a embestir los problemas de frente, dispuesto únicamente a derribarlos o morir en el intento. Pese a la influencia moderadora de Miracielos, la firme guía espiritual de Escama-Huecovacío-Árbol, y el consejo del resto de amigos y aliados que fue reuniendo, siempre tomó su propio camino, pesará a quien pesase, incluso si eso significaba pasar por encima de las leyes de los dioses o de los hombres. Y eso nos trajo, a él y a todos nosotros, más de un quebradero de cabeza.

Pero mirad afuera, pequeños. A la gente nube se le ha pasado el enfado: ya no llueve, ha escampado y el sol brilla. Podéis salir de nuevo a jugar y aprender a pelear, cazar y hacer el resto de labores que nuestro pueblo necesita para sobrevivir. Aunque antes quiero que penséis un momento en lo que hoy se ha dicho, y que lo tengáis muy presente cuando os llegue la hora de vestir un nombre.

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Cruz Diablo
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Poblador desde: 09/07/2013
Puntos: 488

Pues nada, pasen y vean.

A los que os animéis, espero que os guste, pero si no a darle caña.

Que ustedes lo viviseccionen bien yes.

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Bio Jesus
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Poblador desde: 11/07/2014
Puntos: 1514

Pues me ha gustado. Muy bien ambientado y escrita con un estilo fluido y depurado, se nota muy trabajado. Tiene momentos muy bien plasmados, como la primera visita a la cueva.
La historia es interesante y me ha dejado ganas de releerla más adelante. Me gusta la idea del viaje iniciatico en busca del nombre, ¿influencia de LeGuin y su mago de Terramar? Y como dejas abierta la puerta a continuar la leyenda de Uro, un recurso clásico que usas con maestría.

Creo que podría haber sido seleccionado sin problemas... en un certamen de fantasía épica. En un relato de fantasía y el componente terror no está presente.
Yo daría u na nueva oportunidad al relato, en algún certamen de literatura fantástica. Es una buena flecha que necesita la diana adecuada.

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

No sé qué decir. Normalmente, cuando alguien cuelga un relato para que lo destripemos encuentro algo que me chirríe o que me llame la atención pero, en este caso, no me ha sucedido lo mismo. Está bien escrito. Es muy plástico. No abusas de los adjetivos ni de las frases rimbombantes.

Quizá un fallo sea la falta de originalidad y la previsibilidad. A ver si me explico. No me refiero al universo al que pertenece, si no a que es una historia iniciática clásica, que ya desde el principio intuímos que va a terminar bien. Y eso le resta, un poco de tensión en los momentos cumbre, porque sabemos que va a acabar bien. 

Pero el relato merece la pena. Como ha dicho el compañero, deberías probar suerte con él en otros concursos o dejar a la historia que crezca. Tienes material para algo mucho más largo.

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Cruz Diablo
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Poblador desde: 09/07/2013
Puntos: 488

Pues muchas gracias por vuestro tiempo y vuestros comentarios (de dos flamantes seleccionados, además blush).

Me alegro un montón de que os haya gustado en términos generales y estoy de acuerdo con vuestras críticas.

En cuanto a lo que dice Bio Jesús, cuando le mandé el relato a Patapalo, en el mail ya le ponía que la segunda parte se desfoscalizaba y el argumento derivaba más a la aventura. Esperaba que entre tanto espíritu, bruja y calavera se disimulara, pero es posible que haya sido uno de los motivos que le han hecho perder puntos de cara al jurado. La verdad es que todavía no he leído nada de Le Guin, compañero, aunque es una autora a la que le tengo muchas ganas por muchos motivos.

Como bien dice LCS, dejando aparte el escenario un tanto excéntrico y algunos personajes, no deja de ser una historia iniciática con un esquema algo clásico. El hecho de que desde el principio se sepa que todo le va a ir bien, le puede quitar algo de dramatismo, no lo había pensado. Le daré una vuelta a ver si se me ocurre algún modo de solucionarlo.

Tal y como habéis intuido ambos, en mi cabeza la historia de Uro es mucho más larga. Incluso he escrito ya algún otro relato suyo en una ambientación diferente. A ver si surgen el tiempo y la oportunidad de continuar con sus andanzas yes

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Bestia insana
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Poblador desde: 02/05/2013
Puntos: 1928

Excelente relato, Cruz Diablo. ¡Enhorabuena!

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Cruz Diablo
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Poblador desde: 09/07/2013
Puntos: 488

Muchas gracias, Bestia Insana, me alegra que te haya gustado yes.

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