Capítulo IX: La caída de la Torre Negra

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Novena y última entrega de Elvián y la Espada Mágica

El ruido proveniente de los cimientos de la torre ganó en intensidad y pronto se convirtió en un fuerte estruendo. Poco a poco, el estrépito fue bajando de volumen hasta que quedó como un inquietante chirrido. Era evidente que la Torre Negra no permanecería en pie mucho más tiempo, así que inmediatamente Elvián y Piri corrieron hacia la habitación donde habían dejado a la princesa. El infante se llevó una sorpresa al verla sentada en el trono de Malvordus, con su tamaño normal ya recuperado. Era tal la belleza de Eranisha que durante un momento Elvián quedó prendado de ella y fue incapaz de reaccionar. Entonces, Piri le dio un suave golpecito en la espalda, y el príncipe se dio cuenta de la situación y corrió hacia la princesa, evitando que se le notase la turbación que le producía mirarle a los ojos. Antes de que pudiese abrir la boca, la princesa Eranisha entreabrió la suya y dijo con su delicada voz:

 

—Agradezco mucho que me hayáis rescatado. Habéis sido muy valiente, poca gente queda ya con un valor como el vuestro. Ahora, me gustaría saber el nombre de mi salvador.

 

Durante un momento, Elvián se sintió azorado por la suavidad y la hermosura de la voz de la muchacha, pero ante el peligro que se avecinaba se vio obligado a responder y tomó con suavidad una mano de la princesa entre las suyas, no sin antes sentir un escalofrío que le recorría la columna vertebral.

 

—Mi nombre es Elvián, príncipe de Parmecia —dijo, sin poder disimular la vergüenza—, pero no hay tiempo para hablar. La Torre Negra está próxima a su colapso y deberíamos salir de ella si no queremos acabar sepultados para toda la eternidad.

 

—Vayámonos entonces —dijo Eranisha—. Ya hablaremos después.

 

Justo cuando acabó estas palabras, la torre empezó a temblar violentamente. La jaula en la que unos instantes había estado encerrada la princesa se balanceaba con fuerza y amenazaba con salirse del enganche del que pendía. El ruido chirriante volvió a aumentar de volumen hasta convertirse en un fuerte estruendo. Elvián agarró una mano de la princesa, tiró de ella y echó a correr. Piri iba delante, abriendo la marcha. Decidió que saldrían por la caverna de Gunrug porque era la estructura más sólida de la torre. Pero parte del techo se derrumbó sobre la abertura que daba acceso a la cueva y quedó bloqueada. No tenían más remedio que descender por las sinuosas escaleras de caracol que se encontraban a un lado del agujero obstruido.

 

Empezaron a bajar a la carrera. Incluso Piri parecía inquieto. El temblor de la torre era cada vez más violento, y los tres eran incapaces de correr sin tambalearse. Sobre sus cabezas escucharon el tremendo estrépito provocado por el techo al caer sobre el suelo. Una lluvia de grandes rocas les rodeaba, amenazando con aplastarlos y destruyendo el tramo de escaleras que habían recorrido. En algún lugar se había iniciado un fuego, y el calor de las llamas llegaba hasta ellos, haciendo más penosa la marcha. El ruido era ensordecedor, y a medida que bajaban se hacía más alto. Era tan intenso que se veían obligados a taparse las orejas para amortiguarlo. De vez en cuando, el estruendo se acallaba, lo que les permitía descansar sus doloridos oídos. Pero los silencios duraban poco y no eran lo suficientemente frecuentes como para consolarlos. Esto, unido al calor del fuego, hacía que se sintieran cada vez más débiles. Todos estaban cansados, incluido el nigglob que, aunque pareciese mentira, sudaba a raudales. Bajaban las escaleras a toda velocidad, pero todavía no parecía que estuviesen cerca del final.

 

De repente, algo saltó sobre ellos. Elvián apartó con una mano a Eranisha al tiempo que llevaba la otra a la empuñadura de su espada. Piri también se puso en guardia. Delante de ellos apareció una robusta criatura de aspecto humano, pero no lo era. Medía cerca de dos metros y medio. Sus musculosos y verdosos brazos acababan en sendas manos terminadas en garras que asían con fuerza la empuñadura de una cimitarra. Los ojos de su horrenda cara miraban con furia a los tres compañeros, y su boca provista de afilados colmillos parecía simular una cruel sonrisa. Por supuesto, tanto Elvián como Piri y Eranisha reconocieron en él a un orco. Al parecer, la mayoría de las criaturas al servicio de Malvordus habían huido con la muerte del brujo, pero algunas de ellas se habían mantenido fieles hasta el último momento, como aquel monstruo. Piri se abalanzó sobre él, pero estaba tan cansado que sus movimientos no eran tan ágiles como de costumbre, así que tropezó y el ser lo apartó de un manotazo y centró su atención en el príncipe.

 

Atacó directamente a Elvián, que interpuso el acero de su espada al de la cimitarra. Ante la fiereza del ataque, se vio obligado a retroceder. El orco pasó delante de Piri y Eranisha, ignorándolos, y siguió blandiendo su arma contra el príncipe, que subía por las escaleras hacia atrás. Había algo más bajo los ojos furiosos de la bestia. El príncipe creyó reconocer odio. Realmente, esos orcos parecían estar afectados por la muerte de Malvordus. Cuando vio que el monstruo perdía en rapidez, Elvián decidió contraatacar. El monstruo detuvo el hierro con su cimitarra, pero el acero mágico de la espada de Elvián quebró el de su rival. Entonces, el príncipe decapitó a su enemigo con un rápido tajo. El cuerpo sin vida del orco cayó el suelo, igual que la cabeza, que se alejó dando botes escaleras abajo. Se reunió con sus compañeros y siguieron descendiendo por las retorcidas escaleras de caracol.

 

El temblor de la torre se había hecho más violento. Las paredes a ambos lados de la escalera empezaron a llenarse de profundas grietas. El estruendo se hizo mucho más fuerte, tanto que apenas se podían oír entre ellos. Elvián echó la vista atrás y vio aterrado que la escalera se estaba derrumbando, así que instó a sus compañeros a que corriesen más. Detrás de ellos, los peldaños de la escala se iban resquebrajando y cayendo luego al vacío. Pronto los escalones que pisaban ellos serían los que caerían, y eso los llevaría a una muerte segura. La única esperanza que tenían era llegar al final de las escaleras. Ya hacía un rato que estaban bajando, y tenía la esperanza de que pronto llegarían al suelo. Pero seguían descendiendo sin atisbar el final, y el avance de destrucción estaba cada vez más cerca. Justo en el momento en que la enorme grieta que estaba engullendo la escalera les iba a alcanzar, llegaron precipitadamente a su fin y pisaron el suelo firme a trompicones. Elvián cayó de bruces, y se hubiera golpeado la cara y, tal vez, roto la nariz, de no haberse protegido con los brazos. Con el rabillo del ojo, vio que Eranisha también iba a caer, así que se incorporó tan rápido como pudo y la estrechó entre sus brazos cuando perdió el equilibrio. El príncipe se ruborizó al instante, pero se mantuvo firme y esperó a Piri. Una vez todos reunidos, posó suavemente a la princesa en el suelo y siguieron corriendo hacia la entrada de la torre, que estaba a unos cincuenta metros. Atravesaron el umbral de la puerta justo cuando el techo se derrumbaba sobre ellos.

 

Corrieron unos metros más. No era conveniente permanecer cerca de la fortaleza cuando ésta se derrumbase. Se dirigieron a una pequeña elevación del terreno, un paraje yermo que seguramente antes había sido un bello prado, pero que ahora presentaba una vegetación muerta y ennegrecida. Desde allí se volvieron y observaron la Torre Negra, que por fin se desplomaba con gran estrépito. Primero cedió la base, que se hundió bajo sus propios cimientos, y luego la torre se partió más o menos por la mitad, y la parte superior cayó a un lado, rompiéndose en pedazos. Cuando todo el alboroto cesó, Elvián se volvió a sus compañeros.

 

—Esto se ha acabado —dijo, y miró a la princesa—. Princesa Eranisha, será para mí un grato placer acompañarla a su morada.

 

—Y yo estaré a gusto con su compañía —respondió Eranisha—. Tenemos mucho de que hablar.

 

—Eso no será posible —replicó Piri—. Elvián, tienes una misión muy importante por delante. Si quieres salvar tu reino y reputación, tienes que seguir adelante, hacia el oeste.

 

—¿Pero quién acompañará a la princesa? —exclamó Elvián—. No podemos dejarla sola, y el camino a su hogar no está exento de peligros.

 

—Yo lo haré —se ofreció el nigglob—. Me encargaré de que llegue sana y salva a Écalos. Confía en mí, la protegeré.

 

El príncipe miró desesperado a su compañero. Realmente deseaba acompañar a Eranisha y, cuando miró a la princesa, vio en sus ojos que ella quería que lo hiciese. Pero Piri tenía razón, no podía perder más tiempo. Angustiado, se dirigió a la joven y estrechó sus manos entre las suyas.

 

—Supongo que aquí nos separamos —logró decir—. Te deseo lo mejor. Me gustaría acompañarte personalmente, lo deseaba, no me preguntes por qué. Pero no puedo demorarme por más tiempo. Parmecia me precisa, no puedo dejar que caiga en manos de ese retorcido hermano mío, ni de su aún más retorcido consejero.

 

—Lo comprendo, y lo lamento —respondió Eranisha con voz dulce, y cogió un anillo dorado que llevaba en la mano derecha—. Ten, quiero que lo lleves contigo allá a donde vayas. Te dará suerte.

 

—No puedo aceptarlo —dijo Elvián con voz entrecortada—. Es el anillo que le dan las princesas a sus pretendientes.

 

—Ya me lo devolverás —dijo Eranisha, sonriendo con tristeza y dulzura—, porque estoy segura de que nos volveremos a ver. Ahora, parte, mi héroe.

 

Elvián miró un momento más a la princesa y cogió con suavidad el anillo; luego, se lo puso en el dedo índice de la mano izquierda. Después de despedirse de Piri y darle un abrazo de amigo, se dirigió al lugar donde había dejado a Trueno, que lo esperaba impaciente y nervioso. Montó de un salto en su lomo y se alejó al trote, aunque miró un momento más hacia atrás y se despidió con la mano de Eranisha y del nigglob. Luego cabalgó sobre el caballo y se perdió en la distancia.

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Un poco aturullada la descripción del derrumbamiento de la torre. Creo que podrías haber sacado más tensión al enfrentamiento con el orco. En cierto modo, daba la impresión de que tenías prisa por terminar la historia.

El cierre en sí, en la línea de la saga. Todo un continuará...

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Yo...no es por decir nada malo de la serie, me encanta, pero en el 1º capitulo no habías dicho que no tenía siervos?O lo has hecho aposta?

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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Sí, tienes razón. Un error de coherencia. Tendré hacer algún cambio. O también puedo decir lo de "lo hizo un mago" xd. 

Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

Retrogaming: http://retrogamming.blogspot.com/

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No he seguido la serie, pero me remito a lo dicho respecto del relato de solharis.

Bien escrito, pero en si no acaba de llegarme. Lo cual no es malo para la última parte de una novela, pero si para una entrega por fasciculos. En todo caso, si que me ha parecido un poco apresurado, tipo epílogo más que gran final, e incluso en algunos puntos algo superficial (por ejemplo cuando en la huida aparece un nuevo enemigo que es solventado sin más... no es que aporte mucho a la historia)

Pero como veo que tienes otros relatos, por lo menos veo que escribir te lo tomas con pasión y dedicación. Voy a comentarlos.

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