Sexo en la literatura

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Peregrina reflexión sobre el interés y la pertinencia del sexo dentro de la literatura a través de algunas consideraciones sobre nuestra cultura.

Hace ya unos cuantos años, cayó en mis manos un libro que, cuando revele el título, casi todo el mundo lo reconocerá como una novela más bien inocente. Esta obra, sin embargo, ha marcado en mi memoria un antes y un después, y por motivos más bien banales.

 

Se trataba de una novela de aventuras, de esas que con la edad se camuflan, no se sabe muy bien por qué, bajo epítetos tipo “histórica”, “bestseller” o “de entretenimiento. Su título era El médico y el autor, Noah Gordon.

 

El libro supuso un cambio en mi concepción de la lectura principalmente porque su formato era el de un libro para adultos. Lector ávido desde mi más tierna infancia, siempre había tenido en mi mente una barrera invisible que separaba los libros a mi alcance –colecciones juveniles y demás- de los libros para mayores, ésos cuyas cubiertas me resultaban demasiado serias, como puertas a áridos mundos que tenían su banda sonora en la sintonía del programa televisivo La clave.

 

Mi primera gran sorpresa fue la agilidad de la historia. Allí donde esperaba encontrar un libro reflexivo, pausado, encontré una narración ligera y entretenida; algo sórdida al principio, es cierto, pero que enganchaba.

 

Mi segunda gran sorpresa, y la que me confirmó que realmente se trataba de un libro autóctono del otro lado de mi muro imaginario, es que tenía explícitos pasajes sexuales.

 

Que nadie se lleve a confusión: no es que yo no conociese de qué iba el tema de la flor y la abejita. Simplemente no sabía que pudiera aparecer en libros, digamos, no especializados. De hecho, por un momento, me sentí un poco cogido en falta, como si estuviera disfrutando de uno de esos tomos prohibidos; como lector experimentado, a pesar de mi corta edad, suponía que no era casual el pasaje en concreto.

 

Como bien decía un amigo mío, una buena historia de aventuras tiene que tener algo de acción, algo de misterio y algo de sexo. Éstos son, sin duda, tres motores básicos de una buena narración, por lo que la enumeración no andaba muy desencaminada. El caso es, ¿por qué esta inexistencia total de sexo en la literatura juvenil?

 

No estoy diciendo, por supuesto, que se deba abusar de estos elementos en lecturas destinadas a corta edad. Creo que sería inadecuado en un libro infantil incluir pasajes de sexo explícito, no porque sea nocivo para los niños conocer algo natural, sino porque no responderá a su esquema de las cosas y, por lo tanto, les aburrirá mortalmente o les perturbará –al igual que a sus tutores cuando les pregunten al respecto-.

 

Soy plenamente consciente de que el enfoque de los temas, de todos, debe ser adecuado a la edad del lector. La metafísica, por ejemplo, interesa mucho a los niños, pues están en fase de interrogación. Pero al igual que les apasionará la famosa discusión sobre si todo lo que ocurre está escrito en un misterioso libro, El banquete de Platón les parecerá árido en exceso.

 

Un buen argumento para descartar la presencia de sexo en libros juveniles -dado que el precedente no es válido puesto que en la adolescencia es probablemente la edad en la que más nos interesa el sexo, sea cual sea el enfoque- es que dicho elemento no tenga relevancia en la trama. Esta explicación sería totalmente válida si en las novelas de entretenimiento, que en realidad son aquéllas a las que atañe esta disertación, estuvieran estructuradas aprovechando todo pasaje; la realidad, todos lo sabemos, es bien distinta.

 

Volviendo a El médico de Noah Gordon, novela culpable de que hoy escriba este artículo, salta a la vista que los pasajes sexuales de la misma se pueden suprimir con facilidad. ¿Por qué, entonces, incluirlos? La respuesta es sencilla: porque resultan entretenidos.

 

Ahí está el quid de la cuestión. Si resultan entretenidos, y aceptando, cosa no muy difícil, que en las novelas juveniles no todo pasaje narrativo tiene su relevancia en la trama, ¿por qué se evitan continuamente las referencias sexuales en estas obras?

 

Todo aquél que se haya planteado escribir para un público juvenil, y que tenga dos dedos de frente, se habrá planteado en alguna ocasión la pregunta. Aquél que se haya dado vuelta por algún foro de Harry Potter habrá captado algunas de las preguntas que flotan en el ambiente. ¿Por qué si los personajes de la conocida saga están en la adolescencia no se interesan por todas las cosas de adolescentes? Viendo que hablan de alcohol, de peleas, de deporte, de amor e, incluso, de política, uno se pregunta, ¿y por qué no se interrogan sobre el sexo?

 

La respuesta en este caso es un poco más complicada y creo que va más allá de lo escrito en los libros. Puestos a destripar cuentos, podemos nombrar a Disney, que siempre viene bien y representa con facilidad la moralidad del mercado occidental.

 

Todos, en mayor o menor medida, conocemos los límites tácitos impuestos; es como la diferencia entre porno y erótico que, como decíamos de niños, consiste en “que se le vea”. Así, todos sabemos que está permitido montar una buena carnicería en una historia siempre y cuando no se vea sangre. Del mismo modo, nos podemos encontrar con una angustiosa escena erótica en El jorobado de Notre Dame de la susodicha productora, pero es preceptivo que sexo en sí no haya. Es como el word, que señala “jorobado” como palabra incorrecta y uno no sabe muy bien por qué: si porque es una palabra inexistente o porque no se debe escribir.

 

El caso es que, a veces, la censura raya el absurdo, y nos olvidamos de para quién la hemos concebido: para aquellos jóvenes o niños que se aburrirían mortalmente con un enfoque erróneo de la historia.

 

Así, cuando te alquilas con diez años una peli de ninjas para ver cómo se masacran alegremente y tu abuelo confisca la cinta porque la pelea se ambienta en un burdel, tú maldices al director por haber sacado unas tías en bolas. Y ese concepto de sexo termina en el lado oscuro, en el prohibido, en el que te hace sentir en falta cuando en un bestseller aparece una escena tórrida que no viene a cuento para compensarte por tantos años de censura. Y así se forma el muro invisible.

 

Al final uno se pregunta por qué a los jóvenes no les gusta leerse los libros descafeinados que hemos considerado aptos para ellos. Y, de paso, le da por pensar que igual si hablasen de las cosas naturales saciarían parte de su curiosidad al tiempo que se animan a seguir leyendo.

 

Tengamos en cuenta que no todos tienen la suerte de atreverse con un libro de “mayores” a tiempo. Y tampoco olvidemos que el sexo, a veces, no es todo lo sórdido o lo banal que muestran las publicaciones prohibidas.

 

Quizá más que censurarlo completamente de nuestras líneas, deberíamos pararnos a pensar bajo qué enfoque corresponde tomar conciencia de su existencia dependiendo de la edad.

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LCS
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El sexo todavía es un tabú en nuestra sociedad. Recuerdo que cuando ya era adolescente y veía una película con mis padres en la que salía una escena de sexo explícito, en mi casa, de pronto, se producía un silencio incómodo, que terminaba justo cuando terminaba la escena.

Con la literatura también pasa lo mismo, con la diferencia de que se lee en soledad, sin compartir escenas.

Reconozco que no sé escribir textos dedicados al público infantil y juvenil. Todo lo que escribo es pensando siempre en que el lector va a ser un adulto. Bueno, en realidad, creo que lo que escribo es lo que me gustaría leer.  En ocasiones, en mis relatos meto sexo explícito, pero no porque me parezca divertido leerlo, sino porque pienso que en ese momento es indispensable para la historia.

Supongo que con el tiempo la sociedad irá cambiando y que en futuro los textos leerán los niños y los jóvenes serán los que les enganchen, por muchas razones, pero también porque encuentren respuestas a todas esas preguntas que se plantean y que sus padres no les responden porque no la saben, porque les da vergüenza contestar o porque si siquiera se han atrevido a planteársela.

Estoy casi seguro que eso libros que se escriban para los niños dentro de unos años, si no se está haciendo ya, contendrán escenas de sexo si bien adaptadas a la edad.

 

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Patapalo
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Gracias por el comentario, compañero. Enriquece mucho el artículo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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