Los recolectores de suicidas

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Reseña de la novela de David Oppegaard publicada por La Factoría de Ideas

 

Los recolectores de suicidas es una novela imperfecta pero endemoniadamente entretenida. Se trata del primer trabajo de David Oppegaard y ya le valió una nominación para el premio Bram Stoker. No es difícil entender por qué: el autor sabe crear una atmósfera sugerente y fascinante y, al mismo tiempo, opresiva.

La premisa de la historia no es particularmente novedosa pero no por ello pierde potencia: en un futuro cercano (no se especifica en qué año estamos) se desata por todo el mundo una epidemia de suicidios a la que nadie parece inmune. En efecto, es una idea que hemos visto incluso en el cine, pero a la que el autor consigue sacarle mucho jugo. ¿Cómo? Creando el escenario de un modo pausado.

Las primeras descripciones de una Florida devorada por la naturaleza al remitir el influjo del ser humano son formidables. Son, sin embargo, solo la punta del iceberg: a medida que los protagonistas avanzan por los Estados Unidos en busca de una tierra prometida en la que esperan encontrar un grupo de investigación capaz de curar esta particular epidemia, van encontrando todo tipo de escenas dantescas, inquietantes, poéticas o descorazonadoras.

Ese es, a mi parecer, el punto fuerte de la novela: que el autor no pierde de vista al ser humano y construye el drama a su alrededor. La presencia de los inquietantes recolectores, gentes vestidas de negro que se dedican a llevarse los cadáveres de los suicidas, nadie sabe a dónde ni por qué, potencia estas escenas y la tensión atmosférica general.

La prosa, sencilla y ágil, consigue al mismo tiempo dar dinamismo a la narración y resultar sugerente. No es innovadora pero sí muy sólida. El único punto oscuro es el exceso de gerundios que nos ha brindado la traducción.

Hacia el final de la novela los lectores quedarán divididos. Aquellos que gustan de explicaciones y de cierres narrativos claros tendrán la ración esperada armada en una estructura mestiza entre la ciencia ficción, la fantasía y algunos clásicos de terror. Aquellos que, por el contrario, preferimos la atmósfera a las explicaciones, tendremos una pequeña decepción: la acción se precipita en los últimos capítulos, deviene más fílmica (casi se puede imaginar uno la adaptación a la gran pantalla) y resulta, en gran medida, innecesaria.

Quizás sea en este punto donde radique el punto flojo de Los recolectores de suicidas. Mentiría si dijera que me ha parecido un libro redondo, pero también si negara que me enganchó totalmente, que todavía recuerdo con un escalofrío algunas escenas (o incluso con cierta emoción lacrimógena) o que me reelería encantado la novela. Muy recomendable para los amantes de mundos vacíos.

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