Capítulo VII: Elvián, acusado

Imagen de Gandalf

Séptima entrega de Elvián en Las intrigas de la corte

Al día siguiente, la reina Eranisha llamó con urgencia a la Guardia Real. Gelian se presentó en su puesto, con sus demás compañeros. La reina quería que fueran a buscar a su marido, pues la noche anterior no había acudido a sus reales aposentos, y eso era muy extraño. Se decidió ir primero al despacho de Brath, donde estaba siempre con sus cosas.

 

Cuando llegaron, el Capitán General se acercó lentamente y llamó a la puerta. Como no recibió respuesta, el hombre agarró la manilla del portón y lo giró. La manija rotó, pero la puerta no se abrió, lo que significaba que estaba cerrada por dentro. El Capitán volvió a golpear con más fuerza, mas seguía sin obtener respuesta.

 

Después de varios intentos fallidos, empezó a preocuparse por el estado del rey y ordenó a sus hombres derribar la puerta. Tras diez acometidas de los soldados, el portón cedió y cayó hacia dentro, provocando un gran estruendo. Poco a poco los guerreros, con su Capitán a la cabeza, fueron pasando al interior del despacho. Lo que vieron les heló la sangre en las venas.

 

La mesa de Brath estaba totalmente desordenada, con trozos de pollo desperdigados por su superficie y valiosos pergaminos impregnados de grasa. Estaba claro que allí había sucedido algo. El Capitán de la Guardia Real bordeó la mesa y vio la bandeja y la silla del rey tiradas en el suelo. A su lado había unas extrañas cenizas rojas, las cuales desprendían un hedor insoportable.

 

-Tú -dijo el Capitán a uno de los soldados, mientras se tapaba la nariz con el dedo índice y pulgar de la mano derecha-, ve a llamar a Astral. Aquí ha sucedido algo, y creo que él podría sernos de ayuda.

 

El guerrero asintió y salió corriendo. Alrededor de diez minutos después, regresó seguido del viejo Mago. El Capitán se acercó y le mostró lo que había encontrado. Cuando Astral vio el extraño manto de ceniza roja, sus ojos se llenaron de pesar.

 

-Lo que me temía -murmuró-, es el Veneno de Fuego. Me temo que el rey ha sido asesinado.

 

-¿Quién pudo haber hecho algo así? –exclamó el Capitán, horrorizado-, ¿y dónde está el cuerpo del rey?

 

-Eso lo descubriremos en su momento -respondió el Mago-. En cuanto a su cuerpo, me duele decir que esas cenizas son todo lo que queda de él.

 

Astral se acercó apenado al polvillo rojo y lo palpó con la mano. “Aún está caliente”, pensó, “, no puedo imaginarme lo que debió sufrir”. El anciano suspiró con tristeza y, mientras tocaba la ceniza, empleó sus poderes de vidente. Quizá contemplar lo último que había visto Brath antes de morir les ayudaría a resolver el enigma.

 

En su visión, Astral vio al buen monarca escribiendo los últimos versos de uno de sus poemas. En ese momento, Elvián entró en el despacho y le entregó la bandeja con su cena. Cuando el joven príncipe se retiró, Brath empezó a cenar y fue entonces cuando se convulsionó de dolor y cayó al suelo.

 

Astral contemplaba piadoso y horrorizado la visión. No se podía creer que Elvián hubiera envenenado a su padre, no tenía sentido. ¿Por qué hacerlo? ¿Por el trono? Y, ¿cómo había podido elaborar aquel terrible veneno mágico? No, en realidad tampoco era tan difícil. El joven príncipe había estado de vez en cuando en el laboratorio del Mago y, tal vez, sólo tal vez, había leído su libro de magia. Pero no podía imaginar a Elvián haciendo algo así.

 

Al pensar en la hechicería, su mente se centró en Zelius. Su arrogante aprendiz también tenía acceso al libro, y a él sí que le veía capaz de algo así. A él y al príncipe Fleck, por su puesto.

 

Astral se volvió al Capitán de la Guardia Real y le relató lo que había visto en la visión. El hombre se mostró menos comprensivo y dubitativo que el Mago y dio por sentado que Elvián era el culpable. El anciano calmó al Capitán y le comunicó sus preocupaciones y sus dudas.

 

-Está bien -accedió el hombre, refunfuñando-. Interrogaré a Zelius y al príncipe Fleck. Pero si no encuentro nada sospechoso, me veré obligado a arrestar al príncipe Elvián.

 

-Estoy de acuerdo -dijo Astral.

 

Cuando el príncipe Fleck recibió la noticia de la muerte del rey Brath, se derrumbó sobre la mesa de la taberna donde se hallaba, sollozando. Por supuesto, el joven estaba fingiendo. Las lágrimas que se deslizaban por su rostro eran fruto de un polvo mágico elaborado por Zelius para la ocasión. El Capitán de la Guardia Real apoyó su enguantada mano derecha sobre el hombre de Fleck, intentando consolarlo. Sin embargo, Astral podía percibir algo extraño en el joven príncipe. No parecía estar realmente apenado.

 

-Bien, príncipe Fleck -dijo el Mago con suavidad-, ¿dónde habéis estado anoche, entre las once y la medianoche?

 

Fleck se quedó mirando boquiabierto el rostro barbudo del anciano. Parecía estar sorprendido, pero en realidad ya se esperaba esa pregunta. El malvado príncipe sonrió para sus adentros y torció la cabeza, simulando estar incrédulo.

 

-¿En serio crees que lo hice yo? -gimió- ¿Cómo puedes hacerlo?

 

“No”, pensó Astral, “no creo que lo hayas hecho tú, no tienes el suficiente valor. Esto es más bien obra de Zelius”.

 

-Por favor, contestad a la pregunta -insistió el Mago-. Esto es serio.

 

Fleck apartó la vista del hechicero y miró el tazón de vino caliente que estaba tomando. Miró de nuevo al Mago, desafiante.

 

-Estuve aquí -dijo-, con Zelius. Toda la noche, desde las diez. Hay testigos de que así fue.

 

Astral miró al príncipe, resignado. Era lógico que tuviera una coartada. Echó un vistazo al tabernero, quien miraba la escena boquiabierto.

 

-¡Es cierto! -dijo el tabernero, tras unos momentos de silencio-. Estuvo aquí con algunos miembros de la Guardia Real. Se sentaron junto a Gelian, pero ninguno abandonó el local hasta las dos.

 

El Mago carraspeó y estudió el rostro de Fleck. Era una buena coartada, desde luego, pero algo le decía que no debía fiarse de la sucia y mentirosa lengua del malvado príncipe. El Capitán de la Guardia Real apoyó su mano sobre el hombre de Astral y le dijo:

 

-¡Venga! Podemos investigar al cocinero real. Quizá sepa algo.

 

-No -murmuró el hechicero-. No es posible que ese hombre hubiera tenido acceso al Veneno de Fuego y, además, ¿qué motivos tendría para acabar con la vida del rey? No, amigo mío. Es el turno de interrogar al príncipe Elvián.

 

Éste había recibido con anterioridad la noticia de la muerte de su padre, y una tristeza inmensa se había apoderado de él, mezclándose con los sollozos que amargaban su torturada alma. Cuando Astral y el Capitán de la Guardia Real fueron a visitarle, el heredero al trono ya se había tranquilizado un poco y les abrió las puertas de sus aposentos a ambos hombres.

 

El viejo Mago se acomodó en uno de los amplios sillones que había distribuidos por la sala. El Capitán prefirió quedarse de pie, muy cerca de la puerta, mirando con intensidad al joven príncipe.

 

-Bien. Creo que no lo sabes todo. No hemos venido sólo a darte el pésame, mi querido amigo.

 

-¿Qué? -exclamó Elvián, moviéndose incómodo en el sillón que ocupaba-, ¿a qué te refieres?

 

-Tu padre ha sido asesinado -dijo Astral, mirando al joven directamente a los ojos-, y, créeme, me duele decirte que todas las sospechas recaen sobre ti, mi estimado Elvián.

 

De pronto, el rostro de Elvián enrojeció de cólera. Se irguió de un salto del sillón que ocupaba y fue corriendo hacia su espada, que estaba colgada junto a su cama. Alargó el brazo derecho hacia el arma, dispuesto a utilizarla.

 

-¡Ésta me la pagan! -gritó el joven príncipe, entre lloroso y furioso-. ¡Ese maldito hermano mío y su asqueroso consejero han matado a mi padre! ¡Se van a acordar de mí!

 

Astral alcanzó al muchacho con asombrosa rapidez y le agarró por los hombros con firmeza, obligándole a volverse hacia él.

 

-Ya les hemos investigado -gruñó el Mago-, y tienen una coartada demasiado buena. Ahora, ¡cálmate un poco y suelta esa espada si no quieres más problemas! -el joven obedeció al anciano y sollozó sobre su hombro-. Está bien, suéltalo todo.

 

-¿Y qué pasará ahora? -lloró Elvián, dejándose caer sobre su cama.

 

El Capitán de la Guardia Real se acercó un poco para poder ser escuchado. Su voz sonó clara y serena.

 

-Eso puedo responderlo yo -dijo-: Príncipe Elvián, quedáis arrestado por el asesinato de vuestro padre, el rey Brath I. En espera de vuestro juicio, que se celebrará en breve, seréis encerrado en lo alto de la Torre Blanca.

 OcioZero · Condiciones de uso