Escuela de mandarines

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Reseña de la obra de Miguel Espinosa 

Es tremendamente difícil ahondar en esta ¿novela, fábula, aforismo engordado sobre la estupidez de todos los tiempos y todos los espacios?

 

Es una obra universal, porque en ella están todos los principios, toda la discursividad de todos los mundos habidos y por haber. Y es que éste es el principal problema: de qué va la obra. Pues, después de su lectura, pausada, analítica y moralizante, puedo colegir que va de todos nosotros, de los que ya estuvieron, de los que estamos y de los que estarán.

 

Crear un mundo, con unas leyes jerárquicas propias, con unos personajes propios y una forma de pensar propia no es nada fácil. Y, a pesar de la densidad y la dificultad de la obra, todo encaja.

 

Los diálogos son excelsos. Eso sí, hay que leerlos con amplitud de miras y teniendo en cuenta el contexto general de la obra y teniendo muy claro de lo que va, porque, dada la vasta erudición del autor y su imaginativa, muchos lectores podrán pensar que son cosas absurdas. ¿Pero absurdas para quién? Porque si algo hay de verdadero en esta magna obra es que se habla de lo absurdo que puede ser anclarse en jerarquías y leyes inalcanzables. Porque esta obra trae a colación la idea de que si todos aceptamos las ideas de los textos sagrados, sin indagar, leer y comprender los textos mismos, la comprensión en el mundo llega, como si fuera todo tan totalmente sagrado que no se puede tocar ni ir a los textos para cerciorarse de lo que dicen. Claro, así es todo armónico. Qué ironía la del autor. Bestial.

 

Os pondré un texto poético/filosófico del propio libro que creo nos dará las claves:

 

Yo soy importante, y tú, un pelagatos;

me reúno en claustro y levanto el dedo,

ungido como estoy de instituciones;

visto de toga, hablo entre susurros,

siempre rodeado de estatales misterios.


Fiel al Poder, encarno el Poder mismo;

no hay soldado que me toque un pelo,

porque represento a la Casta Gobernante.

De la propia Estructura recibo consultas,

y, si me da la gana, escribo dictámenes,

o ronco en el seno de las Comisiones.

 

Tremendo. Y la obra está llena de continuos juegos discursivo-textuales. Hay dramatizaciones en los que se representan las jerarquías de la dictadura y nuestro becario-eremita tendrá que ir con mucho cuidado de lo que habla por si ofende a los textos sagrados.

 

Y hay mucho humor también en la obra: desde vocablos malsonantes tratados como si fueran más hermosas que las creadas por los mismos demiurgos, hasta los mismos nombres y apodos de toda la obra. He aquí una pequeña muestra: Abracio; Sosibio; Acordino; Anfarito Porcelanas; Aldonzo; Alcalde de los tres Alcaldes; Barberillo Autodidacto; Bémbox; Mosencio; Zampón; Enclenque; Escoliasta Uterino; Doce Mil Atributos etcétera.

 

En fin, termino con una crítica del propio autor:

 

"Bajo la apariencia de una fantasía, Escuela de Mandarines es una obra típicamente realista. En efecto: bajo la exageración de las cifras, en el tiempo y en las cosas, y de los comportamientos de los personajes, la realidad última del mundo se muestra al lector de manera clarísima. Es, pues, una obra “paidética”, como diría Lamuro, un personaje de la misma, y muestra que el arte debe ser didáctico, en cuanto es humanismo. “Lo vedado por la engañosa apariencia”, como también diría Dionisio Kinós, otro personaje del libro, se desvela y muestra al lector a través de esta inmensa e inacabable metáfora que resulta Escuela de Mandarines.

 

Hemos mencionado la palabra inacabable: Esto es, en efecto, la obra que nos ocupa, y a cuyo examen da vértigo asomarse, pues son centenares las facetas que allí se adivinan en principio.

 

A mi juicio, ni siquiera un estudio monográfico puede estudiar Escuela de Mandarines en su totalidad.

 

El propio autor ha definido su obra como una «utopía negativa», o exposición de “lo que no debe ser”. Como tantas veces ocurre, la obra ha escapado a la intención del autor. Escuela de Mandarines puede ser, ciertamente, una utopía negativa, pero es todavía algo más, como la vida misma, que siempre es esto, pero también es siempre lo otro.

 

No es Escuela de Mandarines un libro para ser leído una sola vez, ni siquiera dos, tres ni cuatro; es, sencillamente, una obra para ser leída repetidas veces, abriéndola por donde se quiera; incluso, como las obras clásicas, es un libro para ser leído en alta voz, ya que su sintaxis y su estilo están configurados para la recitación, como ocurre con Don Quijote, con Plutarco o con Dante.

 

Acabamos manifestando que toda crítica de este libro resultará, como diría un personaje del mismo, “la exposición de una parcela del mundo”. Obra insólita, su lectura, si se hace a ritmo lento, por desgracia hoy perdido para el moderno lector, resulta un abrazo con la sabiduría.

 

Autor

 

Si hubiese que buscar algún calificativo que resumiese la figura de Miguel Espinosa y la intensidad literaria de su obra, el más acertado sería probablemente el de insólito. Así de extraordinarias fueron la calidad y originalidad de su obra.

 

Su vida está íntima e indisolublemente unida a la ciudad de Murcia, por más que en sus obras subsista siempre un implícito afán por universalizar sus argumentos y llevarlos más allá de las puras fronteras en las que se desarrollan.

 

Nacido en Caravaca, se traslada siendo niño a Murcia. Las paredes del café Santos, sede de tantas tertulias, serán silencioso testigo de muchas horas dedicadas por él a escribir. Fue allí donde conoció a su musa, Mercedes Rodríguez, la joven que protagonizará sus novelas —ella es la Azenaia de Asklepios y Escuela de mandarines, la Clotilde de ha fea burguesía o la Juana de Tríbada.

 

En 1957 se da a conocer con Reflexiones sobre Norteamérica, un documentado ensayo sobre Estados Unidos que entusiasma a dos personas tan distintas como Tierno Galván, que prologa el libro, y a Fraga Iribarne, que realiza una admirada reseña sobre él.

 

Pero antes había escrito la primera versión de la que será considerada su obra cumbre: Escuela de mandarines, en la que trabajaría, prácticamente, hasta su muerte, y que le valió en 1974 el premio Ciudad de Barcelona. Espinosa hace gala en ella de un prodigioso dominio del lenguaje, un proverbial sentido de la reflexión y un finísimo sentido del humor que bordea en ocasiones el esperpento. El libro constituye una visión irónica sobre las injusticias del poder, en la que satiriza, utilizando inteligentes claves, la sociedad imperante en la dictadura franquista.

 

Espinosa apenas logró ver publicadas sus obras en vida, tan sólo ha Tríbada falsaria —una novela autobiográfica que fue componiendo a medida que los sucesos que reflejaba iban sucediendo y que motivó cierto escándalo en Murcia— apareció en vida, pues la segunda parte —La Tríbada confusa— se publicó ya con carácter póstumo, como también lo haría Asklepios, el último griego, reflexión sobre lo amargo del paso del tiempo, y ha fea burguesía, descripción de la clase media surgida en la dictadura.

 

La imaginación, la penetración psicológica, el dominio de las formas, y una amplia formación clásica, son algunas de las constantes en la obra de Espinosa, una personalidad única y a contracorriente, desbordante de ironía y lucidez, que supo mostrar la realidad española de forma distinta a como se había hecho hasta entonces, y que sólo obtuvo el reconocimiento que merecía después de su muerte.

 

Sinopsis

 

Un eremita llega a "el Estado" donde impera la "Feliz Gobernación". Allí conocerá las castas, las jerarquías, los libros sagrados de esta escuela.

 

Edición

 

Escuela de Mandarines

Miguel Espinosa

Alfaguara

Rústica

 

Conclusión

 

A nadie dejará indiferente tan logrado texto.

 

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