II Concurso GenZero: "Jou, jou, jou, Feliz.... ¿Navidad?"

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Ghazkull
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 Lo hice directamente en el bloc de notas

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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_Pilpintu_
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Pues deberías usar el word hombre, que así es más fácil y coges buenos hábitos. Alárgalo! eh??? Así no me vale!

Espero más participación!!! HE DICHO!

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Ghazkull
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 Vale, vale. Me pongo a ello

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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LCS
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Yo ya estoy en ello, Pil.

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Ghazkull
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Oye Pil, ¿no podrías bajar el mínimo a 1500? Esque he introducido ya tres flashbaks y me he quedado a esa altura. No te quejes , que he duplicado el texto. Os lo pongo para que veáis(Y comparéis)

 

 

Era la peor noche de Navidad que el matrimonio Claus había
vivido. El Señor Claus, Thomas, acababa agotado y la señora Claus, Martha,
siempre se enfadaba con él. No entendía por qué él, sólo él, debía entregar a
todos los niños del planeta sus regalos. Nunca se lo había dicho. Sus elfos
eran personas reales, sí, y se comportaban como cualquier ser vivo, por lo
tanto, ellos bien que podían echar una mano. Pero no, claro, él debía entregar
todos los regalos a tiempo y olvidarse de ella. Ya ni la tocaba cuando se
acostaba en la cama de matrimonio, y sospechaba que a veces ni dormía allí y
que se quedaba frito en el Taller. Ahora, Martha meditaba sobre qué iba a
hacer. Esto no podía seguir así. No podía soportar por más tiempo el abandono
de su marido. Estaba harta. Rumiaba todo eso mientras tomaba una taza de
chocolate caliente al amor de la lumbre. Todas sus esperanzas cambiaron cuando
su hombre le dijo que era Santa Claus. Al principio ella rió, por supuesto, él
la hacía siempre reír. Pero dejó de reírse en cuanto la llevó a un pequeño
bosque y llamó ahí a sus renos. Reales, malolientes.... y mágicos. Mágicos, sí,
pero malolientes. Al fin y al cabo, eran animales. Se acordó de la impresión
que le había dado el ver  a una panda de
bichos volar directos hacia ellos.

-¡Páralos! ¡Se van a chocar contra nosotros!

-Tranquila, no te preocupes. Mis chicos saben volar. Rudolf
se escora hacia la izquierda un poco, pero nunca se chocaría. Y menos hoy.

-¿Rudolf? Pero tú…..¡Pero NO puedes ser Papá Noel! ¡ Es que
es IMPOSIBLE!. No, no, no. Esto no puede estar pasando, no puede estar pasando,
estoy soñando, estoy soñando, esto no es real…

-¡Tranquilízate! Yo soy Santa Claus, sí. Mírame. Así, bien.
¿Nos hemos casado, recuerdas? ¿Te haría yo daño aposta? No te lo he escondido
por gusto.

-¿Y no me lo podías haber dicho antes? No sé, ¿antes de
contraer matrimonio, por ejemplo?

-No , no podía. Es una de las reglas de este trabajo. Te ata
para toda la vida.

-Pero … no sé… Es todo tan confuso….

-Me lo imagino. Ven, te llevaré a mi casa.

Y ella fue. Pero ya hacía mucho tiempo de eso. Estaba harta
del espíritu navideño, de comer siempre los mismos dulces, de no poder salir a
la calle sin un abrigo… Salir a la calle… encima… salir a la calle a ver elfos…
En resumen, era todo, todo. Ya apenas existía nada del hombre del que se había
enamorado. Rememoró cuando se habían conocido. Ella era una mujer
independiente, solitaria,  y un poco
amargada de la vida. No necesitaba a nadie , se decía. No creía que nunca
necesitaría a nadie.  Cuando le conoció ,
ella salía de la cafetería donde se había tomado algo caliente para asentar el
cuerpo después de trabajar. Lo vio apoyado en la esquina, al lado de un mendigo
, un estafador de tres al cuarto que además era drogadicto. No supo por qué,
pero cuando pasó a su lado, no pudo evitar decirle:

-No debería haberle dado dinero. Lo usará para destruir su
vida.

-¿Por qué piensa usted eso?-Le dijo con los ojos llenos de
sorpresa-.

-Porque se droga. Aquí en el barrio todos le conocemos, y le
tenemos bien calado.

-¿Es de esta zona?

-Sí. No es un buen barrio, si está buscando casa.

-No busco casa, pero ha atinado en que estoy aquí de
turista. ¿Tengo la típica pinta de alguien que va a pasar las Navidades en una
gran ciudad como ésta?-Señaló en un amplio arco del brazo la ciudad de
Barcelona mientras una pequeña sonrisa le asomaba en la boca-. Mejor no me
responda ahora. Como veo que ya ha tomado algo,¿ le molestaría mucho tomarse un
café conmigo aquí mismo mañana? La verdad es que necesito a alguien que me enseñe
la ciudad, y no me vendría mal algo de compañía.

Martha dudó en ese instante. De todas formas, no tenía nada
mejor que hacer, pues eran las primeras Navidades que no estaba con su familia
y no quería pasarlas sola. Y le había caído bien ese desconocido. No supo hasta
qué punto esa decisión que tomó en un instante cambiaría su vida para siempre.
Por lo tanto, sonrió y dijo:

-Aquí estaré. Pásese a las siete.

Después la llevó al polo Norte, a su "casita de
Invierno", como él decía cada vez que le preguntaba dónde vivía. Nunca le
perdonó del todo que no le dijera nada. El Shock fue impresionante. Casi se
desmayó al ver toda esa nieve y todo ese hielo. Y qué frío hacía.

Suspiró. Se preguntó si habría salvación en su matrimonio. O
si existiría el divorcio en estas situaciones. Volvió a suspirar, y sintió que
unas lágrimas acudían a sus ojos, pero las contuvo. Estaba desesperada. No
podía soportar más la sensación de que ése no era su sitio, de que, a pesar de
había pasado muchos años esperando a su marido tal y como estaba ahora, no le
iban a servir para nada, porque él no pensaba en nada más que su trabajo. Y
ella había a aprendido a amarlo por ello, pero a pesar de todo, quería que la
quisiera. Y era un tópico, la mujer enfadada porque el marido estaba demasiado
ocupado para hacerle caso, pero ella estaba herida. No creía que hubiese
esperanza para ellos. Además..... últimamente estaba raro. Extraño. No la
miraba a los ojos. Siempre había sido raro, de todas formas, incluso de novios,
con sus formas modosas y bienintencionadas. Se diría que ni siquiera en esa
época feliz había sido afectuoso con ella. La cogía de la mano, la miraba a los
ojos, pero, incomprensiblemente, no la besaba , y cuando lo hacía , era en la
mejilla. Al pensar en eso, fue cuando empezó a odiar a su marido.

Escuchó un ruido en la puerta  , y al punto supo que no era su querido, pues
él se pasaría la noche entera repartiendo regalos.

Era Twyny, el consuelo de Martha en los peores momentos, que
seguro venía a hacerle compañía. Era un elfo casi tan grande como ella, bien
parecido, con un gran sentido del humor y muy dulce. Martha le sonrió y le
indicó que se sentase en una silla muy cercana. Lo conoció nada más llegar, y
fue el primero que la saludó nada más bajarse del trineo. Al principio, se parecía
tanto a un hombre que lo tomó por tal, pero cuando Thomas se lo presentó como
su segundo al mando, el elfo jefe, ella se le quedó mirando asombrada.

-Nunca había conocido a un elfo.

-Y yo a ningún humano aparte de Thomas. –Sonrió- Espero de
verdad que te sientas a gusto aquí , Martha.

-¿Cómo conoce mi nombre? Dijo ella mirando a su marido.

-Pues verás…..

-¡Pero si no ha dicho otra cosa desde que te conoció! Nos
lleva bien, este Santa. No ha parado de hablar de vosotros desde el primer día.
Por ciento, enhorabuena.-Dijo con una sonrisa-. Se te ve bien, Thomas, casado
ya. Parece mentira.

-¿Se lo has contado?

-Por supuesto. Es costumbre de que se confíen los asuntos
más importantes al encargado jefe.-Al menos intentó parecer culpable-. De todas
formas, Twyny es un elfo responsable y seguro que no se lo ha dicho a los demás….

Entonces, Twyny soltó una carcajada y salieron los demás
elfos .Eran bastante más bajos que él, más risueños, y a la vez más infantiles.
No pararon de corretear alrededor de Thomas y Martha, tirándoles de las ropas,
parloteando y riendo.

-No pude resistirme, jefe. Lo siento.

Santa Claus rió entonces y, junto a ella, aceptaron los
regalos de los elfos: Una colección de cubertería, una colcha finamente bordada
y una larga bufanda para la señora Claus.

Twyny los acompaño hasta la casa, que era una nueva y más
grande que, según lo que Thomas le había dicho, era su casa de soltero.

-Y aquí criaréis a vuestros pequeñines. Yo me voy. Avísame si
necesitáis algo-Le dijo a Martha con un guiño-.Ya sé que puede ser muy duro.

-¿Hablaba en serio? Sobre lo de tener hijos.

-No, me parece que bromeaba. Sólo me tomaba el pelo, creo.

-Humm…

 

-¿Qué tal estás?- Fue lo primero que preguntó el recién
llegado, despertándola de su ensoñación y regresándola al estado de tristeza en
que se encontraba antes. En sus ojos se reflejaba preocupación-.

-Pues cómo voy a estar.... no aguanto más, la verdad. No
soporto que se vaya.

-La verdad es que es un poco...descortés.-Dijo el elfo con
precaución.-No debería dejarte sola tanto tiempo.

-¿Descortés? Yo diría que no tiene sentimientos... y estoy
tan sola, y tan cansada.....-Y mientras hablaba, las lágrimas corrían por sus
mejillas.

-No llores, no te preocupes.-Dijo el elfo abrazándola como
si fuese una niña pequeña.- Yo estoy aquí, está bien, tranquila...

-No, ni está bien ni me tranquilizo.-Dijo llorando.- Tú eres
lo único bueno de por aquí, lo único por lo que merece la pena estar aquí. Te
quiero.

El elfo la miró de soslayo, y entonces, la besó. Al
principio ella se resistió, pero poco a poco se fue abandonando. Total, ¿qué
importaba? su marido no la quería. Y nunca la había querido.

Y  Twyny siempre había
estado ahí, junto a ella. Siempre ayudándola, siempre protegiéndola de la
soledad. Nunca le había fallado. Cuando ella le preguntó si estaba casado o
tenía a alguien especial para compartir su vida, él le dijo que tenía siempre a
alguien en mente, pero nunca supo quién. Entonces creyó entenderlo. No costaba
mucho imaginarlo. Todas las tardes al fuego, todas las miradas de cariño, no
eran sólo eso, sino mucho más. La mujer no se molestó porque la hubiese
engañado, sino contenta de que se hubiese atrevido a dar el primer paso, y se
preguntó por qué había dejado pasar tanto tiempo. Se preguntó si lo quería
ella. En realidad, nunca se lo había planteado, pero en ese momento pensó que era
guapo, y que no pasaba nada porque fuese un elfo, en realidad, las dos especies
eran compatibles físicamente, como le había dicho su marido. En ese momento no
le dio importancia, pero ahora se acordó de eso, y sintió una especie de
regocijo que se tradujo en calor por su vientre. En ese momento, creyó que el
hombre que estaba entre sus brazos era el verdadero marido, y con el que había
pasado tanto tiempo, nada más que un impostor. Se recostó contra él y se
dispuso a hacer el amor al lado de la chimenea, mientras afuera nevaba y un
hombre repartía regalos de una punta a otra del mundo.

 

Amanece. El sol. De repente, le asalta la conciencia de lo
que ha hecho. Siente los brazos de su amante rodeándola. Oye unos pasos, un
golpe en la puerta.

-¡Jou, jou, jou!, feliz... ¿Navidad?

 ¡Lo hice! ¡1818 palabras del word!
 

 

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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Por ahora llevo mil doscientos setenta y nueve palabras y subiendo.

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Yo también he hecho un intento que me ha quedado desastroso pero me da palo no participar con lo pesada que soy yo con los demás jajjajaa pero definitivamente las navidades no me inspiran nada.........eso sí, como con lo que me ha costado no llegue al límite no sé que puñetas haré  porque la historia es tan absurda que no da para más.

Pd: Jefa, enrróllate que 1500 está bien ¿no? (y que conste que no lo digo por el mio que aún lo tengo en papel y no lo puedo contar)

 

 

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Por qué me haces sufrir de esta manera Ghaz?? HE DICHO 1800!!!... Entiendo tu dolor... PERO ENTIENDE EL MIO!! Maquetar es el mayor de los sufrimientos, si te tengo que publicar, y no llega a las 1800 palabras el texto no quedará bonito en la maquetación.  Por favó!!! Consigue esas 1800 palabras!!

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Ups, no sabía que fuera por problemas técnicos Lo de la foto más grande no cuela ¿verdad?  es que como siga así la participación nos quedamos sin suplemento.

 

 

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Antes la muerte que sin suplemento  si deben ser 1800, pues 1800, pero porque sólo así quedará bonito y tal, que si no llegas a decir lo de las maquetas no lo hago. 

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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AQUEL ESPECTÁCULO LLAMADO NAVIDAD

 

 

La primera vez que llegó la Navidad al pueblo la trajo una caravana de nómadas. Yo era todavía un niño, pero recuerdo que aparecieron de pronto, descendiendo desde lo más alto de la montaña, cuando ya estaba casi a punto de terminar el año.
Nadie los esperaba. Antes de que construyeran los túneles por los que ahora pasa la vía del tren y la autopista, era muy complicado llegar hasta el pueblo. En cuanto nevaba un poco se cerraban los pasos y el pueblo se quedaba completamente incomunicado.
Tampoco nadie, ni siquiera los más viejos, recordaba haber escuchado esa palabra (Navidad) que llevaban inscrita en el lomo todos los carromatos tirados por yuntas de bueyes de la caravana.
Los nómadas entraron en el pueblo por la antigua Calle del Monte, continuaron a lo largo de la Calle Principal y se detuvieron en la Plaza Mayor. Del primer carromato se bajaron un gordinflón con barba blanca y un enano que se quitó el sombrero de copa para saludarnos a todos. Como más tarde confirmamos, eran los jefes de la caravana.
El alcalde después de estrechar la mano al enano del sombrero de copa, le pidió que acamparan en un prado de las afueras, muy cerca del viejo molino de agua del arroyo, debido al tamaño de la plaza. La Plaza Mayor no ha cambiado mucho desde entonces. Aunque aún no se habían construido los soportales, tampoco era demasiado grande. El gordinflón de barba blanca y el enano se subieron de nuevo al primer carromato, ordenaron a la caravana que diera media vuelta y salieron de la Plaza Mayor por la Calle Principal. Después continuaron por la Calle del Molino hasta llegar al prado que el alcalde les había asignado, donde acamparon formando un círculo con los carromatos.
Al principio, todos los del pueblo los confundimos con unos nómadas más, de esos que, como otras veces, venían a montar la noria y a representar obras de teatro cómicas y otras atracciones como la mujer barbuda, el hombre elefante o pasacalles con gigantes y cabezudos. Pero en cuanto terminaron de montar su carpa y descubrimos que esos nómadas no eran unos cualesquiera, todos en el pueblo, y no solamente los más pequeños, nos quedamos con la boca abierta.
El espectáculo que esos nómadas llamaban Navidad empezó ya de noche. Giraba en torno a un personaje llamado Papa Noel, representado por aquel gordinflón que acompañaba al enano en el primer carromato. Se había vestido con unos pantalones, un abrigo y un gorro de color rojo y franjas blancas en los bordes y se montó en un trineo tirado por cuatro renos. Al principio giraba  en un círculo por el prado alrededor de todos nosotros. A veces agitaba las riendas y llamaba a los renos por su nombre para que corrieran más rápido. Después de unas cuantas vueltas, apareció el enano disfrazado de mago con una túnica de color azul con estrellitas y un cayado que terminaba en forma de uve. Se colocó en medio del prado y apuntando con su cayado al trineo del gordinflón gritó unas palabras mágicas que, por prudencia, nunca más deberán ser pronunciadas. De pronto, el trineo empezó a coger altura y a elevarse en el cielo, hasta tocar casi la luna. El enano abrió los brazos, agitó su cayado y volvió a pronunciar otras palabras mágicas. Todos oímos una explosión. De repente, la luna desapareció y comenzaron a caer del cielo copos de nieve que titilaban en la oscuridad. El enano se volvió y gritando de nuevo, los pinos de los alrededores se vistieron con guirnaldas, bolas de adorno y luces de colores.
De los carromatos bajaron de pronto cientos de elfos con panderetas que cantaban canciones que poco después descubrimos que se llamaban villancicos y, que, agarrándonos de las manos, nos arrastraron a los niños hasta el interior de una carpa donde nos encontramos con el mayor almacén de juguetes que jamás nos habíamos imaginado. Nos dejaron jugar con lo que quisiéramos, ya fuera una pelota, un tambor, un muñeco de peluche o un trineo, con la única condición de que no lo sacáramos fuera de la carpa. Creo que nunca disfruté tanto como aquella noche.
Dentro de la carpa parecía que nunca pasaba el tiempo. Aunque nos dejaron jugar  hasta que casi amaneció, para nosotros apenas transcurrieron un segundo. Cuando nuestros padres se asomaron desde la puerta de la carpa y nos llamaron a gritos para llevarnos a casa, todos los niños del pueblo comenzamos a llorar, agarrándonos con fuerza a nuestros juguetes. A nuestros padres no les quedó más remedio que comprar a los elfos un juguete a cada uno para conseguir que saliéramos todos los niños del interior de la carpa.
La mañana siguiente, después de despertarnos, volvimos todos los niños al prado del viejo molino de agua. El prado estaba completamente nevado y el arroyo se había helado, pero la carpa, aunque cerrada, por suerte para nosotros, todavía continuaba allí, junto al círculo de carromatos.
Después de unas cuantas horas con nuestros juguetes, nos cansamos de ellos, convencidos de que los juguetes de los otros niños eran muchos mejores que los nuestros. Recuerdo que aquel primer día, yo salí de la carpa con una trompeta, que soplé sin parar durante toda la mañana, pero, muy pronto, me fijé en el trineo del hijo del alcalde.
Por la noche comenzó de nuevo ese espectáculo que los nómadas llamaban Navidad. Papa Noel se montó otra vez en su trineo tirado por cuatro renos y después de dar unas cuantas vueltas alrededor de nosotros, apareció el enano disfrazado de mago y lo elevó por los aires. Y también volvieron la explosión y la nieve y las luces de colores en los pinos de los alrededores. Pero lo único que esperábamos los niños era que los elfos nos agarraran de la mano y nos llevaran de nuevo al interior de la carpa para volver a jugar con todos los juguetes que los elfos escondían. Muy pronto encontré un trineo como el de Papa Noel, pero como no podía jugar dentro de la carpa con él, pedí a mis padres que me lo compraran.
De nuevo, al día siguiente me cansé muy pronto del trineo. Aunque bajaba muy bien las pendientes, pero no conseguía hacerle volar como Papa Noel, me encapriché de un tambor. Esa noche, llegó de nuevo aquel espectáculo llamado Navidad y conseguí convencer a mis padres de que compraran el tambor y a la noche siguiente un conejito de peluche, y después una peonza que no bailaba en la nieve, y luego un aro de metal, una baraja de cartas y un caballo de cartón.
Ninguno de los niños soportábamos demasiado un juguete. Siempre nos encaprichábamos otro mejor que habíamos visto en la carpa de los elfos. Nuestros padres se hartaron de nuestros caprichos y nos prohibieron que nos acercáramos a aquel espectáculo llamado Navidad, pero aprendimos a escaparnos saltando la ventana o escalando con una cuerda por el interior de la chimenea. 
Pronto los nómadas se hicieron los dueños del pueblo. Después de cada espectáculo se podía ver cómo el gordinflón y el enano brindaban con una copa de vino dulce, sentados a una mesa repleta de montoncitos de monedas. Cuando a nuestros padres se les empezó a acabar el dinero, tuvieron que entregar a los elfos la cama donde dormían, las maletas de su viaje de novios o la casa que habían heredado de sus abuelos, a cambio del juguete con el que compraban nuestro rescate. Muchas familias tuvieron que refugiarse en la Casa Consistorial. Muy pronto, hubo tantas familias alojadas que apenas se pudo celebrar una junta extraordinaria sin pisar la mano de uno o dar en la espalda un codazo a otro.
                              
Por unanimidad se decidió que los nómadas y su espectáculo llamado Navidad deberían abandonar el pueblo de inmediato si no querían que el pueblo terminara arruinado. Todos los padres del pueblo presentes en la junta comenzaron a aplaudir de un modo tan estruendoso que los niños lo oíamos desde la calle. El alcalde golpeó con el mazo repetidas veces para pedir silencio y ordenó a la Policía que desalojara inmediatamente a los nómadas del prado donde se habían instalado.  
En cuanto nos enteramos, la mayoría de los niños tiramos piedras a la Policía para que no echaran a los nómadas, pero no conseguimos nada, salvo unos cuantos azotes de nuestros padres poco antes de irnos a dormir.  
El enano del sombrero de copa, al escuchar la orden de desalojo que le llevaba la Policía escupió al suelo, ordenó a todos que preparan la partida y entró en su carromato. Varios metros después volvió a salir con el cayado que terminaba en uve en la mano y, apuntando con él al sol, lanzó una maldición.
De repente el tiempo se paró en seco. Por mucho que avanzaran los relojes, que creciéramos tanto que ya nos valiera la ropa o que tuviéramos la impresión de que pasaban las horas, los días, las semanas y los años, el sol se detuvo en todo lo alto y no se movió ni un centímetro.
No sé cuanto tiempo transcurrió en realidad. La nieve de los prados no tardó en derretirse. Empecé a sentir cambios en mi cuerpo que me indicaban que me estaba convirtiendo en un hombre, y, sin embargo, daba la impresión de que aún continuaba siendo el mismo día que se marcharon los nómadas del pueblo.  De hecho, muchos de los vecinos que marcharon a los campos a arar la tierra, continuaban en el mismo sitio, extenuados, sedientos y muertos de sueño, pero aguantando todo lo que podían hasta que se hiciera de noche y fuera la hora de marcharse a casa.
Como era siempre de día, todos en el pueblo dejamos de dormir. Muy pronto, también empezamos a aburrirnos. Ya nos lo habíamos contado todo, ya lo habíamos hecho todo, ya habíamos jugado a todo y, sin embargo, continuaba siendo el mismo día.  
Se celebró en la Casa Consistorial una nueva junta a la que no pudimos acudir ninguno de los que éramos niños cuando llegaron los nómadas con la carpa a pesar de que era evidente que ya nos habíamos convertido en hombres, porque, como no pasaba el tiempo, todavía éramos niños a efectos legales y como tales, no teníamos derecho al voto y teníamos la obligación de llevar siempre pantalones cortos.
            Aún así, asomados a la ventana de la Casa Consistorial, nos enteramos de que el pueblo había acordado por unanimidad y a mano alzada que el alcalde se marchara a buscar a los nómadas para que convencerles de que volvieran de nuevo al pueblo, hicieran mover de nuevo al sol para que transcurriera el tiempo y terminara, por fin, aquel día, y organizaran de nuevo su espectáculo llamado Navidad, pero con una condición: que se celebrara únicamente una vez al año.

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Azhmodeus
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Aviso que el mío es bastante siniestro...

LA FAMILIA DE PAPÁS NOELES

La mayor parte de la gente cree que deshacerse de un cadáver es muy difícil, que al final siempre acaban encontrándolo. Evidentemente esta gente cree esto porque sus mentes no son capaces de asimilar la verdad, y es que es de lo más fácil.
Esta creencia es la que me da de comer. Y no es que sea un caníbal, ni que escriba libros sobre el tema. Sencillamente la gente normal piensa eso, y los asesinos también.
Mi trabajo consiste en hacer eso que si sabes como hacerlo resulta tan fácil e irrisorio y si no, la principal causa de que no haya más gente que decapite a sus parientes en plena cena de Navidad. Porque eso también es cierto, lo que a la gente le impide cometer estos actos no es un rígido sistema de valores o algún tipo de creencia en la santidad del ser humano, sencillamente tienen miedo a que les cojan. Un oficinista que odia a su jefe no le mata por la dificultad de hallar el momento y el lugar adecuados para hacerlo y deshacerse luego del cadáver.

El suceso en cuestión había sido una vorágine de violencia que con gran dificultad una mente no depravada puede llegar a concebir. El objetivo de esta violencia, había sido una familia de cinco miembros que se dedicaban a ir de puerta en puerta, vestidos de manera navideña y con gorritos de Papá Noel, cantando las alabanzas de un niño Jesús que para ellos sólo era un pedazo de escayola en el belén.
Era Nochebuena, e iban por su barrio, cantando y con la idea de dar todo el aguinaldo que sacaran a los niños pobres. De esta manera el padre echaba tierra sobre su recuerdo de haber atropellado a un pobre viandante años atrás cuando iba bebido, la madre sobre el de haber dejado que un desconocido la penetrara sin preservativo en un taller de manualidades y los hijos sobre el de robar sistemáticamente dinero de la cartera de su padre, inicialmente con la ingenua idea de que dejara de gastárselo en prostitutas, y luego para poder mantener el nivel de vida al que se habían acostumbrado. El problema fue que en esta llamada aleatoria a puertas dieron con la de una pareja bastante especial.

Ella había empezado a asesinar a gente en el colegio, y en el mundillo se la conocía como “la Angelizadora”. Cuando se dio cuenta de que el profesor de Lengua quería metérsela, y la lengua también, su mente preadolescente llegó a la conclusión de que eso le daba poder y le hizo sentir bien. Dejó que el viejo la manoseara para conseguir un notable, y se presentó con el uniforme del colegio una tarde en su casa con la idea de subirlo a un sobresaliente. Mientras el hombre metía su mano bajo la falda de la chica, ésta tuvo uno de sus ataques y acuchilló al tipo de manera bastante salvaje, sobretodo por las cuchilladas que le propinó en la entrepierna, estando él ya exánime. Empapada en sangre, se relamió los labios y se sintió como nunca, como si se hubiese metido un tiro de coca, pero multiplicado por diez. Por lo que me contó una amiga psicóloga, que en realidad solo es aficionada a ésta pero le gusta calificarse a sí misma con ese término, la mujer sufría de itifalofobia, miedo a los penes erectos. La diferencia con el resto de los que la sufren, es que ella la disfrutaba, porque tenía también una filia hacia la destrucción de los falos. Y de ahí venía lo de “la Angelizadora”, porque dejaba a sus víctimas sin miembros sexuales, lisos como los ángeles.
De esa manera también desarrolló su modus operandi. Siempre encandilaba a algún incauto calenturiento y le llevaba a algún sitio solitario, para luego acuchillarle innumerables veces en la entrepierna y lamer parte de su sangre.
En cuanto a él, era conocido como “el Abrasador”, y había empezado de niño prendiendo fuego a insectos usando un desodorante y un mechero, había seguido con hámsters, gatos, perros y, por último, había desarrollado una especie de parafilia sexual con la carne quemada. Eso le llevaba  a prender fuego a mujeres y luego a practicar la necrofilia con ellas.
El cómo se conocieron nunca lo he tenido muy claro. Quizás los que somos de esta manera depravada tenemos un sexto sentido para captar a nuestros semejantes, aunque mi imaginación prefiere formar una escena en la que se conocen por casualidad, ella saca un cuchillo y él un bidón de gasolina y un mechero. Llamadme romántico si queréis.

El problema de los asesinos en serie es que cuando ya han cometido varios asesinatos se despreocupan por los detalles, y son éstos los que les llevan ante un juez que sólo está pensando en el libro que va a escribir sobre la condena. Al dejarse llevar por sus pasiones, antes de que se den cuenta, tienen cinco cadáveres chorreantes con gorros navideños en la puerta de su casa.
Mientras la Angelizadora terminaba de acuchillar las partes pudendas del marido y veía al suyo lamer las propias de la mujer, ya tan quemada que parecía un plato que llevara una hora de más en el horno, tomó conciencia de este preocupante hecho. No pensó en la inmoralidad de sus acciones o si alguna de sus cinco víctimas merecía un final tan terrible a manos de unos desconsiderados asesinos en serie. Pensó en qué demonios hacer con tal cantidad de cuerpos.
Su rutina de miembros amputados y sangre en la comisura de los labios se limitaba a un objetivo cada vez, así como la de su marido. Nunca habían tenido que deshacerse de más de dos cadáveres a la vez. Y eso había sido una excepción en la que decidieron pactar un intercambio de parejas, a sabiendas de que la otra terminaría la noche en pedazos, metidos en bolsas de basura.

Yo había tenido algún contacto con la Angelizadora, a la que había conocido en algún antro en el que los opiáceos se mezclaban con toda clase de alucinógenos y algún que otro asesinato o depravación sexual que dejaría sin habla a cualquier productor de pornografía alemana. Lo cierto era que yo frecuentaba esos círculos y “dejaba mi tarjeta” para situaciones tales como la que estoy narrando. Por supuesto, cuando nos conocimos, por muchas setas que hubiese comido mi instinto no me permitió quedarme a solas con ella, ya que daba por sentado que eso era un billete de ida a Muerte y Castración, una localidad con vete tú a saber qué número de habitantes a esas alturas de su carrera.
Por eso, cuando se vio en la situación límite de deshacerse de cinco víctimas, hizo la llamada que yo esperaba desde entonces. Lo cierto era que, al ser temporada alta, a mí no me faltaba el trabajo. Las Navidades son para la gente como yo lo que el verano es para los hoteles de playa. Son incontables las personas que necesitan deshacerse de cadáveres de familiares a los que ven en contadas ocasiones. Sería interesante desarrollar una estadística con el porcentaje de ocasiones en que personas que comparten lazos de sangre y que apenas se ven terminan siendo festines donde la misma sangre es derramada a raudales sobre regalos y mesas de comedor llenas a rebosar de comida.
Esa misma tarde me había deshecho del cadáver de un hombre que maltrataba a su mujer, la cual le había acuchillado en una encarnizada pelea. La mujer tuvo la lucidez de llamar primero a su hermana, antes de alertar a ningún representante de los cuerpos y fuerzas del Estado. La suerte fue que ella había tenido también necesidad de deshacerse de un cadáver, asesinado por razones mucho menos legítimas. No sé qué excusa le daría a su hermana para justificar el tener mi número de teléfono, pero el caso es que se lo dio. El hombre, a pesar de su corpulencia, no supuso mucho problema y en pocas horas no quedaba de él ni rastro, lo que su viuda agradeció con un sobresueldo bastante cuantioso.
Aun siendo temporada alta, yo tenía algún problema de deudas y tenía que trabajar a destajo, por lo que acepté un trabajo tan difícil como el que la Angelizadora me proponía: deshacerme de cinco cadáveres con gorritos de Papá Noel en Nochebuena.
Me dirigí rápidamente al piso de los dos asesinos con apodos de supervillanos del cómic con mis materiales.
La voz que contestó al telefonillo era la de ella, y a su espalda se oía a su marido diciendo insensateces, probablemente turbado por la magnitud de la situación. Nada más llegar al descansillo de su apartamento, pude ver las huellas evidentes de los hechos. El suelo era de parquet, y tenía la superficie limpia, pero restos de sangre entre los listones. Entré sin más dilación.
-Menos mal que has llegado- dijo ella.
Desde la puerta había un reguero de sangre coagulada que giraba un par de veces y terminaba en pleno salón, en la pila de cadáveres con sobreros de Papá Noel, como un siniestro laberinto navideño para que jugaran los niños.
El Abrasador fumaba un cigarrillo ante un cenicero lleno de, por lo menos, dos docenas de cadáveres de éstos. Cuando se trabaja en lo mío, todo se ve de forma distinta. El hombre apenas levantó la vista del suelo, parecía creer que mi presencia allí no sería suficiente para evitarle una larga condena.
-¿Los vecinos de enfrente están en casa?- pregunté, dejando mi bolsa en el suelo.
Lo primero era lo primero.
-No, se han ido a pasar las Navidades a su pueblo.
Ella no fumaba, pero sus labios estaban tan mordidos que le sangraban, o quizás era la sangre de su víctima. Aun así, era la que llevaba el timón, por lo que decidí ignorar por el momento al Abrasador. Las asesinas en serie no abundan, y en un mundillo lleno de hombres, las pocas que ejercen el oficio suelen tener una determinación mayor que la de cualquier asesino.
Saqué un hacha de mi bolsa y se la tendí a ella.
-Quiero que calmes a tu marido, y que arranquéis todos los listones de madera, desde el descansillo hasta este punto.
Ella asintió con la cabeza, cogió el hacha, a su marido del brazo y salieron fuera del piso.
Yo saqué de la bolsa varios rollos de plástico y empecé a cubrir las paredes de la habitación. Para disimular el ruido que teníamos que hacer, busqué con la mirada el reproductor de música y puse el disco que tenía metido. No podía ser otra cosa que villancicos. Me puse a descuartizar a la familia al ritmo de “Noche de Paz”.
Era la hora de cenar, y la gente acudía a las casas de sus familiares para pasar la Nochebuena juntos. Por todo el edificio había gente subiendo y bajando, simulando alegría y felicitándose a la entrada de los apartamentos. Salir del piso tranquilamente con pesadas bolsas de basura frente a ellos habría sido demasiado peligroso. Todo el mundo ve series como CSI. Hasta el último idiota sospecharía de algo así, por lo que se me ocurrió una locura que podría funcionar.
-¿Tenéis algún traje de Papá Noel?
Mi pregunta hizo aparecer en la cara del Abrasador una expresión de completa incertidumbre.
-Sí ¿para qué demonios lo quieres? ¿Para ir a juego con los cadáveres?
Ignoré el humor de la Angelizadora y le pedí que me lo diera.
Cinco minutos más tarde un rechoncho Papá Noel hacía un viaje tras otro hasta la furgoneta aparcada frente al edificio, asegurando a cada persona que veía que llevaba el saco lleno de regalos. Oculto a plena vista.
Los restos desaparecieron en bañeras de ácido, y cuando hubieron reparado el suelo arrancado un par de días después, no quedó prueba alguna de su ansia homicida.
Ni que decir tiene que tras cobrar por el trabajo, este Papá Noel se tomó unas merecidas vacaciones.

 

Lo malo de la vida es que somos nuestro propio guionista, por eso siempre estamos diciendo gilipolleces.

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Sí, bueno, no es muy ortodoxo, aún así, me han gustado.

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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Vaya, ya he visto que se están subiendo los primeros cuentos.

Como queda claro se suben en este mismo hilo, ¿no?

En breve, espero poner el mío. A ver si lo termino.

Y aviso, el mío se atiene a las normas, supera las 1800 palabras pero no excede del corte.

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Muy bien Alejandro! Pues a ver qué nos traes

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Vamos qué todavía estais a tiempo. Yo os doy una idea:

En un mundo donde a los niños se les ha caído los dientes, alguien trapichea por las esquinas con tabletas de turrón.

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¬¬ eso no es de un tal Pérez ¬¬

 

 

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Ahora os dejo mi modesto relato. Espero que guste a alguno de los pobladores de este OZ.

Su título: "MI ÚLTIMA FELIZ NAVIDAD"

Según el contador de palabras de mi Word (ajustándome a las bases), el texto tiene 1993 palabras. Si contamos el título, 1997.

Un saludo del autor.

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MI ÚLTIMA FELIZ NAVIDAD

 

El tiempo transcurrido me concede la posibilidad de regresar al año 1980 sin la angustia de entonces. Recuerdo que era el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad. Llevaba el boletín de las notas en la cartera y temía la reacción de mi padre al verlas cuando volviese del trabajo. Pero ese veinte de diciembre, a diferencia de años anteriores, era él quien me estaba esperando, sentado al volante de nuestro coche.

-Sube- me ordenó.

Aprovechando la pausa de un semáforo me armé de valor para hablarle de los suspensos. Pero fue él quien se adelantó a mi jugada.

-Tu madre otra vez- sus ojos me esperaban en el pantano del espejo retrovisor.

Me oculté tras el tebeo de Batman que solía llevar al recreo, negando la realidad de sus palabras. Cuando el semáforo cambió a verde, yo ya había olvidado el miedo a los suspensos y me asaltaba otro distinto, éste mucho más fiero. Sentí su bocado en el estómago.

-Ha empeorado bastante desde la última vez- dijo el médico de urgencias al ver a mi padre-. En unas horas se la devolvemos desclorofilada, señor Spring.

Lo que en otra circunstancia podría haber sido un mal diagnóstico, no era más que la constatación de la tragedia de mi madre. Y mi padre lo aceptó agachando la cabeza y echándome el brazo por encima del hombro.

Al abandonar el hospital, mi madre se negó a almorzar fuera de casa. Y eso disgustó a mi padre. Ella quería estar tranquila, libre de las insidiosas miradas de los curiosos. Era comprensible el interés de la gente, pero también su cansancio. El que no lo entendía era él, hastiado de hipotecar su vida entre tanto médico. Así que antes de bajarnos del coche se pelearon sin importarles que yo me escondiera tras el tebeo.

 - - -

Recuerdo que la enfermedad llevaba meses anunciándose casi en silencio, con una letra tan minúscula que nuestra miopía no distinguió. Ahora, la distancia de los años me permite diferenciar con claridad el rastro de los primeros síntomas: la astenia, la debilidad muscular y la descoordinación de los movimientos. Deberíamos habernos asustado cuando un día a mi madre se le desordenaron los dedos y nunca más volvió a encontrarlos en su sitio. A ella, que tanto gustaba de hacer croché por las tardes. Y nada, nosotros ni caso. Tuvimos que esperar a la aparición de la espasticidad, esa rigidez de los músculos que la hacía guardar cama durante días, para darnos cuenta de la gravedad del asunto.

Y ya no tuvimos tiempo de reaccionar. Enseguida la enfermedad empezó a dictar renglones más torcidos. Fue el inicio de un rosario de diagnósticos que mi madre aceptaba con una bobalicona sonrisa de circunstancias y que, por el contrario, mi padre sufría sin decir palabra, la cara desencajada. Cada diagnóstico era para él una humillación propia, como si en realidad él fuese el enfermo. Y en cierta manera, también lo era. Eso lo supe años después.

Al regresar de la primera visita al oftalmólogo mi padre se sentó frente al televisor, pensativo, respondiendo con monosílabos. El diagnóstico, una neuritis óptica, inflamación del nervio óptico que conllevaba deterioro de la visión y dolor al mover el ojo.

La segunda visita terminó por arrebatarle las palabras.

-A su mujer no le lloran los ojos, le nievan- fue la sentencia del oftalmólogo.

Y así, de regreso al barrio, la sonrisa boba de una y el silencio inútil de otro firmaron un tratado secreto que me excluía. Y mi voz pasó a ser un barco a la deriva en mitad de la niebla que habitaba la casa.

La lista de humillaciones acumuladas por mi padre aumentó con el recrudecimiento de los síntomas y con el consejo del dermatólogo de vendar las extremidades de mi madre para evitar la transformación definitiva.

Una posterior consulta con el traumatólogo le robó el apetito.

-Los huesos de su esposa pueden astillarse en cualquier momento.

Y huérfano de voz, él apenas pudo enarcar las cejas en señal de asombro, como si no fuese bastante desgracia el que a su mujer le nevasen los ojos.

-Señor Spring, lo digo en el sentido más literal del término. Nunca había visto algo así.

Y a la sonrisa boba, al silencio y a la falta de apetito se unieron mis inseguridades de adolescente y mi necesidad de olvidar la enfermedad durante unos minutos leyendo a Batman, y la casa enmudeció totalmente, como si fuera una abadía perdida en una montaña que no figurara en ningún mapa, salvo en el de nuestra desgracia.

 - - -

La enfermedad desembarcó la mañana de Nochebuena de 1980 rompiendo todos los diques levantados por los distintos especialistas. Recuerdo estar desayunando solos mi madre y yo porque mi padre trabajaba hasta bien entrada la tarde. Quise hablarle de los suspensos y que me firmase las notas. No me dio tiempo, se le borró la sonrisa bobalicona y estallaron sus palabras en mitad del silencio:

-Todo me sabe a clorofila, hijo.

Miré dentro de la taza sin saber qué hacer ni qué decir. Sólo era té rojo con algo de leche. Sin embargo algo no cuadraba, lo sentía dentro del estómago, mordiéndome.

-Es el mismo té que el mío.

Ya no hubo margen para la respuesta. Por los resquicios del vendaje de las manos brotaron unos hilos que culebrearon un instante en el aire antes de crecer de golpe, convertirse en raíces y hundirse en la madera de la mesa. Aquello no podía estar ocurriendo.

-El cuchillo- me ordenó, consciente de la importancia de actuar con rapidez.

Me acerqué al lavadero buscándolo. De regreso a su lado descubrí que le nevaban los ojos sobre la taza de té. En los bordes apareció un coral de escarcha. Obstinado en limpiarle la nieve de los ojos y en rezar en silencio, sin saberlo, concedí un minuto de margen a las raíces de los dedos que la ataban a la mesa.

Recuerdo estar cortando la primera cuando un gruñido, casi un llanto, me sobresaltó. Miré a mi madre sin prestar atención a la nieve de sus mejillas. Tenía la boca entreabierta, como cuando alguien se atraganta con un trozo de comida. Iba a golpearle la espalda cuando ella misma se llevó la mano a la boca y extrajo trabajosamente lo que tenía dentro.

Dejó el objeto al lado del té. La incredulidad de nuestras miradas. Necesitaba restarle importancia fingiendo indiferencia, bastaba un golpe de hombros, pero en realidad no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. Era un adorno navideño, una de esas bolas rojas que se cuelgan en los árboles de navidad, más grande que una fresa.

Aquella mañana no había nada capaz de detener el desembarco. Yo era apenas un recluta sin experiencia frente a todo el enemigo. Mi madre pidió que llamase a mi padre al trabajo, mayday-mayday, para pedir refuerzos, pero la enfermedad no me concedió tregua alguna durante horas, luchando a un mismo tiempo contra las raíces, la nieve y los adornos navideños que iba regurgitando con preocupante frecuencia.

Únicamente cuando las fuerzas la abandonaron, el peso del sueño acudió en mi ayuda. La acosté vestida en la cama. Recuerdo estar repasando concienzudamente los vendajes centímetro a centímetro durante un rato.

-Mamá cada vez está peor- le dije a mi padre por teléfono-, no sé qué hacer.

Tenía ganas de llorar.

 - - -

Aquélla fue sólo la primera batalla porque el desembarco definitivo, el día D, la hora H, tuvo lugar la jornada siguiente, muy de mañana, con las primeras luces del día de Navidad.

Desde mi cama, Batman en mano y en mitad de ese silencio que habitaba la casa, escuché unos pasos en dirección al salón, los mismos que en cuestión de segundos regresaban, apresurados, por el pasillo.

El fogonazo de la luz me hirió los ojos. Descubrí la cabeza de mi padre, asustada la mirada, asomada a la puerta.

-Vístete, tenemos problemas.

Cuando llegué al salón comprendí que habíamos perdido la guerra y que el enemigo nos había hecho prisioneros de por vida. Allí estaba mi madre, la señora Spring de la que hablarían durante semanas los periódicos de toda Inglaterra, atrapada dentro de su nuevo aspecto. Me restregué los ojos para borrar el rastro de unas lágrimas. Hubiese necesitado el abrazo de mi padre, pero él estaba muy lejos de allí, hondeando la bandera blanca de la rendición, empezando a manifestar en silencio su propia enfermedad.

La mesa estaba desplazada y había varias sillas volcadas por la fuerza del crecimiento. Me acerqué a ella, aparté unas ramas y busqué el consuelo de sus ojos. No los encontré. Debían estar escondidos bajo la corteza. El tronco se hundía en mitad del suelo y las ramas más altas acariciaban el techo. Estaba acicalada para la navidad, vestida de blanco nieve y enjoyada con unas bolas rojas similares a las que había regurgitado el día anterior y el espumillón de las vendas.

Abrazado sentí durante unos segundos, debajo de la madera, el bordón de un latido, el lejano eco del corazón. Aquella fue mi última Feliz Navidad.

 - - -

A medida que fui creciendo empecé a sospechar que el afán de mi padre por demostrar que todo aquello le dolía era ficticio, cuando en realidad muchas veces se encontraba tan lejos de casa, a pesar de estar frente al televisor, que era imposible que se preocupase por nada. Estaba enfermo de aburrimiento y él lo sabía.

Seguramente por ello, cuando un día se fue a trabajar y nunca más volvió, lo acepté con una resignación impropia de un joven de veintidós años. Por supuesto también abandonó la fábrica. Siempre soñé con que una mañana, transcurrido el tiempo, apareciese mal vestido y peor afeitado, para concederme el desquite de gritarle a la cara todo lo que pensaba de él. Seguramente se sentaría frente al televisor sin abrir la boca, esperando mi comprensión. Si él enfermó de aburrimiento, yo lo estoy de odio. Todavía sería capaz de levantarlo por el cuello de la camisa y echarlo a la calle. Pero nada de esto ha sucedido.

Obligado por su deserción, dejé la universidad para ponerme a trabajar. Recuerdo turnos de catorce horas y dormir casi de pie. Cada lunes arañaba unas libras esterlinas a mis ahorros para que un médico visitase a mi madre y le tomase el pulso en la aorta del tronco. Podía quedarme sin cenar algún día, pero a ella no le podía faltar su visita médica semanal.

Corrieron los años sin dejar más huella en mi vida que una boda en blanco y negro y unos hijos que en seguida se sumaron a la larga lista de los deberes. Ahora, cuando vuelvo con ellos del colegio, descubro a mi madre asomando sus ramas al gran ventanal que hice construir en el salón para que pudiese ver los días de lluvia o el tesoro de la primavera, o sencillamente la vida pasar al otro lado de la verja del jardín. Ella está siempre ahí, cuidando en silencio de nosotros.

Una mañana de hace un mes, el médico que la visitaba comentó la posibilidad de aliviar el dolor de sus nudos añojos con no sé qué sustancia. Incluso se atrevió a insinuar la posibilidad de una tala.

-El abeto se está muriendo- apuntó.

Y el odio que acumulaba contra mi padre estalló en ese momento. Lo eché de casa y le dije que no viniese más. Por supuesto, ahora pago a otro facultativo.

Y mañana, que es Nochebuena otra vez, nos sentaremos a cenar pavo a su alrededor y abriremos los regalos al son de los villancicos. Ahí estará la abuela con su taza de té caliente a los pies de las raíces, casi treinta años después, orgullosa de sus nietos, vestida con los mejores adornos y espumillones, esperando en silencio el instante de mi abrazo, esperando ese segundo en que vuelva a descubrir debajo de la corteza el bordón imperceptible de unos latidos cansados, el lejano eco de un corazón agradecido por no haberla abandonado.

 

 

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Me rindo, definitivamente........sólo logré  871 palabras

Eso sí, como soy pragmática, lo mandaré como relato para la sección, que no está la cosa como para desperdiciar nada

 

 

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Después de leer los que se han presentado, casi no me atrevo a presentar el mío... pero ya que lo he hecho y que no quedan más días para maquillarlo (ni para ponerle careta) pues allá va:

 
¿FELIZ NAVIDAD? Lo decides tú.
 
¡Odio los roscos de reyes, los odio!
¿Se puede saber por qué debemos estar contentos? ¿Alguien es capaz de explicarme por qué me tengo que sentir bien en esta época del año?
¡Si hace frío! ¡Si no hay luz! Si llueve... ¿Alguna buena razón?
78294, ese es el mío...esa es la única razón...
Parece que tenemos que salir con la sonrisa puesta, saludando a los vecinos (que durante el año ni te hablan), deseándoles felices fiestas..., próspero año... ¡Qué se pudran!
Sólo nos queda una cosa, y es el 78294; ese es el mío...
Que nadie me hable del espíritu navideño... Como oiga esa palabra, le descuartizo el pescuezo...; que nadie me hable de los dulces, que nadie diga esa palabra maldita: Los roscos....
¡Lo juro, cómo me llamo Manuela del Bosque, que los mato!
El rosco de Reyes, ese bollo de pan con frutas dulces y premio seguro...
Los roscos... Tendré que explicarme...aunque, la verdad, me importa un pimiento... ¡Pensar lo que os de la gana! ¡Ya no aguanto más!!
Como el otro día en la panadería, cuando vino ese hombre disfrazado de Santa Claus, y me dijo... ¿Qué quieres que te traiga moza?
Casi le estampo la caja registradora en los morros... ¡Salió por patas! Y que no vuelva...
Llevo 3 meses haciendo roscos, grandes, pequeños, con frutas verdes, con rojas, con habas, con muñecos... 3 meses, casi 38456 roscos...¡lo juro!
Y en todos, le pongo el papel de recién hecho...¡y ala! Al congelador...
La verdad es que cuando le pongo el recién hecho, está reciente... ¡¡eso nadie me lo va a discutir!!
Los odio..., odio ese olor a azahar... odio darle forma a esa masa, odio colocar esa mierda de premio, odio poner las frutas y el azúcar.. odio el olor de la masa antes de hacerse... Odio a los Reyes de Oriente, y por lo tanto... Odio la Navidad.
Y que no venga nadie a cambiarme de opinión; que la opinión es cosa de cada uno...; es algo muy personal, yo no me meto en los asuntos de los demás. Ni siquiera me gusta opinar sobre el fútbol...; aunque la verdad, vaya mierda de juego que hacen... pero eso no es cosa mía...yo a lo mío, los roscos...
¡Y a ver cuando dejo de hacer roscos, y empiezo a hacer pastas de San Blas!.
¡Si supierais de qué guarrada están hechos los roscos...!! Pensaríais como yo.
¡Lo juro!
Por lo menos... 78294, ese es el mío...por lo menos me queda eso...
 
(****)
 
Cincuentaycincomildoscientosveintitres.... tres milloooooooones, de euros
78294... doscientos miiiiiiil eeeeeuros
Ochentaycuatromiltrescientosveintidos....quinientos miiiiiiiiiiil eeeeuros
Noventaynuevemilquinientostreintaytres.... miiiiiiiiiiil eeeeeuros 
¡Por qué me habrá tocado a mí! Con la cantidad de críos que hay en San Ildefonso... ¡Me tuvo que tocar a mí! Y es que además, a todos los demás les hacía ilusión...¡Leches! a todos menos a mí.
Yo, que me pongo nervioso en seguida...Yo, que no aguanto que me estén mirando...
Llevo un mes de ensayos... ¡y no lo aguanto más!! Sólo veo números en mi cabeza.
Números bailando, y sueño que tengo que cantar el gordo, y sueño que tartamudeo... y sueño que las gotas de sudor empiezan a cubrir mi cara.... y no soy capaz de decir el número... ó peor aún, lo digo mal...
Mi madre está emocionada... me ha comprado los zapatos, las bermudas y la chaqueta nueva. Me los ha hecho probar 200 veces en casa; y cada vez que viene la vecina, quiere que le enseñe lo bien que lo hago... Ochentaycuatromiltrescientosveintidos....doscientos miiiiiiiil eeeeeuros 
Y encima me ha tocado con Sonia. ¡Sonia la gafotasdientesrobot! Y ahora en clase se mofan de mí... Sergio, ¡¡tu novia se llama Sonia!!!
¿Cuándo despertaré de esta pesadilla??
¡Odio esta Navidad!
Por lo menos espero que Santa Claus me traiga lo que le he pedido... por lo menos me queda eso. 
 
(****)
 
¡Por fin he encontrado trabajo! Gracias a Santa Claus...
Tras 3 meses sin poder hacer nada, por lo menos trabajaré en Navidad.
La verdad es que lo odio...Tengo que vestirme de ese gordinflón de traje rojo, para regalar caramelos delante de un gran centro comercial; el traje es horrendo, muy incómodo, y apenas me deja moverme. Además, la barba blanca me irrita mucho la piel, y la peluca y el gorro, se me hacen insoportables.
Así durante 10 horas... diciendo... Jou, jou...¿Féliz navidad?
Los niños se me lanzan encima, juegan con mi barba, y me hacen preguntas muy comprometidas...
Santa... ¿puedes hacer que mi papá vuelva con mi mamá?
Santa... ¿puedes desaparecer a mi hermanito pequeño?
O como aquel niño que se acercó a mí, me agarró del cuello y me dijo en un tono intimidante:
Santa...¡sé que eres un impostor!! si no me das 10 euros, me pongo a chillar ahora mismo y les digo a todos éstos (señalando a los niños de la fila), que les estás engañando.. Y, ¡tú verás! A mí no me gustaría estar en tu pellejo... 20 niños golpeándote y dándote patadas a la vez no debe ser muy divertido... – y me miró mostrando una sonrisita diabólica..
Y es que es un trabajo con riesgo, no lo creas... es peligroso. No a todo el mundo le cae bien Santa Claus. Sin ir más lejos, el otro día, una moza casi me incrusta la caja registradora en toda la cabeza... y yo no le había hecho nada.
¡Vaya mierda de trabajo!
De la navidad pocas cosas puedo salvar... lo único, me gusta juntarme con mi familia en la cena de Navidad... por lo menos me queda eso.
(****)
 
¡Otro año la cena de Navidad! Otro año tengo que aguantar a tu cuñado, el superdotado, el que tiene una vida perfecta, el que es médico de muy buena reputación, el superhéroe del hospital... otro año más, aguantando a ese capullo... Y tu madre me volverá a sacar los colores, volverá a compararme con ese espécimen, volverá a hundirme en la miseria... ¿por qué quién soy yo comparando con él?... y te mirará con pena, pensando con tristeza el porqué me metí en tu vida, y conseguirá que nos enfademos... como siempre; porque es Navidad.
Como siempre sacarán las historias del baúl, ésas que aunque no las he vivido, podría ya contarlas como si fuera yo el que las hubiera escrito. Pero pondré cara de sorpresa, como si fuera la primera vez...
Luego hablarán de tu padre, como si fuera un ángel que se fue, dejando toda la perfección en la tierra. Y tu madre se pondrá a llorar, y hará que tú también llores.
Y luego, para romper el hielo, tu cuñado hablará de sus casas en Ibiza y de sus negocios en Andorra. Y tú le mirarás con admiración; y yo te daré un puntapié debajo de la mesa; y entonces me mirarás con recelo... Y entonces me gustaría saber lo que piensas..., pero sé que nunca me lo dirás, por muchas navidades que pasen...
Por lo menos...aunque sé que nos vamos a enfadar, por lo menos te tengo a ti; tengo tu aroma, tu colonia, tu presencia..., por lo menos me queda eso...
 
(****)
¡Odio estos anuncios de colonia!! Siempre pasa lo mismo por Navidad... ¡no hay quién lo aguante!! Todo anuncios... de colonias, de juguetes, de champán...
Yo que me paso pegada el día a la tele, esto de la Navidad es insoportable.
En esta residencia donde sobrevivo, cuyo panorama no se lo deseo ni a mi peor enemigo, paso los días mirando las tristes paredes, que me parecen los muros de una cárcel. Pero aunque anhele estar fuera, y consiguiera salir, sé que mi sentimiento de soledad no desaparecería..., eso desgraciadamente lo llevo dentro.
Tengo 83 años, y muchas experiencias acumuladas en mi maleta; pero estos últimos años, en los que me han aparcado de la vida, están siendo los más duros e insoportables de toda mi existencia... Y además, ahora hay que aguantar la Navidad...
Miro a mi alrededor, miro a los demás residentes y la estampa que me encuentro es si cabe más cruda. Si por lo menos no me diera cuenta... si sólo estuviera, y no fuera... Triste Navidad...
Por lo menos me queda Erica... por lo menos me queda eso...
     - ¡Erica! Acércate por favor... ahora mismo estaba pensando en ti...
  - ¿Qué quieres txiki?- me dice con una voz muy dulce...¡Ah! ya sé, que hoy se me ha olvidado darte el abrazo de todas las mañanas...
Me espachurra de esa manera muy suya... en un milisegundo me trasmite mil millones de regalos... en el cariño de ese abrazo recuerdo cosas, sentimientos, deseos... anhelos. Con sólo ese abrazo...
Erica es la mejor enfermera de la residencia... la mejor mujer de la ciudad, y para mí la mejor persona del mundo. Sin Erica, ya me habría muerto del todo...
-  ¡Marga! No pongas esa cara tan triste... ¡qué es Navidad!! Alégrate mujer, que es tiempo de alegría...
Le miro con una mezcla de admiración y de cariño.
-    ¿Te has atrevido a llamarle hoy a tu hijo?? Me dice Erica con picardía...
-     Mira que eres pesada...No le he llamado... pero me han dicho que ha encontrado trabajo.¡Por fin! Debe de estar trabajando de Santa Claus en un gran centro comercial...
 -   Eso está muy bien, pero... llámale, tienes que salir de este bosque... Marga, ya me entiendes...
 
(****)
  
-          ¡Manuela!!! ¿¿Manuela del Bosque?? Me grita alguien por la espalda...
-          ¡Erica!!! No puede ser... ¿eres tú??
-          ¡Sí Manuela!! Dame un abrazo...¡Feliz Navidad!
-          ¡Feliz Navidad! Le digo de todo corazón, por primera vez me ha salido sin querer...
-          ¿Qué es de tu vida? ¿qué tal los roscos??
-          Muy bien... –miento- ¿Y tú? ¿es este tú niño??
-          Sí Manuela... se llama Sergio ¿y a qué no sabes?? Le ha tocado ser protagonista en el sorteo de la Lotería... ¡mi hijo...! – dice dulcemente.
El niño la mira con resignación, se le nota la vergüenza en los ojos.
 
-          Sergio!! ¿Hacemos un trato?? Te doy 50 euros si cantas el 78294 como gordo...
El niño me mira, y se ríe... ¿es verdad que haces roscos?? Me encantan los roscos de Reyes...
-          Sí cariñooo... le digo dulcemente, pasa cuando quieras por la panadería, te haré uno expresamente para ti... ¡¡Erica!! ¡Qué alegría de verdad!
-          Para mí también, Manuela. Pensaba que habías desaparecido, que te había tragado la tierra. Hace ya tanto tiempo... te fuiste sin decirme adiós...
-          Sí Erica, cosas de la vida... ó mejor dicho, cosas de mías...me escondí, sin saber que me escondía... Pero ahora que te veo, y recuerdo... llevo tiempo pensando que... tengo que volver a salir.
-          ¡Manuela! Vente a cenar con nosotros en Nochebuena; vamos a casa de mi madre, y cenamos con mi hermana y su marido el médico. Lo pasaremos en grande...
 
Niego con la cabeza, pero ella sigue insistiendo...
-          Erica, te llamo esta tarde y te contesto, ¿vale?
-          No me llames para decirme que no, ¿eh?
 
(****) 
 
¡Riiing!¡Riiiiiiiiing!
-          ¿Quién es?
-          Soy yo....
-          ¿Madre? ¿Madre es usted?
-          ¡Sí! He decidido tirar este muro que nos separa... no nos lleva a nada.
-          ¡Madre! Pensaba que no quería saber nada de mí... hace ya tanto tiempo, tengo tantas cosas que contarle...
-          Sí hijo, para el resto del mundo se acaba el año, y para nosotros empieza una nueva vida.... por lo menos nos queda eso. 
 
(****)
 
Leo este relato, y no entiendo lo que me ha querido decir su autor... ¿Tal vez que somos unos inconformistas? ? ¿Tal vez que la realidad supera a la Navidad? ¿Tal vez que todo está unido y relacionado, aunque no nos demos cuenta? ¿Tal vez que la Navidad es algo más que roscos, loterías, santa claus-es y colonias? ¿Tal vez que todo pasa muy rápido? ¿Tal vez quiere que cada cuál saque su propia conclusión?
 
Por lo menos..., esta vez no me lo han dado todo hecho; por lo menos..., esta vez me dejan buscarle un final a una historia..., por lo menos me queda eso.

Todo cabe en lo breve... A.Dumas

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Alejandro Castroguer
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Feliz día de Navidad a todos.

¿Ya es hora de comentar los relatos? ¿Se hace en este mismo hilo?

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jane eyre
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El plazo aacabó el día 23, osea, que sí se pueden comentar los relatos y adjudicar puntuaciones, por supuesto

 

 

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Supongo que la jefa creará un hilo nuevo, ¿no?

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Es verdad, la otra vez se abrió aparte

 

 

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Esperamos entonces a eso, a que se cree un hilo nuevo (pregunto).

Un saludo y Feliz NAvidad a todos.

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Jane, a lo mejor deberías hacerlo tú, porque hace días que no la veo conectada; seguramente estará de viaje y con la familia.

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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Eso, eso, a falta de la otra mariposa, que sea jean Eyre quien mueva sus alas.

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Abierto y a votaaaaaaaaaaar

 

 

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Vanesa Benítez Jaime
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¿¿Hasta cuándo tengo para leer estos relatos y votarlos en el otro hilo?? Si me dejáis un par de días, participo en la votación. Me atrae el tema de una navidad diferente. A ver qué me encuentro, seguro que hay relatos muy buenos. Quedo a la espera de respuesta.

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