Para qué un paso más...

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Ni para adelante ni para atrás.

Hay momentos en los que como editor te planteas la cuestión: ¿para qué dar un paso más? ¿Por qué seguir en una brecha que además parece invisible?

Te asalta cuando te das cuenta de que quieren que leas su manuscrito sin saber a qué se dedica tu sello, de que es matemáticamente imposible que todos los que te felicitan por la editorial sean clientes de la misma. O incluso siquiera lectores. Cuando te planteas que igual a los autores a los que has publicado tal vez les hayas hecho un flaco servicio, que estás muy lejos de poder darles la promoción y la repercusión que merecen sus obras. Ya ni hablemos de las ventas. Cuando surge la duda, mezquina duda, de si les has fallado y te lo ocultan, de si no se atreven a decirlo por evitar males mayores. De que los has metido en una trampa. Cuando miras las cuentas y constatas, una vez más, que un patinazo al encargar la siguiente tirada te puede dejar todo el tinglado temblando, que vivir la literatura al día a día está muy bien cuando no hay nadie más en el barco contigo. Cuando hablas con otro colega editor, que tiene un sello igual de pequeño y vulnerable que el tuyo, y te dice que sus autores creen que gana dinero. No, perdón: que gana mucho dinero. Que, visto lo visto, se está planteando dedicarse a la autoedición. Cuando te planteas contar que un sello de small press, uno de verdad, no tiene oficinas, que es ridículo, y doloroso, que le lleguen media docena de candidaturas espontáneas a la semana, que consiste en un ordenador, una estantería, cajas de libros y muchas horas de curro. Cuando te dices que igual no es una buena jugada de marketing poner esto por escrito, que hay que vender imagen. Y luego te das cuenta de tu escala, de que en realidad tus lectores son tan militantes como tú. Cuando te cabrea pensar que lo “bueno” para los autores de tu plantilla tal vez no sea que te pegues diez horas revisando su manuscrito, sino diez horas haciendo spam por Internet. Cuando te dices que, al final del viaje, va a dar igual: chaparás y en tres años ya ni se acordarán de que estabas ahí. Tus libros serán una muesca en la lista de los Ignotus, una rareza que cuatro chalados de tu estilo conservarán en sus estanterías hasta que los manden al contenedor de reciclaje. Demonios, si al menos los llevaran a una librería de viejo...

Es, en definitiva, una cuestión que te asalta cuando estás medio insomne, en la cama, pensando cómo vas a cuadrar el tiempo para seguir con todas las bolas en el aire ahora que tienes un bebé más y te das cuenta de que ya casi no te sientes escritor, algo que, aunque a veces lo dudas, puede que fuera lo que te trajo a este mundillo. Y lo que es peor: como lector, que es lo que realmente te trajo a este mundillo, vives agobiado con responsabilidades a todas luces absurdas. ¿En qué te has convertido?

Dan ganas de echar el cierre, claro.

Pero entonces, mientras te peleas con el ordenador una mañana más, aprovechando que es tu cuerpo el que te guía, la rutina y no tu propia voluntad, y llega el cartero con un ejemplar de La sombra de Polidori. Vaya negocio, le has comprado a Amazon el libro que has recopilado, corregido, maquetado y, en parte, escrito como traductor. El premio al mejor hombre de negocios del siglo no te lo vas a llevar, no, eso está claro, pero...

… acaricias la edición pulpera y lo sientes palpitar de nuevo en tu pecho. Es la ilusión. La ilusión pura. El sentido último del homenaje a Polidori, a todos los escritores que nos hemos visto en el camino y nos hemos quedado en él, o bregado hasta el final con o sin resultados palpables. Es el motivo por el que vas a dar otro paso más.

Porque las horas que has metido en los calabacines han merecido la pena. No, no vas a ver un duro. Y muchos buscarán un sentido oculto al proyecto que en realidad no tiene. Y algunos se sentirán defraudados. Y otros te mirarán con condescendencia porque, ¿no tes has dado cuenta?, estas batallando con algo que no llega ni a molino de viento. Pero da igual. Es tu puto huerto. Has estado codo con codo con los que comparten tu misma pasión, con grandes y pequeños, con veteranos soñadores y con nuevos aventureros, luchando con las malas hierbas, los pesticidas del vecino, con las hortalizas a precio de saldo y las envueltas en celofán para que no se vea lo que hay dentro. Y las tuyas saben mejor.

Los has paladeado y te has sentido satisfecho. No el mejor, pero sí satisfecho con lo que has conseguido hacer fructificar. Y por eso las diez horas de edición no tienen el mismo valor, ni de lejos, que las diez horas de marketing que tanto te abruman, porque, en el fondo, no te metiste en esto por tu gran visión de negocio, sino, simple y llanamente, porque te apasiona la literatura. La fosca, para más inri.

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Canijo
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Ah, qué decir... Es lo que tiene jugar a la ilusión (que la realidad, para poder llamarse como tal, tiene que ser medible en euros), que cuando uno olvida las gafas mágicas, el vacío que se contempla es abrumador. Eso sí, cuando se tienen las gafas puestas... Eso sí que no se puede medir con euros...

 

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Cruz Diablo
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Siempre lo he pensado: "en Saco de Huesos son mecenas del arte fosco". La labor que hacéis en general (y  sobre todo en promoción de autores noveles, que imagino que será lo más duro) es encomiable Risa

Qué bonito y qué cierto lo que dice Canijo Manos

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Patapalo
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Es distinto trabajar con autores noveles y veteranos, pero no diría que más duro. Los primeros suelen aportar mucha ilusión y los segundos vienen muy bregados, lo que son dos buenas bazas para que vaya todo bien. Luego, creo que la claridad ayuda mucho también: un autor veterano sabe que con nuestro sello no va a tener la proyección que ha podido tener con otros, pero que puede contar con otras cosas, como menos preocupaciones de nicho de mercado, de si la obra encajará al público, cosas así.

Muchas gracias por los comentarios Sonrisa

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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