El trofeo de los Premios Nocte

En esta entrada voy a hablaros del que conocemos cariñosamente como el cucaracho

En la pasada Hispacón, entre otras cosas, tuve la oportunidad de ejercer como presidente de Nocte en un momento que es muy especial para la asociación: la entrega de los Premios Nocte. Como ocurre con la mayoría de los proyectos quijotescos, uno no puede evitar preguntarse qué sentido tienen en un momento u otro.

Para los que creemos en Nocte es una evidencia que el género de terror en nuestro país necesita y merece ser dignificado. No es un género menor, no es una chaladura de unos cuantos, no es algo sin interés. Como cualquier otra expresión artística, con sus claroscuros, es algo que entendemos digno de atención y de una cierta reflexión.

Es por ello que, entre otras cosas, en Nocte promovemos nuestros premios. Se trata de analizar en la medida de nuestras capacidades qué se está cociendo en nuestro país en el género de terror, tanto patrio como importado como traducido. Pero, por supuesto, surge la cuestión de qué supone que nosotros, como asociación, premiemos algo. Los proyectos quijotescos, que decíamos.

Nuestra capacidad económica es limitada, nuestro reconocimiento —recordad que hablamos de un género cuyo ejercicio intentamos dignificar— es limitado y nuestra proyección, de momento, modesta. ¿Qué aportamos entonces a los premiados?

Mientras seguimos en el camino de dar una buena respuesta a esta pregunta —algo que confío que conseguiremos cuando el premio haya demostrado año tras año su criterio y seriedad, que Roma no se construyó en dos días—, de momento ya podemos presentar algo cuyo valor es indiscutible: el cucaracho.

El trofeo que reciben los galardonados en los Premios Nocte es una obra realizada artesanalmente por Rafa Rius —a quien, para mi más honda vergüenza, me olvidé mencionar en la entrega de premios—. El trabajo que ha realizado es simplemente formidable: ha conseguido transmutar el logo de la asociación en un ente físico que capta a la perfección su espíritu y ese sentimiento perturbador que, como representante del terror, era obligado.

En la fotografía al pie de la entrada no sé si se podrá apreciar adecuadamente, pero, os lo aseguro, llama la atención, impacta. Durante la ceremonia me sentí francamente orgulloso. Es muy posible que todavía nos quede mucho camino por delante con los Premios Nocte, mucho trabajo por hacer, pero del trofeo ya podemos estar muy satisfechos por dos motivos.

El primero salta a la vista: estamos haciendo entrega de un objeto único, artesanal, que permite tener un recuerdo de ese momento especial que ha de suponer el galardón. Un objeto que ha viajado ya hasta Australia y que ha podido hacerlo con la cabeza —bueno, las antenas— bien alta.

El segundo no hemos de perderlo de vista: nuestro trofeo es el trabajo de otro soñador que, al igual que los escritores de la asociación, no ha dudado en aplicar su talento en una expresión artística que algunos considerarán por lo menos peregrina. Y lo ha hecho con particular acierto. Y modestia. Y buena disposición.

A él va dedicada esta entrada de hoy, porque a veces los escritores tenemos la suerte de ver mezclada nuestra actividad con la de otros artistas que enriquecen nuestro trabajo y le dan un marco para que brille mejor, para inspirarnos, para que sigamos soñando.

A él, a Rafa Rius.