Yo, en el espejo

Imagen de jspawn

Un relato de jspawn

En una esquina, agazapada, sin poder ver absolutamente nada por la húmeda oscuridad del sótano, me encontraba paralizada. Y no sabía ni cuánto tiempo había estado allí. Tan sólo podía percibir alguna corriente que otra quizá provocada por algún viento otoñal. Hubo un momento en el que mi cuerpo, rígido en exceso, necesitaba moverse hacia algún lado de ese habitáculo polvoriento.

Decidí caminar hacia alguna dirección, pero noté mis pasos crujientes, como oxidados o inservibles después de alguna larga hibernación. Intenté palpar algún mueble cercano que me sirviera como punto de referencia; sólo me sirvió para tropezar una y otra vez, haciéndome sentir dependiente como un retoño que necesita su pecho maternal. Oí voces pero no lograba descifrar el mensaje, y pensé que no saldría nunca de allí.

Cansada de dar vueltas y más vueltas por aquel pequeño ―intuí― lugar, me acordé de todas aquellas típicas películas en las que las escaleras de los sótanos estaban hacia la parte izquierda y me dispuse a buscar la salida. También me acordé de que solía estar algún tablón roto. Borré esas ideas negativas y pegué un salto a ciegas que me llevó a algún soporte estable. Noté que el corazón aumentaba su ritmo y me pareció que el momento estaba siendo demasiado frenético. No me atrevía a seguir saltando ni hacia delante ni hacia detrás, estaba como en el inmenso piélago en una boya salvadora, pero al mismo tiempo, desprotegida como en un río amazónico, en una balsa que ha de ser atacada por un gran caimán negro. Decidí saltar de la balsa antes de que el reptil se adelantara a mis dudosos movimientos. Noté en ese momento que una astilla se clavaba en mi desacostumbrada piel. La punzada me hirió agudamente y entré en un largo letargo.

Cuando desperté, el olor a cerrado había desaparecido. Y por primera vez en bastante tiempo volvía a ver la luz; en un primer momento me embriagó con una fruición extrema, pero poco a poco parecía que me hería tanta iluminación repentina. Corrí todo lo rápido que pude, sin pararme a pensar en lo que estaba viendo. Había muchas habitaciones pero no reconocía ningún lugar de allí, había fotografías que pude mirar de reojo, aunque como estaba herida no me fijé demasiado; pasé por al lado de una puerta entreabierta que bajaba a unas escaleras de madera y me entró tal pavor que recordé dónde había estado anteriormente y huí raudamente de allí. Mis pasos no podían ser más mecánicos y sin descanso pero el estar sin rumbo no me beneficiaba.

Llegué a la cocina. Los platos, llenos de restos de comida, se amontonaban en el lavavajillas abierto. Un olor como a podredumbre reinaba en aquel lugar. En la encimera parecía que habían dejado comida esparcida. Pude ver horrendas hormigas correteando en hilera hacia el exterior. Decidí seguirlas y ver a dónde iban a parar. Conforme avanzaba, la hilera se transformaba en un riachuelo de hormigas y avanzaba y avanzaba y el riachuelo se hizo senda y después camino y así inmensidad...

Todo el salón-comedor estaba invadido por estos molestos bichejos que transformaban los muebles en hormigueros multiformes. La televisión, que estaba encendida, parecía una obra de arte posmoderna de esas que nadie entiende. Y así, llegué al punto de reflexionar más y más cuál era mi misión allí. Yo sentía una aversión curiosa hacia las hormigas pero ellas ni se inmutaban, aparentemente, de mi presencia. Aunque decidí acercarme un poco más para ver si realmente podía causarles algún leve temor. Salté hasta un trozo de la alfombra-hormiguero y produjo el efecto de una mina. Aquello me llenó de bravura y creí que iba a salir sana y salva de allí. Brinqué una y otra vez y aquello se convirtió en un campo de minas. Podía oír los gritos de las hormigas, que se asemejaban a un escape de gas incontrolado. Miles y miles de ellas intentaban desperdigarse por la vía de escape más cercana pero el caso es que estaban desorientadas. Podían ir de aquí para allá, pero la casa no estaba abierta a la calle y no podían salvarse de mi estratagema utilizada. Pero de qué me burlaba yo, si estaba malherida y tampoco sabía salir de aquel hogar tan poco acogedor.

El horror se apoderó de mi cuerpo y salí de la habitación lo rápido que pude. Había visitado todas las habitaciones salvo una, la que estaba más separada del conjunto, que daba al sol de poniente. Entré poco a poco allí, con respeto y con inseguridad. La cama estaba colocada de tal forma que se veía tan sólo un trozo de sus pies. En una cómoda de madera de boj, un libro extraño estaba entreabierto. Lo desdeñé y seguí caminando hacia la ventana. Y una corriente gélida que pasó por allí, me hizo girar la cabeza a la izquierda y contemplar, absorta, la barbarie. Un cuerpo sin vida yacía lleno de gusanos con las vísceras podridas y alguna que otro moscardón verdoso, que, cual hiena hambrienta, quería sacar provecho de aquella situación. Sentí como arcadas de la imagen tan asquerosa que estaba contemplando. Salí de la habitación, no sin fijarme en el lomo del libro, que ponía un título corto en alguna lengua desconocida para mí.

El pasillo seguía infectado de aquellas horripilantes criaturitas y sólo me quedaba la salida hacia el aseo. Cuando llegué, no pude hacer otra cosa que intentar esconderme en la bañera pero cuál fue mi sorpresa al ver otro cuerpo en descomposición avanzada, lo que me produjo una parálisis emocional y física bastante considerable. Por el sumidero, salían cucarachas rojas, que con sus antenas intentaban hacer cosquillas inútilmente a aquel cuerpo inerte. En mi mente, un fotograma irónico estaba analizando esa última imagen.

Y enfrente, cuando salí también de aquel húmedo lugar, pude ver cómo las hormigas abandonaban las paredes y dejaban ver una puerta, sí, la puerta de salida. Era mi salvación y ahora tenía la oportunidad de escapar de allí, aunque en mi condición y estando la puerta cerrada, mis posibilidades disminuían.

Cuando quedaron una o dos hormigas, pude ver a otro bichejo indeseable, que parecía de color verdoso, sí, lo estaba viendo claro, era verde eléctrico, era una mantis religiosa que se relamía las patas después de haberse zampado a su compañero macho, del que aún quedaba la cabeza, de la que salía un líquido viscoso que pude oler desde donde estaba.

Y al terminar el ágape sexista, la mantis hembra, majestuosa, se echó para un lado, dejando a la vista un espejo hermoso y excesivamente cuidado. Me fijé en todos los detalles labrados pero llegó el momento en que miré hacia la imagen reflejada. Era yo en el espejo, y grité de tal forma en mi mente un alarido interminable, que mis cuatro pares de patas y mi cefalotórax palpitante salieron expelidos hacia el techo.

Imagen de Nachob
Nachob
Desconectado
Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2197

Como ya he comentado a mi el lirismo no me llega demasiado, aunque he de reconocer que su estilo onírico y surrealista llega a impactar en alguna ocasión.

Buen relato.

 OcioZero · Condiciones de uso